OPINION: Una iniciativa legislativa bochornosa
La inmensa mayoría de
los dominicanos no se detiene a razonar sobre la diferencia conceptual
que hay entre nación y república. La creencia generalizada, aunque
falsa, es que ambas categorías son la misma cosa y por tanto las utiliza
indistintamente.
La nación es la abstracción perdurable de un pueblo unido por un conjunto de vínculos comunes que conforman el territorio, su lengua, su cultura y sus costumbres. La república es una forma opcional de gobierno mediante la cual se organiza la nación, y que sin afectarse a sí misma, puede alternativamente constituirse en monarquía o adoptar un estatuto diferente. De modo que la nación sobrevive a cualquier sistema o forma de gobierno que el pueblo decida darle al Estado.
El Panteón Nacional es la última morada que una nación agradecida por la contribución patriótica de sus héroes, destina al descanso de sus restos. En ese recinto sagrado de nuestra Patria, se hallan los despojos de Gaspar Polanco, a quien el 6 de abril de 1865 sus propios compañeros restauradores condenaron a la pena de muerte por haber ordenado el asesinato del primer presidente de la República en Armas, Pepillo Salcedo. Los restos de este mártir de la Patria, también se encuentran en el mismo lugar que acoge a los de su ejecutor, Gaspar Polanco.
En el Panteón Nacional también se hallan los restos de Juan Nepomuceno Ravelo, trinitario fundador, íntimo amigo del patricio Juan Pablo Duarte, quien sin embargo terminó siendo un ferviente defensor de la Anexión y abandonando el territorio junto a las tropas españolas en 1865.
Los restos de Juan Sánchez Ramírez, también reposan en el Panteón Nacional, por el hecho de haber restituido el territorio dominicano al dominio de la monarquía española en 1808. Los de José Núñez de Cáceres descansan por igual en ese mismo lugar, por haber intentado la gesta patriótica en 1821 de poner el territorio nacional bajo la protección de la Gran Colombia, motivando sin embargo los veintidós años de ocupación haitiana.
Al igual que Sánchez Ramírez, también en 1861 Santana reincorporó el territorio nacional al ámbito de la monarquía española. Al hacerlo, cambió la forma republicana de gobierno, con la intención patriótica de superar el estado de postración y preservar el patrimonio común del pueblo dominicano que constituyen su territorio, lengua, cultura y costumbres vinculantes.
Que la contribución patriótica de un héroe nacional se produzca durante el período republicano o monárquico, da igual y carece de toda relevancia.
Panteón Nacional significa Panteón de la Nación, no Panteón de la República. En nuestro país no existe, y creo que en ningún otro, un Panteón de la República, sino un Panteón Nacional donde reposan los restos de los próceres de la Nación. Tampoco los Estados regidos por el sistema monárquico, erigen un Panteón de la Monarquía, sino monumentos equivalentes al Panteón Nacional en honor a sus insignes patriotas donde acogen sus restos para que allí descansen por siempre.
Para justificar que los restos de Santana sean retirados del Panteón Nacional, el recinto debería llamarse Panteón de la República. Es preciso además, que al amparo del principio de continuidad jurídica del Estado, nuestros legisladores deroguen primero la vigencia del título de Libertador de la Patria que el Congreso Nacional le otorgó el 18 de julio de 1849.
Si un pueblo entiende que los restos de su libertador no merecen estar en el Panteón Nacional, se está ante el deplorable caso de un conglomerado humano afectado por una profunda crisis de conciencia o bajo los efectos alienantes de una manipulación irresponsable de algunos de sus congresistas carentes de formación histórica y sensibilidad patriótica.
Un país consciente de su identidad nacional, tendría que interpretar como un atentado lesivo a su dignidad, el hecho de que con cargo al presupuesto de la Nación, algunos legisladores malgasten su tiempo en la ridiculez caprichosa de deshonrar al prócer por quien hoy pueden ocupar una curul del congreso dominicano desde donde lo atacan, y no una silla del congreso haitiano como habrían hecho de vivir en 1843.
Nuestros legisladores debieran profesar admiración, gratitud y respeto hacia la figura histórica por la que hoy los soldados de la Patria militan en las filas del ejército dominicano, y no en los regimientos de la Guardia Nacional dirigida por Haití, como en 1843 tuvieron que hacer nuestro Fundador Juan Pablo Duarte y otros consagrados patriotas dominicanos.
En nada se beneficia el interés nacional de la inoportuna y bochornosa iniciativa legislativa que solo busca demeritar la figura del Libertador de la Patria. Por el contrario, le hace un daño irreparable; no humillando a la persona humana del general Santana, sino al símbolo patriótico de liberación que él representa.
Quien sale ganancioso de esa inconducta inconcebible de ciertos representantes, es Haití. Al disminuir la estatura histórica del Libertador de la Patria y opacar el rol determinante que tuvo en el proceso de formación de la independencia nacional, esos congresistas le hacen un flaco servicio a la Patria y se prestan a un juego antipatriótico y traicionero a favor del enemigo ancestral de su emancipación.
Jamás la Historia los absolverá, si persisten en la mezquindad que los empequeñece, de no valorar en su justa dimensión a quien hizo posible que se cumpliera el juramento trinitario, logrando como Duarte lo mandaba, la “separación definitiva del Gobierno Haitiano”.
La nación es la abstracción perdurable de un pueblo unido por un conjunto de vínculos comunes que conforman el territorio, su lengua, su cultura y sus costumbres. La república es una forma opcional de gobierno mediante la cual se organiza la nación, y que sin afectarse a sí misma, puede alternativamente constituirse en monarquía o adoptar un estatuto diferente. De modo que la nación sobrevive a cualquier sistema o forma de gobierno que el pueblo decida darle al Estado.
El Panteón Nacional es la última morada que una nación agradecida por la contribución patriótica de sus héroes, destina al descanso de sus restos. En ese recinto sagrado de nuestra Patria, se hallan los despojos de Gaspar Polanco, a quien el 6 de abril de 1865 sus propios compañeros restauradores condenaron a la pena de muerte por haber ordenado el asesinato del primer presidente de la República en Armas, Pepillo Salcedo. Los restos de este mártir de la Patria, también se encuentran en el mismo lugar que acoge a los de su ejecutor, Gaspar Polanco.
En el Panteón Nacional también se hallan los restos de Juan Nepomuceno Ravelo, trinitario fundador, íntimo amigo del patricio Juan Pablo Duarte, quien sin embargo terminó siendo un ferviente defensor de la Anexión y abandonando el territorio junto a las tropas españolas en 1865.
Los restos de Juan Sánchez Ramírez, también reposan en el Panteón Nacional, por el hecho de haber restituido el territorio dominicano al dominio de la monarquía española en 1808. Los de José Núñez de Cáceres descansan por igual en ese mismo lugar, por haber intentado la gesta patriótica en 1821 de poner el territorio nacional bajo la protección de la Gran Colombia, motivando sin embargo los veintidós años de ocupación haitiana.
Al igual que Sánchez Ramírez, también en 1861 Santana reincorporó el territorio nacional al ámbito de la monarquía española. Al hacerlo, cambió la forma republicana de gobierno, con la intención patriótica de superar el estado de postración y preservar el patrimonio común del pueblo dominicano que constituyen su territorio, lengua, cultura y costumbres vinculantes.
Que la contribución patriótica de un héroe nacional se produzca durante el período republicano o monárquico, da igual y carece de toda relevancia.
Panteón Nacional significa Panteón de la Nación, no Panteón de la República. En nuestro país no existe, y creo que en ningún otro, un Panteón de la República, sino un Panteón Nacional donde reposan los restos de los próceres de la Nación. Tampoco los Estados regidos por el sistema monárquico, erigen un Panteón de la Monarquía, sino monumentos equivalentes al Panteón Nacional en honor a sus insignes patriotas donde acogen sus restos para que allí descansen por siempre.
Para justificar que los restos de Santana sean retirados del Panteón Nacional, el recinto debería llamarse Panteón de la República. Es preciso además, que al amparo del principio de continuidad jurídica del Estado, nuestros legisladores deroguen primero la vigencia del título de Libertador de la Patria que el Congreso Nacional le otorgó el 18 de julio de 1849.
Si un pueblo entiende que los restos de su libertador no merecen estar en el Panteón Nacional, se está ante el deplorable caso de un conglomerado humano afectado por una profunda crisis de conciencia o bajo los efectos alienantes de una manipulación irresponsable de algunos de sus congresistas carentes de formación histórica y sensibilidad patriótica.
Un país consciente de su identidad nacional, tendría que interpretar como un atentado lesivo a su dignidad, el hecho de que con cargo al presupuesto de la Nación, algunos legisladores malgasten su tiempo en la ridiculez caprichosa de deshonrar al prócer por quien hoy pueden ocupar una curul del congreso dominicano desde donde lo atacan, y no una silla del congreso haitiano como habrían hecho de vivir en 1843.
Nuestros legisladores debieran profesar admiración, gratitud y respeto hacia la figura histórica por la que hoy los soldados de la Patria militan en las filas del ejército dominicano, y no en los regimientos de la Guardia Nacional dirigida por Haití, como en 1843 tuvieron que hacer nuestro Fundador Juan Pablo Duarte y otros consagrados patriotas dominicanos.
En nada se beneficia el interés nacional de la inoportuna y bochornosa iniciativa legislativa que solo busca demeritar la figura del Libertador de la Patria. Por el contrario, le hace un daño irreparable; no humillando a la persona humana del general Santana, sino al símbolo patriótico de liberación que él representa.
Quien sale ganancioso de esa inconducta inconcebible de ciertos representantes, es Haití. Al disminuir la estatura histórica del Libertador de la Patria y opacar el rol determinante que tuvo en el proceso de formación de la independencia nacional, esos congresistas le hacen un flaco servicio a la Patria y se prestan a un juego antipatriótico y traicionero a favor del enemigo ancestral de su emancipación.
Jamás la Historia los absolverá, si persisten en la mezquindad que los empequeñece, de no valorar en su justa dimensión a quien hizo posible que se cumpliera el juramento trinitario, logrando como Duarte lo mandaba, la “separación definitiva del Gobierno Haitiano”.
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