El Sur negro, crónicas afrolatinas”: En la ruta del esclavo (+ Video)
Por:
Marta Rojas
Los
caribeños solemos asociar los palenques a la geografía de nuestras
islas o, en todo caso, al Brasil y tratándose de este país, a San
Salvador de Bahía.
Sin embargo, semejantes enclaves de resistencia durante los siglos coloniales del llamado Nuevo Mundo los hubo muy rebeldes en América Meridional: El Sur negro, crónicas afrolatinas, libro del periodista y escritor argentino Pedro Jorge Solans, nos revela un mundo generalmente ignorado. No solo en cuanto a los palenques como zona conquistada de libertad por los esclavos cimarrones de Suramérica, sino igualmente por la existencia e influencias culturales de los esclavos africanos introducidos por la trata negrera, que reportaba increíbles sumas de dinero a los negociantes de carne humana y un quinto al rey cristiano, cualquiera de fuere, y su trabajo forzado mucho que enriqueció a Europa toda.
En esta obra tan interesante por reveladora, compuesta por crónicas que Pedro Solans escribió en nuestros días, luego de recorrer muchos países sudamericanos, comenzando por la propia Argentina, sabremos de tambores que llaman pechuchi, bongó, la tumba, el bombó (con be) o el llamado alegre, entre otros instrumentos musicales del sur negro. También, de cuántos descendientes existen, en el mestizaje que por allá llaman también “batidero étnico cultural” y acá el ajiaco, de nuestro Fernando Ortiz.
En su recorrido, el autor hace dos paradas harto ilustrativas en Cartagena de Indias y en Salvador de Bahía, pero no escapan a esa simbiosis de cultura y colores ni Argentina, ni Uruguay, ni el Potosí, o Chile. Obviamente aparecen con nitidez y datos irrebatibles, aún muy vigentes: Ecuador o Venezuela para no nombrar a todo el Sur de América y nos recuerda –para algunos– y revela para otros al santo peruano, canonizado por Roma, San Martín de Porra, un negro.
Grande en belleza y lenguaje histórico son los festivales del Caribe. Sin embargo, poco conocemos del festival de los tambores en Colombia donde, por ejemplo, en el cercano 2012 homenajeó a Graciela Salgado, una de las grandes voces de la cultura local, la única mujer, que según el libro de Solans domó un tambor más grande que ella misma, en el escenario montado al costado del monumento al primer negro que logró la libertad, un palenquero.
Y por cierto nos describe cómo en 1610 fue tan difícil para la corona española reducir a los negros en un palenque, el de San Basilio, como se le conoce comúnmente, que el rey de España decidió considerar automáticamente libre a todo negro que ingresara en un palenque, “de ahí que palenque se convirtió en sinónimo de libertad”.
Pero El Sur negro, de Solans no se detiene en el pasado aunque lo toma y retoma; también habla de reivindicaciones. De cómo en el cercano 2009 en el Informe de Derechos Humanos de Paraguay contiene un artículo que por primera vez, luego de más de medio milenio de la introducción de los esclavos africanos en América, presenta abiertamente la situación de los afrodescendientes en ese país, llamando la atención sobre el racismo y condenándolo. O de cómo la administración del ex presidente Sebastián Piñera, en Chile, no quiso preguntar sobre la procedencia africana de la población en el censo realizado en el 2012 y desde el 2009 está en trámite parlamentario la ley de reconocimiento a la “etnia afrodescendiente”.
Retomando la historia, comenta la obra lo que sucedió en Chile, cuando el pueblo de Valparaíso fue una entrada importante de esclavos africanos- Hubo talcompetencia de precios de carne humana, que, según el extraordinario libro de crónicas, tras la guerra de Arauco empezaron los robos de indígenas mapuches para ser exportados más baratos que los esclavos negros.
En su recorrido por el sur y por el tiempo, revela que el batallón de “Pardos de Arica”, del Perú, tuvo verdaderos héroes en la famosa guerra del Pacífico.
Y llega a Buenos Aires donde relata cómo se abrazaron tan fuerte y profundamente a la liberad los negros de su país, que resultaron unos de los mejores soldados entre los ejércitos independentistas de América del Sur, aunque la añeja historia oficial los muestre como aguateros, encendedores de faroles en las esquinas de Buenos Aires, o como vendedores de empanadas y pastelitos, y a las mujeres las pinten casi siempre como las mejores lavanderas que cantan durante su laboreo.
Pero el primer Presidente de la Nación Argentina, Bernardo Rivadavia, apunta el libro, dejó con la boca abierta a todos los que movían la lengua negando a los negros. “Fue hijo de un abogado español con María Josefa de Jesús, una negra que provenía de Portugal. Rivadavia, “elogiado por las clases dominantes de todas las épocas, fue un afrodescendiente que cosechó tantos apodos como adversarios. Entre los más destacados chocolate, mulato o sapo del diluvio”. La avenida más larga de Buenos Aires lleva su nombre.
Sin faltar un dato comprobable el libro de Solans expresa: “Negros y sambos se destacaron por su compromiso, su pasión y su destreza en las tropas de José de San Martín, de Manuel Belgrano, de Simón Bolívar, de Antonio José de Sucre, de Bernardo O¨Higgins, de José Gervasio Artigas y de Francisco de Miranda”. No queda atrás el papel extraordinario de Jonathan, la esclava –ya libre por la quiteña heroica—de Manuelita Sáenz, la Libertadora del Libertador.
Describe la obra El Sur negro, con pincel de artista, cómo el frio y los 4 500 metros sobre el nivel del mar aniquilaron a millares y millares de negros en Potosí, las minas de Bolivia que se convirtieron en un gran cementerio, “un kilómetro de metal demandaba la muerte de cien negros”.
Otras muchas cosas revelan las crónicas del argentino Solans. Quizás uno de los libros más interesantes sobre el tema luego de Los Morenos , donde aparece el contrapunto de Martín Fierro y El Moreno. De modo que confirma cómo la Ruta del Esclavo va más allá de las estatuas –todas justas—y la geografía del Caribe. Recorre los mares de Nuestra América, los ríos y cordillera de los Andes, sin excluir, desde luego a Estados Unidos.
El Instituto Cubano del Libro tiene un ejemplar de El Sur Negro en su agenda.
Sin embargo, semejantes enclaves de resistencia durante los siglos coloniales del llamado Nuevo Mundo los hubo muy rebeldes en América Meridional: El Sur negro, crónicas afrolatinas, libro del periodista y escritor argentino Pedro Jorge Solans, nos revela un mundo generalmente ignorado. No solo en cuanto a los palenques como zona conquistada de libertad por los esclavos cimarrones de Suramérica, sino igualmente por la existencia e influencias culturales de los esclavos africanos introducidos por la trata negrera, que reportaba increíbles sumas de dinero a los negociantes de carne humana y un quinto al rey cristiano, cualquiera de fuere, y su trabajo forzado mucho que enriqueció a Europa toda.
En esta obra tan interesante por reveladora, compuesta por crónicas que Pedro Solans escribió en nuestros días, luego de recorrer muchos países sudamericanos, comenzando por la propia Argentina, sabremos de tambores que llaman pechuchi, bongó, la tumba, el bombó (con be) o el llamado alegre, entre otros instrumentos musicales del sur negro. También, de cuántos descendientes existen, en el mestizaje que por allá llaman también “batidero étnico cultural” y acá el ajiaco, de nuestro Fernando Ortiz.
En su recorrido, el autor hace dos paradas harto ilustrativas en Cartagena de Indias y en Salvador de Bahía, pero no escapan a esa simbiosis de cultura y colores ni Argentina, ni Uruguay, ni el Potosí, o Chile. Obviamente aparecen con nitidez y datos irrebatibles, aún muy vigentes: Ecuador o Venezuela para no nombrar a todo el Sur de América y nos recuerda –para algunos– y revela para otros al santo peruano, canonizado por Roma, San Martín de Porra, un negro.
Grande en belleza y lenguaje histórico son los festivales del Caribe. Sin embargo, poco conocemos del festival de los tambores en Colombia donde, por ejemplo, en el cercano 2012 homenajeó a Graciela Salgado, una de las grandes voces de la cultura local, la única mujer, que según el libro de Solans domó un tambor más grande que ella misma, en el escenario montado al costado del monumento al primer negro que logró la libertad, un palenquero.
Y por cierto nos describe cómo en 1610 fue tan difícil para la corona española reducir a los negros en un palenque, el de San Basilio, como se le conoce comúnmente, que el rey de España decidió considerar automáticamente libre a todo negro que ingresara en un palenque, “de ahí que palenque se convirtió en sinónimo de libertad”.
Pero El Sur negro, de Solans no se detiene en el pasado aunque lo toma y retoma; también habla de reivindicaciones. De cómo en el cercano 2009 en el Informe de Derechos Humanos de Paraguay contiene un artículo que por primera vez, luego de más de medio milenio de la introducción de los esclavos africanos en América, presenta abiertamente la situación de los afrodescendientes en ese país, llamando la atención sobre el racismo y condenándolo. O de cómo la administración del ex presidente Sebastián Piñera, en Chile, no quiso preguntar sobre la procedencia africana de la población en el censo realizado en el 2012 y desde el 2009 está en trámite parlamentario la ley de reconocimiento a la “etnia afrodescendiente”.
Retomando la historia, comenta la obra lo que sucedió en Chile, cuando el pueblo de Valparaíso fue una entrada importante de esclavos africanos- Hubo talcompetencia de precios de carne humana, que, según el extraordinario libro de crónicas, tras la guerra de Arauco empezaron los robos de indígenas mapuches para ser exportados más baratos que los esclavos negros.
En su recorrido por el sur y por el tiempo, revela que el batallón de “Pardos de Arica”, del Perú, tuvo verdaderos héroes en la famosa guerra del Pacífico.
Y llega a Buenos Aires donde relata cómo se abrazaron tan fuerte y profundamente a la liberad los negros de su país, que resultaron unos de los mejores soldados entre los ejércitos independentistas de América del Sur, aunque la añeja historia oficial los muestre como aguateros, encendedores de faroles en las esquinas de Buenos Aires, o como vendedores de empanadas y pastelitos, y a las mujeres las pinten casi siempre como las mejores lavanderas que cantan durante su laboreo.
Pero el primer Presidente de la Nación Argentina, Bernardo Rivadavia, apunta el libro, dejó con la boca abierta a todos los que movían la lengua negando a los negros. “Fue hijo de un abogado español con María Josefa de Jesús, una negra que provenía de Portugal. Rivadavia, “elogiado por las clases dominantes de todas las épocas, fue un afrodescendiente que cosechó tantos apodos como adversarios. Entre los más destacados chocolate, mulato o sapo del diluvio”. La avenida más larga de Buenos Aires lleva su nombre.
Sin faltar un dato comprobable el libro de Solans expresa: “Negros y sambos se destacaron por su compromiso, su pasión y su destreza en las tropas de José de San Martín, de Manuel Belgrano, de Simón Bolívar, de Antonio José de Sucre, de Bernardo O¨Higgins, de José Gervasio Artigas y de Francisco de Miranda”. No queda atrás el papel extraordinario de Jonathan, la esclava –ya libre por la quiteña heroica—de Manuelita Sáenz, la Libertadora del Libertador.
Describe la obra El Sur negro, con pincel de artista, cómo el frio y los 4 500 metros sobre el nivel del mar aniquilaron a millares y millares de negros en Potosí, las minas de Bolivia que se convirtieron en un gran cementerio, “un kilómetro de metal demandaba la muerte de cien negros”.
Otras muchas cosas revelan las crónicas del argentino Solans. Quizás uno de los libros más interesantes sobre el tema luego de Los Morenos , donde aparece el contrapunto de Martín Fierro y El Moreno. De modo que confirma cómo la Ruta del Esclavo va más allá de las estatuas –todas justas—y la geografía del Caribe. Recorre los mares de Nuestra América, los ríos y cordillera de los Andes, sin excluir, desde luego a Estados Unidos.
El Instituto Cubano del Libro tiene un ejemplar de El Sur Negro en su agenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario