viernes, 15 de mayo de 2015

Van der Weyden, la emoción hecha pintura

Van der Weyden, la emoción hecha pintura

 Natividad Pulido
https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=453318692562275670#editor/target=post;postID=2801767447764993603«Tríptico de Miraflores», de Rogier van der Weyden (antes de 1445). Óleo sobre tabla de roble. Gemäldegalerie de Berlín.
«El Descendimiento», de Rogier van der Weyden (antes de 1433). Óleo sobre tabla de roble. Museo del Prado. Depósito de Patrimonio Nacional.

Van der Weyden, la emoción hecha pintura

Natividad Pulido
Quizás su nombre no sea de los más populares entre los artistas que cuelgan en los más importantes museos del mundo, pero fue uno de los más influyentes del siglo XV y uno de los creadores más enigmáticos y fascinantes de la Historia. Si uno entra en una sala donde cuelga una pintura de Rogier van der Weyden (h. 1399-1464), la mirada se irá irremediablemente hacia ella. Como si tuviera un imán. Pese a que las crónicas cuentan que «sus obras engalanaron las cortes de todos los Reyes» y que llegó a ser «el más grande y noble de los pintores», no son muchas las que se han conservado del maestro de Tournai –apenas una decena, ninguna firmada–, de ahí que la cita que nos propone el Museo del Prado sea muy especial. Las «Justicias de Trajano y Herkinbald», cuatro grandes tablas que pintó para la Cámara Dorada del Ayuntamiento de Bruselas, ciudad de la que fue pintor oficial y donde murió, se destruyeron en 1695. Con motivo de la conclusión de los trabajos de restauración de una de sus más grandes creaciones, «El Calvario» –donado por el propio artista poco antes de su muerte a la cartuja de Scheut (Bruselas), desde 1574 se halla en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial–, se ha organizado una exposición dedicada a este prodigioso artista.«El Calvario», de Rogier van der Weyden (h. 1457-64), después de su restauración. Óleo sobre tabla de roble. Patrimonio Nacional. Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Apenas se exhibe una veintena de piezas, pero entre ellas está lo mejor del pintor flamenco, discípulo de Robert Campin. Como el maravilloso «Descendimiento». Realizado para la iglesia de Nuestra Señora de Extramuros de Lovaina, fue regalado por María de Hungría a su sobrino Felipe II y enviado a España en 1558. Cuentan que el barco en el que viajaba naufragó, pero afortunadamente el cuadro pudo salvarse. Primero estuvo colgado en la capilla del Palacio del Pardo y en 1556 se trasladó al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En virtud de un decreto de 1943, el Prado, que lo restauró en 1993, lo custodia en depósito, junto a otras tres obras maestras de Patrimonio Nacional que también llegaron tras la Guerra Civil. Ahora esta institución los reclama para su futuro Museo de Colecciones Reales. Son, además del «Calvario», «El jardín de las delicias» y la Mesa de los Pecados Capitales, ambas de El Bosco, y «El Lavatorio», de Tintoretto. Este asunto mantiene enfrentadas a ambas instituciones. Otra joya de Van der Weyden presente en la exposición es el «Tríptico de Miraflores», que el Rey Juan II de Castilla donó a la cartuja de Miraflores (Burgos) y que salió de España durante la invasión napoleónica, hoy propiedad de la Gemäldegalerie de Berlín. Estas tres obras maestras se exhiben juntas por primera vez.
Son, según Lorne Campbell, el mayor especialista del mundo en Van der Weyden y comisario de la muestra, «las tres únicas obras que pueden atribuírsele, en función de evidencias documentales fiables y tempranas, con absoluta seguridad». Ni siquiera el propio artista las vio nunca juntas. A ellas se suman otras dos obras aceptadas por los especialistas como pinturas del maestro: el «Retablo de los Siete Sacramentos», del Koninklijk Museum de Amberes, y la «Virgen Durán», del Museo del Prado. La exposición, que estará abierta hasta el 28 de junio, ha sido realizada en colaboración con la Fundación Amigos del Museo del Prado.
Paseando por sus salas resulta difícil no sobrecogerse: es la emoción hecha pintura. Pocos artistas saben provocar las emociones de una forma tan sublime como Rogier Van der Weyden (su verdadero nombre era Roger de la Pasture, hijo de un fabricante de cuchillos). Comenta Lorne Campbell que Van der Weyden pide al espectador «una particular atención y cierto esfuerzo intelectual». Así es. Hay que visitar la muestra despacio, sin prisas, para apreciar en todo su esplendor los sutiles y exquisitos detalles que encierran sus obras: como esas tres casi imperceptibles lágrimas que caen del rostro del Cristo crucificado en el «Calvario» –una resbala del ojo derecho, dos del izquierdo–; las gotas de sangre, casi transparentes, que corren por su frente, sus manos y sus pies, o los casi invisibles hilos con que están tejidas las bellísimas telas que pinta. En el «Tríptico de Miraflores» la Virgen lleva bordados en sus tres mantos versículos del «Magnificat». Un consejo: lleve una lupa cuando vaya a ver la muestra: podrá apreciar hasta el más mínimo detalle.
Campbell destaca el dominio del dibujo de Van der Weyden, su asombrosa facilidad y rapidez para pintar, la «perfección estéticamente inmutable» de sus imágenes, sus armonías geométricas, sus espacios inverosímiles, sin lógica ni coherencia… En el «Descendimiento», por ejemplo, las figuras están encerradas en una especie de caja, en la que apenas caben, lo que provoca una sensación claustrofóbica. «Cuanto más despacio examinamos sus obras –advierte Campbell–, más enigmáticas y ambiguas nos parecen. Y cada vez que volvemos a ellas encontramos cosas nuevas que despiertan nuestro interés».
Una de las características que hacen más singular la obra de Van der Weyden es su estrecha relación con la arquitectura y, sobre todo, con la escultura. No en vano siempre estuvo rodeado de arquitectos y escultores. La mayoría de las figuras de sus pinturas semejan estatuas. Son esculturas pintadas. Entre las piezas presentes en la muestra se halla la «Crucifixión», grupo escultórico del «Retablo de Belén», procedente de la iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo. Se ha escogido esta obra porque sus figuras guardan una estrechísima relación con el «Descendimiento» y el «Calvario» de Van der Weyden, y algunos elementos arquitectónicos recuerdan a la composición del «Tríptico de Miraflores». Es muy posible que los creadores de este retablo siguieran los diseños de Van der Weyden y su taller.
La muestra también nos cuenta quiénes fueron los principales mecenas y coleccionistas de sus obras. Es el caso de Isabel de Portugal –se exhibe un retrato, obra del taller de Van der Weyden, cedido por el Getty Museum de Los Ángeles–, Felipe el Bueno y su hijo Carlos el Temerario. Patrimonio Nacional no ha prestado un cuadro solicitado por el Prado (un retrato de Felipe el Bueno), debido a que cuelga en estos momentos en una exposición en el Palacio Real. Recordemos que tampoco cedió ninguno de los siete préstamos pedidos para la muestra de Bernini. Asimismo, la exposición del Prado aborda el asunto de las copias y versiones que se hicieron de los trabajos de Van der Weyden, muy solicitados en la época. Isabel la Católica encargó a Juan de Flandes una copia del «Tríptico de Miraflores» para la Capilla Real de Granda. Una de sus tablas, «Aparición de Cristo a la Virgen», ha sido cedida por el Metropolitan de Nueva York para la exposición. Los trabajos del maestro y su taller tuvieron una gran influencia en generaciones de artistas. Fue el caso del escultor de origen flamenco Egas Cuiman, de quien se muestra un precioso y delicado alabastro: «Fray Lope de Barrientos» (Fundación Museo de las Ferias de Medina del Campo).

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