La humillante derrota del pirata inglés Francis Drake
Tras
el monumental fracaso que supuso «la Contraarmada inglesa», el pirata
Francis Drake cayó en el ostracismo político durante seis años hasta que
en 1595 le llegó la oportunidad de resarcirse en el Caribe. Allí fue
humillado por una minúscula fuerza española en Panamá.
Embarcado en su buque insignia «El Pelican», cuya construcción fue subvencionada con dinero de la Corona inglesa, Francis Drake realizó la segunda circunvalación al globo en 1579, la cual aprovechó para asaltar de paso las indefensas poblaciones españolas en el Pacífico, que no habían conocido hasta entonces mayor amenaza europea que la presentada por portugueses y españoles. A su regreso a Inglaterra, el pirata fue recibido como un héroe nacional y nombrado Sir por la Reina. Como queriendo solapar que los españoles ya habían dado la vuelta al mundo 55 años antes con la expedición Magallanes-Elcano, los ingleses celebraron la hazaña de Drake como un hito de la navegación mundial. Durante años, la suerte siguió acompañando al inglés, que secuestró a pilotos portugueses y españoles para acometer su gran gesta, pero le abandonó en el peor momento. El Caribe español le devolvió parte de las afrentas cometidas en 1596, el año de su muerte y de su derrota más humillante.
Francis Drake consiguió su fama como militar saqueando los puertos españoles en el Caribe cuando Inglaterra y el Imperio español ni siquiera estaban oficialmente en guerra. Bajo el mando de su primo segundo John Hawkin, aprendió con solo 13 años lo rentable que resultaba atacar los puertos españoles aprovechando las deficientes defensas hispanas y el lucrativo negocio del contrabando de esclavos. Lo cual no evitó que sufriera en persona una derrota de envergadura en esos años. En 1567, Hawkins realizó su tercera acometida contra las posesiones hispánicas. Tras hacerse con 450 esclavos en Guinea y Senegal, puso rumbo al Caribe al frente de seis barcos, entre los que estaba «El Judith», capitaneado por Drake. Una tormenta los obligó a dirigirse a Veracruz, donde, haciéndose pasar por la armada española, forzaron al virrey Martín Enríquez de Almansa a entregarles suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó en Veracruz la auténtica armada española. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 tripulantes abatidos y las ganancias del contrabando de esclavos capturadas casi en su totalidad. Drake y su primo pudieron escapar de milagro. Estaban resueltos a remediar en los siguientes años aquella humillación.
La oportunidad de los puertos mal defendidos
La primera actuación individual de Drake lo bastante reseñable para ser mencionada ocurrió en 1572. Un año después de que la mejor generación de marineros españoles se doctorara en el Golfo de Lepanto, Drake asoló indefensos puertos en el Caribe, entre ellos el Nombre de Dios, en el istmo de Panamá, y Cartagena de Indias, y capturó un convoy español cargado de oro y plata con la ayuda del pirata francés Guillermo Le Testu. Esta acción reportó una gran fortuna a Drake e hizo que la Corona inglesa le designara para la misión de atacar intereses españoles en el Pacífico.
La vuelta al mundo de Drake y sus hombres fue enormemente lucrativa. El botín obtenido fue valorado en 250.000 libras, una suma equiparable al presupuesto anual del Parlamento británico. El 4 de abril de 1581, la Reina Isabel I subió en persona al buque insignia de Drake y le nombró caballero allí mismo. De golpe y porrazo, el pirata se había convertido en un hombre respetable, con su asiento en el Parlamento y con responsabilidad en la armada inglesa. En este contexto, con la guerra ya oficialmente declarada entre ambos países, la Reina puso al corsario inglés al frente de una flota de 21 naves y 2.000 hombres con el objetivo de atacar de nuevo el Caribe español en 1586. Como explica Carlos Canales en el libro «Las reglas del viento: cara y cruz de la Armada española en el siglo XVI», pese a los éxitos iniciales en Santo Domingo y Cartagena de Indias, el botín final de 200.000 ducados se antojó insuficiente para cubrir los daños registrados en 18 de los buques y la muerte de la mitad de la tripulación original.
Ilustración del «El Pelican», el barco que usó Drake para dar la vuelta al mundo
Cansado de ver sus barbas chamuscadas, como rezaba una expresión acuñada por el propio Drake, Felipe II tomó la determinación en 1587 de atacar a los ingleses en su propio territorio. Los preparativos a cargo de Álvaro de Bazán, uno de los héroes de la batalla de Lepanto, sufrieron el sabotaje de Drake, quien el 29 de abril de ese año atacó el puerto de Cádiz y hundió una veintena de embarcaciones españolas. Durante esta misma expedición, los ingleses capturaron cerca de la isla de San Miguel, en las Azores, una carraca procedente de la India con un tesoro valorado en 140.000 libras.
Dentro de la estrategia para defenderse del ataque español de 1588, Drake fue nombrado vicealmirante de la flota inglesa bajo las órdenes del almirante Charles Howard. Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la flota que Felipe II había mandado contra la Reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil que el historiador naval Agustín Rodríguez González asemeja al clásico «mito fundacional» –en su libro «Drake y la Invencible»– para esconder una verdad vergonzosa: el secreto peor guardado de Europa sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto y sin la artillería preparada. Drake, sin auténtica experiencia en guerra naval, se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras un fracasado intento por emboscar a la flota España durante su salida. La flota de Plymouth estaba acorralada.
«Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario
El Duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, Álvaro de Bazán, quien había fallecido durante los preparativos. La decisión condenó a la Armada a vagar hacia el desastre sin objetivos claros, más allá de la quimera de recoger a las tropas de Flandes, algo en lo que Alejandro Farnesio –comandante de esa infantería– no puso mucho empeño. Sin que en ningún momento se entablara un combate naval masivo más allá del incansable hostigamiento británico, Drake tuvo su momento de mayor protagonismo durante los combates también en Plymouth, donde Diego Flores de Valdés rindió el galeón «Nuestra señora del Rosario» al corsario inglés sin oponer ninguna resistencia.
Monumento de bronce en Tavistock que reproduce la leyenda de Drake jugando a los bolos
La «Contraarmada», el gran fracaso de Drake
Tras el desastre de la Armada española en 1588, Isabel I de Inglaterra ordenó a Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española. A falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue La Coruña, que albergaba a algunos barcos supervivientes de la Empresa inglesa todavía en reparación. Y aunque los ingleses tomaron parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los extranjeros sin obtener botín.
La «Contraarmada» costó la muerte o deserción del 75% de la expedición
A continuación, Drake y su flota –formada por más de un centenar de barcos de distinto tamaño– se dirigieron a Lisboa con la intención de provocar un levantamiento portugués contra los españoles. El desembarco de cerca de 10.000 hombres para «liberar» Lisboa fue inicialmente un éxito, pese a que las epidemias ya empezaban a causar estragos entre las tropas angloholandesas. Sin embargo, la durísima guerra de desgaste que padeció el ejército de Drake durante su marcha hacia las inmediaciones de Lisboa y la brillante actuación de Alonso de Bazán –hermano del célebre marino– al frente de una escuadra de galeras hizo imposible que la capital portuguesa fuera rendida. Al contrario, el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Drake ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de una expedición que, según el historiador británico M. S. Hume, costó la muerte o la deserción del 75% de los más de 18.000 hombres que formaron originalmente la flota.
Sir Francis Drake quedó condenado al ostracismo tras el fracaso, negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes seis años. Su oportunidad de resarcirse llegó cuando la Reina inglesa, cansada de no haber cosechado nada más que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él hacia 1595. El objetivo era de nuevo el Caribe. Así y todo, la escuadra real para esta misión –vertebrada en su mayor parte por particulares– fue puesta bajo un mando compartido, dado que la confianza en el liderazgo de Drake seguía en cuarentena. John Hawkins –muy deteriorado por la edad y enfrentado con Drake desde el fracaso de Veracruz– fue el otro almirante designado para la misión.
Desastre en el Caribe: España aprende de los errores
La expedición no pudo empezar de peor forma. En contra de la opinión de Hawkins, Drake ordenó atacar las Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el pirata inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1.000 hombres, la mayoría civiles– en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la escuadra inglesa estimó inútil gastar más soldados en algo que iba a ser supuestamente sencillo pero no lo era. La captura de un capitán inglés en este tropiezo por las Canarias reveló las intenciones británicas y permitió dar aviso a las autoridades españolas del otro lado del charco.
El desembarco en Puerto Rico terminó con 400 hombres muertos en el bando británico
Cuando la flota de Drake hizo acto de presencia en Puerto Rico, los defensores les recibieron con una hilera de cinco fragatas –de reciente construcción y adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los forasteros. La flota invasora tuvo que retirarse momentáneamente cuando los cañones españoles penetraron en la mismísima cámara de Drake justo cuando éste brindaba con sus oficiales. El jefe de la flota salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por completo poco antes de estos primeros combates, dejando a Drake como único mando.
Pese al furioso recibimiento, los ingleses no desistieron y lanzaron un desembarco masivo con barcazas en la noche del día 23. Drake ordenó acercarse en silencio a las fragatas, que se mantenían como pétreas guardianas del puerto, para prenderlas fuego con artefactos incendiarios. Lejos de destruir los barcos españoles, solo uno quedó inservible, el fuego iluminó la noche facilitando que los defensores rechazaran el desembarco. La jornada acabó con 400 hombres muertos en el bando británico.
Placa de bronce en Tavistock que reproduce la muerte de Drake en Portobelo
Además de las nuevas fragatas destinadas a luchar precisamente contra ataques piratas, los españoles habían aprendido de sus errores defensivos. Cuando Drake decidió alejarse finalmente de Puerto Rico –previo paso por dos pequeños pueblos, Río del Hacha y Santa Marta, que le reportaron escasísimo botín– tuvo que descartar atacar Cartagena de Indias al ver las imponentes defensas con las que ahora contaba la ciudad. El objetivo, por tanto, se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por mar, que tuvo un destino parecido a lo ocurrido en Lisboa siete años atrás. Baskerville, al frente de 900 soldados, se dirigió por tierra hacia las cercanías de Panamá. En el camino se topó con un pequeño reducto, el San Pablo, guarnecido por 70 hombres al mando de Juan Enríquez, que impidieron por dos veces el avance inglés. Cuando llegaron otros 50 hombres a reforzar la guarnición, Baskerville decidió poner pies en polvorosa. La persecución, entre muertos, heridos y prisioneros, se saldó con 400 bajas entre los ingleses.
Desmoralizado, agotado y enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó sin éxito posibles presas. El 27 de enero, estando fondeada la flota en la entrada de Portobelo, Drake pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Falleció la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Aún sin tiempo de velar su muerte, dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las pertenecías del pirata.
Su otro legado, la desastrosa expedición en curso, todavía tuvo que hacer frente a otra dura prueba: el viaje de regreso a Europa. Así, llegaron a puerto solo ocho de los 28 buques iniciales y un tercio de los hombres.
Por César Cervera / Madrid
Fuente: www.abc.es
Embarcado en su buque insignia «El Pelican», cuya construcción fue subvencionada con dinero de la Corona inglesa, Francis Drake realizó la segunda circunvalación al globo en 1579, la cual aprovechó para asaltar de paso las indefensas poblaciones españolas en el Pacífico, que no habían conocido hasta entonces mayor amenaza europea que la presentada por portugueses y españoles. A su regreso a Inglaterra, el pirata fue recibido como un héroe nacional y nombrado Sir por la Reina. Como queriendo solapar que los españoles ya habían dado la vuelta al mundo 55 años antes con la expedición Magallanes-Elcano, los ingleses celebraron la hazaña de Drake como un hito de la navegación mundial. Durante años, la suerte siguió acompañando al inglés, que secuestró a pilotos portugueses y españoles para acometer su gran gesta, pero le abandonó en el peor momento. El Caribe español le devolvió parte de las afrentas cometidas en 1596, el año de su muerte y de su derrota más humillante.
Francis Drake consiguió su fama como militar saqueando los puertos españoles en el Caribe cuando Inglaterra y el Imperio español ni siquiera estaban oficialmente en guerra. Bajo el mando de su primo segundo John Hawkin, aprendió con solo 13 años lo rentable que resultaba atacar los puertos españoles aprovechando las deficientes defensas hispanas y el lucrativo negocio del contrabando de esclavos. Lo cual no evitó que sufriera en persona una derrota de envergadura en esos años. En 1567, Hawkins realizó su tercera acometida contra las posesiones hispánicas. Tras hacerse con 450 esclavos en Guinea y Senegal, puso rumbo al Caribe al frente de seis barcos, entre los que estaba «El Judith», capitaneado por Drake. Una tormenta los obligó a dirigirse a Veracruz, donde, haciéndose pasar por la armada española, forzaron al virrey Martín Enríquez de Almansa a entregarles suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó en Veracruz la auténtica armada española. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 tripulantes abatidos y las ganancias del contrabando de esclavos capturadas casi en su totalidad. Drake y su primo pudieron escapar de milagro. Estaban resueltos a remediar en los siguientes años aquella humillación.
La oportunidad de los puertos mal defendidos
La primera actuación individual de Drake lo bastante reseñable para ser mencionada ocurrió en 1572. Un año después de que la mejor generación de marineros españoles se doctorara en el Golfo de Lepanto, Drake asoló indefensos puertos en el Caribe, entre ellos el Nombre de Dios, en el istmo de Panamá, y Cartagena de Indias, y capturó un convoy español cargado de oro y plata con la ayuda del pirata francés Guillermo Le Testu. Esta acción reportó una gran fortuna a Drake e hizo que la Corona inglesa le designara para la misión de atacar intereses españoles en el Pacífico.
La vuelta al mundo de Drake y sus hombres fue enormemente lucrativa. El botín obtenido fue valorado en 250.000 libras, una suma equiparable al presupuesto anual del Parlamento británico. El 4 de abril de 1581, la Reina Isabel I subió en persona al buque insignia de Drake y le nombró caballero allí mismo. De golpe y porrazo, el pirata se había convertido en un hombre respetable, con su asiento en el Parlamento y con responsabilidad en la armada inglesa. En este contexto, con la guerra ya oficialmente declarada entre ambos países, la Reina puso al corsario inglés al frente de una flota de 21 naves y 2.000 hombres con el objetivo de atacar de nuevo el Caribe español en 1586. Como explica Carlos Canales en el libro «Las reglas del viento: cara y cruz de la Armada española en el siglo XVI», pese a los éxitos iniciales en Santo Domingo y Cartagena de Indias, el botín final de 200.000 ducados se antojó insuficiente para cubrir los daños registrados en 18 de los buques y la muerte de la mitad de la tripulación original.
Ilustración del «El Pelican», el barco que usó Drake para dar la vuelta al mundo
Cansado de ver sus barbas chamuscadas, como rezaba una expresión acuñada por el propio Drake, Felipe II tomó la determinación en 1587 de atacar a los ingleses en su propio territorio. Los preparativos a cargo de Álvaro de Bazán, uno de los héroes de la batalla de Lepanto, sufrieron el sabotaje de Drake, quien el 29 de abril de ese año atacó el puerto de Cádiz y hundió una veintena de embarcaciones españolas. Durante esta misma expedición, los ingleses capturaron cerca de la isla de San Miguel, en las Azores, una carraca procedente de la India con un tesoro valorado en 140.000 libras.
Dentro de la estrategia para defenderse del ataque español de 1588, Drake fue nombrado vicealmirante de la flota inglesa bajo las órdenes del almirante Charles Howard. Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la flota que Felipe II había mandado contra la Reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil que el historiador naval Agustín Rodríguez González asemeja al clásico «mito fundacional» –en su libro «Drake y la Invencible»– para esconder una verdad vergonzosa: el secreto peor guardado de Europa sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto y sin la artillería preparada. Drake, sin auténtica experiencia en guerra naval, se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras un fracasado intento por emboscar a la flota España durante su salida. La flota de Plymouth estaba acorralada.
«Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario
El Duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, Álvaro de Bazán, quien había fallecido durante los preparativos. La decisión condenó a la Armada a vagar hacia el desastre sin objetivos claros, más allá de la quimera de recoger a las tropas de Flandes, algo en lo que Alejandro Farnesio –comandante de esa infantería– no puso mucho empeño. Sin que en ningún momento se entablara un combate naval masivo más allá del incansable hostigamiento británico, Drake tuvo su momento de mayor protagonismo durante los combates también en Plymouth, donde Diego Flores de Valdés rindió el galeón «Nuestra señora del Rosario» al corsario inglés sin oponer ninguna resistencia.
Monumento de bronce en Tavistock que reproduce la leyenda de Drake jugando a los bolos
La «Contraarmada», el gran fracaso de Drake
Tras el desastre de la Armada española en 1588, Isabel I de Inglaterra ordenó a Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española. A falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue La Coruña, que albergaba a algunos barcos supervivientes de la Empresa inglesa todavía en reparación. Y aunque los ingleses tomaron parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los extranjeros sin obtener botín.
La «Contraarmada» costó la muerte o deserción del 75% de la expedición
A continuación, Drake y su flota –formada por más de un centenar de barcos de distinto tamaño– se dirigieron a Lisboa con la intención de provocar un levantamiento portugués contra los españoles. El desembarco de cerca de 10.000 hombres para «liberar» Lisboa fue inicialmente un éxito, pese a que las epidemias ya empezaban a causar estragos entre las tropas angloholandesas. Sin embargo, la durísima guerra de desgaste que padeció el ejército de Drake durante su marcha hacia las inmediaciones de Lisboa y la brillante actuación de Alonso de Bazán –hermano del célebre marino– al frente de una escuadra de galeras hizo imposible que la capital portuguesa fuera rendida. Al contrario, el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Drake ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de una expedición que, según el historiador británico M. S. Hume, costó la muerte o la deserción del 75% de los más de 18.000 hombres que formaron originalmente la flota.
Sir Francis Drake quedó condenado al ostracismo tras el fracaso, negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes seis años. Su oportunidad de resarcirse llegó cuando la Reina inglesa, cansada de no haber cosechado nada más que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él hacia 1595. El objetivo era de nuevo el Caribe. Así y todo, la escuadra real para esta misión –vertebrada en su mayor parte por particulares– fue puesta bajo un mando compartido, dado que la confianza en el liderazgo de Drake seguía en cuarentena. John Hawkins –muy deteriorado por la edad y enfrentado con Drake desde el fracaso de Veracruz– fue el otro almirante designado para la misión.
Desastre en el Caribe: España aprende de los errores
La expedición no pudo empezar de peor forma. En contra de la opinión de Hawkins, Drake ordenó atacar las Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el pirata inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1.000 hombres, la mayoría civiles– en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la escuadra inglesa estimó inútil gastar más soldados en algo que iba a ser supuestamente sencillo pero no lo era. La captura de un capitán inglés en este tropiezo por las Canarias reveló las intenciones británicas y permitió dar aviso a las autoridades españolas del otro lado del charco.
El desembarco en Puerto Rico terminó con 400 hombres muertos en el bando británico
Cuando la flota de Drake hizo acto de presencia en Puerto Rico, los defensores les recibieron con una hilera de cinco fragatas –de reciente construcción y adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los forasteros. La flota invasora tuvo que retirarse momentáneamente cuando los cañones españoles penetraron en la mismísima cámara de Drake justo cuando éste brindaba con sus oficiales. El jefe de la flota salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por completo poco antes de estos primeros combates, dejando a Drake como único mando.
Pese al furioso recibimiento, los ingleses no desistieron y lanzaron un desembarco masivo con barcazas en la noche del día 23. Drake ordenó acercarse en silencio a las fragatas, que se mantenían como pétreas guardianas del puerto, para prenderlas fuego con artefactos incendiarios. Lejos de destruir los barcos españoles, solo uno quedó inservible, el fuego iluminó la noche facilitando que los defensores rechazaran el desembarco. La jornada acabó con 400 hombres muertos en el bando británico.
Placa de bronce en Tavistock que reproduce la muerte de Drake en Portobelo
Además de las nuevas fragatas destinadas a luchar precisamente contra ataques piratas, los españoles habían aprendido de sus errores defensivos. Cuando Drake decidió alejarse finalmente de Puerto Rico –previo paso por dos pequeños pueblos, Río del Hacha y Santa Marta, que le reportaron escasísimo botín– tuvo que descartar atacar Cartagena de Indias al ver las imponentes defensas con las que ahora contaba la ciudad. El objetivo, por tanto, se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por mar, que tuvo un destino parecido a lo ocurrido en Lisboa siete años atrás. Baskerville, al frente de 900 soldados, se dirigió por tierra hacia las cercanías de Panamá. En el camino se topó con un pequeño reducto, el San Pablo, guarnecido por 70 hombres al mando de Juan Enríquez, que impidieron por dos veces el avance inglés. Cuando llegaron otros 50 hombres a reforzar la guarnición, Baskerville decidió poner pies en polvorosa. La persecución, entre muertos, heridos y prisioneros, se saldó con 400 bajas entre los ingleses.
Desmoralizado, agotado y enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó sin éxito posibles presas. El 27 de enero, estando fondeada la flota en la entrada de Portobelo, Drake pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Falleció la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Aún sin tiempo de velar su muerte, dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las pertenecías del pirata.
Su otro legado, la desastrosa expedición en curso, todavía tuvo que hacer frente a otra dura prueba: el viaje de regreso a Europa. Así, llegaron a puerto solo ocho de los 28 buques iniciales y un tercio de los hombres.
Por César Cervera / Madrid
Fuente: www.abc.es
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