Elecciones y hegemonía social
Desde
los tiempos más lejanos, en el seno de la izquierda se ha producido el
debate sobre la importancia que se debe conceder al trabajo
institucional y, por lo tanto, a los procesos electorales,
confrontándolo, en muchos casos, al trabajo de articulación social y
construcción de hegemonía. En ciertas tradiciones, incluso, se ha
llegado a considerar dichos procesos como incompatibles, por lo que se
ha hecho una apuesta por el trabajo social al margen del institucional
y, por tanto, de las elecciones. Desde estas posturas, era habitual la
acusación de reformistas a aquellos que veían en lo institucional un
ámbito más de la lucha política, pues se entendía que trabajar con las
herramientas del sistema suponía contaminarse del mismo.
Hay quienes entendemos que es preciso el trabajo simultáneo en ambos
ámbitos, que el trabajo institucional sin asiento social es vano y que
el trabajo social sin intervención institucional pierde eficacia.
Entendemos que la institucionalidad burguesa, por llamarla al modo
tradicional, debe ser, sin duda, desbordada, generando nuevas formas de
trabajo político, pero eso no es razón para despreciar las herramientas,
por débiles que éstas sean, que nos proporciona el sistema. En
resumidas cuentas, se trata de asentar el trabajo sobre dos patas,
social e institucional, sin perder de vista la importancia de ninguna de
ellas. La historia de nuestras revoluciones nos muestra cómo la
transformación de las estructuras del Estado es ineficaz si,
paralelamente, no se construyen nuevas formas de subjetividad, no se
produce hegemonía de nuevos modos de ser y pensar.
Viene esto a cuento de la a mis ojos sorprendente apuesta de Podemos
por los procesos electorales en detrimento de la construcción de un
bloque social hegemónico. No digo que desde Podemos no se esté
realizando un proceso de articulación social, pero su febril apuesta
electoral obstaculiza la articulación del bloque social. Ello se
observa claramente en dos cuestiones, íntimamente relacionadas. La
primera es esa vocación de que tiene como objetivo
acceder a caladeros de votos cada vez más a la derecha, lo que lleva a
camuflar el origen y orientación izquierdista de Podemos, para ofrecer
un producto atractivo para el mayor número posible de consumidores. Y
no utilizo de manera inocente los conceptos y
, pues entiendo que concebir la política en términos
de mercado tiene importantes y peligrosas implicaciones. La segunda,
coherente con la anterior, es el rechazo a cualquier tipo de confluencia
con colectivos, organizaciones, partidos, con un perfil ideológico de
izquierda real, pues ello supone una marca ideológica que puede incidir
negativamente en el crecimiento electoral hacia la derecha. Y digo
puede, porque una organización que ha sido capaz de resistir, sin
reflejo en las encuestas, acusaciones de chavismo, cercanía a ETA,
connivencia con Irán, dudo que se viera erosionada por confluir con
aquellos colectivos que todo el mundo entiende se encuentran en su
espectro ideológico.
Esta actitud resulta sorprendente y, lo que es peor, puede condenar al
fracaso las ilusionantes expectativas de cambio social que suscita
Podemos. Sorprendente porque en el núcleo originario de Podemos se
halla una organización, Izquierda Anticapitalista, que siempre ha
criticado la excesiva atención a lo electoral frente a lo social y que,
como su propio nombre indica, se sitúa nítidamente en la izquierda del
espectro político. Pero no es la mayor o menor coherencia lo
preocupante, sino sus efectos. El posible éxito electoral de Podemos, un
triunfo que le permitiera gobernar (hipótesis harto complicada, por
otro lado) vendría acompañado inmediatamente por un furibundo ataque
desde todos los ámbitos, nacionales, internacionales, mediáticos y
financieros. Grecia nos va a servir de laboratorio y ya vemos cómo el
FMI se ha apresurado a intervenir en la campaña electoral griega para
evitar el triunfo de Siryza, o cómo ya se ha iniciado la fuga de
capitales. El día siguiente de una victoria electoral comenzará la
agresión. Quizá resulte grandilocuente la comparación, pero del mismo
modo que al día siguiente del triunfo de la Revolución bolchevique, el
país se vio invadido por tropas de un sinfín de países para acabar con
la misma, los objetivos, en nuestro caso, serán los mismos. La política
posmoderna ya no utiliza los ejércitos para sus golpes de Estado, le
basta con recurrir a sus mecanismos financieros y mediáticos. Y en ese
contexto, las fugas de apoyos serán inmediatas. Votar es muy sencillo,
no exigen ningún compromiso. La indignación puede ser un importante
caladero de votos para Podemos, pero cuando todos los mecanismos de la
reacción se pongan en funcionamiento para erosionar a ese gobierno, solo
los apoyos muy conscientes y concienciados permanecerán a pie firme
defendiendo esas políticas. Ahí es donde entra la importancia del
bloque social, de la hegemonía, para poder transformar la realidad. Los
votos, solo los votos, no van a permitir ese cambio que anhelamos.
Hace falta una potente amalgama militante para hacer frente al tsunami
que se nos puede venir encima.
Podemos ha iniciado un interesantísimo proceso. Su crecimiento y
potencia le confieren la obligación de abanderar un proceso de
transformación social que hace apenas un año resultaba impensable. Y en
ese proceso, creo que es más importante la construcción del bloque
social hegemónico que un posiblemente pírrico triunfo electoral. Hay
que prepararse para ganar, sí, pero sobre todo para poder gobernar, para
llevar a cabo las políticas que se prometen y para hacer frente a los
ataques por parte del sistema.
Cuando argumento que Podemos debe abanderar ese proceso me refiero a
que ha de propiciar la generación de un instrumento que supere incluso
al propio Podemos. No hablo de sopas de letras, de alianzas cupulares
con otras organizaciones (IU, CHA, Equo, Compromís), sino de liderar la
construcción de una herramienta común que cobije a los sectores sociales
más conscientes políticamente y, por lo tanto, decididos a defender
políticas alternativas. Todos estos colectivos y partidos han de ser
capaces de privilegiar una mirada estratégica, transformadora, frente a
posicionamientos tácticos y réditos electorales. Es momento de audacia,
pues vivimos una coyuntura histórica. En realidad, ese experimento está
en marcha, y se llama Ganemos. Es cierto que en cada lugar, Ganemos
tiene sus peculiaridades, que en ocasiones ha sido instrumentalizado por
fuerzas políticas, en otras boicoteado por otras. Pero allí donde
funciona relativamente bien, se ha constituido en una experiencia de
convergencia de todo el arco políticosocial de la izquierda. No hay
ninguna razón para no intentar ese proceso en otros ámbitos, regionales o
nacionales. Que haya surgido como una iniciativa municipalista no lo
convierte en, exclusivamente, una herramienta de ámbito municipal. Y si
acaso fuera solo una herramienta municipal, inventemos herramientas
regionales y nacionales. En este caso, es solo la voluntad de Podemos
la que bloquea que dinámicas como las de Ganemos sean el horizonte
político futuro, cosa que me parece un profundo error. Si estamos
demostrando que podemos ir juntos, juntas, en las municipales, ¿por qué
no en el resto de niveles políticos? ¿Por qué no apostar por un
instrumento del que Pablo Iglesias, Ada Colau y Alberto Garzón, por
ejemplo, fueran las cabezas reconocibles? Debemos tener presente que las
siglas son solo instrumentos. Porque nuestro objetivo, lo dijo alguien
hace bastante tiempo, es transformar el mundo.
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