La novela histórica
2:00 am
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Según Lukacs, fue la Revolución Francesa, la lucha revolucionaria, el
auge y la caída de Napoleón lo que convirtió a la historia en una
experiencia de masas, y por efecto de esta nueva situación política e
ideológica nació la novela histórica, exactamente a principios del siglo
XIX, en 1814, con la publicación de Waverley del escritor romántico
escocés Walter Scott. En torno al personaje Waverley, Scott cuenta las
guerras entre escoceses e ingleses de los años 40 del siglo XVIII. Cinco
años más tarde, escribe su novela histórica más conocida: Ivanhoe,
ambientada en la Inglaterra medieval. La técnica o esquema que él
utiliza es reunir, dentro del texto novelesco, un trasfondo histórico,
con sucesos y personajes veraces, plenamente conocidos, sobre el cual se
desarrollan otros hechos totalmente ficticios, que terminan
entrelazándose con los históricos. En este esquema lo histórico sirve de
fondo, de contexto de los hechos ficticios, pero estos ocupan el primer
plano de la acción novelesca, o sea la historia está supeditada a la
fantasía. Ejemplo La Guerra y la Paz, de Tolstoi, publicada en
fascículos entre 1865 y 1869. Paradójicamente, Tolstoi no estudió a
fondo a Scott, y al decir de Lukacs se convirtió en su propio Walter
Scott, creando una novela histórica de un carácter muy singular, que
solo en los últimos y más generales principios de la composición,
significa una genial renovación y continuación de la novela histórica
clásica del tipo scottiano. Como interludio debemos expresar que en esa
época, 1857, el francés Gustave Flaubert publicó Madame Bovary, con la
cual inició la novela moderna que aún perdura hasta hoy. Flaubert, cinco
años más tarde, también incursionó en el género estilo scottiano
publicando Salambó. Siete años después de la edición de Ivanhoe, el
poeta y novelista romántico francés Alfred de Vigny, contra el esquema
scottiano, escribió la novela Cinq Mars, donde lo histórico pasa a un
primer plano y lo ficticio a un segundo, marcando así la modernidad del
género y convirtiéndose en la estrella del movimiento romántico, del
cual sería pronto desplazado por Víctor Hugo con su Nuestra señora de
París. Coincidiendo con el esquema de Vigny y en el mismo año en que dio
a conocer Cinq Mars (1826), se publicó de forma anónima, en Filadelfia,
Jicoténcal, la primera novela histórica en lengua española y la primera
indigenista del nuevo mundo. Por aquel tiempo se creía al autor
mexicano, porque en Jicoténcal se narran las luchas entre aztecas y
tlascaltecas que facilitaron a Hernán Cortés su tarea conquistadora. Hoy
se sabe con certeza que el autor fue el poeta cubano José María
Heredia, cantor del Niágara, quien erraría al pronosticarle una breve
vida al género novela histórica, considerado por él malo en sí mismo. En
resumen, por pura coincidencia, la novela histórica hispanoamericana
nació moderna, y en 1878, el dominicano Manuel de Jesús Galván, con la
publicación de Enriquillo, superaría en contenido y en forma a
Jicoténcal. Galván, que con ojos colonialistas narra en Enriquillo el
alzamiento de este cacique contra las autoridades españolas, logra crear
la obra más representativa del indigenismo hispanoamericano, el libro
más difundido y apreciado de la literatura dominicana, elegido, a
finales del siglo pasado, entre los 333 libros más famosos del mundo. En
ese siglo, el venezolano Uslar Pietri renovó el género en lo formal y
en lo estético con Las Lanzas Coloradas (1931) y El Camino de El Dorado
(1947). Dos años más tarde, a esta renovación se le añadió un nuevo giro
que le dio Alejo Carpentier con la publicación de El reino de este
mundo, desarrollada dentro del marco de la Revolución Haitiana. En El
reino de este mundo todos los personajes y episodios narrados son
rigurosamente históricos, por lo que cabría preguntarse, “¿cómo puede
llamársele novela, a este relato carente de ficción?”. El ensayista
Alexis Márquez Rodríguez, en una conferencia que dictara en la Academia
Nacional de la Historia de Venezuela en 1992, nos da la mejor respuesta:
Puede llamarse novela porque lo ficticio sí está presente, pero no en
la forma tradicional de personajes y sucesos inventados por el
fabulador, sino en los recursos estilísticos que él utilizó a través del
lenguaje, en primer lugar, que responde fielmente a un discurso
literario como el narrador omnisciente, que es típico de la novela, y
absolutamente negado al discurso historiográfico. Segundo, la estructura
narrativa es esencialmente novelesca, manejando en ella el recurso
cronológico en entera libertad del novelista, sin las limitaciones
propias del historiador. Se trata, pues, de ampliar la idea tradicional
de lo ficticio como lo creado o inventado por el novelista, y observar
que el ficcionamiento de la realidad también puede hacerse sin alterar
la veracidad de los hechos, manejándolos mediante un lenguaje y unos
recursos apropiados, que lo convierten en literalmente ficticios.
(García Márquez, en la misma línea de Carpentier, con El General en su
laberinto (1989) lo demostraría con similar verosimilitud). Vargas
Llosa, autor también de importantes novelas históricas como La Guerra
del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000), le agregaría a la
conversión ficticia, la invención de los diálogos, que es otro aporte
del fabulador, y afirmaría que documentar los errores históricos de por
ejemplo La Guerra y la paz sobre las guerras napoleónicas sería una
pérdida de tiempo; es decir, a la novela hay que leerla como novela, no
como un libro de historia. Otro escritor que manejó a la perfección la
vinculación de lo ficticio con la realidad histórica fue el español
Benito Pérez Galdós. Así lo demostró en sus Episodios Nacionales,
compuesto por 46 novelas. Era tanto su apego a adaptar la ficción a la
historia que Pío Baraja llegó afirmar: “Galdós escribe historia; yo la
invento”.
Aclaramos que cuando en la obra se utiliza un discurso
historiográfico, a veces periodístico, añadiéndoles apenas algunos
pasajes y unos que otros personajes ficticios que parecen formar parte
del contenido y que ayudan a completar la tesis que se ha propuesto el
autor, estamos ante una historia o estudio novelado, como, tratando de
imitar a Benito Pérez Galdós, escribió Max Henríquez Ureña en Episodios
dominicanos, compuesto por tres obras de los episodios más destacados
del siglo XIX: La independencia efímera (1938), La conspiración de Los
Alcarrizos (1941) y El arzobispo Valera (1944), dejando inconcluso el
del gobierno y la figura de Ulises Heureaux.
Volviendo a Alexis Márquez, él nos habla también de una última
evolución del concepto novela histórica, la nueva novela histórica, que
de manera gradual deforma los hechos hasta llevarlo a lo paródico y
caricatural como por ejemplo Terra nostra de Carlos Fuentes, donde
Felipe II y Juana la loca están presentes de manera tangible, pero
totalmente deformados; y nosotros mencionaríamos a El tiempo de las
mariposas de Julia Álvarez, donde el contenido apenas refleja la
veracidad de los hechos.
Creemos que muchos de estos narradores, desde Scott hasta Julia
Álvarez, al explorar el pasado y mostrarlo a través de la ficción, han
querido exponer una historia lógica, con sentido, que le es imposible
exponer al historiador académico. De si lo han logrado o no, habría que
preguntárselo a los mismos historiadores, pero no a los académicos de la
realidad, sino a los de la literatura de ficción.
Edwin Disla, 30 de abril del 2015, exposición leída en el coloquio
sobre la novela histórica, celebrado en el Pabellón Dominicano de
Escritores.
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