martes, 13 de mayo de 2014

Muerte y misticismo se unen en las catacumbas de las 8.000 momias de Palermo

Muerte y misticismo se unen en las catacumbas de las 8.000 momias de Palermo

Muerte y misticismo se unen en las catacumbas de las 8.000 momias de Palermo

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Un obituario sin fin, una religiosidad marcada por innumerables citas del Nuevo Testamento en sus muros y un encuentro cara a cara con 8.000 cadáveres momificados es lo que ofrecen las Catacumbas de los Capuchinos de Palermo (Sicilia), un museo único en el mundo.

La ciudad de Palermo es conocida por sus bellas playas, su importante patrimonio histórico y una gastronomía deliciosa, pero también ofrece un museo mortuorio que pone a prueba los nervios, miedos y sensibilidades más profundas del ser humano.

"Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí no morirá eternamente", es la cita del Evangelio de San Juan que en grandes letras negras sobre muro blanco recibe a los visitantes de esta particular galería en la que el arte son los propios difuntos.

Al bajar la docena de peldaños que separan la entrada principal de las seis cámaras que lo componen se observa que lo que cuelga de las paredes de este museo no son cuadros sino muertos, momias y más momias que constituyen una abrumadora oda funeraria colectiva.

"Mucha gente se sorprende, saben que vienen a unas catacumbas pero no esperan ver los cadáveres así, colgados, tantos y tan bien conservados", explicó en una entrevista con Efe Fabrizio Fernández, responsable del sitio.

Fernández define el museo como un lugar de paz, donde meditar y sentir la religiosidad y enfrentar una muerte inevitable pero que entre las prisas de la vida diaria y el miedo que esta misma causa ha pasado hoy a un lugar marginal.

Por ello, para atajar de raíz la posible conmoción del momento, la cámara de los "Niños" es una de las que abre la visita, tras la de los "Frailes", y a estas le siguen los "Varones", "Mujeres", "Profesionales", "Sacerdotes" y "Frailes".

"Hay quien viene por curiosidad pero también quien lo hace con un sentido especial, para sentir la vida y la muerte", afirmó Fernández, quien desdeñó la atracción por lo macabro como otra posible causa.

Muy diversos motivos deben llamar a los alrededor de 40.000 visitantes que se acercan a las catacumbas cada año y que comprueban a través de los difuntos la vida de otra época no tan lejana.

Tal y como explica Fernández, el museo abrió sus puertas en el año 1950 aunque su historia se remonta a 1599, cuando los capuchinos lo establecieron como lugar de reposo para los frailes difuntos.

Ya en el siglo XVII y con el conocimiento de sus ideales condiciones para la conservación de los cadáveres, el particular cementerio se abrió a "hombres de bien" y poco a poco se fue extendiendo al resto de la población hasta convertirse en una tradición palermitana.

"Se dividían no solo por sexos sino también por categorías sociales y económicas. En cuanto a la momificación, en un principio los cadáveres se secaban al sol, después el método de conservación se fue refinando", argumentó Fernández.

Un refinamiento que llegó a su culmen con Rosalía Lombardo, una de las últimas personas portadas a las catacumbas y conocida como la momia mejor conservada del mundo.

Fallecida en 1920, esta niña de dos años y el doctor que se encargó de su momificación, Alfredo Salafia, maravillan a estudiosos de todo el mundo por su excelente estado de conservación, sin apenas daños y como si de un maniquí se tratara.

Antes de cerrar la visita a las Catacumbas, mención especial entre las cámaras tienen las "Mujeres vírgenes", quienes poseen un pequeño hueco propio y que visten exquisitas prendas de un blanco inmaculado dañado solo por el tiempo.

También cabe resaltar las celebridades locales del cuarto de los "Profesores", entre los que se encuentran los escultores Felipe Pennino y Lorenzo Marabitti, el cirujano Salvatore Manzella, el coronel Enea Diguiliano e incluso, según cuenta la leyenda, el hijo de un rey de Túnez que se convirtió al catolicismo.

Todos ellos portan distinguidos y a su vez didácticos ropajes, unos vestidos que constituyen el principal signo de identidad de estos individuos y familias que decidieron quedar expuestos para los ojos de sus descendientes y de curiosos.

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