La Sociología es una cuestión de fe
En el año 1959 C. Wright Mills[1] publicaba su conocida obra “La imaginación sociológica”. Esta célebre y tantas veces recurrida expresión para los y las que posteriormente nos hemos convertido en fieles de esta disciplina, joven y desconocida disciplina, permite fácilmente, pero desde su complejidad, entender la fascinación que entre algunas y algunos[2] de nosotros despierta esta ciencia social.
Pero los hombres, habitualmente, no definen las inquietudes que sufren en relación con los cambios históricos y las contradicciones institucionales. Por lo común, no imputan el bienestar de que gozan a los grandes vaivenes de la sociedad en que viven. Rara vez conscientes de la intricada conexión entre el tipo de sus propias vidas y el curso de la historia del mundo, los hombres corrientes suelen ignorar lo que esa conexión significa para el tipo de hombres en que se van convirtiendo y para la clase de actividad histórica en que pueden tener parte. No poseen la cualidad mental esencial para percibir la interrelación del hombre y la sociedad, de la biografía y de la historia, del yo y del mundo. No pueden hacer frente a sus problemas personales en formas que les permitan controlar las transformaciones estructurales que suelen estar detrás de ellas. […]Lo que necesitan, y lo que ellos sienten que necesitan, es una cualidad mental que les ayude a usar la información y a desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos. Y lo que yo me dispongo a sostener es que lo que los periodistas y los sabios, los artistas y el público, los científicos y los editores esperan de lo que puede llamarse imaginación sociológica, es precisamente esa cualidad. La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el escenario histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la trayectoria exterior de diversidad de individuos. Ella le permite tener en cuenta cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana, son con frecuencia falsamente conscientes de sus posiciones sociales. En aquel tumulto se busca la trama de la sociedad moderna, […] El primer fruto de esa imaginación- y la primera lección de la ciencia social que la encarna- es la idea de que el individuo sólo puede comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus propias posibilidades en la vida si conoce las de todos los individuos que se hallan en sus circunstancias. (Mills, 1999)
En estas palabras podemos encontrar esos componentes mágicos, casi místicos, cual ingredientes secretos de nuestra receta, que a la vez es causante, en parte sustancial, de nuestras trayectorias errantes, consecuencia directa de nuestra creencia en esa disciplina que promete dar respuesta a aquellos viejos interrogantes, pero de manera científica y situándonos a nosotras y nosotros mismos en esta gran obra de teatro a modo de una perfomance que es el mundo social, tan complejo y aparentemente ininteligible.
Ya en el siglo XIX, las pretensiones cientifistas de los que hemos denominado “clásicos”, especialmente Durkheim, trataron de dotar a la Sociología de un corpus y un método que permitiera a la sociedad analizarse a sí misma más allá de la reflexión filosófica y siguiendo un método científico. Sin embargo a día de hoy, muchos años después, ni siquiera hemos convencido a la gente sobre la validez de nuestro trabajo y de nuestro método(s) y mucho menos hemos podido situar a esta ciencia en el Olimpo, como pretendiese Comte[3] en su momento. Diversos avatares históricos, propios y ajenos a la disciplina, que ha sufrido la otrora conocida como física social, podrían explicar que nunca la sociedad, precisamente esa sociedad que es nuestro objeto de estudio, haya confiado en nosotros y nosotras.
Y es que precisamente, parece que si algo es, o en algo se ha convertido la Sociología, es precisamente en una cuestión de fe. Y no es por establecer ningún paralelismo con aquella religión positivista de la que Comte se creyó líder supremo, aunque pudiera haberlos. La cuestión es que supongo que muchos y muchas compartimos la idea de que la Sociología hay que “creérsela” puesto que la Sociología es víctima directa de todos los discursos de la sospecha. Todo el mundo es analista social, y el criterio pretendidamente científico de nuestras investigaciones no suele ser aceptado como el de otras cienciasespecialmente las naturales, acusado con frecuencia de sesgado, subjetivo o ideologizado. Pero para creérsela hay que conocerla, hay que interiorizarla, y diría que incluso amarla. Hay que comulgar con sus postulados, al menos los básicos, porque como bien es sabido no somos una comunidad excesivamente bien avenida. La creencia nos distancia de los y las herejes, y en cierta medida, como ya podemos encontrar en las redes sociales, genera cierta endogamia y solidaridad de grupo.
En tanto que gran desconocida, la función que se nos requiere a aquellos y aquellas que le profesamos fe, es dignificarla, darla a conocer, predicar en todos los ámbitos, incluso en los más cotidianos qué es lo que hacemos, cómo lo hacemos y para qué sirve. No tenemos que temer a las preguntas, tan conocidas por todos y todas, ¿Eso qué es? ¿Para qué sirve? ¿Psicología? ¿De qué trabaja un sociólogo/a? Más bien al contrario, esta es nuestra gran oportunidad para darle a conocer a la gente qué es aquello que hacemos, porque es importante y tiene validez para entender y mejorar nuestras sociedades.
Creerse la Sociología, no obstante, cómo en cualquier otra religión (si se me permite el paralelismo) implica confianza ciega, en la autoridad, autoridad divina, sagrada, que de alguna manera proyecta sobre nosotros y nosotras este conocimiento sobre la sociedad, esta manera de tratar de entendernos y legado de los y las que nos precedieron y gracias a los y las cuales le concedemos verosimilitud y legitimidad. Es la voluntad del saber de Foucault. Este componente de fe, también implica sufrimiento, puesto que cómo la mayoría sabrán, la Sociología no es una buena compañera de viaje. Por lo menos durante mucho tiempo no es una acompañante cómoda, y ni siquiera puede prometernos ningún tipo de paraíso sobre todo para los y las jóvenes que caímos en sus redes.
Tener fe en que la Sociología algún día nos hará libres, es en un contexto capitalista pensar que algún día podremos vivir dignamente de ella[4]. Y esto parece casi la utopía que nunca se materializa o el milagro por el que rezamos a nuestros dioses y diosas. La Sociología tiene un coste personal alto y estamos aprendiendo a vivir con ello. Al menos deberíamos hacerlo, antes de caer en la tentación de rendirnos y mientras esperamos a poder contribuir a que las cosas (y nuestra situación) cambien.
A cambio de estos sufrimientos, la Sociología, como muchas otras disciplinas sociales, de las cuales somos difícilmente separables, nos aporta una serie de beneficios, espurios quizás, o intangibles, pero que sólo a ojos del “creyente” cobran significado. Ver lo invisible, las estructuras, el capital, o relaciones entre dominantes y dominados, poder, estatus, jaulas de hierro, o formas elementales que explican nuestra vida en común, nuestras solidaridades, son recursos difícilmente alcanzables para aquellos otros y otras, huérfanos de una fe divina, mágica, como la nuestra.
Vivir de la Sociología, no obstante, es tan posible, como sufrido. Pero vivir siendo sociólogo o socióloga, siendo fieles, nos hace vivir más felices, desde la infelicidad que supone en muchos casos determinado conocimiento. Porque no hay que olvidar que no es el mismo conocimiento científico el de la física, la ingeniería, o la medicina, que el de la Ciencia Social. Esta es nuestra cruz, y a la vez nuestra luz. Y todo esto también tiene un coste en nuestra existencia[5].
Lejos de los hábitos sedentarios de los ratones de biblioteca que satirizaba Jauretche, la mayoría de nosotros “trabaja” de otra cosa. Siempre en part time, somos docentes, periodistas, escritores, empleados públicos, administrativos, burócratas, juntadores de los más insospechados papeles, militantes de utopías y distopías varias, artistas de imprevisibles vanguardias, protagonistas de secretas bohemias, alcohólicos, apáticos, militantes, cínicos, comprometidos, depresivos, irónicos, desilusionados, adictos, alienados, empobrecidos, desempleados… Uff…
Creerse la Sociología supone horas y horas de lecturas, de juntar, clasificar y ordenar papeles que en el caótico orden de nuestra cabeza alguna vez tuvieron sentido. Orden caótico que difícilmente superaremos alguna vez. Supone vagar por un mundo académico-profesional excesivamente competitivo, poco cooperante, desagradecido, inserto en un sistema social que genera estas dinámicas de las que no sabemos cómo escapar. Nuestras trayectorias son vacilantes, dubitativas: títulos y más títulos que acumulamos, artículos, lecturas, libros, polvo, desorden, congresos y papeles en una mesa que nos recuerda lo duro del camino.
Mientras, el mundo que estudiamos nos relega a un segundo plano, casi testimonial, sin saber muy bien qué hacer con aquellos y aquellas que en su trabajo van a contracorriente poniendo en duda sistemáticamente el statu quo. Como recuerda Bourdieu, la Sociología es un deporte de combate contra el orden social dominante[6]. Tampoco cabía esperar que este orden nos estuviera esperando con los brazos abiertos. [i] [ii]
[1] Mills, Charles Wright (1999). La imaginación sociológica. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España. Estas líneas forman parte del primer y sugerente capítulo “La promesa”.
[2] Respecto al lenguaje sexista que presenta el artículo me gustaría clarificar que he respetado en las citas literales los textos originales con el ánimo de no modificar las palabras de otros autores (en este caso, exclusivamente hombres) más allá de que obviamente hacen un uso, en muchas ocasiones, sexista del lenguaje. En el resto del post que he elaborado he tratado de utilizar un lenguaje inclusivo y no sexista.
[3] Respecto a la vida y obra de Auguste Comte, para algunos/as “padre de la Sociología”, recomiendo el apartado que le dedica Salvador Giner (2004) en Teoría sociológica clásica. Barcelona: Editorial Ariel. Este autor situaba a la Sociología en la cúspide de la pirámide jerárquica de las ciencias: “La más completa de estas ciencias, la que en sí engloba a todas las demás, es la sociología” (p. 62).
[4] Sobre esta cuestión me gustaría recomendar el texto de Fatima Perelló publicado también en Ssociólogos ¿Me puedo ganar el pan con el oficio de la sociología?
[5] Esta cita pertenece al texto de Juan Manuel Lucas “Entre el oro, el barro y la sociología” que podemos encontrar en el siguiente enlace y que es uno de los textos reflexivos sobre la profesión más acertado que he leído nunca.
[6] Esta expresión la podemos encontrar en el artículo del Blog Ssociólogos “El sociólogo que prendió los cortafuegos”: http://www.publico.es/culturas/418199/el-sociologo-que-prendio-los-contrafuegos y también cómo título (la primera parte) del documental sobre el mismo Pierre Bourdieu:https://www.youtube.com/watch?v=xkkDSSRYpWw
[ii] Aunque respecto a otros tiempos y lugares, y siguiendo con Pierre Bourdieu, considero muy sugerente uno de sus últimos textos “Autoanálisis de un sociólogo” donde podemos apreciar la relación entre la vida del sociólogo y la propia ciencia y que nos muestra la tortuosidad del camino sociológico. Bourdieu, Pierre (2006). Autoanálisis de un sociólogo. Barcelona: Anagrama
Sociólogo y Máster en Género y Políticas de Igualdad. Actualmente curso un doctorado sobre estudios de género, donde mi línea de investigación es la identidad masculina. Desde 2008 colaboro como profesor de Sociología en las Aulas de la Tercera Edad de Valencia (FEVATED), y puntualmente imparto talleres, docencia, charlas, etc., sobre masculinidades, nuevas masculinidades y relaciones de género en todo tipo de instituciones. He trabajado en el ámbito profesional y académico en diversas investigaciones vinculadas con diferentes temáticas como la vulnerabilidad y la exclusión social, la sociolingüística, la sociología del trabajo, entre otras. También he sido docente universitario sobre temas de sociología de la educación..
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