Impacto neoliberal de la crisis económica – Concentración de los medios de comunicación
El Golpe de Estado que no fue televisado
Pertenezco
a una generación marcada por la palabra “Transición” y por las imágenes
de la entrada del teniente coronel Tejero en el Congreso de los
Diputados al grito de “¡Quieto todo el mundo! ¡Silencio! ¡Todo el mundo
al suelo!” el 23 de febrero de 1981. Han tenido que pasar más de tres
décadas para comprender que, mientras el rey hacía el paripé de rescatar
la legalidad y nuestros padres suspiraban aliviados, se estaba dando
otro golpe que triunfó, ha vaciado de contenido no solamente el Congreso
de los Diputados sino todo el título I de nuestra Constitución vigente,
y ha conseguido que la palabra “democracia” suene a chiste de mal
gusto, como sucede con todos los derechos fundamentales que se supone
que nuestro Estado debe garantizar: vivienda, trabajo, salud,
alimentación, educación… información.
No
hemos escuchado los tiros. No han tenido que ocupar militarmente la
televisión, la radio y las redacciones de los periódicos. Pero lo cierto
es que unos pocos –muy pocos- han decidido por todos que la información
ya no es un derecho fundamental del público para conocer e
interrelacionar los acontecimientos de forma que le sea posible situarse
frente a los temas relevantes y deliberar sobre ellos en el espacio
público. Tampoco se entiende ya la información como un contrapeso
imprescindible que ejercen los medios de comunicación, los mediadores
sociales, frente a los poderes políticos y económicos, en representación
de toda la sociedad, en su deber de investigar, develar lo que se
quiere ocultar y denunciar los abusos e irregularidades para velar por
el cumplimiento de las leyes y el interés general.
Hoy
“el público” en los medios hegemónicos es un objeto que se vende a los
anunciantes y al que hay que seducir y entretener. Y el poder político,
el poder económico y la gran prensa han dejado de vivir en tensión. El
gran capital impone su tematización, jerarquiza y traza líneas
editoriales en los medios de comunicación, sin que tenga que recurrir a
la coacción o a la censura en la mayor parte de las ocasiones.
Sencillamente los medios de comunicación comerciales son meras correas
de transmisión del poder económico, hasta unos extremos que harían
temblar de consternación a los padres de la gran prensa liberal del
siglo XIX: Si Benjamin Franklin volviera de su tumba, no tardaría en
correr la misma suerte que Julian Assange.
En
suma, nos hemos quedado sin medios de comunicación que cumplan con el
deber de brindar información veraz, oportuna y pertinente, algo sin lo
que no es posible hablar de libertad de expresión ni de democracia. Toda
la fachada liberal del edificio institucional se resquebraja. El
sistema se queda sin coartadas mientras multiplica el gasto en material
antidisturbios y criminaliza la protesta ciudadana.
Crisis y estado de excepción global
Aunque
no es el objeto de este artículo, considero imprescindible entender y
caracterizar la crisis, porque ha modificado el escenario, a los actores
y en buena medida los valores que tradicionalmente han informado la
comunicación política y la mediación social. Para esbozar en qué
consiste y qué es lo que ha entrado en crisis, me baso en el libro de
Manolo Monereo “De la crisis a la Revolución Democrática” i. Los párrafos que siguen son extractos o síntesis de algunos de sus planteamientos en ese libro esclarecedor y lúcido.
Si
entendemos el neoliberalismo como la contraofensiva de las clases
dominantes ante la gravísima crisis económica y de hegemonía
estadounidense desatada en los años 70, y el agotamiento del capitalismo
fordista-keynesiano, encontramos que este proceso de restauración
capitalista, esta contrarrevolución neoliberal, ha tenido su centro en
los Estados Unidos, que han conseguido prolongar su dominio imperial en
declive financiarizando la economía. El desafío neoliberal, el nuevo
régimen monetario internacional y la globalización financiera tienen que
ver con las dificultades de Estados Unidos para perpetuar unas
relaciones de poder internacional cuestionadas desde los años 70. Y
desde los años 80, Estados Unidos (hacia el que el sistema monetario
traslada el 50% del ahorro mundial) es una economía parasitaria en
decadencia, que usa su poder monetario financiero para perpetuar un
sistema económico injusto, depredador y con una huella ecológica
incompatible con la vida del planeta.
Lo
que ha entrado en crisis ahora no es el capitalismo como tal, que ya
estaba sumido en una profunda crisis desde los años 70, sino la
respuesta de los poderes financieros a la crisis capitalista, que tomó
forma desde los años 80 con la contrarrevolución neoliberal.
Con
la crisis financiera se anudan una crisis energética, una crisis
alimentaria, una crisis de materias primas y una crisis ecológico-social
globales, en un escenario de crisis de hegemonía internacional por
parte de Estados Unidos. La tendencia es a su desplazamiento de la
posición de dominio económico y político, por parte de potencias
asiáticas con China a la cabeza, pero dado su poder militar (con un
millar de bases militares desplegadas por el planeta y concentrando la
mitad del gasto militar mundial), este declive hegemónico puede
prolongarse durante décadas.
No
es, entonces, una más dentro del centenar de crisis financieras que
hemos visto sucederse en los últimos 20 años (desde el “efecto tequila”
en México, 1994), sino que estamos ante una transición sistémica, que
nos sitúa en un estado de excepción global, con amplios espacios del
planeta donde el Derecho Internacional, los derechos humanos, están
sencillamente suspendidos.
Este
panorama que retrata Manolo Monereo revela la imagen de un golpe de
Estado a cámara lenta, si bien muy traumático, que ha hecho tabla rasa
de los derechos laborales y sociales conquistados en siglo y medio de
luchas, dejando el terreno abonado para nuevas terapias de choque
neoliberales como las describe Naomi Kleinii.
¿Qué
ha pasado, entre tanto, con los medios de comunicación y con el derecho
a la información y la libertad de expresión? ¿Por qué no nos han
contado los periódicos y las televisiones este golpe de Estado que tan
profundas repercusiones tiene para nuestras vidas y para nuestras
sociedades? ¿Por qué no conocemos las caras ni los nombres los
responsables de la crisis?
En
gran medida, porque antes de asaltar las instituciones y la
Constitución, ya nos habían dejado sin medios de comunicación, los
habían subsumido a partir de los mismos procesos de concentración y
financiarización que rigen en el mundo empresarial.
En
una primera etapa desregularon las relaciones laborales hasta
prácticamente hacer desaparecer la figura del periodista con contrato y
salario para sustituirlo por el “free-lance”, que para comer necesita
vender sus piezas y por tanto, si quiere comer, debe ofrecerle al medio
“lo que pide” el mercado (lo que a su vez conlleva una tendencia a
privilegiar la banalización, la espectacularización y el sensacionalismo
sobre el contexto y la profundidad analítica).
Latifundios mediáticos y bancos
A
partir de los años 90, las grandes empresas de comunicación mutaron en
grandes grupos en los que las fusiones y adquisiciones, al calor de las
desregulaciones en Estados Unidos y Europa, han configurado un mapa
mediático concentrado y marcado por la propiedad cruzada. Los medios de
comunicación españoles no han sido ajenos a estos procesos, en los que
la banca ha adquirido una parte importante del control de su
accionariado canjeándolo por deuda. Podemos preguntarnos para qué quiere
un banco controlar acciones de un medio quebrado como “El País”… pero
seguro que no tardamos mucho en respondernos.
Juan Pedro Masdemont sintetiza bien quiénes están detrás de los grupos mediáticosiii:
“A través de compras, ventas, fusiones de empresas, etc., hemos llegado a un panorama en el que un puñado de conglomerados mediáticos domina el mercado mundial de la información y la comunicación. Se estima que en la actualidad seis grandes compañías controlan más de la mitad del sector a nivel mundial (Time-Warner, Viacom, News Corporation, Comcast, Disney y Bertelsmann). Un escalón más abajo se encuentran otros grandes grupos mediáticos como Pearson, Sony, o los que dominan la estructura mediática en España, algunos de ellos curiosamente sin tener su origen aquí (lo que por otra parte tampoco dice mucho, pues como multinacionales que son tienen sus propietarios y sus clientes repartidos por el mundo). La televisión española tiene en este momento, sin contar a RTVE, únicamente dos dueños: Mediaset, el grupo de Silvio Berlusconi (Telecinco, Cuatro, La Siete, Energy…), y Planeta, del marqués José Manuel Lara Bosch (Antena3, La Sexta, Neox, Nova, Nitro… también la enorme editorial homónima, en radio Onda Cero, y el periódico La Razón). En prensa, radio y demás encontramos también a Prisa (El País, Cadena Ser, la plataforma Digital+ …), que pertenece desde finales de 2010 al fondo de inversión Liberty Adquisition Holdings; Unidad Editorial (editora de El Mundo y Marca entre otros), que es propiedad del grupo italiano Rizzoli Corriere della Sera; Vocento (ABC y varios periódicos regionales y locales), participada por varias familias históricas españolas como los Ybarra y los Luca de Tena junto con, entre otros, el BBVA; o el Grupo Intereconomía (La Gaceta, IntereconomíaTV) del empresario Julio Ariza Irigoyen junto a otros grandes empresarios y financieros”.
A
partir del excelente informe gráfico de la propiedad de los medios de
comunicación en nuestro país, basado en el mapa de medios realizado por
la revista “Mongolia”, se pueden tirar a la basura todos los manuales de
periodismo y deontología profesional del periodista. Quien paga, manda.
No hay tensión. No hay democracia.
Desalambrar la palabra: algunas tareas para la izquierda
Frente
a este panorama, considero que hay varias reflexiones que todas las
organizaciones y colectivos de la izquierda social y política deben
hacerse a partir de una constatación básica:
La
comunicación y la información son aspectos centrales de la batalla
política, social y económica. Para que pueda emerger un movimiento de
resistencias que pase en algún momento a disputar el poder para la
gente, crear poder popular, es imprescindible vernos con nuestros ojos,
proyectar los otros imaginarios, articular sentido común. Eso se hace en
el terreno de la comunicación.
En
la izquierda con demasiada frecuencia caemos en la tentación de la
falsa salida de denostar del periodismo, de la institución del mediador
social. Es verdad que los cárteles mediáticos han convertido la
institución del periodismo en una farsa, recurriendo a mentiras,
falsificando imágenes, justificando golpes de Estado, ensalzando a
genocidas como demócratas… Ellos nos han sumido en un estado de
inseguridad informativa, desinformándonos sistemáticamente. La aparente
pluralidad de enfoques y matices desaparece cuando estos medios abordan
los temas políticos en sentido fuerte (basta con comprobar cuál es la
línea que todos siguen cuando se trata de “informar” sobre Cuba o
Venezuela).
Los
medios alternativos han venido desenmascarando los variados mecanismos
de desinformación que operan cotidianamente en los distintos productos
que nos entregan estos medios comerciales. Cuando están en juego los
intereses del poder económico que los controla, estos medios sirven como
herramientas desestabilizadoras de guerra psicológica. Ejemplos sobran
en América Latina. Merece la pena hacer un seguimiento a los principales
diarios de estos países y a la Agencia EFE, agrupados en la Sociedad
Interamericana de Prensa, para entender hasta dónde los medios “de
prestigio” fueron puestos al servicio de la injerencia extranjera, con
columnistas pagados por el Gobierno de Estados Unidos, y con una
sistemática campaña de terrorismo mediático, orientada a infundir
zozobra y pánico en las mentes de los ciudadanos, con mentiras
reiteradas y burdas manipulaciones, buscando preparar las condiciones de
un golpe interno o una intervención exterior.
Presentan
a los verdugos como víctimas y a los pobres como una amenaza contra su
“democracia”. No hace falta moverse de Europa para comprobarlo. La
campaña de terror informativo desatada contra la coalición Syriza en
Grecia ante la posibilidad de que se hiciera con el triunfo en las
elecciones de mayo y junio de 2012, o la criminalización de las
protestas sociales en España ante la insoportable depauperación y
desahucio de millones de trabajadores a cuenta de las políticas de
“austeridad” (simultáneas con la amnistía fiscal para los enriquecidos)
ponen de manifiesto a quién sirven estos medios y cuál es su medida del
rigor y su deontología cuando la lucha de clases no se deja maquillar.
Pero
esta farsa, estas prevaricaciones perpetradas en nombre del periodismo
por el capital financiero que los controla, no puede llevarnos a tirar
el niño con la ropa sucia. En un momento como este es crucial
reivindicar la información no mercantilizada, que reúna las
características que desde el punto de vista de la democracia necesita el
ciudadano para poder situarse frente en la realidad social y política e
intervenir sobre ella, participando en el espacio público y
contribuyendo activamente a que la institución de la “opinión pública”
(en el sentido político, no psicosocial) opere. Es decir, una
información rigurosa, que no se venda como objetiva sino que reconozca
sus condicionantes, que no sea neutral, sino que tome partido por los
débiles, por la justicia, por los valores y derechos consignados, por
ejemplo, en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Que no
simplifique, en la medida de lo posible, que no sea vaga y sustituya con
“expertos” las voces de los protagonistas de los hechos, que vaya a
buscarlos, que no fomente el prejuicio, que no estereotipice, que no
desconecte sino que contextualice, que no aliene, sino que haga visibles
las causas y las consecuencias, los quiénes y los por qués. Que conecte
el pasado y el presente, y permita dibujar escenarios posibles y
alternativas.
La
información no puede ser objetiva, es importante subrayarlo porque aquí
estamos ante un mantra de la teoría liberal de la información impuesta
desde las universidades de Estados Unidos en base al modelo mercantil de
prensa. Lo que sí nos corresponde es reclamar un periodismo que luche
contra la subjetividad, que aspire a superar todos los intereses
particulares que presionan hacia la desviación de la narración de los
hechos reales para acomodarlos a la versión que interesa. El rigor, el
apego a la veracidad, la ética y la honradez intelectual es lo que
podemos y debemos exigir al periodista, y en este sentido hay una
crítica muy seria que debemos hacernos sobre el tipo de mensajes que
venimos “disparando” desde los medios alternativos con la excusa de la
guerra informativa. No se trata, como bien ha señalado Santiago Alba, de
diferenciarnos de los medios del capital diciendo lo contrario (porque
no siempre mienten, y esta técnica de espejo invertido nos pone en
situaciones peligrosas y a cometer graves injusticias) sino de hacer lo
contrario que ellos: no ocultar, no engañar, no velar la realidad,
incluso cuando no encaje en nuestros esquemas geopolíticos.
Rigor
en los procedimientos de investigación, contraste, selección; honradez
para reconocer los condicionantes; claridad en las intenciones. Eso
vendría a ser lo que diferenciaría a nuestro periodismo frente a su
impostura.
En
segundo lugar, la información requiere tiempo de trabajo para su
elaboración y canales y soportes adecuados para que llegue al público.
Hay una tendencia entre la izquierda a confiar demasiado en la capacidad
de las nuevas tecnologías para multiplicar los emisores, redifundiendo
piezas fragmentarias, entradas de blogs y grabaciones compartidas en la
red como si eso bastara para contrarrestar el relato hegemónico, amén de
sustituir la información que no estamos en condiciones de producir por
toneladas de opiniones vertidas sobre los temas, en general aplicando
una lente invertida sobre lo que presentan los medios hegemónicos.
Y
lo que desde hace al menos 20 años hacen nuestras organizaciones con
demasiada frecuencia es precarizar a sus propios comunicadores,
asignando exiguos presupuestos a sus medios de comunicación (partidos,
sindicatos, etc), olvidando que la información bien hecha es un producto
muy intensivo en trabajo humano, y que debiéramos darle ese valor, al
menos nosotros.
Es
urgente que la izquierda se tome en serio la calidad y el rigor de los
mensajes que difunde. Las organizaciones que producen contenidos
escritos o audiovisuales deben valorar sus medios y a sus comunicadores,
garantizándoles dignidad y posibilidad de entregar un producto cada vez
mejor, en lugar de condenarlos a languidecer, con jornadas extenuantes y
una permanente falta de recursos.
Guerra mediática
En
tercer lugar, para afrontar la guerra mediática que acompañará la
guerra social y política en la medida en que vayamos ganando terreno, es
imprescindible hacer algo más que responder a sus mentiras, o esperar a
que nos mencionen en sus medios. Es urgente articular una suerte de red
alternativa de información, que en los momentos de conflicto es
decisiva, en primer lugar para poder llevar al público, a la sociedad,
lo que realmente está ocurriendo y los medios no muestran o lo
manipulan. Pero automáticamente, cuando la gente tiene que acudir a
nuestros medios para informarse de acontecimientos relevantes, los
medios del sistema quedan desautorizados. Podemos repetir “televisión,
manipulación” hasta el hartazgo: Cuando hay cientos de miles de personas
en las calles de una ciudad, manifestándose, y al encender la
televisión están hablando de cualquier cosa menos de eso o no muestran
las imágenes que en pocas horas ya se han regado por la red como la
pólvora, debido al interés objetivo de los hechos que se han querido
ocultar, el ciudadano medio, hasta el menos politizado, ya no se sienta
con la misma confianza ante el informativo del día siguiente. Si le han
engañado una vez de una forma tan manifiesta… pueden engañarle en todo
lo demás.
Hasta
ahora hemos vivido situaciones de conflicto más o menos masivo, más o
menos sostenido en el tiempo, pero la guerra mediática no ha hecho sino
comenzar sus primeros escarceos. Cuanto más amenazado se siente el
sistema, mayor es el dilema de sus medios, que no pueden contar la
verdad, no puede dar voz a los protagonistas de las rebeldías… pero sabe
que si su ocultación y su engaño se evidencian, su credibilidad, y por
tanto su poder sobre las conciencias, se desintegra en tiempos
cortísimos.
Es
vital preparar nuestras redes alternativas de comunicación, tejer
mecanismos de coordinación con filtros y mecanismos de comprobación de
las informaciones que redifundimos. Verificar es tan importante como
transmitir. Especialmente en situaciones de conflicto. Transmitir sólo
informaciones contrastadas por fuentes conocidas y que conozcan los
hechos de primera mano. Esa ley es oro para la información que hacemos y
para protegernos de infiltraciones y respuestas inducidas por terceros.
Tan
importante como tener miles de personas en nuestras movilizaciones, es
contar con salas situaciones (concentradas o no) de personas que estén
haciendo seguimiento de los hechos y separando los rumores y los bulos,
antes de poner a circular informaciones en nuestros canales de
comunicación. Ello presupone vínculos físicos, no meramente virtuales,
de personas/organizaciones a las que podamos contactar para contrastar
aquello de lo que se tiene constancia y transmitir solamente eso.
Para
ello es imprescindible la cooperación horizontal y la complementariedad
entre los distintos actores sociales dentro del movimiento popular:
cooperar en lugar de solaparnos.
Nuestros medios
En
cuarto lugar, debemos recuperar los medios públicos. A los medios
privados podemos denunciarlos cuando mienten, silencian y manipulan,
esperando que se den las condiciones de su extinción por falta de
incautos que les compren sus productos de pésima calidad y alta
toxicidad. Pero a los medios públicos no podemos permitírselo. La
denuncia de su manipulación tiene que ir acompañada de una lucha
ciudadana por recuperar lo público. Decir esto ahora parece irreal, pero
los medios públicos no son los medios del gobierno estatal o autonómico
de turno. Son nuestros medios, somos sus propietarios, y son
prestatarios de un servicio público, impuesto por ley. La derecha
política y financiera los ha parasitado y convertido en auténticos
esperpentos en muchos casos, amén de llevarlos a la ruina para ahora
justificar su cierre dentro del discurso de la “austeridad”
presupuestaria.
No
podemos perder de vista que con cada medio público que se cierra nos
están expropiando la palabra, a la vez que aumentan el negocio de los
medios privados y que es imprescindible contar con medios de
comunicación públicos, con infraestructura, profesionales y presupuesto
para poder hacer la comunicación y la información que necesitamos como
sociedad cuando gobiernen “los nuestros”.
Al
respecto hay un camino recorrido por los países latinoamericanos que
han iniciado procesos de transformación y democratización, además de la
trayectoria de los medios públicos en Europa, con sus distintos modelos
de financiación y control. Es necesario hacer balance y sacar
conclusiones de los aciertos y los errores, y tener claro qué modelo de
radio, televisión y prensa pública defendemos, y qué errores no podemos
repetir.
En
quinto lugar, necesitamos poner en pie medios alternativos de calidad y
que puedan sostenerse al margen de la financiación privada o estatal.
Es más fácil escribirlo que hacerlo, pero es imprescindible.
Los
medios alternativos que tenemos son extremadamente inestables y
reducidos, y su existencia responde más a militancias heroicas y
obstinadas que a una lógica de crecimiento y fortalecimiento que
acompañe al conflicto social.
Es
una gran paradoja. Los acontecimientos nos están dando la razón. Está
ocurriendo lo que desde la izquierda llevamos diciendo que era
inevitable durante el espejismo del crecimiento en la cultura del
pelotazo y de las burbujas especulativas. Sin embargo, no estamos a la
ofensiva, y no tenemos cómo desmontar su versión del cuento y cantarles
unas verdades que nunca han sido más evidentes y más dolorosas.
En
este momento, los medios alternativos son vitales para poder resistir.
Es una pelea por lo esencial: la salud, el trabajo, la vivienda, la
educación de nuestros hijos… la vida. Tenemos que poder llegar a los
espacios públicos con nuestros relatos y nuestra visión del mundo.
Tenemos que poder comunicar nuestras alternativas y propiciar un clima
de entendimiento y una base común de conocimientos para favorecer
procesos unitarios, radicalmente democráticos, que levanten desde la
base alternativas de poder (no solamente institucional, que también).
Y
el día de mañana, según les vayamos desalojando de los espacios de
poder y nuestros proyectos y referentes se vayan inevitablemente
institucionalizando, necesitaremos, más que nunca, medios alternativos
firmes, que mantengan la tensión con los poderes, aunque manden “los
nuestros”. Al respecto, de nuevo, hay aprendizajes que podemos hacer de
lo que viene sucediendo en países como Venezuela o Ecuador con los
medios públicos y alternativos, y cómo es su relación con el poder
político, porque se aprende mucho de las dificultades y los errores. La
libertad se ejerce en el espacio del desacuerdo, y no hay proceso de
transformación radical que avance sin debate. Cuando las tensiones se
resuelven en falso, y desde nuestros medios se empieza a ocultar lo
incómodo, a silenciar las voces disonantes de los sectores populares, lo
que se hace es asfixiar, mutilar, y debilitar la revolución. De nuevo,
la exigencia ética, la tensión entre los valores que propugnamos y
nuestra práctica cotidiana.
Se
trata de construir y fortalecer una cultura política nueva, al tiempo
que luchamos, en la trinchera comunicacional como en cualquier otra. Las
ideas de ayer sirven, repotenciadas, reactualizadas, enriquecidas con
la experiencia y el conocimiento de la realidad, contaminadas con otros
lenguajes y otras experiencias de lucha. Pero los métodos de ayer no
sirven. Cómo sean nuestros medios dependerá de nuestro nivel de
democracia interna, de nuestra calidad humana y nuestra altura ética.
Puede sonar difícil, pero estamos en mejores condiciones que nadie, en
mejores condiciones que nunca, para desalambrar el espacio público y
llenarlo de voces con razones, llenarlo de sentido común, para que sea
posible la política.
Recomendamos también el artículo ¿Quién está detrás de los medios de comunicación en España?
Artículo de Patricia Rivas, visto en Rebelion.org
Notas:
iMonereo, M. “De la crisis a la Revolución Democrática”. Ed. El Viejo Topo. Barcelona, 2013.
iiKlein, N. “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre”. Ed. Paidós. Barcelona, 2007.
iii Masdemont, J.P. “Qué son los medios de comunicación” ATTAC, julio de 2013 (http://www.attac.es/2013/07/26/que-son-los-medios-de-comunicacion/).
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