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Solemos tener la imagen de que en la antigua Mesopotamia se trataba a los esclavos de forma cruel. Esa es una idea que viene de los asirios y babilonios, que no escatimaban latigazos con ellos. Los sumerios, en cambio, mantenían una actitud hacia la esclavitud un tanto curiosa. Para empezar, aparte del hecho obvio de nacer de padres esclavos, había dos métodos para llegar a esa situación: por medio de una guerra o voluntariamente.
Un esclavo voluntario era aquel que aceptaba un contrato de esclavitud para liquidar una deuda. Y ojo al dato, porque se hacía mediante un contrato donde se especificaba minuciosamente el tiempo de duración del mismo, así como las posibles penalizaciones. Una vez finalizado el contrato, el individuo seguía con su vida normal. Mientras esa persona era esclava, su familia seguía siendo libre.
Los cabezas negras no eran aficionados a tomar prisioneros tras una batalla. Y no era por compasión, ya que de monjas de la caridad tenían poco y gustaban de empalar y/o despellejar al prójimo, sino una mera cuestión práctica: hacer prisioneros implica que tienes que alimentarles, aunque sea mal, y luego tienes que tratar con comerciantes de esclavos, que junto a los verdugos nunca han tenido buena imagen y no se les suele invitar a cócteles de sociedad. Una vez hechos esclavos hay que vigilarles, alimentarles (de nuevo) y curar sus enfermedades… ¡Todo un dolor de cabeza! Pero una vez que habían decidido tomarlos como esclavos, no los trataban demasiado mal. Se han conservado numerosas tablillas donde se especifican las raciones de comida que se proporcionaba al personal laboral de templos o palacios, y parece ser que los esclavos comían lo mismo que los trabajadores humildes. No se morían de hambre, aunque su alimentación era monótona: pan, cebollas, gachas de cebada, sopas de nabos…
Otro aspecto curioso es que las leyes les otorgaban la oportunidad de manumitirse. Para ello solamente tenían que pagar a su amo el precio que había entregado por ellos. ¿Cómo conseguía un esclavo esa plata? Pues pidiendo un préstamo. Puede que para nosotros resulte chocante la idea de un esclavo solicitando un préstamo, pero para esa sociedad era algo normal. La plata la podía suministrar un prestamista, que llegaba a cobrar hasta un 22% de interés, o un templo. No hemos encontrado ni una sola tablilla donde un templo exigiera más de un 3,5% de interés.
También era habitual otorgar la libertad a concubinas. Una mujer sumeria, harta de tener hijos, podía regalarle al marido una concubina. Los hijos de la esclava eran libres y tenían todos los derechos de herencia, con lo que se producía la situación de que un heredero pudiera tener una madre esclava. Para evitar eso, era normal que se les diese la libertad. Abraham, que era de Ur y conocía esa costumbre, debió “olvidarse” de ella cuando no quiso dar la libertad a la esclava egipcia Agar. Luego algunos lectores de la Biblia se preguntan por qué Ismael estaba todo el día tan enfadado [Ironic Mode Off].
Otro tema que resulta curioso, es el del matrimonio de esclavos con personas libres. Un hombre libre, o una mujer libre, podían casarse sin problemas con alguien sometido a esclavitud. El único problema es que al esclavo o esclava no se le permitía salir del recinto de trabajo, lo que es de suponer que creaba problemas en la convivencia conyugal. Si ese matrimonio tenía descendencia, dicha descendencia era libre. En la época neosumeria, el reyUr-Nammu decretó que los hijos fueran libres salvo el primero, que se quedaba el dueño como compensación. Sin embargo, hemos encontrado tablillas que dan a entender que se aceptaba un pago, en plata o bienes, para sustituir al primogénito. Cuando se le daba la libertad a un esclavo, el acta de libertad era leída por un pregonero en una plaza pública y acto seguido un barbero le cortaba al nuevo ciudadano el aputtu, que era una especie de coleta que distinguía a los esclavos de las personas libres. Si un esclavo huía y era capturado, la costumbre era cegarle y ponerle a sacar agua de un pozo. Por alguna razón que se nos escapa los ciegos, libres o esclavos, eran los encargados de dicha labor.
Finalmente, hay que señalar que los esclavos que se sometían no recibían demasiados malos tratos. Las leyes prohibían terminantemente maltratar de obra a un esclavo voluntario. Otro asunto era mentar a su familia. En cuanto a los esclavos obligados, la costumbre imponía darles un trato justo. Un proverbio sumerio dice: “Si no maltratas a tu burro, ¿por qué maltratas a tu esclavo?”. Se consideraba que los malos tratos hacían perder valor y productividad a un bien laboral. El pueblo de los cabezas negras, con ese sentido práctico que les caracterizaba, pensaban que a un esclavo había que tenerle la mayor parte del tiempo contento. Ahora ya sabéis por qué vuestro banco se empeña en regalaros una tablet.
Colaboración de Joshua BedwyR autor de En un mundo azul oscuro
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