martes, 25 de noviembre de 2014

LOS CURAS ROMANONES Y LA ARQUEOLOGÍA

DE LAS CODORNICES A LA ARQUEOLOGÍA

Una excursión de caza llevó al conde de Romanones a convertirse en el primer excavador de la ciudad celtibérica de Tiermes


FUENTE EL CORREO VASCO
Don Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, fue uno de los políticos más destacados durante el reinado de Alfonso XIII. Lideró una de las facciones más importantes del Partido Liberal y en su larguísima carrera política presidió el Consejo de Ministros tres veces, encabezó varios ministerios y fue presidente del Senado y el Congreso de los Diputados, por señalar solo algunos episodios de su trayectoria. Por encima de sus logros, que los tuvo, hoy es recordado sobre todo por su forma de ejercer la política, basada en el caciquismo y el clientelismo en todas sus variantes, incluida la compra de votos descarada, que le permitió ser elegido diputado sin interrupción desde 1891 a 1923 por Guadalajara, su 'feudo' personal. Miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y también Académico de la Historia, Romanones fue un escritor prolífico entre cuyas inquietudes no se encontraba la arqueología. Por lo menos hasta el verano de 1908, cuando una salida a cazar codornices acabaría por convertirle, dos años después, en el primer excavador de las ruinas de la ciudad celtíbera de Tiermes, en Soria.
De las codornices a la arqueología
Tiermes -Termes o Termancia en las fuentes clásicas- fue una ciudad fortificada que, al igual que Numancia, opuso resistencia a la conquista romana. Plinio la incluye en una lista de ciudades de los arévacos, que "recibieron su nombre del río Areva. Tienen seis 'oppida', que son Secontia, Uxama, Segovia, Nova Augusta, Termes y la misma Clunia, límite de la Celtiberia" (Plinio, Nat. Hist. III, 27). En sus 'Guerras ibéricas', Apiano narra algunos episodios notables de la historia del lugar, como la victoria de los termestinos sobre el cónsul Quinto Pompeyo en 141 aC y su derrota y conquista por el ejército del cónsul Tito Didio en 98 aC. Tras su caída, Tiermes se convirtió en una próspera ciudad romana que obtuvo el reconocimiento de 'municipium' en el siglo I.
Lo que convierte Tiermes en un yacimiento especial es su característica arquitectura rupestre. "La Termancia celtibérica estuvo tallada, en parte, en la roca arenisca del escalón del páramo al valle de Montejo de Liceras y en ella se ven fosos, calles, portillos, galerías..., tallados en la roca; y luego los romanos, aprovechando estos finos conglomerados silíceos, construyeron casas, ampliaron y fortificaron las puertas de la ciudad, tallaron los asientos de su teatro, construyeron y agrandaron sus conducciones subterráneas en la roca", escribió Blas Taracena, excavador de la ciudad en 1923 y 1933, en su clásica 'Guía artística de Soria'. Esta característica hizo que buena parte de sus llamativos restos permanecieran a la vista de los curiosos que se dejaran caer por el lugar.
El conde de Romanones oyó hablar por primera vez de Tiermes en 1908 y excavó a sus expensas en ella en 1910. Publicó unos apuntes sobre su breve incursión arqueológica en un opúsculo de 30 páginas que editó ese mismo año, titulado 'Las ruinas de Termes. Apuntes arqueológicos descriptivos'. Aunque, como él dice, pudo haberse llamado de otra forma: "Bien pudiera titularse este trabajo muchas codornices y algo de arqueología, cuando mi afición a la caza, y especialmente a la de tales aves, fue causa de interesarme por los descubrimientos arqueológicos, tarea bien distinta de todas aquellas que me ocupan". En efecto, durante una excursión de caza por los pueblos de Galve y Campisábalos, en Guadalajara, el político compartió mesa con el párroco de Galve, Saturnino Herranz. El sacerdote "refirióme, estando de sobremesa, una reciente visita por él realizada al santuario de la Virgen de Tiermes, donde se hallan ciertas ruinas romanas que, a su entender, debían encerrar mérito extraordinario". El entusiasmo del cura no fue compartido en un principio por el conde: "Oí la relación del ilustrado sacerdote con relativo interés y sin dar gran alcance a todo cuanto dijera".
Tanteos
Pero al año siguiente el cura volvió a la carga: "Hízome tales requerimientos que entendí era un deber mío, deber de cultura, no desatender los insistentes deseos del modesto sacerdote, y poner de mi parte, para comenzar algún trabajo de investigación, todo aquello que fuera necesario", escribe Romanones. El aristócrata comenzó a estudiar las fuentes y referencias bibliográficas sobre la ciudad. Después, y tras consultar con algunos amigos eruditos, decidió "realizar la expedición y comenzar los trabajos de descubrimiento (…) sin gran entusiasmo aunque sin gran pesadumbre". Y sobre todo sin descuidar la caza de codornices, que de entrada le interesaba más.
De las codornices a la arqueología
Los trabajos del político y sus acompañantes comenzaron "una mañana de caluroso día del mes de agosto" de 1910. "Llegamos al santuario de Nuestra Señora de Tiermes, donde, con gran sorpresa y honda emoción, nos hicimos cargo, después de una visita general al emplazamiento de la ciudad primitiva y de la romana, así como de la situación de sus principales construcciones". Romanones habló con los labradores de las localidades vecinas, que le pusieron al corriente sobre los hallazgos ocasionales de los que tenían noticia, alguno de los cuales había acabado en la vitrina de un museo extranjero. "También nos dieron cuenta del hallazgo de múltiples monedas de oro y plata, cedidas a bajo precio en el mercado del Burgo de Osma y de un brazo de bronce dorado de colosal estatua, vendido también al extranjero".
La actitud entre paternalista y clasista de Romanones hacia los lugareños sale a relucir en este punto del texto: "Aquellas sencillas gentes, incapaces de sentir curiosidad alguna por el recuerdo histórico, al ver la impresión que todo aquello nos conducía, la importancia que dábamos a los restos que de las excavaciones celtíberas descubríamos, (...) se les despertaba la codicia y en sus ojos se veía el destello de la pasión que mueve con poderoso impulso los destinos de la humanidad".
El conde no era arqueólogo, ni siquiera aficionado como lo fue Schliemann, y no da muchos detalles sobre su 'método' de excavación, al que él se refiere como "tanteos" y que consistió en la apertura de una serie de zanjas a golpe de azadón junto a las ruinas más llamativas o en aquellos puntos en los que habían sido encontrados objetos notables, como el citado brazo de la estatua colosal. Abrió una zanja junto a los restos visibles de las termas, donde "se logró poner al descubierto el hermosísimo mosaico del que uno de sus más perfectos trozos hemos traído". Como era de esperar en un sitio arqueológico tan potente, abundaron los hallazgos: "Surgían de la tierra objetos diversos y múltiples, durante tantos siglos enterrados, algunos en estado de conservación admirable, como monedas iberas y con el busto de emperadores romanos, estilos para escribir sobre tabletas enceradas, delicadas pinzas quirúrgicas, que pudieron emplearse para comprimir la arteria rota de aquellos hombres indomables".
El atractivo de lo desconocido
La abundancia de objetos interesantes hace que el atractivo de la arqueología acabe por vencer al de las codornices en el ánimo del célebre político. "A cada golpe de azada -escribe- nuestra curiosidad crecía porque estos trabajos tienen todo el atractivo de lo desconocido, el mayor que existe para los humanos, al arrancar a las entrañas de la tierra sus tesoros". Ya enamorado del trabajo arqueológico, escribe: "En aquellos momentos comprendí el afán y el entusiasmo de los arqueólogos; hasta los envidié, considerando las gratas emociones de aquellos como Champollion, al descifrar la piedra de Roseta, como Botta al hallar las ruinas de Nínive, ó Schliemann al encontrar las de Troya, y tantos otros sabios, que han experimentado sublimes voluptuosidades al levantar el velo del pasado, el que lejos de morir renace por ellos y vuelve a nueva vida, rejuvenecido y purificado por la poética tradición o el artístico recuerdo". En pleno arrebato de sublime voluptuosidad, Romanones considera "para mí imperdonable el no celebrar el momento aquél en que el acaso me llevó por una vez a participar de tan grandes emociones, y reconstruir mentalmente, por los restos aún visibles o que la tierra nos devolvía, la grandeza de aquella ciudad, cuyos vestigios venían a confirmar las noticias que sobre ella había adquirido, relacionadas además con las de otras ciudades celebérrimas".
La fama de Numancia ha ensombrecido a Tiermes, explica el aristócrata. "Si Termes no hubiera estado tan vecina de Numancia y ésta no hubiese escrito una de las páginas más hermosas del heroísmo humano, seguramente Termes habría llegado hasta nosotros con mayor fama y brillo y no hubiera quedado modestamente escondida entre los repliegues de la historia, tan modestamente que apenas si se la encuentra". Considera Romanones que será el trabajo de los verdaderos expertos, a los que anima a partir "estos modestísimos apuntes", el que pondrá a Tiermes en su justo lugar. Ellos darán "idea completa de lo que fueron aquellos aborígenes nuestros, que con tanta intensidad sintieron el amor a su patria y con tanto heroísmo defendieron su independencia".
De las codornices a la arqueología
Una vez descritos muy someramente sus tanteos, Romanones repasa las referencias a la ciudad en los autores clásicos. Por estos textos concluye que "la gran ciudad, que se extendió al pie de la actual ermita de Nuestra Señora de Tiermes, debió de ser considerada desde sus principios como de gran respeto y fortaleza, pues su situación topográfica, a la que la disposición de las defensas naturales de que disponía, eran las más propicias para que en ellas se estableciera un centro de población de los más importantes en aquellos lejanos tiempos".
Romanones dedica un capítulo a describir e interpretar las ruinas visibles de la ciudad. De hecho su texto, que completa con un croquis del yacimiento y fotografías, puede usarse todavía hoy como itinerario para realizar un recorrido básico por el lugar. "Desde el primer momento que se examinan las ruinas -observa-, se advierte la diferencia de la parte que correspondió a la ciudad primitiva de la otra edificada en tiempos de los romanos, pues aunque contiguas, ofrecen caracteres completamente distintos y puede señalarse fijamente dónde terminaba la una y comenzaba la otra". El conde identifica la parte más antigua, la prerromana, con los restos que aparecían "al occidente de la colina donde ofrece más aspecto de fuerte inexpugnable, constituido por la gran masa de un conglomerado de toba arenisca roja no muy dura, pero lo suficiente para permitir que el trabajo de su labra quede firme y duradero". La característica distintiva de Tiermes es su arquitectura rupestre, cuyas muestras más llamativas, como el graderío de un posible teatro, las puertas o el tramo subterráneo del acueducto, describe el político con admiración.
Al hablar del acueducto, señala, con acierto, que "debió ser ejecutado por los romanos, enlazando con otro aéreo del que no faltan memorias. Fue construido siguiendo los procedimientos de excavación empleados por los primitivos habitantes, nunca abandonados por completo, pues gran parte de las edificaciones de la ciudad latina se comenzaron hendiendo en la roca las mansiones que se trataban de levantar, elevando después su parte más alta con muros ya de diferentes especies de aparejo". El aristócrata no deja de subrayar el enorme potencial del yacimiento al describir la parte oriental, en la que se encuentran los foros y las termas: "Todo aquél suelo está materialmente sembrado de trozos de tejas, ladrillos y toda clase de elementos de construcción más o menos artísticos (…) a poco que se excave comienzan a surgir todos los enseres y elementos de obra y decoración que se emplearon en aquellos edificios públicos y privados".
"En el lugar más preeminente de la ciudad y dominándola, por tanto plantaron (los romanos) un castro o fuerte, de área perfectamente cuadrada". Romanones se refiere así a la construcción que entonces era conocida como 'el castro', que posteriormente sería interpretada como un 'castellum aquae' y que ahora se ha identificado con una ampliación del foro o un segundo foro levantado en torno al año 70. Aquí explica el político liberal que también abrió una de sus zanjas: "Al excavarse en su centro aparecía sin duda la plaza de armas, las cuadras para la guarnición y toda su distribución interior".
"Aquellos opulentos señores"
Uno de los restos visibles de la ciudad romana, y que todavía hoy es característico de su paisaje, es la esquina que queda del edificio de las termas. El conde apunta la posible distribución de las dependencias típicas de estos establecimientos, "centros de solaz e higiene a la vez, adonde solían pasar muchas horas aquellos opulentos señores". Además, Romanones echa en falta "restos visibles de otras construcciones" propias de una ciudad romana típica "que, sin duda, existirían; como, por ejemplo, el circo, tan perfectamente conocido en otras ciudades de España, como en Toledo y Mérida, así como debe haber desaparecido también el acueducto de aéreos arcos que traía las aguas desde los manantiales a la galería que hemos tratado".
De las codornices a la arqueología
El conde de Romanones entregó al Museo Arqueológico Nacional todos los restos que extrajo del yacimiento y cuya lista incluye en su opúsculo. Son algo más de 200 objetos que van desde monedas a fragmentos de cerámica y entre los que hay fíbulas, trozos de mosaico, puntas de lanza de hierro, puñales del mismo metal, hojas de espada, botones, pinzas de bronce, un estilete, un pequeño capitel corintio, el fragmento de otro mayor y cuentas de collar. "La catalogación y clasificación de todos estos objetos era tarea imposible para mí -reconoce el improvisado arqueólogo-, pues para ello se requiere una cultura arqueológica profunda, propia de los especialistas en estos estudios, por lo que rogué a mi querido amigo D. Narciso Sentenach, cuya competencia es bien notoria, se encargara de esta misión, dando por terminada la mía con estos breves apuntes", cuyo fin era "llamar la atención de las gentes doctas, de los poderes públicos, para que atiendan a Termes".
Y así fue. Romanones, que ya había sido ministro en cinco ocasiones, movió sus muy influyentes hilos para que el yacimiento de Tiermes fuera atendido. Las primeras excavaciones formales y subvencionadas por el Estado fueron realizadas por el arqueólogo sevillano Narciso Sentenach, que también excavaría en Bílbilis, Clunia y Segóbriga. Por su parte, el conde no volvió a realizar trabajos arqueológicos.

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