viernes, 19 de diciembre de 2014

Política y esencialismo

Política y esencialismo

La zarzuela Gigantes y cabezudos, compuesta por Manuel Fernández Guerrero con libreto de Miguel Echegaray, contiene uno de los números más celebrados de la lírica española, “Si las mujeres mandasen”.  En dicho cuadro se dice: “si las mujeres mandasen serían balsas de aceite los pueblos y las naciones”, constituyendo de este modo, avant la lettre, un programa de las políticas de identidad que vienen desarrollándose desde finales del siglo XX o, si nos ponemos un tanto más clásicos, de esos que, al calor del mayo del 68, teorizaron autores como Marcuse o Sartre.  Desde esa perspectiva, la condición de mujer, de minoría étnica, de minoría social, concede una cualidad política per se que implica nuevos modos de gestionar el mundo.
Política y esencialismo
Desde mi punto de vista, ese tipo de planteamientos sigue preso de los esencialismos que caracterizaban a la izquierda más clásica de origen marxiano y que veían en la clase obrera al único y verdadero sujeto revolucionario.  Por ello, uno de los grandes problemas de esa tradición, como puede apreciarse especialmente en autores como Lukács, es cómo producir conciencia de clase, conciencia política, en la clase obrera.  En ese aspecto, como en otros, el marxismo se muestra atravesado por inercias modernas que se constituyen, como diría Althusser, en obstáculos epistemológicos para una política materialista. Curiosamente, ciertas corrientes que han pretendido superar al marxismo, lo han hecho recayendo en ese esencialismo, buscando para la acción política sujetos esencialistas preconstituidos.
El último, y preocupante, caso en esa dirección lo protagoniza el planteamiento político de Podemos, con esa división entre y , eje de su discurso como presunta innovación y superación de la dicotomía izquierda-derecha.  Intuyo que, en realidad, se trata de una estrategia electoral y que los dirigentes de Podemos no ignoran que la historia muestra fehacientemente que el proyecto político de no tiene por qué ser un proyecto emancipador.  Son muchas las ocasiones en que se han aliado con los intereses de , lo que ha llevado a numerosos autores, de La Boétie a Reich, pasando por Spinoza, a preguntarse por qué los seres humanos luchan por su esclavización como si fuera por su libertad.  Y si nos remitimos a la Antigüedad griega y romana, podremos constatar cómo las revueltas de esclavos no solían cuestionar el orden esclavista, sino que lo que buscaban  sus protagonistas era abandonar, ellos, la condición de esclavos, no abolir la esclavitud.
Desde nuestra óptica, la posición social, de género, racial, sexual, no garantiza proyectos políticos emancipatorios.  En EE.UU. un presidente negro ha reproducido, milimétricamente, las políticas imperialistas de su país, ha empleado la tortura y los asesinatos como instrumento de su política, ni siquiera ha incidido de manera notable en la mejora de las condiciones sociales de su y otras minorías.  Pero es que podemos añadir que negros son Condolizza Rice o Collin Powell, dos de los agentes más brutales del terrorismo norteamericano en el planeta.  En nuestro país, el PP ha incorporado a primera línea a buen número de mujeres que, desde luego, no han constatado lo que la zarzuela prometía.  Cospedal, Esperanza Aguirre, Luisa Fernanda Rudi, Ana Botella son exponentes máximos de las políticas reaccionarias y represivas del PP.  Tampoco la condición de homosexual inviste al sujeto de unos valores emancipadores ni les concede privilegio ético alguno, tal como se encargó de recordarnos Paco Vidarte en su magnífico libro Etica marica.
Frente a las políticas esencialistas se imponen las políticas constructivistas, cuya pretensión es la de generar un sujeto político trenzado de posiciones heterogéneas pero con un proyecto y unas prácticas compartidas. Es lo que algunos denominamos multitud y que es, a diferencia de lo que plantea Paolo Virno,   fruto de un proceso de constitución con materiales heterogéneos.  La multitud no está, tampoco se la espera, se la construye.  Y se compone de materiales de arriba y de abajo, de mujeres y hombres y todas sus invenciones,  de blancos, negros y todas las otras etnias, de homos y heteros.  Pero eso sí, y que me perdonen los novísimos, se sitúa a la izquierda, pues posee un proyecto de emancipación social e individual que es a lo que tradicionalmente hemos llamado izquierda.  No me empeñaré en subrayar, en una denominación política, en una marca electoral, esa especificidad de izquierda, pues la práctica política de ciertas presuntas izquierdas han erosionado el concepto; puedo, incluso, conceder su inconveniencia táctica.  Pero desde una perspectiva filosófica, desde las políticas de fondo, que no de superficie, no existe, de momento, otro modo de denominar a aquellos proyectos que buscan la emancipación humana.  Y a diferencia de los esencialismos topológicos, la izquierda, como proyecto emancipatorio, es una actitud, un agenciamiento que afecta al sujeto, independientemente de sus diversas condiciones sociales, étnicas o de género.

Acerca de Juan Manuel Aragüés Estragués

Profesor Titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y actual Director del Departamento de Filosofía. Colaborador habitual de El Periódico de Aragón

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