Feminismo de clase y feminismo burgues.
La
problemática de la mujer en la sociedad actual es engendrada por la
contradicción entre el papel femenino en la producción y la
discriminación que sufre en la sociedad, la familia y el Estado. Por
un lado, el capitalismo necesitó de la creciente incorporación al
trabajo de las obreras, debido a la necesidad del aumento de mano de
obra. Sufrimos una situación de especial explotación, con
salarios más bajos que el conjunto de nuestra clase y la imposibilidad
del acceso a los mismos puestos. Por otro lado, el papel de
madre y de criada del hogar, la discriminación en la esfera política o
las actitudes machistas y vejatorias, son solo algunos de los ejemplos a
los que tienen que enfrentarse las proletarias en su día a día.
Debemos entender el nacimiento de los primeros movimientos de mujeres antes de 1789, como fruto del aumento de mujeres del pueblo en la producción y no de la mano del feminismo burgués. Erróneamente los estudios burgueses intentan demostrar la proliferación de los primeros movimientos feministas gracias a las reivindicaciones de poderosas mujeres como fueron Abigail Smith Adams, segunda primera dama de EE.UU., o la reconocida Olimpia de Gouges, propulsora de "la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana". Ellas realmente no supieron acercar sus reivindicaciones al conjunto de las trabajadoras ni ligar estas a la lucha del proletariado, buscando equiparar sus privilegios a los poseídos por los hombres capitalistas.
Este feminismo burgués, cuyas principales luchas son por la igualdad de derechos políticos y la oportunidad de acceso al trabajo para la mujer, cree haber conseguido que algunos países capitalistas atiendan sus reivindicaciones. Así, la mujer tiene derecho a voto, a participación en la esfera pública, a una teórica libertad de acceso a todos los empleos y profesiones, a recibir ayuda para la maternidad, concesiones que parten del respeto que se han ganado las trabajadoras al convertirse en una fuerza de trabajo fundamental para la sociedad, y que, además, no han conseguido la eliminación de la problemática de la mujer. Las obreras se ven relegadas al papel de criadas del hogar y sufren una situación laboral más complicada que la de sus compañeros proletarios, reflejándose en la práctica que las reivindicaciones del feminismo burgués no liberarán al conjunto de las trabajadoras y estableciendo necesaria la emancipación de la clase proletaria en su conjunto.
Además, los estudios burgueses centrados en el feminismo ponen su foco de atención en la cuestión de la superioridad de un sexo sobre otro, en la negación de las diferencias biológicas o en la abolición del género. Como comunistas no debe asustarnos reconocer las particularidades de cada sexo, aceptando que tras la problemática de la mujer los factores económicos son primordiales frente a los rasgos biológicos distintivos. Esto nos permite la identificación de una doble función social de la mujer trabajadora, la función productiva y la función reproductiva, que debe ser reconocida y considerarse una situación propia de las obreras, otorgándole una protección especial.
Son muchas las luchas que se han organizado en torno al feminismo de clase, voces que se alzaban para reclamar la necesidad de la organización de las trabajadoras, reconociendo al capital y al patriarcado como fuente de su opresión. Un ejemplo fue el "Movimiento de Mujeres Comunistas" fundado en 1921, desde el que se inicia la formación de comisiones de mujeres en los partidos, proyecto que contó con la presencia de comunistas como la reconocida Clara Zetkin.
Por todo ello, y entendiendo el feminismo de clase como una parte orgánica integrante del resto de movimiento obrero, de cuyo triunfo dependerá la emancipación de la mujer, nosotras, obreras, hijas de la clase trabajadora, militantes comunistas, hemos sido llamadas a estar a la vanguardia de la lucha por el feminismo proletario. Es nuestro deber organizarnos, batallando codo con codo junto al resto de trabajadores por la emancipación de nuestra clase, aprendiendo a combatir contra el feminismo burgués, denunciando que este jamás podrá conquistar la verdadera emancipación de la mujer, comprendiendo como imprescindible nuestra posición a la vanguardia de la lucha por un feminismo de clase.
Debemos entender el nacimiento de los primeros movimientos de mujeres antes de 1789, como fruto del aumento de mujeres del pueblo en la producción y no de la mano del feminismo burgués. Erróneamente los estudios burgueses intentan demostrar la proliferación de los primeros movimientos feministas gracias a las reivindicaciones de poderosas mujeres como fueron Abigail Smith Adams, segunda primera dama de EE.UU., o la reconocida Olimpia de Gouges, propulsora de "la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana". Ellas realmente no supieron acercar sus reivindicaciones al conjunto de las trabajadoras ni ligar estas a la lucha del proletariado, buscando equiparar sus privilegios a los poseídos por los hombres capitalistas.
Este feminismo burgués, cuyas principales luchas son por la igualdad de derechos políticos y la oportunidad de acceso al trabajo para la mujer, cree haber conseguido que algunos países capitalistas atiendan sus reivindicaciones. Así, la mujer tiene derecho a voto, a participación en la esfera pública, a una teórica libertad de acceso a todos los empleos y profesiones, a recibir ayuda para la maternidad, concesiones que parten del respeto que se han ganado las trabajadoras al convertirse en una fuerza de trabajo fundamental para la sociedad, y que, además, no han conseguido la eliminación de la problemática de la mujer. Las obreras se ven relegadas al papel de criadas del hogar y sufren una situación laboral más complicada que la de sus compañeros proletarios, reflejándose en la práctica que las reivindicaciones del feminismo burgués no liberarán al conjunto de las trabajadoras y estableciendo necesaria la emancipación de la clase proletaria en su conjunto.
Además, los estudios burgueses centrados en el feminismo ponen su foco de atención en la cuestión de la superioridad de un sexo sobre otro, en la negación de las diferencias biológicas o en la abolición del género. Como comunistas no debe asustarnos reconocer las particularidades de cada sexo, aceptando que tras la problemática de la mujer los factores económicos son primordiales frente a los rasgos biológicos distintivos. Esto nos permite la identificación de una doble función social de la mujer trabajadora, la función productiva y la función reproductiva, que debe ser reconocida y considerarse una situación propia de las obreras, otorgándole una protección especial.
Son muchas las luchas que se han organizado en torno al feminismo de clase, voces que se alzaban para reclamar la necesidad de la organización de las trabajadoras, reconociendo al capital y al patriarcado como fuente de su opresión. Un ejemplo fue el "Movimiento de Mujeres Comunistas" fundado en 1921, desde el que se inicia la formación de comisiones de mujeres en los partidos, proyecto que contó con la presencia de comunistas como la reconocida Clara Zetkin.
Por todo ello, y entendiendo el feminismo de clase como una parte orgánica integrante del resto de movimiento obrero, de cuyo triunfo dependerá la emancipación de la mujer, nosotras, obreras, hijas de la clase trabajadora, militantes comunistas, hemos sido llamadas a estar a la vanguardia de la lucha por el feminismo proletario. Es nuestro deber organizarnos, batallando codo con codo junto al resto de trabajadores por la emancipación de nuestra clase, aprendiendo a combatir contra el feminismo burgués, denunciando que este jamás podrá conquistar la verdadera emancipación de la mujer, comprendiendo como imprescindible nuestra posición a la vanguardia de la lucha por un feminismo de clase.
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