Entre el mito y la realidad Fernando «el Católico» falleció por abusar de un potente afrodisíaco
Día 17/12/2014 - 08.39h
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En su intento de tener un heredero con su segunda esposa, Germana de Foix, el aragonés recurrió a un producto llamado cantárida con numerosos efectos secundarios. De haber tenido un hijo, Castilla y Aragón habrían quedado desvinculados
La muerte de los reyes es terreno abierto para la fábula y para que sus enemigos venguen con palabras lo que no pudieron hacer con hechos. Más mito que realidad, se ha dicho que Felipe «el Hermoso» falleció por un corte de digestión, que Carlos I murió por la picadura de un mosquito –sí es posible que contrajera el paludismo de esta forma–, que Felipe II claudicó por un ataque de piojos, o que Felipe III falleció por el exceso de calor
de un brasero cuando se encontraba febril. Todas estas historias son
verdades a medias, en el mejor de los casos, cuando no completas
mentiras. No en vano, el caso de Fernando «el Católico,
el último Rey de la dinastía Trastámara, si tiene más visos de ser
cierto. En su intento desesperado por tener un heredero con su segunda
esposa, Germana de Foix, el rey aragonés abusó de un producto afrodisiaco llamado cantárida que pudo causarle graves daños en la circulación sanguínea.
Tras la muerte de Isabel «la Católica»
probablemente por un cáncer de útero, el Rey quedó en una situación muy
delicada en la corte castellana. Su matrimonio con su prima segunda
Isabel había permitido unificar muchas cuestiones,
como la política exterior o la creación de una única hacienda real,
pero había mantenido las instituciones de cada reino separadas. Así,
aunque el testamento de la Reina nombraba a Fernando de Trastámara regente de Castilla hasta que Carlos –el futuro emperador del Sacro Imperio Germánico–
alcanzara la mayoría de edad, la falta de apoyos entre la nobleza local
y la llegada de Felipe «el Hermoso» a España obligó al monarca a
retirarse a Aragón. Precisamente la decisión de Isabel buscaba evitar
que un rey extranjero se hiciera con la corona y que Juana «la Loca»,
que había mostrado los primeros síntomas de demencia durante la
enfermedad de su madre, fuera usada como una marioneta por su esposo.
Felipe I reinó pocos meses puesto que falleció en extrañas circunstancias
Pese a todo el afecto que guardaba a Isabel «la Católica», retratado en la frase «su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…»,
lo cierto es que el monarca no esperó mucho tiempo antes de volver
casarse. Un año después del fallecimiento de la Reina, el 19 de octubre
de 1505, Fernando II de Aragón, de 53 años, se casó con Germana de Foix de 18 años de edad. En los pactos con el Rey de Francia, tío de la esposa, este cedió a su sobrina los derechos dinásticos del Reino de Nápoles y concedió a Fernando y a los descendientes de la pareja el título simbólico de Rey de Jerusalén.
A cambio, el Rey Católico se comprometió a nombrar heredero al posible
hijo del matrimonio. Es decir, todos los puntos quedaban a expensas de
que el veterano rey fuera capaz de engendrar un hijo con la francesa.
El Rey acude a la cantárida: un escarabajo
En su momento, el matrimonio levantó las iras de los nobles de Castilla y de la dinastía de los Habsburgo,
enemiga tradicional de la Monarquía francesa, ya que lo interpretaron
como una maniobra de Fernando el Católico para impedir que el hijo de
Felipe «el Hermoso», Carlos I, heredase la Corona de Aragón.
Y así era, pero todo pasaba porque el matrimonio tuviera hijos.
Precisamente con ese propósito, Fernando recurrió supuestamente a la
cantárida (también conocido como mosca española), un escarabajo verde
brillante que una vez muerto, seco y reducido a polvo, se empleaba desde la antigüedad como sustancia vasodilatadora, cuyos efectos son muy parecidos a los que produce la «viagra». El abuso en el consumo de este afrodisíaco pudo provocarle graves episodios de congestión al monarca, lo que derivó en una hemorragia cerebral.
Según Jerónimo Zurita, cronista del Reino de Aragón, el Rey sufrió una grave enfermedad ocasionada por un «feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle,
que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día,
confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón: de
donde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas». Si bien nunca se ha
podido demostrar científicamente, sus contemporáneos no tenían dudas de que el cóctel de afrodisíacos, en especial por la cantárida, era el culpable del progresivo empeoramiento en la salud del anciano rey.
El consumo de cantarína y otros productos pudieron influir en la hemorragia cerebral
Un heredero habría cambiado la historia
Los esfuerzos por engendrar un heredero varón parecieron llegar a puerto en 1509. El niño, llamado Juan, falleció a las pocas horas de nacer,
evitando que el Reino de Aragón se desvinculara dinásticamente de
Castilla. Por el contrario, el Rey no tuvo más hijos y dejó todas sus
posesiones a su hija Juana, Reina de Castilla, que al encontrarse inhabilitada para reinar cedió la Corona de Aragón, incluidos sus reinos italianos y una parte de Navarra, a Carlos de Gante,
futuro Carlos V de Alemania. Hasta su llegada a España, Fernando
nombraba a su hijo natural Alonso de Aragón regente de los reinos
aragoneses y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla. El aragonés se vio obligado a dejar la regencia a Cisneros en contra de su primera voluntad, que era concedérselo a su nieto favorito, Fernando de Habsburgo, quien había sido criado por él. Expresó en el documento, además, su voluntad de ser enterrado en la Capilla Real de Granada, junto a su primera esposa, Isabel de Castilla.
Carlos I inició una relación con Germana de Foix tras la muerte de su abuelo
Según Fernández Álvarez, la pareja tuvo una hija, Isabel, y
aunque nunca fue reconocida oficialmente por Carlos, Germana de Foix se
refiere a ella en su testamento como la «infanta Isabel» y a su padre como «el emperador». La niña residió y fue educada en la Corte de Castilla. No obstante, Germana se casó dos veces más: la primera de ellas con Johann de Brandenburgo, del séquito personal de Carlos I, y la segunda con Fernando de Aragón, duque de Calabria.
Por su parte, el uso de la cantárida como afrodisíaco cayó
en desuso a partir del siglo XVII a consecuencia de sus muchos efectos
secundarios –producía irritaciones gastrointestinales y molestias urinarias, con erección espontánea del pene– y del gran número de envenenamientos del que fue responsable. En el lujurioso siglo XVIII volvería a estar de moda, en la mayoría de casos empleado directamente como veneno.
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