“Llena el morrito” segundo contexto lejano (1961-1965)
El
país es una inmensa piscina donde todos nataguean en busca de la
acumulación de riquezas desde el Estado y luchan por sobrevivir a costa
de lo que sea...”
Las letras del
merengue “Llena el morrito” fueron escritas por Emilio A. Morel y
musicalizadas por Julio Alberto Hernández para el contexto político de
1926, es decir, cuando la ideología del “sentido de la historia” no
presagiaba, para nada, la caída de Horacio Vásquez, sino todo lo
contrario, su irresistible ascensión hacia la continuidad del poder en
1928 y 1930, pues ya había capeado todos los temporales, desgarramientos
y huidas producidas por la oposición a la Convención de 1907 y al
préstamo con el gobierno norteamericano.
La bonanza azucarera luego de la Primera Guerra Mundial había
declinado para 1922-25. La “danza de los millones” era un recuerdo
nostálgico que no auguraba todavía el “crack” de la Bolsa de Nueva York
en 1929, pero los signos ominosos de corrupción rampante, intolerancia
política y exclusión de amplios sectores de la clase media y sus
intelectuales comenzaron a experimentarse en carne viva con el país
económicamente paralizado y cuya bonanza solo arropaba al clan
gobernante. Un aparente y entusiasta apoyo mayoritario velaba, como a
Trujillo en 1960 y al PLD de 1996 a 2014, la realidad de la situación.
Este velo impedía otear, a quienes estaban en la cúpula del poder, la
tormenta que se divisaba en el horizonte. Los cataclismos sociales se
asemejan a los terremotos grandes: antes de estallar con fuerza
avasalladora y llevarse toda la escoria que encuentran a su paso,
expanden una onda subterránea que solo atinan a descifrar quienes tienen
los oídos atentos a los quejidos del sistema social.
Los intelectuales y periodistas que combatieron sañudamente a Vásquez
descifraron el rumor sordo y se montaron en la cresta de la ola social
de Trujillo. El merengue “Llena el morrito”, re-enunciado de boca en
boca durante el segundo contexto político que va de 1961 a 1965,
permitió a quienes supieron auscultar lo que se aproximaba, subirse a la
cresta de la ola y navegar precariamente en la burocracia balaguerista
que pugnaba, sin éxito, por continuar el trujillismo; montarse en el
transitorio Consejo de Estado presidido por Bonnelly y que formado por
la clase oligárquica fue momentáneamente desplazado por la victoria de
Juan Bosch, aunque supo aguardar su turno y emprendió una lucha sin
cuartel hasta desplazarle del poder mediante un golpe de Estado cuyo
resultado fue la instalación de una dictadura totalitaria dirigida por
el Triunvirato que continuó la política de aquel gobierno de los
cívicos.
En el período 1961-65, de lucha en contra de los remanentes del
trujillismo, el merengue “Llena el morrito” machacó continuamente en la
radio la ideología y la propaganda en contra de lo que pregonaban los
políticos que vieron en Balaguer su tabla de salvación, en el Consejo de
Estado la transición a la democracia, en Bosch la personificación de la
democracia misma y en el Triunvirato la vuelta al poder de la
oligarquía en una alianza entre los cívicos y el movimiento familiar de
los liquidadores de la vida de Trujillo, pues aunque no era un partido,
funcionaba como un fuerte grupo de presión cuya protección solo podía
provenir del control del Estado, porque sabían que el trujillismo era un
gran peligro con Ramfis vivo en Madrid. El crimen de la hacienda María
les enseñó que no estaban seguros, como lo probó el atentado al general
Antonio Imbert. Pero el poder en manos de la oligarquía es y será
siempre, por fuerza, autoritario o dictatorial, dado el hecho de que al
ser una clase minoritaria y sin partido, debe recurrir a la violencia
para apoderarse del poder y dado también el hecho de que nuestra
forma-Estado creada por Pedro Santana en 1844, sin participación del
pueblo, es medularmente clientelista y patrimonialista y no existe,
fatalmente, ninguna otra forma de practicar la política que no sea a
través del robo de los bienes públicos y su reparto entre los poderosos,
sus amigos y familiares (patrimonialismo) y el otorgamiento de las
migajas a los sectores más pobres de la sociedad, así como a los
bullosos de la pequeña burguesía como una manera de mantenerles fieles y
leales al poder oligárquico (clientelismo).
La ideología del patrimonialismo y el clientelismo, unidad dialéctica
con dominante del patrimonialismo, no solo en nuestro país, sino en la
América Latina, es el blanco del ataque de “Llena el morrito” durante el
segundo contexto de 1961-65 y cuyos efectos repercutirán en 1983 en “El
funcionario” (letras de Manuel de Jesús y Jaime Shanlatte. Balín, el
del extinto grupo Nueva Forma, de Ramón Leonardo y Chico González).
Ambos merengues se completan, pero “El funcionario” se acerca más al
poema, mientras que “Llena el morrito” está más cerca del ensayo
socio-político. Postulo que “Llena el morrito” es la teoría y “El
funcionario”, la práctica de esa teoría. En el merengue interpretado por
Simó Damirón y Chapuseaux, las metáforas “la vaca nacional” y “la teta”
son de fácil decodificación: el país y el presupuesto público, con la
salvedad de que los diez millones de dominicanos que figuran en el
último censo creen, como los intérpretes, en la existencia de la nación
dominicana, esa falacia cuyo significado es el gran negocio de los
políticos del patio.
Las alusiones de 1926 al médico Alfonseca, supuesto candidato del
partido horacista para 1930, re-enunciadas en 1961-62, remiten a Viriato
Fiallo, médico, candidato a las elecciones del 20 de diciembre de 1962
por el partido oligárquico Unión Cívica Nacional; Fulano podría leerse
como Juan Bosch; y los independientes de la hora podrían ser la caterva
de partidos pequeños que jugaban el papel de bisagra de la UCN y el PRD,
mientras que los de la oposición pudieran remitir a los grupos de la
izquierda: 1J4, PSP, MPD, MNR, que no apoyaban a nadie y eran
abstencionistas.
Aunque no existieron partidos de izquierda durante el horacismo, los
que Simó Damirón y Chapuseaux visualizaron al re-enunciar las letras de
“Llena el morrito” les parecieron ser clientelistas y patrimonialistas,
pues la ideología que los arropaba era la del querer sacrificarse por el
bien supremo de la “nación”, pero la sacrificada era “la vaca
nacional”.
A pesar del río de lava de la insurrección de 1965, corolario del
cataclismo de Horacio y Trujillo, todo quedó peor, como peor quedó el
país un siglo antes cuando el terremoto sordo de la Restauración: Báez y
Balaguer fueron los sepultureros de ambos acontecimientos históricos,
herederos del clientelismo y el patrimonialismo que adornan a nuestra
porción de humanidad desde el 27 de febrero de 1844. Para ellos y su
clientela pongo a la disposición en YouTube el merengue “Llena el
morrito”.
¿No son, por ventura, la ideología y la percepción real de “Llena el
morrito” interpretado en 1961-65 por Simó Damirón y Chapuseaux, las
mismas para todos los partidos clientelistas y patrimonialistas
dominicanos de hoy, incluyendo a los pequeños partidos bisagras e
incluso a los de la izquierda que, desde el triunfo de Antonio Guzmán en
1978, se han convertido en becerros de la teta del presupuesto público
con Balaguer (1966-1996), con el PLD y sus gobiernos y con Hipólito
Mejía (2000-04)? El país es una inmensa piscina donde todos nataguean en
busca de la acumulación de riquezas desde el Estado y luchan por
sobrevivir a costa de lo que sea y usan las armas que más se adecuen a
partirle la parpatana al adversario.
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