Escribe Ylonka Nacidit Perdomo: Abigail Mejía, los intelectuales y el 16
10 de agosto de 2015 - 7:00 am -
http://acento.com.do/2015/cultura/8273975-escribe-ylonka-nacidit-perdomo-abigail-mejia-los-intelectuales-y-el-16/
Entonces el tablero político partidista hizo
un despliegue de fuerzas, y empezaba la novela del martirio de treinta
años de opresión.
El ideal es más necesario que el pan. Pensar una cosa y disimularla, deshonra a la diplomacia. La sinceridad es el pudor de las naciones. Américo Lugo.
Lo que me importa es la Patria/que está en la cruz del dolor. Fabio Fiallo
Es verdad que los tiempos cambian; las epopeyas se olvidan, los heroísmos pasan de moda y ni aún pueden tener lugar, sin armas como estamos. (La Conquista, Santo Domingo, 1920).
En la guerra todo cambia; la matanza colectiva se prepara con orden, se dirige, se glorifica… y sin embargo, ¿acaso es menos grave que el crimen de un solo hombre, el asesinato de muchos por otros muchos? Las naciones han convenido en que sí… La muerte ha de dar vida a la victoria. Abigail Mejía [1].
La noche del catorce de mayo de 1916, frente al antepuerto del Placer del Estudio, se encontraban surtos los buques, los acorazados de guerra que consumarían la injerencia falaz de un gobierno interventor imperialista. Las fortalezas amuralladas de la antigua ciudad de Santo Domingo, amanecerían ocupadas desde Güibia y San Gerónimo, luego que el Poder Ejecutivo de la República, quedara acéfalo por la renuncia del Presidente Juan Isidro Jiménes, al rendirse ante las intrigas, conjuras, conflictos, asonadas de rebeldía, el servilismo vil, la falta de decoro patrio, la disidencia agreste y conminatoria a la revolución o la guerra civil, la anarquía, el envilecimiento y corruptoras posturas de las camarillas políticas, la lamentable disgregación del interés nacional, las posturas unipersonales de los hombres públicos en contra del bienestar general, como consecuencia final de una crisis gubernativa que había subvertido el orden constitucional.
En la madrugada del 15 de mayo, cuando el alba destellaba, en medio de una atmósfera de augurios nefastos, y la población capitalina dormía, se produjo la hora aciaga, cuando las tropas norteamericanas consumaron lo que se conoce en la historia oficial tradicional de la República Dominicana como la penetración “pacifica” a la ciudad de Santo Domingo de las fuerzas de infantería de la marina de los Estados Unidos, dando inicio a la ocupación militar que se prolongaría por ocho años, de 1916 a 1924, apoyándose en las cláusulas de la Convención de 1907.
La intelectual Abigail Mejía (1895-1941) escribe desde Barcelona una serie de artículos sobre “El caso de Santo Domingo” y rememora que, don Francisco Henríquez y Carvajal, el último presidente que fue “de jure et facto”: “con noble gesto abandonó su Gobierno para no plegarse a las exigencias del invasor (…)”.
- A “LA PRISIÓN Y HACIENDO VESTIR EL TRAJE DE PRESIDIARIOS A TODO EL QUE DICE “ESTA PLUMA ES MÍA”.
La Orden Ejecutiva No. 1 del Gobernador H. S. Knapp, del 4 de diciembre de 1916, disponía que las Secretarías de Guerra y Marina, y de Interior y Policía fueran desempeñadas por oficiales de la fuerza de ocupación. Desde entonces el gobierno nacional quedaba, prácticamente, sin prerrogativas administrativas, sin capacidad de disponer de sus aduanas ni de las arcas públicas. Se iniciaba el martirio y la feroz violencia.
El gobierno militar ejerció ferozmente la censura en contra de intelectuales, periodistas y poetas. Ninguna impresión, periódicos, pliegos, “hojas volanderas” donde se expresara opiniones opuestas al régimen de facto sobrevivía a la censura, el embargo o la mutilación. Así las cosas, Fabio Fiallo, el poeta romántico, autor de “Canciones de la tarde”, fiel intérprete de las causas por la libertad de su pueblo, lo pasearon por nuestras calles vestido con el “palm-beach” (zedra). Fue sometido, además, a la corte prebostal por delitos de prensa.
Entre los que corrieron igual destino es justo hacer mención de Federico García Godoy, el autor de “Páginas dominicanas” y la novela “El derrumbe”; Américo Lugo, el apóstol dominicano de virtud ética y gran jurisconsulto, autor de la Contradoctrina de Monroe, “América para los hispanoamericanos” y del “Credo Nacional”, Consejero de las Legaciones Dominicanas en los Estados Unidos de Norteamérica y en Europa y Comisionado Especial para el estudio de los archivos extranjeros; Luís C. del Castillo, escritor, orador, abogado, ex-diputado al Congreso Nacional; Enrique Henríquez, Horacio V. Vicioso, el poeta Rafael Emilio Sanabia; el periodista venezolano Manuel Flores Cabrera, propietario y fundador de los periódicos “Renacimiento” y “Las Noticias”, este último apareció en julio de 1920 como órgano de prensa y propaganda de la Unión Nacional Dominicana, a cuya línea editorial se unían las plumas de Américo Lugo y Enrique Henríquez en la redacción, como orientadores de la conciencia colectiva, bajo la dirección de Fabio Fiallo; Horacio Blanco Fombona, Director de la Revista Semanal Ilustrada “Letras”, autor de “Estalactitas”, fue reducido a prisión por publicar en su revista “Letras” la fotografía del campesino Cayo Báez torturado con cicatrices en el pecho y el vientre.
Estos intelectuales fueron sometidos a la Corte Marcial por supuestos delitos de prensa, a procesos, prisión en la “Torre del Homenaje”, además de ser vejados como criminales y exhibidos por las calles vistiendo el traje infamante de presidiarios, por defender el principio de libre determinación de los pueblos; igual ocurrió con la Juventud Normalista, aquella pléyade de jóvenes educada por el Maestro Eugenio María de Hostos, entre ellos, Vicente Tolentino, Julio Arzeno, Rafael Vidal, Luis Arzeno Colón, Rafael César Tolentino, Manuel Alexis Liz, a quienes se le impuso el silencio, teniendo que comparecer todos los días a las cuatro de la tarde ante el preboste.
Al referirse a esta situación Abigaíl Mejía escribe: “Y como prueba del convencimiento de su propia injusticia en que estaba el gobierno militar, citaremos el hecho de que en cuanto se hizo un poco de ruido en el mundo hispano-americano alrededor de tales enormidades, y llovieron protestas, artículos y telegramas, el gobernador militar se apresuró a quitarles el traje ignominioso y a ponerles en la calle. Todos los reos habían renunciado a defenderse, dando a entender que se juzgaban condenados de antemano”, añadiendo la periodista, además, que: “Después de todo eso, aún se atreven los norteamericanos a afirmar que Santo Domingo está contento con su “civilizadora” dominación (…) Con la misma razón los yankees se esfuerzan en demostrar que están en nuestra tierra, “a petición” y con el beneplácito de los dominicanos, quienes por su parte no desperdician nunca ocasión de demostrar lo contrario”. [2]
Abigaíl Mejía es la única mujer intelectual dominicana, de la cual se tienen noticias, que inició desde el extranjero, luego de estar en la República en 1919, una cruzada internacional de denuncia sobre la ocupación a nuestro país por el gobierno norteamericano, basada en una actitud de derecho y razón. Publicó una serie de artículos patrióticos en Santo Domingo, Puerto Rico y España, para dar a conocer la verdad sobre “el caso dominicano”, además de participar en distintas tribunas cuando se llevaron a cabo las jornadas de la “Semana Patriótica”, proclamando la necesidad de justicia, oponiéndose a la Doctrina de Monroe como principio americano arbitrario, porque Santo Domingo no iba a ser para los americanos ni su colonia en el hemisferio, y evidenciando los peligros de la “paz” impuesta como pretendido derecho de la guerra.
Entendía Mejía que con la intervención norteamericana agonizaban todos los derechos de ciudadanía, por esto denuncia ante el mundo ese estigma de la opresión y el estigma de la censura impuesta al pensar, consistiendo el pensar para los invasores en un delito, y la libertad en una perniciosa condición humana. Mejía actuó como intelectual y periodista en ese momento aciago de la patria, no desde la clandestinidad sino desde la tribuna pública, por lo cual, su vida política luchó por el bien común, reivindicando el derecho de defensa de la patria, la civilización y de la dignidad ante esa enfermedad convulsiva de la opresión de los pueblos, víctimas de la siniestra injerencia extranjera.
En 1920 en medio de esas actividades de la resistencia de los intelectuales a la opresión, circula una publicación hostil, el Libro Azul de Santo Domingo, el cual se divulga como propaganda de las fuerzas de la ocupación, en cuyas páginas se hacen señalamientos y afirmaciones categóricas sobre los problemas de la hacienda nacional, antes de la interdicción de la soberanía nacional, y que la ocupación “fue solicitada por uno de los partidos que luchaban con las armas en las manos”, encontrándose en completa desorganización los asuntos públicos, y paralizada por completo la administración gubernativa, y con grandes dificultades para cumplir con los empréstitos contraídos.
En ese año el sentimiento patriótico tomó una nueva forma de protesta, de resistencia, de dignidad cívica y de fervor por la identidad nacional. De abril a junio, en todo el territorio la Unión Nacional Dominicana realiza una jornada de civismo llamada “Semana Patriótica”, en la cual jugó un papel de primer orden las iniciativas femeninas denominadas “Juntas Patrióticas de Damas” para hacerle frente a nivel nacional e internacional a la abominable ocupación que había mutilado y eclipsado la soberanía, la independencia y el estado de derecho de nuestra nación, que pretendía someternos a la indecorosa sumisión, ignominia y servidumbre. El pueblo no deseaba soluciones a medias a su situación.
II. “¡OH, PATRIA!, CUÁNTAS COBARDÍAS SE COMETEN Y CUÁNTAS BOBADAS SE DICEN EN TU NOMBRE!”.
Abigail Mejía, que pertenecía a un núcleo de intelectuales de avanzada, publica el artículo titulado “Volverá la Epopeya…patriotismo y patriotería”, en el cual lanza como advertencia a los “patrioteros de ocasión”, a los que llama “chaqueteros” que: “Los patriotas verdaderos son a millares, los héroes a montones. No hay más que haber leído un Boletín cualquiera de los ejércitos beligerantes en la pasada Gran Guerra; y, sin eso, recordar solo los nombres de muchos no combatientes, pues no es únicamente con la espada como se demuestra el valor cívico y el patriotismo”. [3]
Añadiendo: “-Concho Primo puede volver: apresurémonos también a… volver la chaqueta… Y sin embargo: ¿No fuiste tú, nobilísimo padre de familia, despotricador ahora contra el yankee, quien celebró su arribo, entusiasmado, al grito de “¡Abajo el desorden!…” Mucho han bailado tus hijas con esos mismos que ahora abominas. –Y tú, alma burguesa de patriota de ocasión, ¿no entonaste el “¡Hosanna!”, cuando a estas playas descendieron los que con gozo proclamaste pacificadores, los que traían el orden, tan necesario a tus negocios? Igualmente, ¿no eres tú quien hasta un ciento de pesos es capaz de dar por un festejo sin objetivo noble, con tal que resuene el tintineo de tus monedas y, en cambio, para otra fiesta de carácter patriótico, te niegas porque eso no habrá de saberse, contribuyendo así al fiasco de la misma?
“Que la Patria, si llega el fin de su cautiverio y la hora de su liberación, no olvide ciertas cosas; pero que las perdone, pues de tratar sus hombres de vengarla, sería el cuento vuelto a empezar y… no se acabaría nunca./ Si termina algún día esta hora de clase que sufrimos, convengamos en un solo punto con los malos patriotas: en que la dura lección fue bien merecida; pero, quédenos siempre el resquemor de esta duda: ¿Con qué derecho vino Preceptor?…”. [4]
Abigail, posteriormente, publica en el diario La Conquista de Santo Domingo un artículo que es una respuesta a la solicitud que le hiciera su Director sobre ¿Cual debe ser la actitud de la mujer dominicana ante la intervención? A lo cual responde: “Como maestra en las escuelas debe predicar y practicar el patriotismo, el respeto y amor a la bandera (…) Debe enseñar a los futuros ciudadanos, que no hay empleo ni puesto, por elevado que sea, que compense de la bajeza en que cae el hombre indigno de su patria.
“Quien dice virtud, dice amor patrio, lo cual sería dulce y decoroso, según está grabado en el antiguo baluarte de nuestras libertades: “Dulce et decorum est pro patria mori” Así debieran las madres grabarlo en el pecho de sus hijos”. [5]
De 1916 a 1920 el régimen de fuerza “manu militari”, que sometía a un pueblo libre y soberano a una ocupación intolerante, había emitido en cuatro años más de 500 órdenes militares.
III. “DEBEMOS SABER QUE EL DERECHO DE LOS PEQUEÑOS, NO ES MÁS QUE UN INSTRUMENTO CON QUE RECLAMAR SU DERECHO LOS GRANDES”.
Para 1921 Abigail Mejía en La Vanguardia de Barcelona publica dos artículos sobre la ocupación norteamericana: “El caso de Santo Domingo” y “Más sobre el caso de Santo Domingo, un pueblecito que no se resigna”, en los cuales se niega a la iniquidad de la opresión y a reconocer la legalidad de la intervención norteamericana. Mejía escribe que: “Cuando por necesidades de la guerra europea ocuparon los yankees esta República, declararon entonces, a todo el que les quiso oír, que tal medida era tomada solo a título temporal, y parece que en la convicción de que los dominicanos éramos poco cultos, con el objeto de pacificarnos y darnos un algo de su deslumbrante cultura, se establecieron aquí anunciando, eso sí que no sería a perpetuidad.(…) vimos un jefe militar declarando “cuanto sentiría si los dominicanos se insurreccionaban, porque él estaba dispuesto a ahogar en sangre dicha sublevación”. Sólo se supo de otro, a quién llamaban “el tigre del Seibo”, por la dulzura “civilizadora” con que pacificaba esa región… Y de la tierra de las colosales industrias y de los inventos sin imitación, salieron los causantes de las crueldades…”. [6]
Insistiendo la intelectual que, Santo Domingo “no cesa de protestar con todas sus fuerzas contra una intervención injustificable ya, y unos pseudos civilizadores que hoy tienen desengañada por completo acerca de sus miras”. Y denuncia ante los pueblos del mundo que: “Dominación, no civilización, fue el objeto y el pretexto de un Convenio que con él firmaron, todo menos humanitarismo o molestias derivadas de sus revoluciones, -pequeño móvil para tan grande desmán”. [7]
Ante la situación de un Estado secuestrado por EE. UU., la inmensa mayoría del pueblo tenía una aspiración manifiesta, deseaba unas elecciones en la cual se respetara el derecho al sufragio como voluntad individual y absolutamente libre, no como voto imperativo o un voto compulsivo de un elector adscrito a un partido, sino en su doble condición de ciudadano y elector que le otorga un régimen constitucional y una democracia representativa. No era hacer del sufragio y proceso electoral un simple acto deliberativo, sino una asamblea del pueblo basada en la dignidad cívica, moral y ética. No, un voto orgánico de subordinación o coerción.
… Pasan cinco años desde la ocupación militar, y se publica una proclama que contiene por primera vez un plan de evacuación formulado por el gobierno norteamericano; se anuncia que las elecciones serán pospuestas, y que algunas disposiciones del programa de evacuación serían suspendidas hasta que “el pueblo dominicano se manifestara dispuesto a colaborar en el plan elaborado por Washington”. En 1922 el Departamento de Estado norteamericano imparte instrucciones para que se promueva una reunión entre los jefes de los principales partidos políticos, y se anuncia que “el Gobierno Militar continuaría administrando la República Dominicana por lo menos hasta el 1º de julio de 1924”. Como resultado de las entrevistas entre Francisco J. Peynado y el Secretario Hughes en Washington, se realizaron modificaciones al Plan de Evacuación publicado en 1921. Producto de la “fórmula Peynado” sobre el establecimiento de un Gobierno Provisional dominicano coexistiendo con el Gobierno Militar se redacta el Memorándum del 30 de junio; posteriormente, se aprueba un texto definitivo sobre el Plan de Evacuación de la República Dominicana, producto de la “Fórmula Peynado”, el cual fue firmado por William W. Russell (Ministro americano), Summer Welles (Comisionado americano), Adolfo A. Nouel (Arzobispo de Santo Domingo), y por los dirigentes políticos Horacio Vásquez (del Partido Nacional), Federico Velásquez (del Partido Progresista), Elías Brache hijo (del Partido Liberal) y Francisco J. Peynado. En octubre Juan Bautista Vicini Burgos es electo Presidente Provisional de la República Dominicana.
En 1923 se promulga en la República Dominicana la ley electoral. Federico Velázquez y Horacio Vásquez se unen para presentar una candidatura conjunta. Surgen las pugnas entre la Alianza Nacional Progresista y la Coalición Patriótica, y el 15 de enero de 1924 se inicia en el país el período eleccionario; se realizan las elecciones. Resulta electo Presidente el General Horacio Vásquez, y el 18 de septiembre abandonan la República Dominicana las tropas norteamericanas, concluyendo la intervención militar.
La República restaurada de acuerdo al Credo Nacional tenía que ser “absolutamente independiente, absolutamente libre y absolutamente soberana”.
Cuando el general Rafael Leonidas Trujillo Molina asume la Presidencia en 1930, un mundo de sombras asechaba murmurantemente las bases de ese status de pueblo “libre”, de regeneración de la Patria, que los intelectuales del 16 habían construido, re-escribiendo la historia, no a medias, sino con su corazón, su alma, su vida, su pensamiento y su pluma.
Entonces el tablero político partidista hizo un despliegue de fuerzas, y empezaba la novela del martirio de treinta años de opresión. Los atributos de la democracia que se creía conquistada, sucumbieron; una realidad distinta “oficialmente” se planeaba cuidadosamente: se volvían a abrir procesos contra los opositores políticos, los intelectuales y los periodistas, y las cifras de persecuciones a los que ejercieran el derecho de pensar iban en aumento. La espiral asfixiante avanzaba, y el régimen de terror avanzaba en sus designios de silenciar a todos los que jugaran y creyeran la partida de que tenían el derecho a disentir. La pantomima que el Estado asumió como violencia psicológica para que convivieran con él, y junto a él, los intelectuales, fue incorporarlos a la nómina de la administración pública como asalariados del pater familias, que representa el Poder Ejecutivo.
… Pasó el tiempo, treinta y un años, y el control represivo y autoritario del Estado se ejerció con coherencia. Una amplia nómina de intelectuales aprendieron a amar estar al lado del poder, del que tiene el poder, y del que otorga canonjías. Hace justo ahora, dos meses, el pasado 10 de junio, que leí en la prensa un artículo de mi ex profesor de Sociología 011, César Pérez, en el cual escribía sobre la necesidad de hacer una reflexión “sobre la práctica del Derecho en nuestro país y sobre las funciones de los intelectuales y los profesionales”, añadiendo que: “Resultaría inexcusable el silencio de ellos ante la evidencia de que cientos de legisladores vendieran sus votos y conciencias a cambio de votar la reintroducción de la reelección presidencial”. [8]
Las próximas elecciones del 2016, a celebrarse el 15 de mayo, en la misma fecha (cien años después de la intervención militar norteamericana), no están muy distantes –dicen algunos periodistas- como han escrito de forma “omnisciente” los que manejan la pluma y tocan el papel, de ocurrir en torno a la reivindicación por el Estado del patriotismo, la soberanía y la nacionalidad, y de paso la amenaza externa de una ocupación foránea; otros apuestan a los misterio del azar, a una crisis interna que provoque una confrontación civil.
La memoria, la historia y la ficción se hacen hacedoras de ese despliegue sutil de opiniones de “los que manejan la pluma y tocan el papel”. Cada día que transcurre los dominicanos no quieren verse en el doble espejo de la realidad: la maleabilidad entre el pasado y el presente, y, en especial, en no saber descifrar los signos del destino. El espejo ahora tiene imágenes borrosas, no importa que sea de noche o de día, simultáneamente todos juegan sólo a ganar. ¿A ganar qué? ¿Un Estado de derecho? O, ¿Echar por tierra aquella flor que sólo nace al lado de las utopías: la libertad?
Quizás, posiblemente, pueda responder al profesor César Pérez que, “las funciones de los intelectuales y los profesionales” ahora en el 16, de este aciago siglo XXI, deben ser: instruir, enseñar, llevar el conocimiento a nuestros nacionales, en fin, al pueblo, para que se pueda alcanzar “La preservación de la República Dominicana y su mayor auge en prosperidad y grandeza, propendiendo, en todo tiempo, a la organización del Estado Dominicano sobre bases firmes y realmente republicanas que le aseguren el orden dentro de sus fronteras y, fuera de ellas, el respeto de las naciones civilizadas” [como escribió Américo Lugo, al proclamar en 1916 que como “ciudadano, no puedo reconocer en mi patria otra soberanía que la de mi nación”] puesto que: “Para elegir es
indispensable tener capacidad para elegir, y ésta no puede obtenerse sin una buena educación política previa que debe comenzar a adquirirse en la escuela primaria misma. Es indudable que nuestras masas no reciben esa buena educación política. El sufragio universal sólo es realmente posible en un pueblo libre, culto, de carácter independiente y de un sentido enérgico del Estado. Podría concederse al pueblo dominicano amor decidido a la libertad, carácter independiente y aun cultura; pero su historia demuestra que carece hasta el presente, de un sentimiento enérgico del Estado; y a ello se debe que vaya votando casi siempre a favor de los peores enemigos de la República”. [9]
Sólo me resta concluir, y pensar en voz alta, que el honor no puede ir del lado del brazo de la conveniencia, puesto que la dignidad es el único sentido práctico que puede tener el honor.
NOTAS
[1] Abigail Mejía, Por Entre Frivolidades, (Barcelona: Artes Gráficas de Hermenegildo Miralles, 1922): 184.
[2] Ibídem, 25,26 y 27
[3] Ibídem, 10
[4] Ibídem, 21,22
[5] Ibídem, 16, 17.
[6] Ibídem, “El caso de Santo Domingo” en Por Entre Frivolidades, 23, 25.
[7] Ibídem, “Más sobre el caso de Santo Domingo” en Por Entre Frivolidades, 31.
[8] César Pérez, “Los candidatos de la indignidad” en periódico HOY (10-VI-2015): 10A
[9] Estatutos del Partido Nacionalista, redactados por Américo Lugo y Aprobados en la Quinta Asamblea General, el 28 de diciembre de 1924. Firmados por los Delegados de la Provincia de San Pedro de Macorís, de la Provincia del Seybo, de la Provincia de Santiago, de la Provincia de Puerto Plata, Provincia Moca y Provincia de Monte Cristy. (Santo Domingo: Imprenta Montalvo 1925):5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario