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viernes, 1 de mayo de 2015
Doña Carmen Quidiello de Bosch, digna, brillante y entrañable
Doña Carmen Quidiello de Bosch, digna, brillante y entrañable
SANTO DOMINGO (Rep. Dominicana).-
Doña Carmen Quidiello cumplió cien años el pasado miércoles, 29 de
abril. Es entrañable, brillante y digna, dicen siempre de esta mujer que
llegó a hablar con hermoso desdén de los adjetivos: “Soy. Existo.
Cualquier adjetivo, cualquier intento definitorio me empobrece. La
porcelana y el cristal nada me añaden; y solo mi nitidez, mi claro
talante –como el del agua- me enriquece”.
Hija de la cubana Bárbara y el español Raymundo Quidiello, había
hecho sus estudios primarios en Barcelona. Por un majestuoso
atrevimiento de la madre, ella y su hermana Cristina pudieron ingresar
al Instituto de la Segunda Enseñanza de Santiago de Chile, en momentos
en que ninguna muchacha cursaba estudios a este nivel.
Cuenta María Eugenia Pereira Quidiello, sobrina de doña Carmen, que
las Quidiello fueron las primeras mujeres en ir a la secundaria en
Santiago de Cuba, y que para ello doña Bárbara tuvo que enfrentarse al
cura que dirigía el Instituto, retándolo a explicar en qué parte de la
Constitución decía que las mujeres no podían hacer el bachillerato.
Así empezó un proceso de formación bastante prolongado: en la
Universidad de La Habana estudió licenciatura en filosofía y letras y un
postgrado en derecho diplomático, y en Kingston, Jamaica, hizo estudios
de inglés y un secretariado.
En La Habana fue alumna de los dominicanos Max Henríquez Ureña y
Fabio Fiallo Cabral, el “poeta del amor”, a quien le inspiró algunos
versos:
«…Embriágame la gracia de su ingenio sutil // Y al escuchar la charla
que su aliento perfuma // Sueno con otro tiempo distinto al que viví// A
ella también la cambio. Ya no es Carmen Quidiello // La muchacha más
linda de una tierra oriental// Sino que es Galatea, ‘blanca como la
leche’. // Y el pelo en oro rizo como una onda de mar// Y zagala otras
veces, sus cándidas ovejas // a triscar lleva al Parque del Pequeño
Trianón// va risueña y confiada, pues yo guardo sus pasos// La daga aun
en sangre de un Condé, o un Borbón // Al final un secreto diría a esta
niña // cuyo contacto es leve como un lazo de tul…. si fura permitido a
un corazón ya viejo// en su entusiasmo cálido, tener un sueño azul».
Doña Carmen y el ex presidente Juan Bosch se conocieron en Cuba, en
el año 1942. Ella viajaba en un autobús interprovincial. Cuenta su hijo,
Patricio Bosch Quidiello, que solo había un asiento vacío - el que
estaba justo al lado de doña Carmen- cuando don Juan subió, en la parada
de Cárdenas, en la ruta Santiago - La Habana.
La casualidad habría sido tan perfecta que ella estaba leyendo un
cuento del escritor vegano justo en ese momento. Dizque era Luis Pié, en
la revista Bohemia.
Aquel fortuito encuentro fue el inicio de una unión que duraría casi
60 años, tan cargada de momentos felices como de días de agitación, ya
sea en un palacio presidencial, en una humilde casa capitalina o en el
exilio.
Muchos años más tarde doña Carmen le dedicó su libro de poemas en prosa Pajaritas de papel,
al particular pasajero que abordó en Cárdenas: “A Juan, el viajero que
conocí un 26 de septiembre en ruta hacia la vida, y llenó de vida mis
rutas”.
Como escritora, ha sido reconocida, pero tuvo la dicha de compartir
su vida con un hombre de dimensiones extraordinarias y, piensa la
profesora Josefina Pimentel, tal vez eso hace que su propia grandeza no
sea apreciada justamente.
Su sensibilidad hacia el arte en general ha sido notoria y las
expresiones de esta sensibilidad han estado presentes en su vida
familiar: “A mí y a Patricio nos enseñó a mirar las estrellas”, cuenta
su sobrina, rememorando las noches viejas del exilio de la familia en
Cuba.
Recuerda que, algunas noches, mientras Bosch escribía sus cuentos,
doña Carmen salía con los niños a descifrar los secretos del cielo:
“veíamos cosas extrañas, a veces, maravillosas”.
Como primera dama, dejó un legado de dignidad que debe servir de
ejemplo, según la apreciación de la primera dama actual, Cándida
Montilla, quien tuvo una breve participación en el homenaje que se le
hizo en la Biblioteca Nacional este viernes. También de humildad.
Algunos medios recogen declaraciones suyas de 1963 en las que advertía
que no era primera dama porque, si había una primera, debía haber
también una última, y esto no era aceptable.
Durante el corto periodo en que ocupó esta posición “elaboró un
proyecto para crear el Instituto del Niño, promovió el histórico
concierto de Pablo Casals en República Dominicana y auspició, por
primera vez en el país, la celebración conciertos de la Sinfónica
Nacional en los Jardines del Palacio Nacional”, según recoge la
biografía que acompaña su libro Reloj de Sol, una compilación de los
artículos publicados en la revista Ahora.
La compositora Aura Marina del Rosario, quien fuera su amiga cercana,
habla de doña Carmen con afecto y orgullo: “En ella tuvimos una primera
dama de lujo, y la primera dama de la democracia”.
Recuerda, conmovida, cómo recitaba de memoria, y con cierta
frecuencia, Farewell, ese tristísimo poema de Neruda cuyos versos
finales rezan: “…Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. //
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy. //Desde tu corazón me
dice adiós un niño. // Y yo le digo adiós”.
Pese a su gusto por estos versos, la tristeza no ha sido la marca de
su vida, ni su credo, ni su estética. Tampoco lo ha sido la felicidad
desmedida y absurda. “La felicidad como concepto, como un bien
abstracto, es indefinible porque no existe. Existe, en cambio, en una
dimensión concreta, precisa, reducible –y siempre que sea reducible- a
una mínima expresión”, escribió.
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