Los castillos de La Habana
La
Habana, con sus contrastes, también tiene castillos. Bastiones de una
época colonial entre ataques de piratas y el deseo español de preservar
su colonia. Todo ello quedó casi intacto y hoy se puede apreciar con
facilidad
Viajar constituye para la Organización Mundial del
Turismo (OMT) una actividad que tipifica el enfrentamiento de la paz
contra la guerra, sobre todo a partir de la comprensión y la tolerancia
intrínsecas.
Ese concepto tiene muchas bases en el conocimiento de los viajeros sobre la historia y tradiciones de los pueblos, que en el caso cubano, y en particular su capital, La Habana, atrae la atención mediante sus castillos, todo un símbolo de una época anterior.
Lugares que demuestran un momento de dominio, ahora están transformados en imagen simbólica de la ciudad, postal que identifica a la urbe central del archipiélago cubano.
La Habana, con sus contrastes, también tiene castillos. Bastiones de una época colonial entre ataques de piratas y el deseo español de preservar su colonia. Todo ello quedó casi intacto y hoy se puede apreciar con facilidad.
Prácticamente, esas fortalezas constituyen símbolos de la perpetuidad de la memoria histórica de la ciudad, de su permanencia, y es por ello que aparecen en las postales turísticas como lo más distintivo.
El ejemplo más significativo lo constituye el Castillo de el Morro, que recibe a aquellos que llegan por mar o simplemente a quienes -de visita en La Habana- pretenden conocer los sitios más representativos de la urbe fundada definitivamente el 16 de noviembre de 1519.
EL IMPENITENTE MORRO
De guardia siempre, el Castillo de los Tres Santos Reyes de El Morro, se posa sobre una alta roca a la entrada de la Bahía de La Habana. Esta fortaleza y su farola guían a los barcos y sirven de perfecta imagen para quienes se fijan en los grandes detalles durante sus viajes.
En la actualidad es un sitio para visitar, se llega mediante una embarcación que cruza el canal de entrada de la rada o por tierra, pasando el Túnel de La Habana.
Pero antes de sus empleos turísticos hubo mucha tela por donde cortar, pues la corona española concibió planes defensivos de la ciudad entre los siglos XVI y XVIII, debido a los ataques de piratas por mar.
Las obras duraron 40 años, iniciadas en 1589 y terminadas en 1630, bajo la dirección del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, quien además fue el padre de otros reductos de la villa.
El Morro, como simplemente se le conoce, tiene forma de polígono irregular, con gruesas murallas, se eleva a 40 metros sobre el nivel del mar y posee baluartes y salientes defensivos.
Y como hecho más distintivo, resultó enfrentar en 1762 a la escuadra inglesa que se apoderó de él y desde allí propició la toma de La Habana que duró 11 meses (hasta el 6 de julio de 1763).
Pero todo viajero distingue hoy día por sobre la fortaleza su torre de 10 metros, su faro marítimo, que sirvió de atalaya y tuvo varios cambios: al principio alimentado por leña, en 1819 por aceite, en 1928 con acetileno y finalmente desde 1945 con electricidad.
LA FUERZA SE HIZO INEXPUGNABLE
Protegiendo la entrada de la Bahía, y como el más antiguo, se encuentra, de la parte cosmopolita de la urbe, el Castillo de la Real Fuerza. Allí se puede tener una tarde maravillosa, sobre todo a la puesta del sol, en una cafetería en la parte superior o disfrutar de exposiciones de ceramistas en su interior.
Sin embargo, su construcción tuvo que ver con el auge de los ataques de corsarios y piratas, lo cual obligó al Rey de España, Felipe II, a ordenar al entonces gobernador de La Habana, Don Hernando de Soto, la edificación de una gran fortaleza.
Estas obras comenzaron en 1558 y terminaron 20 años después, en 1578. Como peculiaridad, sus comienzos estuvieron a cargo de la única mujer gobernadora de la capital, Doña Isabel de Bobadilla, esposa de De Soto, quien murió en 1542 a orillas del Missisippi durante la conquista de la Florida.
Entonces la enamorada mujer, que siempre esperó el regreso de su compañero, encarg ó al arquitecto Mateo de Aceituno la obra. Fue un lugar tan seguro que varios gobernadores la emplearon como residencia.
Como curiosidad, Bobadilla se convirtió en tal símbolo que crearon una veleta, una estatuilla de metal, que se colocó en su cúpula y recibió el nombre de La Giraldilla, uno de los principales emblemas de La Habana en la actualidad, con la figura de mujer oteando el horizonte.
LA PUNTA, MUY PEGADO AL MAR
La Punta se elevó en un saliente, pegado al mar, directamente sobre él, y duró 10 años levantarlo, para terminarlo en 1600, 30 años antes que El Morro. Esta fortaleza se convirtió en un baluarte sencillo en forma de cuadrilátero con 100 metros de lado y 58 de ancho.
Los historiadores recuerdan que durante la toma de La Habana por los ingleses sufrió grandes daños que luego fueron reparados, y en 1868, durante La Guerra de los 10 Años por la independencia de la colonia española, se le añadieron cuatro explanadas para similar cantidad de cañones. (PL)
SAN CARLOS DE LA CABAÑA, SEDE DE EVENTOS
Además de acoger el Museo de Armas y lugar donde el comandante guerrillero cubano- argentino Ernesto Che Guevara colocara su oficina a principios de la Revolución cubana, en 1959, constituye el centro del Parque Histórico, Turístico y Militar Morro-Cabaña.
Esta gran posición, también apareció bajo la batuta del arquitecto Juan María Antonelli y se sitúa en una colina que domina toda la ciudad, que los militares de la época consideraban clave para su defensa.
Tal fue así, que el propio Antonelli, al construir El Morro miró hacia ese promontorio y dijo que quien lo dominara tendría a La Habana, como ocurrió después con la armada inglesa.
La obra comenzó en 1763 -inmediatamente después de la retirada de los ingleses - por orden de Carlos III y terminó un año más tarde. Los planos los realizó el francés M. De Valliére y los diseños estuvieron a cargo del también galo M. Ricaud de Tirgole.
Hablamos de una plaza de 700 metros de largo, con un polígono de 450 metros de murallas con baluartes, terrazas, caponeras y rebellines. En 1859 allí había una guarnición de 1 300 soldados, con una dotación de 120 cañones y obuses de bronce.
En sus patios se fusilaron a patriotas cubanos, como al poeta Juan Clemente Zenea, fue comandancia de las tropas rebeldes luego de 1959, cárcel, escenario de juicios contra la seguridad del Estado y finalmente centro turístico.
Como signo distintivo, en la actualidad, cada noche a las 21:00 hora local, se dispara un cañonazo, conocido por los cubanos como “el cañonazo de las nueve”, empleando una pieza artillera de la época colonial, manipulada por cadetes vestidos a la usanza de esos tiempos.
La tradición recoge que ese disparo daba la orden de cierre de las Murallas de La Habana, otra de las protecciones del la villa contra los piratas.
Ese concepto tiene muchas bases en el conocimiento de los viajeros sobre la historia y tradiciones de los pueblos, que en el caso cubano, y en particular su capital, La Habana, atrae la atención mediante sus castillos, todo un símbolo de una época anterior.
Lugares que demuestran un momento de dominio, ahora están transformados en imagen simbólica de la ciudad, postal que identifica a la urbe central del archipiélago cubano.
La Habana, con sus contrastes, también tiene castillos. Bastiones de una época colonial entre ataques de piratas y el deseo español de preservar su colonia. Todo ello quedó casi intacto y hoy se puede apreciar con facilidad.
Prácticamente, esas fortalezas constituyen símbolos de la perpetuidad de la memoria histórica de la ciudad, de su permanencia, y es por ello que aparecen en las postales turísticas como lo más distintivo.
El ejemplo más significativo lo constituye el Castillo de el Morro, que recibe a aquellos que llegan por mar o simplemente a quienes -de visita en La Habana- pretenden conocer los sitios más representativos de la urbe fundada definitivamente el 16 de noviembre de 1519.
EL IMPENITENTE MORRO
De guardia siempre, el Castillo de los Tres Santos Reyes de El Morro, se posa sobre una alta roca a la entrada de la Bahía de La Habana. Esta fortaleza y su farola guían a los barcos y sirven de perfecta imagen para quienes se fijan en los grandes detalles durante sus viajes.
En la actualidad es un sitio para visitar, se llega mediante una embarcación que cruza el canal de entrada de la rada o por tierra, pasando el Túnel de La Habana.
Pero antes de sus empleos turísticos hubo mucha tela por donde cortar, pues la corona española concibió planes defensivos de la ciudad entre los siglos XVI y XVIII, debido a los ataques de piratas por mar.
Las obras duraron 40 años, iniciadas en 1589 y terminadas en 1630, bajo la dirección del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, quien además fue el padre de otros reductos de la villa.
El Morro, como simplemente se le conoce, tiene forma de polígono irregular, con gruesas murallas, se eleva a 40 metros sobre el nivel del mar y posee baluartes y salientes defensivos.
Y como hecho más distintivo, resultó enfrentar en 1762 a la escuadra inglesa que se apoderó de él y desde allí propició la toma de La Habana que duró 11 meses (hasta el 6 de julio de 1763).
Pero todo viajero distingue hoy día por sobre la fortaleza su torre de 10 metros, su faro marítimo, que sirvió de atalaya y tuvo varios cambios: al principio alimentado por leña, en 1819 por aceite, en 1928 con acetileno y finalmente desde 1945 con electricidad.
LA FUERZA SE HIZO INEXPUGNABLE
Protegiendo la entrada de la Bahía, y como el más antiguo, se encuentra, de la parte cosmopolita de la urbe, el Castillo de la Real Fuerza. Allí se puede tener una tarde maravillosa, sobre todo a la puesta del sol, en una cafetería en la parte superior o disfrutar de exposiciones de ceramistas en su interior.
Sin embargo, su construcción tuvo que ver con el auge de los ataques de corsarios y piratas, lo cual obligó al Rey de España, Felipe II, a ordenar al entonces gobernador de La Habana, Don Hernando de Soto, la edificación de una gran fortaleza.
Estas obras comenzaron en 1558 y terminaron 20 años después, en 1578. Como peculiaridad, sus comienzos estuvieron a cargo de la única mujer gobernadora de la capital, Doña Isabel de Bobadilla, esposa de De Soto, quien murió en 1542 a orillas del Missisippi durante la conquista de la Florida.
Entonces la enamorada mujer, que siempre esperó el regreso de su compañero, encarg ó al arquitecto Mateo de Aceituno la obra. Fue un lugar tan seguro que varios gobernadores la emplearon como residencia.
Como curiosidad, Bobadilla se convirtió en tal símbolo que crearon una veleta, una estatuilla de metal, que se colocó en su cúpula y recibió el nombre de La Giraldilla, uno de los principales emblemas de La Habana en la actualidad, con la figura de mujer oteando el horizonte.
LA PUNTA, MUY PEGADO AL MAR
La Punta se elevó en un saliente, pegado al mar, directamente sobre él, y duró 10 años levantarlo, para terminarlo en 1600, 30 años antes que El Morro. Esta fortaleza se convirtió en un baluarte sencillo en forma de cuadrilátero con 100 metros de lado y 58 de ancho.
Los historiadores recuerdan que durante la toma de La Habana por los ingleses sufrió grandes daños que luego fueron reparados, y en 1868, durante La Guerra de los 10 Años por la independencia de la colonia española, se le añadieron cuatro explanadas para similar cantidad de cañones. (PL)
SAN CARLOS DE LA CABAÑA, SEDE DE EVENTOS
Además de acoger el Museo de Armas y lugar donde el comandante guerrillero cubano- argentino Ernesto Che Guevara colocara su oficina a principios de la Revolución cubana, en 1959, constituye el centro del Parque Histórico, Turístico y Militar Morro-Cabaña.
Esta gran posición, también apareció bajo la batuta del arquitecto Juan María Antonelli y se sitúa en una colina que domina toda la ciudad, que los militares de la época consideraban clave para su defensa.
Tal fue así, que el propio Antonelli, al construir El Morro miró hacia ese promontorio y dijo que quien lo dominara tendría a La Habana, como ocurrió después con la armada inglesa.
La obra comenzó en 1763 -inmediatamente después de la retirada de los ingleses - por orden de Carlos III y terminó un año más tarde. Los planos los realizó el francés M. De Valliére y los diseños estuvieron a cargo del también galo M. Ricaud de Tirgole.
Hablamos de una plaza de 700 metros de largo, con un polígono de 450 metros de murallas con baluartes, terrazas, caponeras y rebellines. En 1859 allí había una guarnición de 1 300 soldados, con una dotación de 120 cañones y obuses de bronce.
En sus patios se fusilaron a patriotas cubanos, como al poeta Juan Clemente Zenea, fue comandancia de las tropas rebeldes luego de 1959, cárcel, escenario de juicios contra la seguridad del Estado y finalmente centro turístico.
Como signo distintivo, en la actualidad, cada noche a las 21:00 hora local, se dispara un cañonazo, conocido por los cubanos como “el cañonazo de las nueve”, empleando una pieza artillera de la época colonial, manipulada por cadetes vestidos a la usanza de esos tiempos.
La tradición recoge que ese disparo daba la orden de cierre de las Murallas de La Habana, otra de las protecciones del la villa contra los piratas.
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