lunes, 4 de agosto de 2014

El Mío Çid… o el cabrón-hijoputa de la Castilla medieval

Advertencia: el Rincón de la Historia de este mes es una reflexión con intención humorística, no pretende ser un verdadero análisis. No os toméis totalmente en serio lo que voy a decir. Tan sólo quiero, una vez más, invitaros a pensar sobre la Historia y sobre cómo, con el tiempo, cambian las valoraciones y se construyen las visiones sobre el pasado, y cómo nuestra percepción de los mismos pueden cambiar de forma sorprendente si los contemplamos desde un diferente punto de vista.
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Estatua del Cid en el parque de Balboa de San Diego,
en Estados Unidos.
Rodrigo Díaz de Vivar es un personaje histórico del siglo XI cuya vida inspiró la composición del Poema del mío Cid, una de las primeras y grandes obras de la literatura de la Península Ibérica (nada de “España”, por favor, eso no existía todavía) en castellano (castellano medieval, ojo), un cantar de gesta del que todos los españoles, con seguridad, hemos oído hablar y hemos estudiado en clase de Lengua Castellana y Literatura. ¿Alguna vez os lo habéis leído entero? Deberíais. Os podríais llevar una sorpresa, al menos si lo leéis con los mismos ojos que yo.
Las “hazañas” de este infanzón de segunda (es lo que era, y no lo digo yo) han sido objeto de admiración desde la Edad Media y hasta hoy. Su leyenda ha sido motivo de inspiración para la pintura, el cine e incluso la ópera. En España se convirtió en un mito de la Reconquista y uno de los típicos símbolos del orgullo nacional. Se han destacado su valor, su humanidad y su religiosidad, y su triunfo después de la muerte ha conmovido a muchos individuos. El conocimiento de su figura y su fantástica historia han tenido una amplia difusión y no solamente en España. Como ejemplo tenemos la película El Cid de 1961, protagonizada por nada menos que Charlton Heston (me cae como el culo, pero es un icono de la industria cinematográfica) y Sophia Loren (la fantasía sexual de toda una generación) como Jimena.
Una vez hechas las presentaciones, vamos al lío. Las superproducciones y todo eso están muy bien, pero la visión que éstos suelen ofrecer del Cid está bastante distorsionada con respecto al poema (y el poema, por supuesto, no es un reflejo de la realidad, peo bueno, en este caso a mí no me interesa el personaje real, sino el “legendario”). ¿Qué es lo que ocurre si tomamos el cantar y lo leemos?
Bueno, la introducción nos pone en antecedentes: el rey Alfonso envía a Rodrigo a recoger los tributos anuales que le deben los reyes Córdoba y de Sevilla, y al volver, sus enemigos lo enemistan con el rey y éste lo destierra. El Cid reúne a su peña, unos sesenta hombres en total, y se ponen en camino para pirarse de Castilla, muy tristes y muy compungidos todos (yo le hubiera dicho “anda y que te den por saco, rey ingrato”, pero en fin, esto es un cantar de gesta, tiene que quedar bonito, y el prota tiene que ser todo un caballero… en seguida comprenderéis qué es lo que se entiende por un “caballero”).
Las “hazañas” de este infanzón de segunda (es lo que era, y no lo digo yo) han sido objeto de admiración desde la Edad Media y hasta hoy. Su leyenda ha sido motivo de inspiración para la pintura, el cine e incluso la ópera. En España se convirtió en un mito de la Reconquista y uno de los típicos símbolos del orgullo nacional. Se han destacado su valor, su humanidad y su religiosidad, y su triunfo después de la muerte ha conmovido a muchos individuos. El conocimiento de su figura y su fantástica historia han tenido una amplia difusión y no solamente en España. Como ejemplo tenemos la película El Cid de 1961, protagonizada por nada menos que Charlton Heston (me cae como el culo, pero es un icono de la industria cinematográfica) y Sophia Loren (la fantasía sexual de toda una generación) como Jimena.
cid2
Bueno, pues la tropa llega a Burgos y quieren quedarse a pasar la noche, pero el rey ha prohibido que se dé alojamiento y comida al Cid (hay que ser mala gente, de verdad), así que los caballeros acampan fuera de la ciudad. Aquí empieza lo bueno. Un tal Martín Antolínez, compadeciéndose de los pobrecitos, sale de la ciudad y va a llevarle víveres a Rodrigo saltándose la prohibición, y además pide al Cid que le deje acompañarle para escapar de la previsible cólera del monarca.
Rodrigo, todo contento, le dice que sí, y (atención, primera fantochada) que tener, no tiene un duro, pero que le doblará la paga. Bueno, bueno, bueno, qué fácil es prometer, ¿no? Pero no pasa nada, el Cid tiene un plan. Manda construir dos arcas y llenarlas de arena, y le dice a Martín que busque a dos judíos, Raquel y Vidas, para proponerles un pequeño chanchullo. Antolínez, cumplidor y servicial, se va hasta la judería (el barrio judío, vaya) y encuentra a los susodichos (que son presentados como un par de avaros, qué raro) y les cuenta que el Cid tiene un par de arcas repletas de oro, que no las puede llevar consigo y que se las deja a cambio de que ellos le den algo de dinero por ellas (como si las empeñase). Muy contentos, Raquel y Vidas van a ver a Rodrigo y cierran el trato, estafados como un par de colegiales. Le dan seiscientos marcos a cambio de las arcas, a condición de que no las abran durante un año. Hale, el Cid ya tiene pasta. Y para conseguirla, sólo ha tenido que timar a un par de individuos que total, eran judíos.
Menos mal que la arena, en realidad, no vale tanto como el  petróleo, o Estados Unidos habría invadido hace tiempo  todos los desiertos y playas del planeta.
Menos mal que la arena, en realidad, no vale tanto como el
petróleo, o Estados Unidos habría invadido hace tiempo
todos los desiertos y playas del planeta.
Rodrigo se marcha de Burgos no sin antes mirar a la catedral y prometer a la Virgen María que si le ayuda en su duro futuro, hará ricas donaciones a su altar y pagará mil misas (segunda fantochada). ¡Haalaaa, larga por esa boquita, que hablar es gratis! A lo mejor mañana estarás muerto en el camino, pero venga, majo, tú promete, promete, que siempre hay que estar a bien con Dios, y para eso no hay que rezar, sino pagar a la Iglesia (católica, por supuesto).
Bueno, el Cid se va al monasterio de San Pedro de Cardeña a despedirse de su familia, que está allí. Antes de reunirse con Jimena y con sus hijas, se encuentra con el abad don Sancho. Y como ahora tiene pasta para gastar y va sobrado, en vez de guardarla para momentos de necesidad y aprieto, Rodriguito se saca la… bolsa, y le da al abad cincuenta marcos, y encima le dice que si vive más tiempo le habrá de dar el doble (tercera fantochada). ¡Joder, si el dinero crece en los árboles! Y como quiere que le traten bien a la mujercita, le da cien marcos más. ¡Por dar que no quede, cojones! Se acaba de fulminar exactamente un cuarto de lo que se ha ganado, ¡en menos de una noche! Y aún encima le suelta, con toda la pachorra, que por cada marco que se gaste en la manutención de su familia, le dará cuatro marcos al monasterio (cuarta megafantochada). ¡Claro que sí, campeón!
Sophia Loren interpretando a Jimena. A mí no me parece tan guapa, pero bueno, los tiempos cambian. Seguro que está llorando porque ve cómo el derrochador de su marido vuelve a irse de caballos y putas con su pandilla dejándola a ella sola con las crías en un convento. A lo mejor tendrían para comprarse una casa si no se quemase toda la pasta en juegas y guateques.
Sophia Loren interpretando a Jimena. A mí no me parece tan guapa, pero bueno, los tiempos cambian. Seguro que está llorando porque ve cómo el derrochador de su marido vuelve a irse de caballos y putas con su pandilla dejándola a ella sola con las crías en un convento. A lo mejor tendrían para comprarse una casa si no se quemase toda la pasta en juegas y guateques.
Bueno, Rodrigo se despide, llega un montón de gente y se une a su mesnada, con lo cual el Cid ya tiene un pequeño ejército. Y por supuesto, cuando se ponen a su servicio, Rodrigo les dice que algún día les devolverá el doble de lo que acaban de perder (pues al irse con él al destierro pierden las propiedades y las herencias). ¡Quinta fantasmada, señores! Sólo tiene cuatrocientos cincuenta marcos en el bolsillo. Pero no pasa nada, porque el Cid no tiene pensado quedarse pobre en cuanto salga de Castilla.
Va entonces Rodrigo con sus trescientas lanzas y entra por fin en el reino musulmán de Toledo, reino tributario del de Castilla y de Alfonso, el soberano del Cid. ¿Y qué van a hacer ahora? ¡Dedicarse al pillaje! Nada mejor para obtener fáciles y rápidas ganancias. Así que divide su tropa y Álvar Fáñez, uno de sus hombres, se va de cabalgada hasta Alcalá con doscientos lanceros, mientras que el propio Cid, con cien guerreros, ataca Castejón. ¡Total, son moros, joder, no hace falta provocación previa! Bastante provocación es que sean infieles, aunque estén a bien con el monarca cristiano de al lado y le paguen tributo. Así que entra a sangre y fuego matando gente de buena mañana, mientras los pobres habitantes de Castejón se quedan con cara de póker.
¿Os imagináis la escena? Un día estás tan tranquilo en tu pueblo y de repente entran mogollón de brutos a caballo destripando a tus amigos y vecinos y se quedan con todas tus riquezas y bienes mientras tú corres de un lado a otro gritando “Oh my God, oh my God, ¿qué es lo que está pasando? ¿Por qué nos hacen esto?”. ¿Y sabéis qué es lo mejor? Después de repartir el botín entre sus aguerridos, nobles y valientes soldados (qué gran mérito el suyo, atacando por sorpresa), el Cid vende el quinto que le queda a los propios moros, que le pagan tres mil marcos de plata. Y luego, como sabe que el rey Alfonso no tardará en ir a por él, simplemente se larga.
¡¡Aaah, qué valientes somos!! Pero daos prisa en masacrar a estos inocentes ciudadanos, que en cuanto llegue el ejército de verdad nos tenemos que largar, ¿vale?
¡¡Aaah, qué valientes somos!! Pero daos prisa en masacrar a estos inocentes ciudadanos, que en cuanto llegue el ejército de verdad nos tenemos que largar, ¿vale?
Podría seguir largando mierda, pero creo que es suficiente ejemplo. Son sólo las primeras tiradas del poema, casi nada. Y creo que ya es suficiente para sacar una reflexión. Estamos demasiado acostumbrados, en el mundo de hoy, a aceptar determinados legados históricos por el mero hecho de que su prestigio los precede y porque a menudo son tremendamente edulcorados gracias a las favorabilísimas versiones cinematográficas, televisivas, de cómic, de dibujos animados, etc. No es solamente el Cid. Hay ejemplos a montones de grandes leyendas, mitos u obras de la literatura que nos han llegado adulteradas, en versión soft y que ofrecen una imagen engañosa de su naturaleza.
¿Quién de nosotros, hoy en día, se atrevería a enarbolar como héroe a este miserable? Gasta el dinero a manos llenas con sus amigotes sin ni siquiera tenerlo, y promete más confiando en que llegarán épocas de vacas gordas (como nuestros actuales políticos). Miente, engaña, estafa (como nuestros actuales políticos). Mata y expolia sin necesitar un motivo a los aliados del que supuestamente es su rey. Y encima luego se recochinea. Y más cosas. Y después nos lo venden como el típico héroe que consiste un dechado de virtudes. Y sí, ciertamente lo era, para la época. Recordad que antes os he dicho que no os podéis tomar completamente en serio todo esto. Rodrigo Díaz de Vivar vivió hace casi mil años. No podemos juzgar ambas épocas y a sus individuos y sus valores según el mismo patrón.
Simplemente os invito a pensar cómo el tiempo y la transmisión continua de una narración pueden deformar su contenido, al ir adaptándola a los gustos y forma de pensar de cada época. Por ello creo que es interesante y que merece la pena siempre intentar mirar más allá y buscar el fondo de los hechos (por eso estudié lo que estudié). Porque saber de dónde venimos y cómo hemos llegado a ser lo que somos nos ayuda a entender al ser humano como un ser en perpetua transformación, nos ayuda a comprender un poco mejor nuestra propia existencia y nuestra propia relación con el mundo y con otros seres humanos. Y creo (o quiero creer) que una mejor comprensión de nosotros mismos nos ayuda a evolucionar como personas y a intentar cambiar nuestro presente para dirigirnos hacia un futuro mejor.
Escrito por Brais Louzao Recarey.

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