jueves, 6 de noviembre de 2014

Depende: ¿hacia una nueva guerra fría?

Depende: ¿hacia una nueva guerra fría?

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© Štěpán Kápl/Fotolia
© Štěpán Kápl/Fotolia
Los enfrentamientos entre Estados Unidos y la Unión Europea con Rusia suscitados por la crisis en Ucrania hace temer que se pueda revivir un periodo de lucha de poderes entre potencias, pero ¿se puede hablar de una nueva guerra fría? He aquí un análisis que podría desmontar esta teoría.
Ucrania ha resucitado la guerra fría, ¿o no?
En ésta, 007 no entraría en acción. Han cambiado muchas cosas desde el comienzo de la guerra fría, término que se utilizó para nombrar a los que transcurren tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética y sus aliados y Estados Unidos y los suyos se vieron inmersos en una dura pugna por conquistar la influencia política y militar en todo el planeta. Aunque este término ha sido utilizado por varios autores, George Orwell entre otros, el que lo popularizó fue el periodista estadounidense Walter Lippmann en su artículo La guerra fría en 1947 al establecer que “un país con armas nucleares podría ser aquel que fuera a la vez inconquistable y estuviera en permanente estado de guerra fría con sus vecinos”.
El actual conflicto, sin embargo, no es ni ideológico ni militar, es una contienda regional y sus razones son muy claras: Rusia no posee la potencia militar ni el alcance que tuvo en relación con Estados Unidos. Ha perdido un gran número de bases militares en países que ahora son miembros de la OTAN, por lo que el equilibrio armamentístico característico del periodo de guerra fría no es un supuesto válido. Tampoco tiene otro elemento que era fundamental: la ideología marxista que unificaba a sus satélites bajo su ámbito de influencia. Y por último, Moscú sigue siendo el país más grande del mundo, pero no tanto como lo fue la URSS. No entra en sus capacidades actuales la contención del enemigo dentro de su área de influencia.
Rusia puede ser incómoda pero no es la URSS
Cierto. Las disputas actuales nos recuerdan a un debate histórico, aquel que planteaba si la guerra fría comenzó por las contradicciones fundamentales entre la Unión Soviética y Occidente o debido a una serie de malentendidos y errores de cálculo entre los dos bloques. En cualquier caso, incluso los historiadores que señalan la indudable presencia de factores causales para el inicio de la guerra fría, no niegan los puntos esenciales de fricción entre ambos.
Tanto la Unión Soviética como Estados Unidos eran ambos poderes expansionistas e ideológicos con ambiciones globales y profundas hostilidades. Se puede argumentar que la filosofía del presidente ruso Vladímir Putin sigue casi al pie de la letra lo que planteaba en un ensayo titulado Rebuilding Russia en 1992 Solzhenitsyn acerca de dejar ir a unos socios desagradecidos, pero mantener los territorios que por derecho y cultura pertenecían a Rusia: las regiones del sur y del este ucraniano, el norte de Kazajistán, Estonia oriental y Abjasia y Osetia del Sur. Sin embargo, no podemos olvidar que la derrota de la guerra fría y la pérdida del imperio soviético convirtieron a Rusia en una potencia de segundo orden con profundas convulsiones económicas que durarían más de una década.
La Federación Rusa, puede resultarnos incómoda, puede haber transgredido un buen número de normas internacionales, pero desde luego no es la Unión Soviética. Al igual que los Estados Unidos de Obama, no son, ni mucho menos comparables a los de Truman.
Si analizamos con detenimiento el debate actual sobre Rusia y el debate histórico sobre los inicios de la guerra fría veremos que la principal y fundamental diferencia entre ambos es que no existen incompatibilidades ideológicas esenciales entre los dos bloques, Federación Rusa y Occidente. Más bien al contrario, de lo que se trata es de una competencia feroz por eso que llamamos mercado.
Estamos volviendo a la bipolaridad
No, ahora solo hablamos de control. Quizás esta sea una de las cuestiones que es imprescindible dejar clara. Si en un primer momento, tras la desaparición de la URSS, el mundo estuvo gobernado por una gran potencia, Estados Unidos, la situación ha cambiado sustancialmente durante los últimos años con la aparición de otros actores que hacen imposible una situación similar: la Unión Europea y los BRICS.
Más bien, nos enfrentamos en este momento a un conflicto que se asemejaría más a aquellos que iniciaban las grandes potencias en el siglo XIX por el control de Asia Central: Reino Unido y Rusia. En este caso, se trataría más de frenar los poderes de los emergentes, sobre todo de China, que podrían desterrar a Estados Unidos de su influencia global.
Incluso se podría decir que las sanciones de Occidente después de Tyananmen han reforzado a China desde entonces. Parece obvio establecer una comparación con la actual situación que se está viviendo en relación con las sanciones a Rusia. Esta situación ha provocado que estos países aúnen sus fuerzas a través de acuerdos en materia de energía, o más recientemente, a través de la puesta en marcha de la Organización de Shanghai para la Cooperación y la Seguridad en la que participan no sólo Moscú y Pekín, sino también otros Estados de Asia Central en una clara respuesta a los movimientos de la OTAN. Este movimiento de eje hacia Oriente de Rusia, no es sino la consecuencia del deterioro de las relaciones con Bruselas debido al conflicto ucraniano y el intento de aislarlo internacionalmente por parte de Estados Unidos.
¿Juego de tronos?
Más bien, jugamos a disuadir. La imposición de sanciones que atacan sectores vitales de la economía rusa traería respuestas. En el sector energético Moscú podría verse obligado a incorporar nuevas tecnologías para su explotación, mientras que la Unión Europea tendría que verse abocada a poner en marcha un plan de contingencia energética. Como se vio recientemente, la respuesta rusa a la prohibición de las importaciones de carne provocó el cierre de MacDonalds en todo el territorio, con la carga simbólica que esto conlleva. Asimismo, algunos informes han confirmado el desarrollo y la producción de nuevas armas nucleares y convencionales por parte de Rusia para contrarrestar los movimientos de Estados Unidos y la OTAN en el Este de Europa. Esto serían solo algunos ejemplos de cuál es la política disuasoria que los actores están empleando, más allá de la labor entre bambalinas de las respectivas diplomacias que nos hace recordar, no sin razón, a aquellos años.
Europa sigue estando a merced de Estados Unidos y Rusia
¿Cómo en sus peores pesadillas? Europa desde la disolución de la URSS ha mirado con condescendencia y sospecha a Moscú. Sin embargo, lo cierto es que las relaciones entre ambos no han cesado en ningún momento, fundamentalmente, gracias a la interdependencia económica existente entre ellas. Rusia está plenamente integrada en la economía europea, además de ser su principal proveedor energético de gas, petróleo y carbón.
Si bien es cierto que Rusia ya no es la potencia mundial de antaño, es verdad que la Unión Europea ha minusvalorado su presencia y capacidades como potencia regional. No podemos olvidar que parte de la culpa del estallido de la crisis en Ucrania la tiene el error estratégico cometido por la UE en su aproximación a Kiev.
En efecto, la ausencia de una clara estrategia europea en relación con la vecindad oriental, al dar por supuesto que no habría problemas en la incorporación de Ucrania como nuevo socio comercial, o si se quiere, como nueva área de influencia, ha situado a la UE en una incómoda situación que la enfrenta a sus peores pesadillas. De un lado, la falta de una Política Exterior Común coherente le hace perder protagonismo como actor principal en la esfera global; por otro, la permanente dependencia en el ámbito de la seguridad y la defensa de la OTAN, le quita autoridad en relación con parte de los Estados antiguos satélites de Moscú, los países Bálticos y Polonia que, fundamentalmente, miran de manera insistente más allá del Atlántico en lo que a estas cuestiones se refiere.
Sin embargo, la principal consecuencia que se puede extraer de las debilidades europeas es cómo están favoreciendo a la aparición de un nuevo contexto geopolítico global, en el que está presente su debilitamiento interno, la creciente expansión geoestratégica de Estados Unidos y la búsqueda de la multipolaridad de Rusia en lo relativo a su política exterior como único contrapeso a su rivalidad con Occidente.
Mismos actores, iguales motivos
Puro marketing. A pesar de que numerosos analistas estadounidenses y europeos han vuelto a acuñar el término en sus distintos artículos y publicaciones, como es el caso del reciente libro The Colder War de Marin Katusa, en realidad lo que nos encontramos es más marketing que contenido y causas reales para denominarlo de esta forma.
Si durante la guerra fría, la meta era el control militar e ideológico del mundo, ahora la aspiración es el dominio de las fuentes de energía y del comercio energético mundial, hasta ahora en manos de Estados Unidos. Durante la década de los 90 Rusia era un enano político, que había perdido gran capacidad de influencia y que afrontaba una enorme crisis socioeconómica. Sólo con la llegada de Putin al poder el país ha comenzado a recomponerse en lo político, y todavía lo intenta en lo económico, algo que no estaba previsto en la agenda de Occidente.
Y no sólo eso, Putin ha conseguido dar un golpe en la mesa en relación con la política energética alterando el comercio mundial en la materia a través de la firma de acuerdos alternativos como el firmado con China, o con la puesta en marcha del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, lo que está perjudicando notablemente los intereses, en especial de los estadounidenses.
Otro de los factores que están siendo el detonante del discurso de guerra fría es la necesidad de revitalización y de recuperación de identidad de la OTAN. A nadie le es ajeno la crisis por la que ha atravesado la Alianza Atlántica durante los últimos años, en especial tras la salida de las tropas de Afganistán. El conflicto en Ucrania ha hecho que la cuestión de la seguridad colectiva frente a Rusia vuelva a ser una prioridad para la OTAN, que le hace volver a sus orígenes: la protección de todos sus socios en caso de agresión. Incluso el tablero de operaciones es el mismo que entonces: Europa Central y Oriental. Esta crisis si de algo ha servido es para darle una nueva relevancia a la Alianza, tras sus fracasos en Afganistán y en Irak, ahora el enemigo parece más nítido y le permite realizar un relato de su existencia más acorde con sus inicios, aunque este enemigo ya no sea el mismo que era.
Quizás lo que se plantea desde un punto de vista de estrategia militar y diplomática sea un retorno a las políticas de disuasión que serían, en este momento y tomadas con cautela, beneficiosas para ambos bandos: de un lado la OTAN recuperaría parte de su importancia, de otro, las tensiones con Occidente han sido siempre un rédito seguro para el mantenimiento de los liderazgos de Moscú.

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