Desenmascarando la Corrupción
La
corrupción sostiene todo el discurso de la confusión, de la mediocridad y
del desfalco. Sin que importe lo más mínimo el bien social, centra su
objetivo en proteger el egoísmo más ruin.
Detrás de
la corrupción política hay una especie de ética corporativa, construida
para guarecerse de la sociedad a modo de fortificación impenetrable.
Todas las instituciones, partidos, organizaciones y ciudadanos que
necesitan justificar su deplorable actividad se yerguen
autoproclamándose valedores de una ideología alejada de todo mal.
Y diseñada
la trampa, llega siempre la sorprendente explicación. Esa respuesta
“pedagógica” que les exime de todos sus pecados. Ellos lo saben. La
monarquía, los diputados, la policía, los ministros…; es igual. No
reparan ni en tiempo ni en gastos para defender sus actos y su posición,
y tan siquiera se plantean la distancia que les separa del resto de la
población. Se hacen fuertes precisamente así, alejándose de la arena y
sentándose en los púlpitos que conforman los espacios de la dominación.
Un claro
ejemplo lo representan decenas de imputados, capaces de coger asiento en
el tribunal cuan héroes de un extraño fenómeno paranormal. El enorme
distanciamiento que se imponen les otorga la necesaria seguridad, y solo
la prepotencia les salva de poder mirar de frente el mundo real. Es así
como se convierten en jueces y manifestan sin complejos sus criterios y
sus modos de actuar. Asoman desde sus privilegiados miradores para
dictar sentencia, y les apasiona observar… cómo su poder obstruye el
camino a los demás.
Sin ese
poder no podrían abastecerse del orgullo que se necesita, para
presentarse en público libres de toda timidez y vergüenza. Su estatus
requiere primeramente consciencia y, posteriormente, fuerza, mucha
fuerza, para avanzar con todo el peso que a sus espaldas habrán de
llevar.
Estamos
ante un conjunto de maniobras bien pensadas, que como dardos envenenados
nos atraviesan. Son parte del engaño. En nuestras vidas también
participamos de trucos y señuelos, pero aún estamos lejos de tanta
codicia, daño y menosprecio.
Ahí radica
uno de los mayores males que se ha instalado entre nuestros gobernantes
y representantes, en la absoluta desconsideración con que nos tratan,
reflejada perfectamente en pantallas de plasma y en tarjetas de negro
recorrido.
Esta
puesta en escena no sería posible sin la participación de una ignorancia
de latifundio, que conlleva la ausencia total de crítica y reflexión.
Un hecho social que se esconde en la cicatería personal y que es fruto
de una falta de educación que obstruye el camino de toda construcción en
plural.
Tanta
impunidad solo puede mostrarse dentro de los parámetros de una decadente
moral, de arrogante incultura y con la inestimable protección de muchos
lobbys de salón.
Avanzamos.
Todo colectivo necesita cimentar las relaciones sociales sobre unos
soportes jurídicos que se apropien de la legitimidad y los valores
propios del conjunto de la población. Pero precisamente desde esta
perspectiva topamos con argumentos de escasa proyección en nuestro
entorno más cercano.
Una de las
grandes diferencias entre los países nórdicos y los países
mediterráneos radica en el nivel de confianza existente entre sus
habitantes. Noruega está a la cabeza, y los propios ciudadanos respaldan
las gestiones económicas de sus gobiernos porque estos mantienen unas
pautas de disciplina férrea en la construcción de una democracia social
justa y equitativa. Noruega invierte el dinero de su petróleo en un
fondo soberano destinado a procurar la riqueza de sus habitantes, y
éstos responden sin la ostentación clásica que podemos apreciar en
ciudades como Londres, o Barcelona, o París. Como resultado de las
políticas públicas igualitarias nos encontramos con un país homogéneo
que ha construido un enorme nivel de confianza. Y así, no es casual que
presente un nivel muy alto de transparencia, y que casi toda la
información gubernamental pueda ser accesible para el público en
general.
En el otro
extremo estamos nosotros. No solo renegamos de los políticos, también
de nuestros compañeros y vecinos. Y mejor no mentar los índices de
transparencia de las instituciones, los partidos, y hasta de los clubes
deportivos. Las posibilidades de que el nuevo alcalde termine viviendo
en un chalet son tantas que lo que debía ser una excepción es la norma
en toda legislación. Somos espectadores “comprensibles” de una actividad
lucrativa que pasa a formar parte de nuestros propios usos y abusos,
respaldada como no podía ser de otra forma, por una justicia cuya
regulación penal para los casos de corrupción es, cuando menos,
irrisoria.
Y
concretamos. Estas peculiaridades no son una eventualidad o fruto del
azar. Hay un elemento que termina por atrincherarnos en el mayor de los
infortunios. Todo este entramado que campa a sus anchas y trasciende a
la mayoría ciudadana (concentrándose en una élite política y
empresarial) precisa sin duda alguna de un soporte sólido que proteja
la razón de sus desenfrenos y sus parodias. Sería de difícil asimilación
un colectivo tan draconiano, inculto y hostigador, si no fuera por la
presencia de un gran equipo de colaboradores sin escrúpulos, dispuestos a
brindarles la oportunidad de convivir en la más absoluta mezquindad.
Podríamos
decir que un buen número de “intelectuales” de poca monta, desde
sociólogos y economistas, hasta abogados y escritores, pasando claro
está por la bien concurrida plaga de periodistas invertebrados, son
quienes hacen posible que se visualice una princesa encantada donde hay
un colector de basura. Y éste es el trasfondo donde se construye esa
desalentadora moral, y desde donde se nos instruye para que con una
venda en los ojos seamos capaces de mirar para otra parte.
La gran
perversión, mayor que la que sucede con los propios actos delictivos,
los robos y los sobornos, se esconde en el marco ideológico de la
construcción social.
En este
marco se suceden las estrategias más elaboradas, y trabajan sin descanso
para abordarnos antes de que podamos llegar a puerto.
Los
prestamistas de la troika ponen a Grecia entre la espada y la pared, y
al cabo de unos años tildan a sus habitantes como depredadores de las
arcas del estado, e incumplidores de los acuerdos firmados (en cinco
años de crisis se ha hecho con una deuda que le va a costar pagar entre
50 y 60 años). Felipe VI acude a las exequias del rey Abdalá, y
desestima viajar a México (pais hermano y que en tanta estima tiene)
para solidarizarse con los familiares de los 43 normalistas asesinados.
Susana Díaz propone que pasen a ser miembros de la Diputación Permanente
a tres preimputados en el caso de los ERE, después de manifestar por
activa y por pasiva que ella limpiará de toda suciedad su propio
partido. Zapatero abona el campo para que E.E.U.U. y la O.T.A.N.
utilicen la base de Rota como “escudo anti-misiles”, aunque en realidad
será una base para que reposten aviones que vayan a bombardear según el
plan especificado. Rajoy asiste a una gran marcha por la libertad de
expresión mientras al mismo tiempo se divierte promulgando la Ley
Mordaza. España es un estado laico que nos hace comulgar por televisión
todos los días del señor. Los mandatarios occidentales agitan la bandera
de la libertad de manifestación en los confines del universo y cada vez
que se reúnen lo hacen bajo un despliegue policial impenetrable. El
capitalismo crea riqueza mientras llena de niños la industria del tabaco
o las alfombras. Las Organizaciones Humanitarias y los Parlamentos
Democráticos abren sus corredores particulares para que pasen las
granadas y los antimisiles. En las costas protegidas urbanizan para los
nuevos ricos de Asia. Y los que celebran partidos por la tolerancia,
contra el racismo y la xenofobia cobran sus sueldos de los yacimientos
de las dictaduras.
La gran
perversión, insisto, está a la vuelta de la esquina. Un sistema que
cuenta con todos los favores del poder administra el universo de las
creencias, penetra hasta en nuestras alcobas, y termina por mandarnos
mensajes de felicitación.
Y un solo
botón, el que enciende el ventilador, será quien sin prisas y con todo
un ejército alrededor expandirá la imagen del día.
Pero yo no soy Charlie. Soy Joséluis, aunque a veces, me cuesta.
La corrupción es una práctica de ignorantes, y su permisividad el lecho donde yacen sus entusiastas amantes.
Esta
anemia oficial necesita celebrar con su ideología el triunfo de las
masas. Y de eso trata, entre otras cosas, el fútbol; perfecto resumen de
cómo se las gasta nuestro pequeño mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario