martes, 3 de marzo de 2015

La seriedad, categoría de las ciencias sociales

La seriedad, categoría de las ciencias sociales

Pulverizada la base de la sana opinión pública, que era la ciencia vulgarizada, democrática, es tarea titánica para el científico social contar con buenos informantes. No puede hablar de lo real alguien incapaz de seriedad. Sin embargo, es la seriedad lo que nos ha llevado a la incompetencia interpretativa. Meditaremos someramente, pues el visto es simple artículo periodístico, qué es la seriedad .
La seriedad es lo contrario del juego. El juego, en sí mismo, implica alegría, humor, éxtasis y más. Solemos pensar, pues vivimos en una cultura capitalista, muy interesada en lo cotidiano, que lo serio es importante y que lo humorístico baladí. Lo importante siempre había sido lo necesario, mas hoy es lo accidental, por ejemplo, las ventas y no el arte. El intercambio de mercancías, o de dinero en forma de mercancías, recordando a Marx, es sólo un modo más, entre otros muchos, que tiene cualquier hombre para satisfacer sus necesidades. Éste, al comprender que sin vender o venderse no comerá, transforma el intercambio mercantil en actividad vital. Y para venderse necesita tener valor de cambio, que sólo se obtiene siendo serio, un bergante para asuntos humanísticos. 
La seriedad desdibuja el rostro, mata emociones, neutraliza sentimientos y dispone a cualquiera para las faenas “importantes”, que hoy son las ventas, como decíamos. Forcemos la memoria, la historia, y comentemos brevemente el nacimiento de la seriedad.

El hombre primitivo, protohistórico, siempre corriendo al son de insondables fuerzas, como el de Wall Street, no fue ni humorístico ni serio, sino ser en constante asombro, siendo el asombro mezcla de seriedad y de humor y raíz de la Filosofía. El día que necesitó narrar el paso de un animal seguramente dicho hombrecillo se vio en el menester de ser serio para ser creído. La seriedad está más cerca, vemos al recordar la narración de cualquier noticia catastrófica, de la angustia que de la confianza, esto es, está más cerca del dolor que del placer. ¿Y no son los héroes o las gentes ejemplares quienes soportan más dolor? ¿Y no es la misión de los héroes provocar la admiración y ésta la credibilidad de la política, que es síntesis de la economía, dirían los marxistas?
Aristóteles, en su Poética, cuenta que a Píndaro y a Calípides les decían simios porque eran exagerados al hablar [3]. La exageración, siempre vulgar, da risa, es enemiga de la seriedad, de la credibilidad, que es el más decoroso empaque de las mercancías. No podríamos vendernos careciendo de credibilidad.  Entendemos que vender es persuadir, hacer que el prójimo acepte lo que no puede ver. Santa Teresa, recordemos, para explicar sus arrobamientos escribió libros serios en los que vertió su donosa manera de hablar cotidiana, y todo para demostrar su honor, la grandeza de su familia, su “limpieza de sangre” [4]. Y haciéndolo borró gran parte de la realidad, de la condición judía de su familia.
Vemos que la seriedad es poderosa enemiga de la investigación social, que busca las relaciones entre las substancias sociales, entre judíos y moros, por ejemplo. Mas dejemos que Bajtín, que pensó mucho en estos temas, hable; dice:
“El primer rasgo de todos los géneros cómico-serios es una nueva actitud hacia la realidad: su objetivo o, lo cual es aún más importante, su punto de partida para la comprensión, valoración y tratamiento de la realidad, es la actualidad más viva y a menudo directamente cotidiana” [5].
Así, aprendemos que todo documento oficial (serio), acta, índice reprobatorio, epígrafe, epigrama y demás, está ocultando algo, tal vez una risa, algo increíble. El sistema capitalista, que transforma en mercancías a los obreros, está basado en la seriedad, que bajo el mote cientificista homogeneiza cuanto toca. El ritualismo del chino, la alegría del hombre negro, la picardía del argentino y la valentía del iroqués son frivolidades para el inspector, icono de la seriedad que desprecia cualquier momento allende la posventa y la venta, la producción y la distribución.
John Burgess, citado por H. Zinn, historiador marxista, dijo: “Una piel negra significa formar parte de una raza de hombres que por sí misma sola nunca ha conseguido supeditar la pasión a la razón, y que por lo tanto nunca ha creado una civilización de ninguna clase” [6]. Tan burguesa opinión, distribuida en las mercancías, que se venden merced a la seriedad con la que se ofrecen, da mala fama a todo lo que no sea serio.
Ah, we should have a land of joy,
Of love and joy and wine and song,
And not this land where joy is wrong,
dice un poema de Langston Hughes sobremanera ilustrativo de nuestros comentos. Vino, risas, música, son cosas para después de trabajar, afirman los empresarios. En la fábrica, en la oficina, hay que ser serios, creíbles.
El investigador social, tratando con maniquíes tan doctos, percibe que es imposible obtener opiniones auténticas en cualquier terreno político, serio. Todo lo que dice el hombre serio ha sido fabricado y es políticamente correcto. La seriedad impide, usando palabras de Martha Nussbaum, cualquier “hábito de fantasía” [7]. Toda fantasía, terrorífica o placentera, exige risas, sonrisas, alegría, y por eso es repudiada por el capitalismo, o mejor aún, es transformada en premio. Y quien no desea tal premio, quien no es serio, no tiene sitio. 
Quien pretende vivir alegre, sin someterse a la seriedad, no tiene qué desear y yace en un mundo de “intuiciones huidizas”, en eterno esplín. El investigador social se encuentra por doquier con el eros pedagogicus de los inspectores, con personas que más lo quieren insertar en su modo de vida que explicárselo. Du Bois, escritor negro, dándose cuenta de lo anterior, dijo: “Los africanos conocen menos personas, pero las conocen infinitamente mejor” [8].
Etnólogos, antropólogos y sociólogos sabrán ya que la seriedad, disimulo enderezado a persuadir, a vender, a demostrar “limpieza de sangre”, “calidad”, mezcla lo perdurable o real con lo sucesivo o diacrónico y con lo simultáneo o sincrónico, o dicho en palabras profanas, lo que es substancia cultural, historia de la cultura y expresión de la cultura.

Fuentes de consulta:
[1] SCHOPENHAUER, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2013.
[2] KANT, Immanuel, Crítica de la razón pura, Fondo de Cultura Económica, México, 2010.
[3] ARISTÓTELES, Poética, Gredos, Madrid, 1992.
[4] DE JESÚS, Teresa, Libro de la vida, Castalia, Madrid, 2001.
[5] BAJTÍN, Mijaíl M., Problemas de la poética de Dostoievski, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.
[6] ZINN, Howard, La otra historia de los Estados Unidos, Siglo XXI Editores, México, 2010.
[7] NUSSBAUM, Martha, Justicia poética, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997.
[8] HERMAN, Arthur, La idea de decadencia en la historia occidental, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1998. 
[9] MARX, Karl, El Capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.
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Acerca de Eduardo Zeind

Eduardo Zeind es conferencista, publicista e investigador social desde hace diez años. Estudió Marketing y Publicidad (UNIMEX) y una Maestría en Dirección y Marketing (UPAEP). Cursa la Maestría en Letras Iberoamericanas en la Universidad Iberoamericana. Inventó un método de análisis sociolingüístico basado en la filosofía de Wittgenstein. Escribe artículos de crítica literaria y sociología para Todo Literatura, Umano, Leonardo 1452, Diario Judío y El Cotidiano. Le interesa el marxismo y el judaísmo. Es profesor de Semiótica y de Comunicación en universidades mexicanas.

 





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