Ulrich Beck – La globalización del antisemitismo
Belicismo. En
Europa –dice el sociólogo Beck– el conflicto de Gaza logró que los
judíos vuelvan a ser señalados como extranjeros y objetos de odio.
Después de la Segunda Guerra, Alexander Mitscherlich escribió el libro La incapacidad de duelo .
Se refería a la incapacidad de los alemanes de elaborar el régimen nazi
y el Holocausto. Es cierto que hemos hecho avances en ese sentido. Sin
embargo, ahora, con la guerra entre Israel y Hamas –que ha reavivado el
antisemitismo en Europa o le ha dado una mayor visibilidad– salta a la
vista una nueva incapacidad: la de diferenciar.
Muchos
alemanes y otros europeos identificamos a los judíos alemanes,
franceses, italianos con israelíes. De un día para el otro, nuestros
vecinos pasan a ser nuevamente judíos, y con ello extranjeros en su
propio país: en Alemania, Francia, Italia. Y dicha incapacidad de
diferenciar, el hecho de que todos los judíos sean equiparados a
israelíes y los israelíes con asesinos de palestinos, constituye el
trasfondo de esta nueva ola de antisemitismo.
Un
ejemplo: alguien habla con un judío alemán de Berlín y le dice: “Por la
casa de ustedes están cayendo cohetes”. ¿Acaso se refiere a que están
bombardeando la Kurfürstendamm, la avenida berlinesa? Otro: en la
edición del 24 de julio de 2014 del Frankfurter Allgemeine Zeitung, en
una crítica de un filme francés, la periodista Lena Bopp escribe que
allí un hombre se lamenta porque la más joven de sus hijas “también ha
caído en manos de un hombre de origen extranjero”; es que ya sus hijas
mayores contrajeron matrimonio con “el chino Chao, el musulmán Rachid y
el judío David”. Así, ciudadanos franceses son marginados en calidad de
extranjeros. Identificar a los judíos –muchos de ellos seculares y a
veces críticos de Israel– con israelíes es un mecanismo del
antisemitismo en Europa.
En
Francia, justamente, se está hablando de un nuevo antisemitismo. Lo
nuevo –si es que hay algo nuevo– es la globalización del conflicto en
Cercano Oriente. El conflicto en Palestina no tiene lugar sóloe en
Palestina, tiene lugar también en París, Berlín o Roma. Asistimos a un
antisemitismo de la izquierda, un antisemitismo de los migrantes, un
antisemitismo de quienes son discriminados en los países a los que
llegan y que en sus países de origen fueron socializados en el marco de
un antisemitismo religioso. Todo esto se descarga en violencia. Así, la
globalización del conflicto y la globalización del antisemitismo se
potencian recíprocamente. En un mundo conectado, digitalizado, un
conflicto bélico ya no se puede circunscribir a un lugar determinado.
Días
atrás, voces autorizadas de las comunidades judías en Europa aseguraron
que la cultura y la vida judías podrían desaparecer de Europa si esto
sigue así. Tal pronóstico supone una llamada de auxilio. Los judíos
–franceses, alemanes, italianos, etc.–, que se entienden a sí mismos
como ciudadanos europeos, se ven nuevamente obligados a ocultar su
identidad judía a riesgo de ser objeto de ataques violentos. Se observa,
en consecuencia, una nueva ola migratoria hacia Israel; muchos
franceses eligen efectivamente llevar una vida de doble domicilio. Todo
esto sugiere que el traslado del conflicto a las ciudades europeas es
una amenaza de violencia a tomar en serio: en Francia, incluso, ya no se
puede excluir la posibilidad de una Intifada, y la sola idea de esto
evoca en la mayoría de los judíos los peores recuerdos. Se sienten
extranjeros indeseados en Europa, ciudadanos europeos marginados y
degradados a la categoría de extranjeros, extraños en su patria europea,
donde nacieron. Se aviva el recuerdo de la experiencia de los judíos
alemanes en los inicios del régimen nazi: los vecinos pasan a ser
judíos, extranjeros, objetos de odio.
La
reacción militar de Israel es muy dura: hay más de mil muertos. Hamas ha
demostrado mayor capacidad militar de la esperada. Sin pretender una
falsa equidistancia: ambas partes se han obstinado en el camino bélico.
La situación en Cercano Oriente se ha vuelto incomprensible para muchos
europeos. Nos faltan los conceptos, quizá hasta los sentimientos de odio
y de fe, como para pensar en resolver este conflicto de antaño por la
vía militar. Esto me recuerda a las palabras furiosas de Henry
Kissinger: no hay solución para el conflicto en Cercano Oriente. El odio
ha echado raíces demasiado profundas. Y de nuevo ambas partes apuestan
al recurso bélico y todavía creen que pueden sacar ventaja militarmente.
Israel no ve otra salida que la militar, no ve posibilidad de
negociación. Del otro lado, Hamas, que estaba al borde de la bancarrota
ya antes de la guerra y ahora está consumiendo su último reducto de
poder, aún es considerado un interlocutor válido y adquiere así una
nueva importancia política. Ambas posturas llevan a la continuidad del
conflicto bélico, aun cuando, desde el punto de vista de paz europeo, el
empleo de recursos militares no hace sino profundizar el conflicto y
nunca podría llevar a una solución. ¿Es realmente imprescindible el
monomilitarismo de Israel? ¿O más bien no debería, también Israel,
repensar su razón de ser? Me cuesta, desde la segura posición de paz de
Europa y en especial de Alemania, dar cualquier consejo a los israelíes.
Prefiero citar al asesinado Isaac Rabin: “La paz no se firma con amigos
sino con el enemigo. Quien quiera la paz deberá ser el primero en
extender la mano”. Se refería a que la paz se alcanza sentándose a la
mesa con el enemigo. Para ser realista, no veo tal disposición en
Israel, pero tampoco en Hamas, que ha erigido en fin último la
disolución del Estado de Israel.
Desde que
Netanyahu ostenta el poder se observa una cambio de paradigma en
comparación con Rabin, o con las viejas tradiciones de cuño europeo de
Rabin o de los fundadores del Estado de Israel. ¿Se trata hoy del mismo
Estado de Israel? ¿O son los fundamentalistas del Estado y la línea dura
quienes tienen la voz más fuerte? Israel, efectivamente, se ha vuelto
un estado que apuesta aún más a la superioridad militar y que,
influenciado por la experiencia del terror y la amenaza agravada a su
existencia, reacciona con desesperación y odio a las bombas de Hamas. Y
con esto no hace sino avivar la historia de violencia, a largo plazo en
contra de sus propios intereses. Netanyahu es el único conservador del
que se podría esperar un cambio basado en la necesidad de recuperar la
tradición judeo-europea de los grandes líderes de la política israelí.
Que esto se eche de menos seguramente tiene que ver con la pérdida de
poder y la retirada del gobierno de EE.UU. de Cercano Oriente.
Muchas son
las potencias militares que ejercen violencia: Rusia en Chechenia,
Georgia, o en Ucrania; o EE.UU. en Irak bajo la administración Bush.
Pero estas grandes manifestaciones que vemos en Europa solo aparecen
cuando son soldados israelíes los que provocan víctimas civiles. ¿Cuál
es la diferencia? ¿Los israelíes son peores que las fuerzas de Putin o
Bush? ¿O es que los soldados rusos y estadounidenses son arios?
Estas
preguntas dan en el blanco del problema. Amplias partes de la población
alemana, por ejemplo, justifican la acción militar de Putin. Los
argumentos de defensa se sustentan en un nacionalismo étnico basado en
el derecho de los rusos en Ucrania de pertenecer a Rusia. Por otro lado,
al insoportable agravamiento de la violencia militar en Cercano Oriente
se responde con protestas antisemitas, una nueva clase de protestas
desbocadas en Alemania y Europa. Esto no solo da cuenta de aquel
“sedimento de antisemitismo” que al parecer siempre queda, sino también
de que en el mundo globalizado el antisemitismo adquiere una capacidad
renovada de enardecerse. Antes estábamos contra los judíos por haber
crucificado al redentor; ahora, equiparamos a los judíos con israelíes,
sin importar donde vivan, porque las bombas israelíes matan niños
palestinos.
El
compromiso y el involucramiento son una tradición de la intelligentsia
europea. ¿De dónde viene entonces el silencio de los intelectuales
respecto del conflicto en Cercano Oriente? El silencio resulta de la
incapacidad de diferenciar, esta vez entre una crítica a Israel y un
compromiso claro en contra del antisemitismo y en favor de los valores
europeos, valores que también defienden como propios los ciudadanos de
fe judía, los seculares, los críticos de Israel.
En un
contexto de antisemitismo recrudecido, constituye un acto de balance
ejercer una triple crítica: al fanatismo de Hamas, al monomilitarismo de
Israel y a la incapacidad de diferenciar, que refunda el antisemitismo
en Europa, que causa una impresión arrogante, cuesta coraje y produce
malentendidos en todas las direcciones. Esto paraliza, hace difícil
emitir un juicio sin morder el anzuelo del antisemitismo; sin embargo,
la ética del “nunca más” exige, de unas vez por todas, romper el
silencio.
© Ulrich Beck Traducción: Carla Imbrogno. Visto en Revista Clarin.com
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