¿Dónde queda la ética?
La corrupción que corroe a nuestras sociedades está estrechamente vinculada a una visión del mundo en la que el dinero y la ostentación se han convertido en la seña de identidad fundamental de una cultura del éxito. Éxito que se cifra, precisamente, en conseguir un elevado estatus y, con él, un alto nivel de vida. De este modo, solo se considera una vida exitosa aquella que viene acompañada por el poder, la presencia social, la influencia, la riqueza. Aquel que se sienta feliz por desarrollar dignamente su labor, por esforzarse en aquello que le hace sentirse realizado, será considerado un pobre diablo si no va acompañado de mucho dinero.
Estos días ha sido noticia la muerte de dos grandes empresarios españoles, Emilio Botín, presidente del Banco de Santander, e Isidoro Álvarez, de El Corte Inglés. Desde una óptica empresarial, no cabe ninguna duda de que estamos ante dos triunfadores que han hecho suya esa cultura del éxito, llevándola hasta el extremo. Los dos han sido creadores de dos grandes empresas de amplísimo capital y que emplean a miles de personas dentro y fuera de España. Resulta imposible negar la relevancia de ambos en el panorama económico actual. Su muerte ha supuesto todo un despliegue hagiográfico, tanto de los medios de información, como de la clase política sistémica, con el PP y el PSOE a la cabeza, que han rivalizado por ensalzar con entusiasmo a ambos personajes.
Enjuiciados desde la ética que se desprende de la cultura del éxito que domina en nuestras sociedades capitalistas, ambos empresarios se convierten en paradigma de un modo de actuar. Un modo de actuar en el que solo cuentan los resultados. Y si los resultados son buenos, desde esa perspectiva del éxito, nada hay que objetar, todo lo contrario. Sin embargo, si nuestra mirada trasciende los valores sistémicos, si atiende a otros valores más sociales –que, por cierto, nuestra sociedad también dice compartir, aunque con la boca minúscula-, ambas figuras dejan de ser ejemplares. Los medios utilizados por ambos para alcanzar sus fines pueden ser perfectamente cuestionados.
En el caso de Isidoro Álvarez, El Corte Inglés no es solo modelo de negocio, sino también de unas relaciones laborales en las que se busca la desprotección de los trabajadores y su explotación más descarnada. La muerte del presidente de los grandes almacenes ha ido a coincidir con una campaña de una parte de la plantilla para que no se acuda a comprar los domingos, pues esa apertura dominical ha empeorado todavía más las condiciones laborales de los trabajadores. Si en cada Huelga General el cierre de El Corte Inglés supone uno de los hitos de la movilización, no es por capricho, sino porque son el símbolo de una política laboral que ha conseguido acabar con los sindicatos a fuerza de la presión a los trabajadores. En el caso del Banco de Santander, sus prácticas se enmarcan dentro de lo habitual de un sector bancario que, en esta crisis, ha dejado ver su cara más oscura. La riqueza de los bancos, y el Santander no es la excepción, se fragua en negocios sucios a lo largo y ancho del planeta: comercio de armas, proyectos atentatorios contra el medio ambiente, blanqueo de capitales, entre otras muchas actuaciones. Tanto es así que fue preciso retorcer la ley, a través de la que ya se conoce como , para que el magnate no acabara delante de un juez.
La conclusión es clara. Si la alabanza social, a través de sus políticos y sus medios de comunicación, va dirigida hacia este tipo de sujetos es porque hace suyo una determinada forma de comportamiento muy alejada de los parámetros éticos de los que debiera hacer gala una sociedad democrática avanzada. Botín y Acevedo son la perfecta encarnación de una ética social que pretende convertir nuestras calles en junglas, que condena al planeta a ser un lugar cada vez menos habitable. Con la complicidad de los políticos sistémicos, siempre atentos a escuchar la voz de sus amos.
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