El individuo es producto de una historia de la cual trata de convertirse en sujeto”
La
sociología clínica está en el cruce entre la sociología, la psicología y
la filosofía. Es una mirada sobre las encrucijadas que plantea la vida y
trata de ofrecer un tratamiento para esas problemáticas.
Cuando
el hijo de un obrero sindicalista termina casándose con la hija de un
burgués, ¿se convierte en el enemigo de su padre? Si un inmigrante deja
su país en busca de un lugar mejor en otro, y se adapta fácilmente a la
nueva vida, ¿está traicionando su herencia familiar? ¿Se puede heredar
una empresa o profesión familiar y lograr una identidad autónoma? Si
cada individuo es el emprendedor de su propia vida, ¿qué pasa cuando no
tiene éxito? Preguntas difíciles de responder. Paradojas que atraviesan
nuestra existencia personal y social, son las que aborda el francés
Vincent de Gaujelac en un marco conceptual que está “a caballo” entre la
psicología y la sociología: la “sociología clínica”. Desde Francia, en
esta entrevista con Página/12, aborda algunos núcleos centrales de su
trabajo.
–¿Cuándo y por qué llegó a la sociología clínica?
–Es
una historia larga. La primera idea era la insatisfacción de la
sociología marcada por autores, en particular Pierre Bourdieu, que en El
oficio del sociólogo, un libro de 1967, ya declaraba que la maldición
del sociólogo era que tenía que trabajar con objetos que hablaban. Era
la época en que la sociología desconfiaba de la vivencia de la
subjetividad, todo lo que tenía que ver con lo afectivo. Era una época
en que la sociología era muy antipsicológica. En realidad, esa gente
había leído bastante mal a Durkheim, uno de los fundadores de la
sociología, que declaraba que cuando uno había terminado la explicación
sociológica, había que orientarse hacia la psicología. Entonces sentí
que la sociología era muy objetivante, muy cientificista, que no llegaba
a captar las relaciones íntimas entre el ser del hombre y el ser de la
sociedad, que era una de las expresiones del Colegio de Sociología que
se desarrolló en Francia a partir de 1937/1938. Yo diría que la
bendición del sociólogo clínico es que no trata con objetivos sino con
sujetos. Entonces nació de la idea de tomar mejor los destinos humanos,
basándonos al mismo tiempo en la sociología de Bourdieu, el
psicoanálisis de Freud y el existencialismo de Sartre. En particular en
torno de un procedimiento que se expone en el libro que se llama Novela
familiar y trayectoria social. La novela familiar tiene que ver con el
fantasma que los hombres producen sobre sus orígenes. La trayectoria
social tiene que ver con el análisis de las posiciones sociales a partir
de indicadores sociológicos como el capital social, cultural,
económico. El aporte de Sartre es cuando dice “no es lo que se ha hecho
del hombre sino lo que él hace con lo que hicieron de él”. De ahí la
hipótesis de que el individuo es el producto de una historia de la cual
trata de convertirse en sujeto. Y de ahí la idea de introducir el
enfoque clínico en la sociología para analizar con las personas
involucradas su novela familiar y su trayectoria social.
–Ha
estudiado los conflictos de las personas que cambian de clase o
cultura, y los definió como “neurosis de clase”. ¿Qué quiere significar
con este concepto que une términos de la psicología y la sociología?
–La
hipótesis básica en relación con este enfoque es que, aunque sea
elegido voluntario o sea padecido, el cambio de clase social genera
conflictos, pero no siempre neurosis de clase. Conflicto, por ejemplo,
es el hecho de estar confrontado a habitus diferentes; habitus es un
concepto sociológico que remite a la idea de que uno internaliza maneras
de ser y de hacer en función de la posición social de origen. Es la
idea de que hay gente mal educada o bien educada. Elevé en francés no
sólo es más educado sino más alto en relación con la estructura social, y
esta idea en francés también remite a la idea de que las personas que
son más elevadas serían también las personas más educadas. La idea es
que hay violencia en las relaciones sociales, entre las clases sociales,
que se traduce en procesos de descalificación, desvalorización,
justamente en función de estas maneras de ser y de hacer. Después hay
otros conflictos que están ligados a los cambios de posición social: el
hecho de sentirse superior o inferior y de internalizar sentimientos de
ilegitimidad o conflictos de lealtad en relación con los orígenes
sociales de cada uno. Por ejemplo, alguien que tiene una fuerte
promoción social, un ascenso, puede vivirlo como una traición de clase.
Yo había visto por ejemplo que, entre mis colegas universitarios,
algunos hacían lo que llamé en ese momento una “neurosis de tesis”: no
lograban pasar su tesis no por una cuestión de que fueran incompetentes
sino porque vivían como un conflicto muy fuerte el hecho de convertirse
en doctores, como si estuvieran traicionando sus orígenes, ocupando una
posición dominante. Entonces, todos esos cambios de clase siempre son
conflictivos, pero no necesariamente generan neurosis. La tesis que
desarrollo en el libro La neurosis de clase es que para que esos
conflictos se vuelvan neuróticos tienen que apoyarse sobre otros
conflictos de otro origen, que el psicoanálisis nos permite ver, por el
lado de la etiología sexual de las neurosis y por el lado de los
conflictos edípicos y más inconscientes. De ahí el interés de este
concepto, “neurosis de clase”, para tratar de establecer puentes entre
la psicología y la sociología.
–¿Hay un tratamiento para la neurosis de clase?
–Hay
que entender que no hay nada patológico en la neurosis de clase. Son
conflictos existenciales. Entonces no tienen nada que ver con la
medicina, ni con el psicoanálisis, sino con un tratamiento que tiene más
que ver con una reflexión sobre la historia personal, sobre los
conflictos ligados a la historia. Por eso, con colegas desarrollamos
grupos de implicación y de investigación donde la gente viene a trabajar
sobre su historia para tratar de entender mejor los conflictos. La idea
de la implicación y la investigación tiene que ver con desarrollar en
un mismo lugar el trabajo sobre sí mismo, y la aprehensión de los
mecanismos y procesos que operan para entender los conflictos de la
propia historia. Habitualmente esos trabajos están separados. El trabajo
sobre sí mismo se hace en psicoterapia y la investigación se hace en la
universidad. Estos grupos tratan de articular en un mismo espacio esa
doble preocupación, doble manera de hacer investigación sobre sí mismo.
–¿Cuáles son actualmente los sectores más propensos a sufrir esos conflictos? ¿Inmigrantes, clase obrera, diversidades sexuales?
–Todas
esas personas están ciertamente tocadas por esto. Pero estos conflictos
son vividos con mayor dificultad cuanto más se los viva de manera
aislada y solitaria. Por ejemplo, cuando toda la familia emigra y está
confrontada al mismo problema, las solidaridades familiares hacen que
uno se sienta menos tomado por un conflicto interior y que uno entienda
que lo que le pasa tiene que ver con cuestiones sociales y económicas
que están en juego y que producen ese malestar que uno puede estar
sintiendo. Lo mismo pasa cuando uno cambia de clase social, si es el
único o si es toda. En las minorías sexuales ocurre que por lo general
la persona se siente única en su especie, por eso es importante que
estas personas puedan entender y unirse con gente que tiene los mismos
problemas. Es por eso que nosotros en los grupos de implicación e
investigación privilegiamos el trabajo grupal, para que se den cuenta
que no son sólo ellos los que están confrontados a este tipo de
conflictos.
–Si
el destino es lo que heredamos de nuestra familia y de la historia
social, ¿cómo construimos nuestro futuro? ¿Cómo superamos las
contradicciones que implican los cambios?
–Es
por eso que Sartre es interesante y el trabajo clínico es interesante.
Si bien no podemos cambiar la historia, sí podemos modificar nuestra
relación con la historia. Es decir, la manera en que la historia actúa
en nosotros. Y ése es el tipo de trabajo que la clínica sociológica
permite acompañar. Es una clínica de la historicidad: significa que los
conflictos del presente están condicionados por las contradicciones no
resueltas del pasado. Entonces trabajar sobre la propia historia quiere
decir entender cómo los conflictos del presente están condicionados, a
fin de poder imaginar un futuro y entonces construir ese futuro,
saliendo del riesgo de repetir indefinidamente los mismos conflictos.
–¿Qué
pasa cuando los hijos sienten que tienen que cumplir con el mandato
familiar, seguir la carrera del padre o hacerse cargo de la empresa
familiar?
–Hay
dos aspectos, uno es la cuestión subjetiva del proyecto parental. ¿En
qué les gustaría a mis padres que yo me convierta? Y está la dimensión
objetiva de la herencia. Por ejemplo, cuando uno hereda una empresa o
una casa familiar. Entonces hay que tratar los aspectos subjetivos y
objetivos, articulados uno sobre otro. Sobre el plano subjetivo es
importante ver hasta qué punto tiene fuerza el proyecto parental en uno
mismo, en la medida en que tiene raíces muy profundas en la construcción
del ideal del yo, por ejemplo. (El ideal del yo es la idea que defiende
Freud, cuando dice a qué ideal tengo que responder para poder ser
amado; entonces el niño internaliza las proyecciones de sus padres sobre
él, todas sus aspiraciones narcisistas, las esperanzas que ellos no
pudieron realizar y le piden al niño que realice esas promesas, que
satisfaga sus deseos narcisistas.) Ese es el aspecto más psicológico:
como dice Freud, el ideal del yo se construye en el cruce entre las
aspiraciones narcisistas y los ideales de la sociedad, ideales de éxito,
por ejemplo; hoy por hoy, todos los padres sueñan con que sus hijos
sean Maradona, o campeones de tenis, o el papa Francisco. Ese es el
proyecto parental; y el otro es el aspecto objetivo de la herencia que
uno recibe.
–¿Y qué pasa con las herencias?
–La
herencia genera herederos. Entonces la cuestión es cómo una de las
contradicciones fundamentales en las que nos encontramos es ser al mismo
tiempo herederos leales con relación a la tradición, y al mismo tiempo
construirnos como sujetos autónomos libres y entonces liberarse de esa
herencia. El tema es qué compromisos uno logra establecer entre esos
aspectos. Algunos se encierran completamente en la posición de herederos
y no llegan a construir una identidad diferente a la heredada. Y otros
piensan que la libertad es romper por completo con la herencia y la
transmisión. En realidad, yo creo que esas dos posiciones extremas son
un intento desesperado de liberarse. La identidad adquirida es por un
lado la identidad heredada y, por otro lado, lo que Paul Ricoeur llama
la “identidad narrativa”, es decir, construirse como un sujeto y
conquistar una autonomía con relación a lo heredado. La tensión entre
las dos es interesante.
–Más
allá de la lucha de clases, usted dice que en estos momentos hay una
“lucha por lugares”, algo por lo que las personas se ven exigidas a
construir su propio empleo. ¿Cada persona está “condenada a realizarse”?
–Efectivamente
una de las hipótesis es que, hoy por hoy, la lucha por los lugares
viene a sustituir la lucha de clases. La idea es que, hasta fines del
siglo XX, la identidad heredada era el determinante esencial del destino
de las personas. Es decir, los hijos de obreros eran obreros, los de
campesinos eran campesinos y sus hijos serían a su vez campesinos. Y
así. Entonces la reproducción social era la ley. Hoy en día, la
movilidad social se ha convertido más en la ley. Por razones objetivas,
hace un siglo más del 50 por ciento de la población activa en Francia
era campesina; hoy no son más que el 3 por ciento. Un 35 por ciento era
obrero y hoy queda de un 10 a un 15 por ciento. Y las clases sociales
están explotando, la clase de los campesinos ya no es una verdadera
clase social. La lucha por los lugares significa que cada individuo es
remitido a sí mismo para tener una existencia social. Cuenta sólo
consigo mismo. Es un fenómeno mundial. Es el individualismo, la
ideología de la realización de sí mismo, y también es la ideología de la
gestión que se desarrolló mucho con el neoliberalismo, que dice que
cada individuo es el empresario o emprendedor de su propia vida. El yo
de cada individuo es un capital que la persona tiene que fructificar,
desarrollar. Entonces, la posición social ya no dependería tanto de lo
que heredan sino de su capacidad, de su voluntad. Esa es la lucha de los
lugares, la lucha que cada individuo tiene que realizar para tener una
existencia social.
–¿Qué consecuencias tiene?
–En
esa lucha se encuentra en competencia con los demás, evidentemente, lo
que al mismo tiempo es una emulación y una alienación, pero sobre todo
produce mucha tensión psicológica, ya que el individuo internaliza la
idea de que si no tiene éxito es porque él mismo no sirve o es malo, es
inútil, no está bien formado o está demasiado capacitado. Es una de las
razones por las cuales aparecen los trastornos psicológicos, las
enfermedades narcisistas o las tensiones en el trabajo como el estrés o
el burn-out. Todos esos síntomas están ligados a esa lucha por los
lugares.
–¿Cuáles
son los costos de la excelencia y de la exclusión en las sociedades
actuales? ¿Podemos decir que la desigualdad provoca el estrés y la
vergüenza, más que los componentes personales?
–Hemos
visto desarrollarse en las empresas, pero también en los colegios, las
consecuencias de estas luchas por los lugares. Por un lado, la lucha por
la excelencia para tener los mejores lugares en las empresas y en la
sociedad, en la política, lo que se traduce en una competencia
encarnizada. Por otra parte, las consecuencias por el lado de la
exclusión, porque la excelencia produce exclusión. La excelencia es
salir por encima. La exclusión es salir por abajo. Pero de alguna manera
es la misma raíz y hay una contradicción fundamental que está ligada a
esa exigencia de excelencia. Ser excelente es ser fuera de lo común. Si
todo el mundo está fuera de lo común, ¿en qué se transforma el mundo
común? Ahora bien, el mundo común, según Hannah Arendt, es construir la
convivencia, el estar juntos de la sociedad. Por eso la búsqueda de la
excelencia es destructiva para la sociedad.
Artículo de Sonia Santoro. Traducción: Marcela De Grande, en página 12.
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