Creyentes sin religión, la tendencia que más crece en el mundo
Reproducimos
un interesante artículo del experto uruguayo Miguel Pastorino, miembro
de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), sobre la
metamorfosis actual del panorama religioso a nivel mundial.
La tendencia religiosa que más crece en el mundo
Los
sociólogos de la religión, desde los años 90 advierten que la tendencia
religiosa de mayor crecimiento en el mundo, especialmente en occidente,
y más concretamente en los países tradicionalmente cristianos, son los
“creyentes sin adscripción religiosa”, o “creyentes sin religión”.
Muchas veces son calificados por las encuestas como “no creyentes”, por
no identificarse con ninguna religión, y se cae así en un error
conceptual importante, ya que no adherir a ninguna institución
religiosa, no significa no tener creencias religiosas.
Metamorfosis de la religión
La
crisis de la modernidad, de las instituciones, de las iglesias
históricas, especialmente las más burocratizadas y amalgamadas con los
esquemas modernos, ha hecho creer que la experiencia religiosa estaba
desapareciendo. Sin embargo estaba solamente cambiando de lugar. Lo que
desaparece es un modo de vivir y practicar la fe.
En
una cultura dominada por la lógica instrumental y consumista, ha
crecido lo que los sociólogos franceses llamaron “religiosidad a la
carta”, donde cada uno compone y reconfigura su propio menú religioso,
tomando de cada tradición lo que mejor le viene a su necesidad y
resignificando símbolos y contenidos según el propio parecer.
El
descenso de la práctica religiosa tradicional no significa un retroceso
de la religión sino un cambio del espacio religioso y sus
manifestaciones, por el cual se pasa de una fe social y culturalmente
heredada, a una fe asumida como camino personal de búsqueda y
experiencia particular. Asistimos a una metamorfosis de lo religioso,
donde no solo cambian las creencias y prácticas, sino la misma
cosmovisión, y, por consiguiente, la misma imagen de la divinidad.
Un canasto espiritual
Muchos
creyentes no solo eligen los trozos de su credo que mejor se adaptan a
su sensibilidad – sin aceptar la totalidad de su tradición o de las
orientaciones de sus líderes-, sino que toman de todo aquello que
conocen lo que mejor se aviene a sus intereses particulares. En una
situación “de mercado religioso” el creyente sin religión se sitúa en
actitud de comprador o consumidor: elige como si tuviera ante sí una
variedad de productos para consumir y selecciona su canasto según su
preferencia, necesidad y gusto. Se conforma de este modo una
yuxtaposición de creencias, una múltiple pertenencia a diversos credos y
prácticas religiosas, donde el sincretismo no es mala palabra, sino
signo de apertura mental y libertad.
El
presupuesto es que todas las tradiciones religiosas son igualmente
valiosas y verdaderas, por lo que el ideal no es seguir un camino
religioso preestablecido, sino tomar los elementos más convenientes de
cada una de ellas como camino personal de autorrealización.
Según
los resultados del año 2010 de Research Center’s Religion and Public
Life Project, los “creyentes sin religión” son en Europa son un 18 %, en
Asia, 21 %, y en América Latina un 8 %. En el mundo los cristianos son
el 31,4 %, los musulmanes el 23,2 %, y los creyentes sin religión
ascienden al 16,4 %.
La primacía de la experiencia y las vivencias espirituales
La
religiosidad postmoderna privilegia la experiencia antes que la
doctrina, los itinerarios personales antes que las grandes tradiciones,
las vivencias espirituales antes que los contenidos doctrinales. Y el
creyente de hoy es un buscador, un peregrino que quiere decidir cómo,
cuándo y a quién creer.
El
peso del testimonio emocional, la vivencia y la interioridad en los
movimientos neopentecostales y en las espiritualidades neoesotéricas de
la Nueva Era, muestran los nuevos rumbos de la religión y presentan un
gran desafío a las religiones clásicas y a las Iglesias históricas.
Se rechaza la experiencia reglamentada sobre todo mediante ritos y actos válidos por sí mismos -ex opere operato-.
La interioridad es el lugar donde lo sagrado es encontrado y
actualizado. Sin experiencia íntima, personal y emocional no hay
experiencia de lo sagrado. De aquí la tendencia a buscar en la
psicología un mediador cualificado para la profundización e incluso para
las terapias de mediación corporal y emocional. Se busca un mundo de
unidad interior, de certeza y de misterio descifrado. La emoción abraza
sus dos polos: la fuerte exteriorización y la concentración interior.
La
religiosidad actual se ha convertido en una religiosidad sin Dios, pero
se manifiesta emocionalmente potente y tiene una amplísima difusión,
inclusive a nivel editorial, como vemos en la aplastante proliferación
de libros de autoayuda de corte esotérico y gnóstico.
Es
bastante evidente que el momento presente se caracteriza por una
extensa psicologización, no solo de la idea de lo divino y de la
religión, sino del conjunto de los sistemas sociales y de las
relaciones. La “emoción” ocupa un lugar no sólo importante, sino
excepcional en la vida de muchos de nuestros contemporáneos, los cuales
dedican muchas energías a una afanosa búsqueda –en algunos casos
enfermiza- de novedades y experiencias fuertes, dando lugar a lo que se
ha llamado “sociedad de la vivencia”.
Sólo vale la religión que se experimenta
En
la cultura de las sensaciones solo vale lo que se experimenta
interiormente, emocionalmente. Si no hay un acercamiento emocional,
afectivo a la religión, esta es considerada inútil. Frente al énfasis en
las convicciones, aquí prima la afectividad sentida. Sin un toque
afectivo, sensible, de lo sagrado, éste no existe o no se le concede
credibilidad.
El
individuo actual quiere expresar lo que siente. No le interesa tanto
especular sobre Dios o la comprensión doctrinal cuanto el compartir
vivencias. Está más atento a la experiencia que siente, en cómo la
siente e imagina, que en el modo en que la piensa o justifica
racionalmente.
Ya
no se puede presuponer que quien se presenta con una determinada
comprensión de la realidad –sea cristiana, o socialista o liberal…-,
necesariamente posee una especie de estructuración mental y existencial
de la vida en conformidad con lo que dice creer. Asistimos cada vez más a
la visión de personalidades descompuestas, fragmentadas, incoherentes:
por un lado está su creencia, por otro su comportamiento moral, por otro
sus vivencias espirituales, etc.
En
la actual situación en que está fragmentado el hombre de hoy, se busca
desesperadamente la integración y la armonía interna, una experiencia de
salvación “aquí y ahora”, y que casi siempre no aspira a llegar más
allá de lo que se viva al interior de la propia experiencia de paz y
gratificación subjetivas.
La
experiencia salvífica es un momento más en la vida de las personas, y
no aspira a ser un elemento configurador de la existencia, ni promete
una salvación más plena, ni para la persona concreta ni mucho menos para
la sociedad. La idea de Dios sufre grandes cambios, transformándose en
una fuerza cósmica, impersonal, vaga y difusa, como un “conjunto de
vibraciones energéticas” que son la esencia de toda la realidad.
Técnicas y más técnicas “espirituales”
En
este contexto sociocultural, se produce una gran proliferación de todo
tipo de métodos de autoayuda vinculados al esoterismo, lo
parapsicológico y a las religiones orientales. Emerge así una
religiosidad de tipo mágica, donde lo divino es en realidad un medio
para alcanzar el bienestar, no una persona con la que entramos en
relación. Lo importante es alcanzar el conocimiento (gnosis) para vivir
este tipo de experiencias salvíficas que se quedan en la pura
inmanencia, es decir, del lado del más acá.
¡Si no es cristiano, mejor!
Si
la propuesta espiritual no es cristiana es recibida con mayor
ingenuidad y simpatía, hasta en los medios de comunicación. En este
contexto nos encontramos con un fuerte deseo de recuperar lo pagano
precristiano: celtas en Europa, chamanismo en América, etc.
Se
hace sentir el atractivo de las religiones orientales, porque sus
dogmas parecen más flexibles, porque están teñidas de aspectos místicos,
de profundización, de búsqueda personal, son más respetuosas del
misterio inefable, y favorecen la experiencia interior. Son ajenas a la
burocratización y la juridificación tan fuertes en las Iglesias
cristianas deudoras de la herencia grecorromana.
En
este clima alérgico al cristianismo surge un neognosticismo y un
abanico de tendencias mágicas de diversa índole. Religiones
precristianas, pseudociencias, esoterismo y tendencias herméticas van
configurando una imagen eclipsada de Dios: “¡espiritualidad sí, pero no
queremos ni Dios ni religiones!”.
Desafíos para el catolicismo actual
El
principal desafío que tienen las iglesias históricas consiste en
recuperar su centro, su mística, y hacerla accesible a todos. Esto
requiere la adopción de en un lenguaje más “fresco”, más testimonial,
más iniciático, y de misioneros que sean personas de gran peso
experiencial, como verdaderos gurús, maestros de vida espiritual. La
insistencia y el estancamiento en los meros aspectos morales de los
discursos, ya progresistas, ya conversadores, genera un resecamiento
espiritual, un desgaste abrumador y un ámbito de tedio poco propicios
para quien está sediento de un espacio de renovación espiritualidad y
encuentro con el misterio.
Los
cristianos necesitan recuperar el kerygma, el primer anuncio apasionado
y testimonial de la fe, que incluye la propia experiencia vivencial
para poder transmitirla. Se requiere de una pasión por Jesucristo y por
el evangelio que transmita una experiencia digna de ser compartida con
otros.
Esta
recuperación puede verse en el pentecostalismo de origen protestante, y
en los contextos sociales donde el catolicismo es una minoría que
privilegia la experiencia de la comunidad antes que su organización en
estructuras. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Franciscohan
insistido constantemente sobre la necesidad de simplificar estructuras y
optar preferencialmente por la evangelización antes que por el
mantenimiento de formas de organización caducas. Pero persiste la cómoda
ilusión de creer que remodelando o añadiendo una nueva estructura se
está inventando la renovación espiritual.
Benedicto tenía razón
Ya desde su juventud, y hasta su pontificado como Benedicto XVI, el profesor Ratzinger no
ha dejado de insistir en que la Iglesia se encamina a transformarse en
una minoría, y que debe volver a lo esencial para recuperar su fuerza.
El Papa Francisco comenzó su pontificado poniendo en práctica esta
prioridad: primero la fe, el amor, la misericordia, luego las
enseñanzas, la moral, la doctrina. No despreciando nada de los
contenidos de la fe cristiana, no dejando nada de lado, pero
estableciendo una prioridad irrenunciable: primero el anuncio del amor
de Dios manifestado en Jesucristo vivo, que hace nacer a una vida nueva a
todo el que le abre su corazón.
En
el año 2010, en Portugal, Benedicto XVI expresó con gran claridad: “A
menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales,
culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe
exista, lo que por desgracia es cada vez menos realista. Se ha puesto
una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales,
en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal
se vuelve sosa? Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo
con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de
Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe,
palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo
miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano.
Artículo de Miguel Pastorino en Libertad Digital
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