¿África ante una era de contiendas étnicas? – Boko Haram
La
escalada de conflictos en Sudán del Sur y República Centroafricana, y
de criminalidad en Nigeria, tienen un elemento común aparte del
entramado económico que se infiere, y es la politización de la
etnicidad. África teme a la reedición en Sudán del Sur de un genocidio
como el que atormentó a Ruanda hace 20 años, en tanto que la violencia
escala aceleradamente en el norte de Nigeria, bastión de la secta
radical islámica Boko Haram.
El concepto
de etnicidad no sólo aborda las características de un grupo humano
determinado en el intercambio con su medio, sino también la
supervivencia de la estructura social denominada comunidad. Es de
puntualizar que las citadas contiendas bélicas tienen múltiples raíces y
aunque sus proyecciones están dirigidas en línea general a la toma del
poder, cada una exhibe rasgos específicos pero igualmente aspectos
medulares y reiterativos que superan lo incidental en ellas.
Los procesos
etno-políticos que se presencian hoy se erigen sobre la base de
fragilidades en aspectos económicos, opinan especialistas al exponer el
carácter estructural de las contradicciones en el interior de los
Estados, pero esa formulación tiende a reducir las causas.
Ante el
continente, cuyo crecimiento económico muestra su capacidad de
recuperación tras la aplicación de programas de ajuste de tipo
neoliberal y pese faltar equidad en la participación de toda la sociedad
en los beneficios, está el desafío de no fracturarse.
Ahora
disfruta de una curva ascendente, tendencia que podría mantenerse en las
próximas décadas, opina el presidente de Ruanda, Paul Kagame, y añade
que “a lo largo de los últimos 10 años las economías de África se
cuentan entre las que han crecido más rápidamente en el mundo, con una
media anual del 5,6 por ciento”.
Sin embargo,
si bien el tema económico es preeminente, también están otros asuntos
que se desprenden de una historia tan extensa y convulsa como lo es la
región.
Privilegiar
en África la dimensión externa de los diversos grupos socioculturales
frente al Estado o en este, conduce ocasionalmente a perder de vista la
esencia, naturaleza y las potencialidades internas de esas comunidades,
se corre el riesgo de desconocer sus capacidades de acción.
Es en ese
contexto donde podría ubicarse el papel del partidismo étnico que al
parecer, en la actual coyuntura, sienta bases para prepararse y asumir
comportamientos ante lo que identifique como enemigo o figure entre
cuanto considere obstáculo con vistas a la supervivencia.
Pero
“etiquetar los conflictos en África con términos simples y simplistas
como “étnico”, “tribal” o “religioso” equivale tan solo a comprender lo
que es obvio” afirma Adie Vanessa Offiong, reportera en Abuja con Media
Trust Limited, y porque tales reducciones son propias de los medios para
sintetizar definiciones y procesos.
Concepto de etnia
Etnia es un
colectivo humano unido por motivos comunes: parentescos, psicología,
fisonomía, religión y otros rasgos que les diferencia del conjunto
siendo parte de este y con el cual se relaciona de diversa forma
resguardando su individualidad.
“La
etnicidad hace referencia a las prácticas culturales y perspectivas que
distinguen a una determinada comunidad de personas. Los miembros de los
grupos étnicos se ven a sí mismos como culturalmente diferentes de otros
grupos sociales, y son percibidos por los demás de igual manera”, según
el sociólogo el Anthony Giddens.
“Hay
diversas características que pueden servir para distinguir a unos grupos
étnicos de otros, pero las más habituales son la lengua, la historia o
la ascendencia (real o imaginada), la religión y las formas de vestirse o
adornarse”, destaca Giddens, y a esas características se añade la
estada en una zona donde actúa como residente por derecho.
En África,
los conflictos tienen causas de fondo diversas, tanto objetivas como
subjetivas y es desacertado “vincular negativamente la problemática
étnica con cualquier proyecto de construcción democrática
pluripartidista”, es decir con programas excluyentes que conducen a
enfrentamientos, según la experta María Rodríguez González.
Es decir, la
existencia de grupos étnicos no supone el estallido automático de
conflictos como el que ocurre en Sudán del Sur, donde el presidente
Salva Kiir y el ex vicepresidente Riak Mashar colocan sobre el tablero
político su influencia con los dinka, del mandatario y los nuer, de su
rival.
Aunque esa
guerra es una lucha por el poder, cuyo trasfondo sería la tenencia de
las riquezas petroleras, la alineación en el sentido étnico podría
hacerla más desgarradora, porque se vería en términos de supervivencia
y/o aplastamiento -y aniquilamiento- de una comunidad por la otra.
No obstante,
Rainer Tetzlaff, catedrático del Instituto de Ciencias Políticas de la
Universidad de Hamburgo, discurre que “el estallido de tensiones y
conflictos étnico-sociales es independiente de la riqueza social de una
nación”, y así ubica la frecuente violencia con acento étnico en países
que son muy pobres en recursos.
Los bandos del conflicto
En una
alocución Jean Baptiste Migheri, teólogo laico congoleño, acotaba que
“cuando se habla de los conflictos africanos desde fuera, se les suele
calificar de tribales o étnicos”.
“Es la
manera más atolondrada e irresponsable de definirlos, y por ende de no
querer responder por ellos, exponiendo sus verdaderas causas. Política,
economía, cultura y religión son en realidad los grandes marcos de esas
contiendas africanas, como lo son de alguna manera, en realidad, en todo
el mundo”, precisa.
Tras citar
el caso de la guerra sursudanesa, otro foco de tensión que preocupa a la
Unión Africana (UA) es el de la República Centroafricana, donde el
derrocamiento del presidente Francois Bozizé el pasado año reconfiguró
la estructura del poder, y colocó en la élite a la comunidad musulmana,
identificada por la guerrilla Seleká.
Los
acontecimientos allí retomaron un elemento clave, un factor asociado a
la politización de la etnicidad, el componente confesional que
ciertamente no es un tópico aislado, sino parte de la polarización de
los contrarios y se refuerza con la radicalización ideológica de los
procesos, según experiencias estudiadas.
Frente a
Seleká está la milicia antiBalaka, de base cristiana, con los mismos
dogmas étnicos, pero obediente a una fe que anima al 40 por ciento de la
población en la República Centroafricana. Es así cuando claramente se
percibe cómo los valores de la etnia se supeditan al proselitismo
político.
Para los
historiadores Hobsbawm y Rager en La invención de la tradición: “las
modernas tribus de África central no son una supervivencia de un pasado
precolonial, sino creaciones coloniales por parte de administradores e
intelectuales nativos”.
Es decir, el
fortalecimiento de la etnicidad fue una consecuencia de los cambios
políticos y económicos resultantes de la colonización continental y su
persistencia hasta el siglo pasado, y la más trágica consecuencia
resultó la aberración que condujo al genocidio de Ruanda hace 20 años.
Las
transformaciones suscitadas por el más reciente período de
reestructuración de las formaciones económico-sociales, en la
globalización neoliberal, induce a optar por actitudes extremas de
protagonistas que operan en la periferia de los sistemas o que
permanecen marginalizados de la participación de riquezas y derechos.
Esa percepción de estar fuera de su lugar en la arena pública y en la
sociedad civil, allana el camino al cambio de situación con uso de la
violencia indiscriminada y apoyándose en palancas de compromisos
étnicos, que en este caso se relacionan torcidamente con la apuesta
confesional de Boko Haram, una secta extremista.
Contrario al
conflicto en la República Centroafricana, donde Seleká no halló una
salida en el callejón de la política, el de Nigeria -con Boko Haram- es
más complicado pues tiende a empujar al país a una peligrosa cisura, que
de agravarse afectaría a todo el Estado.
Coincide ese
pronóstico con un reciente reporte policiaco sobre un ataque más de
individuos de la comunidad étnica nigeriana fulani -cuya base económica
es ganadera y su confesión el Islam- en Kauyen-Yaku, una población de
mayoría cristiana, a la cual causó 17 muertos.
Sobresale
“que el fenómeno de la etnicidad politizada es un problema global, ya
que en todas las sociedades multiétnicas que se han organizado (real o
supuestamente) en Estados nacionales existen fuerzas políticas
centrífugas paralelas a las identidades étnicas”, dice Rainer Tetzlaff, y
estimula a seguir de cerca el delicado dilema africano.
La violencia en Guinea, una daga mortal
Seguir un
comportamiento razonable constituye uno de los pilares sobre los que se
asienta la convivencia; cuando se actúa con irracionalidad, la violencia
puede transformase de simple amenaza en una daga mortal. Una evidencia
fue la escalada de agresiones que desangró a una región de Guinea, donde
grupos de comunidades distintas combatieron y causaron cerca de un
centenar de muertos y muchos más heridos en lo acuñado por la prensa
occidental como un conflicto étnico.
La violencia
se desató cuando un presunto ladrón fue linchado en la sureña localidad
de Koulé; ese detonante dio paso a una serie de ataques y revanchas que
se extendieron por la región meridional del país de África occidental,
donde cualquier disturbio es observado con recelo por los conflictos
precedentes.
En Koulé,
los enfrentamientos fueron muy violentos entre los konianké y los
guerzé, dos comunidades que conviven en esa región y cuyos integrantes
(o guerreros) pasaron de la fricción a la discordia y de ahí al combate
abierto, lo cual evidentemente reabrió cicatrices y afectó intereses de
las dos partes.
“La tensión
se extendió en el sur del país, entre la mayoría cristiana o la
comunidad guerzé, que domina la región, y en el norte de Konianke, donde
la mayoría de los ciudadanos son musulmanes asentados en el
territorio”, dijo la prensa.
Con eso
último, se expresó parte de la complejidad del asunto, que con celeridad
asumió también un matiz etno-confesional y las consecuencias que
entonces tiene para quienes no participan directamente en la contienda,
pero pertenecen a una u otra comunidad. Ante el temor de un acelerado
empeoramiento de la situación, se materializó la idea previsora de
movilizar al ejército a fin de garantizar la disolución del problema,
que apenas en tres días totalizó 98 muertos y numerosos heridos, algunos
de ellos con el paso de las horas murieron al no superar la gravedad de
sus lesiones.
El vocero
del gobierno guineano, Damantang Albert Camara, afirmó en aquellas
jornadas que el número de víctimas mortales rondaba los 100; después
pudo precisar que fueron 98 con 76 en Nzérékoré, la segunda mayor ciudad
en importancia del país, y 22 en la localidad de Koulé.
Según el
portavoz, 131 sospechosos de participar en los asesinatos fueron
detenidos por las fuerzas de seguridad, que garantizaron la realización
de investigaciones de todo lo ocurrido.
En relación
con ello, Albert Camara precisó que “algunos arrestados portaban
machetes o porras, pero otros tenían rifles de caza y armas militares”.
En esa
línea, el procurador de la República en Nzérékoré, capital de la región,
abrió un expediente judicial, en tanto las autoridades administrativas y
religiosas continuaban llamando a adoptar una conducta serena para
tratar de restablecer la tranquilidad en el sureste guineano.
Lo que
ocurra en Guinea -respecto a la seguridad y gobernabilidad- repercutirá
principalmente en la subregión, donde comparte fronteras con Liberia y
Sierra Leona, escenarios de conflictos bélicos en los años de 1990-2000,
los cuales generaron miles de refugiados, que fragilizaron la
convivencia en el área.
En el caso
de Guinea, se destaca que es un país dividido en ocho regiones
administrativas y subdividida a su vez en 33 prefecturas. Conakry es la
capital, y otras ciudades importantes son Kankan, Nzérékoré, Kindia,
Labe, Guéckédou, Mamou y Boke. En Nzérékoré, la muerte cabalgó a sus
anchas. La población es estimada en 10 millones de personas que
pertenecen a 24 comunidades étnicas, las mayoritarias son los fula, con
un 40 por ciento, los mandingo, (30) y los susu, con un 20.
Es un país
predominantemente musulmán con el 85 por ciento de fieles, aunque se
destaca la cifra de cristianos católicos en el sur guineano. Esa
distribución también incide en lo referente a polarización demográfica,
lo cual refuerza el carácter de afinidad en las comunidades, por
supuesto, a la hora de enfrentar a quienes consideran enemigos de su
etnia.
El
enfrentamiento entre los konianké, musulmanes estrechamente relacionados
con la comunidad liberiana de los mandingo y los guerzé, cristianos,
hizo pensar primeramente en un conflicto meramente de base confesional,
como ocurrió hace tres años en Nzérékoré, cuando una cristiana intentó
pasar por una calle cerrada por los islámicos.
Esas
situaciones con sangrientos finales las causan sus condiciones de
desarrollo del área, apuntó la agencia de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos: “Un banal incidente de circulación que
provoca una explosión de violencia (…) evidencia la degradación de la
vida social de Guinea y en particular de esa zona del país”.
Los
enfrentamientos intercomunitarios se registraron a pocos meses de la
realización de las elecciones legislativas, y podrían sentar un mal
precedente como las situaciones que se crearon en jornadas electorales
de otros países como Costa de Marfil (2010-2011) y Kenya (2007-2008).
Guinea fue
sacudida por manifestaciones contra el jefe de Estado, al que la
oposición acusa de intentar manipular los venideros comicios, a los
cuales el país requiere llegar estable. Desde 2010, Alpha Condé se
convirtió en el primer presidente electo desde la independencia del país
de Francia en 1958.
Temor africano a genocidio en conflicto suursudanés
África teme a
la reedición en Sudán del Sur de un genocidio como el que atormentó a
Ruanda hace 20 años, cuando quienes podían detener aquella manifestación
criminal llegaron tarde o nunca lo hicieron.
El escenario
hoy no es el mismo, se aleja de la región de los Grandes Lagos, y se
concentra un tanto más al norte, en el Estado más joven del continente y
donde una contienda bélica conducida formalmente sobre rieles étnicos
-y expresión de ansias de poder e interés petrolero- puede derivar en
una guerra civil.
Lo que
ocurre en Sudán del Sur tiene un carácter de enfrentamiento entre
comunidades por un espacio político que cada vez se ensangrienta más,
debido a la tozudez de los factores de sentarse a negociar una solución
pacífica, pero desde posiciones de fuerza, lo cual siempre atenta contra
el entendimiento.
Hay aspectos
que se asemejan al caso ruandés: la primacía étnica, el empleo de
medios de difusión para intoxicar las mentes de los contrincantes con
cápsulas de odio a fin de lograr las reacciones más primitivas, pero la
contienda sursudanesa tiene mucho de inspiración y de construcciones
perentorias, y en el otro caso hubo un guión táctico.
En el
genocidio de Ruanda los hechos superaron rápidamente al papel de la ONU,
cuyos cascos azules estaban constreñidos a cumplir las ordenanzas
redactadas en diversas resoluciones, mientras el tiempo corría a favor
de los extremistas Interhamwe (unidos para asesinar) y de los remanentes
del ejército nacional en desbandada.
Hasta ahora,
el conflicto sursudanés es una disputa que aún se puede controlar, y
esto lo saben los mediadores de la Autoridad Intergubernamental para el
Desarrollo (IGAD), que se proponen citar a una reunión cumbre sobre el
asunto.
La IGAD es
un bloque de ocho países de África oriental, que además de empeñarse en
el proceso mediador, se pronuncia por tener sobre el terreno una
presencia disuasiva. Ese esquema de integración es el que mantiene
tropas en la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amisom), donde
enfrenta a la organización Al Shabab.
Kenya es el
actual presidente de la IGAD, de ahí la responsabilidad asumida para
para neutralizar el peligro de genocidio que amenaza a Sudán del Sur.
El jefe de
Estado keniano, Uhuru Kenyyata, hizo un paralelo entre lo que acontece
en el país petrolero y lo ocurrido en 1994 en Ruanda.
“Rechazamos
la posibilidad de que nos estemos arrastrando de nuevo al genocidio en
nuestra región. No vamos a quedarnos quietos y permitir que suceda”,
reafirmó el mandatario.
Posteriomente,
la secretaria de Relaciones Exteriores del gobierno, Amina Mohamed,
declaró que era urgente la necesidad de ver cómo detener la matanza de
civiles inocentes y continuar otras conversaciones de paz sobre el
conflicto armado.
La
funcionaria informó que “la IGAD va a celebrar en breve una cumbre, pero
no hemos acordado la fecha todavía. No creo que estemos listos para
sentarse y ver esto por más tiempo”.
Añadió que
era hora de que la comunidad internacional cooperara y asegurara el
logro de hallar una solución lo más pronto posible para restaurar la paz
en Sudán del Sur, una alerta que no se dio cuando en Ruanda bandas
extremistas y remanentes del derrotado ejército nacional asesinaban a
más de 800 mil tutsis y hutus de conducta política moderada.
“Es tan
irónico que sólo unos pocos días que estuvimos todos en Kigali, Ruanda,
conmemorando el genocidio de 1994, ocurren estos asesinatos en Sudán del
Sur, los cuales suceden justo frente a nuestros ojos, antes nuestras
salas de estar cada día”, lamentó Amina Mohamed.
Escalada de crisis
El conflicto
sursudanés escaló aceleradamente desde su inicio el pasado 15 de
diciembre, cuando los conspiradores leales al ex vicepresidente Riak
Mashar intentaron perpetrar un golpe de Estado contra el gobierno del
presidente Salva Kiir, el primero de la etnia nuer y el segundo de la
dinka, las dos comunidades más fuertes.
La situación
de seguridad en el teatro de la guerra es mínima para la población
civil, que ya sufrió masacres como la ocurrida en Bentiu, capital del
estado perolero de Unity, que dejó 200 muertos y 400 heridos en una
mezquita, en una acción de los antigubernamentales relacionada con las
fricciones étnicas.
Esta
contienda armada causó miles de muertos, colocó al país al borde de una
guerra civil y la ONU no descarta que ocurra una catástrofe humanitaria
por la existencia de un millón 200 mil desplazados internos en un medio
en el que la violencia es persistente y en la que las primeras víctimas
son los civiles.
Aún hay
tiempo para excomulgar el peligro en Sudán del Sur, aunque lo complejo
de hacerlo está en trabajar sin lesionar la soberanía, pero laborar
rápido, porque además de sufrir la guerra, la población del país de
muere de hambre.
Los
campamentos de refugiados están desbordados y las epidemias se propagan
por las condiciones insalubres predominantes allí. Los más afectados en
esas áreas son los niños, las mujeres y los ancianos. Las agencias del
sistema de Naciones Unidas y organizaciones humanitarias advirtieron al
respecto.
Aunque el
gobierno de Sudán del Sur y los sublevados acordaron en enero el cese de
hostilidades en las conversaciones de paz auspiciadas por la IGAD que
sesionaron en Addis Abeba, la capital etíope, las dos partes ignoraron
lo pactado y continuaron luchando en esta guerra que tiende a ganar
complejidad e implicar a países del área.
Sin embargo,
el pasado 28 de abril, después de muchas gestiones diplomáticas y
presiones internacionales, el gobierno de Juba reemprendió las
negociaciones con los sublevados, en una segunda fase del diálogo en
busca una posible solución política, según anunció la IGAD en su papel
de facilitador de esas conversaciones.
Las pláticas
que concretaron el cese de hostilidades el 23 de enero, fueron
reiniciadas a mediados de febrero y suspendidas de nuevo a principios de
marzo. Después, reemprendidas y vueltas a suspender por contradicciones
entre las delegaciones, y en ese ámbito se recordó que todos violaron
el primer de cese del fuego suscrito en enero.
Ahora se
trata otra vez de crear una situación positiva y más que eso
participativa, para beneficio de todos, pertenezca a la etnia que sea y
que necesariamente asuma un carácter unificador a fin de posibilitar un
contexto de paz en el cual la riqueza petrolera sea un soporte y no un
estigma.
Sin embargo, resulta claro que solo en la mesa de diálogo es donde se halla la solución.
Boko Haram impone su ritual de violencia en Nigeria
La violencia
escala aceleradamente en el norte de Nigeria, donde se asegura que
tiene su bastión la secta radical islámica Boko Haram, la cual en los
últimos cuatro meses asesinó a centenares de civiles.
Desde enero
pasado los reportes de ataques perpetrados por la organización
extremista contra dependencias oficiales y civiles se multiplicaron.
De decenas
de muertes a principios de 2014 pasaron a ser centenares las víctimas en
febrero, y a finales de marzo y mediados de abril se continuaban
registrando esos índices de letalidad por acciones de la milicia
extremista.
Los
radicales incrementaron los asesinatos, robos, destrucción de escuelas y
viviendas en los estados de Borno, Yobe y Adamawa, tres zonas bajo
medidas de emergencia decretadas en mayo de 2013 por el presidente,
Goodluk Jonathan.
Se plantea
que de enero a marzo Boko Haram y la reacción de las fuerzas de
seguridad contra sus milicias causaron mil 500 muertos, pero informes
más discretos se refieren a 700 decesos.
La secta
actúa como una guerrilla bien organizada que propina severos golpes a su
enemigo, al ejército y a las fuerzas especializadas en la seguridad de
estados y regiones, y también contra civiles inocentes.
Testimonios de sobrevivientes respecto a las operaciones de la facción precisaron:
“Los
agresores llegaron hacia las 21:30 horas en seis camiones y varias
motos. Vestían uniformes militares, ordenaron a los hombres que se
reunieran en un lugar y los masacraron a machetazos”. Así declaró
Barnabas Idi, quien pudo huir a rastras del lugar.
Otro ataque,
que define el modo de actuar de la secta fue la noche del pasado 15 de
febrero, cuando mataron a más de 100 personas, mayormente cristianos, en
la aldea de Izghe, en el noreste de Nigeria, donde además incendiaron
las casas y arrasaron con los almacenes de víveres de la comunidad.
Respecto a
esa ocasión, los sobrevivientes narraron que los responsables de esa
masacre fueron un centenar de efectivos del grupo Boko Haram, que,
mientras atacaban, invocaban el nombre de Dios, una franca contradicción
entre la prédica confesional y la actuación delictiva del grupo.
Un caso más
fue el de una joven de 23 años, cristiana, nombrada Liatu, secuestrada
en un falso retén militar en el estado de Borno. Ella afirmó a la prensa
británica que uno de sus captores le proponía matrimonio si se
convertía al Islam; la oferta nupcial sucedió al asesinato ante sus ojos
de 50 personas, la mayoría pasadas a cuchillo.
La rehén
también dijo a la prensa que los extremistas eran generalmente alertados
sobre cualquier ataque inminente por parte del ejército y eso les
permitía poder esconderse en cuevas y bosques cerca de la frontera con
Camerún.
Secta con doble propósito
Según
analistas políticos, Boko Haram, al menos en 2009, cuando desató una
revuelta armada, manifestaba tener interés en ser una alternativa al
poder, pero cumpliendo las reglas dictadas por este. Precisamente ese
año pereció su fundador, Mohammed Yusuf.
Ese
movimiento islámico, nacido de la mano de Yusuf a comienzos de los años
80 en Maiduguri, capital del estado de Borno, cerca de la frontera con
el Chad, devino en un componente radical de la comunidad musulmana
norteña con vínculos que llegan hasta la renombrada Universidad Al-Azhar
de El Cairo, Egipto.
Boko Haram
-frase que se interpreta como “la instrucción occidental está
prohibida”- pretende establecer una aplicación rigorista de la Sharía,
la legislación islámica, en toda Nigeria.
No obstante,
esa formulación deja muchos vacíos para entender al grupo, de ahí que
existan criterios más amplios para conceptualizarlo.
“El problema
radica en un clásico de la política africana, la pobreza entre la
mayoría musulmana y la riqueza generalmente concentrada en la minoría
cristiana”, eso puede ser una simplificación del asunto, pero que porta
componentes de una contrariedad inobjetable.
Para el periodista francés Alain Vicky, en medio de todo un proceso histórico Nigeria creó un monstruo: Boko Haram.
Situación compleja
Sin dudas,
la violencia desatada en el norte nigeriano trae aparejada una situación
humanitaria compleja, al generar olas migratorias que desestabilizan
las zonas en cuestión y promueven inestabilidad entre los desplazados
-acosados por los choques- como para las autoridades que no pueden
ofrecer seguridad a esos ciudadanos.
Los ataques
de Boko Haram obligaron a 250 mil personas a abandonar sus hogares este
año. El director de la Agencia Nacional de Emergencias, Zanna Mohammad,
reconoció que la violencia desatada por la secta afectó a tres millones
de personas que ahora sufren restricciones de víveres y de suministros
de medicinas por la contienda.
Con eso, la
secta impone una dinámica que obliga a las autoridades a asumir un
problema suplementario, con lo cual le presiona fuera del propio evento
bélico y es algo peligroso para la seguridad regional, pues puede llevar
hasta una virtual división entre las comunidades, y esto tendría una
incidencia negativa a nivel de todo el país.
Para el
gobierno, los desplazados se convierten en un tema de la agenda
humanitaria, mientras que para la secta es una carta escondida en la
manga, una baraja que, bien manejada, permite extorsionar al
contrincante. De hecho, crea un dilema más en el ámbito político.
Ya existen
problemas de distribución de posibilidades entre el norte, escaso de
recursos y el sur petrolero, entre comunidades religiosas y entre
opciones para la supervivencia; al respecto se opina que Boko Haram lo
integran mayormente jóvenes desempleados.
Conforme con
diversas fuentes, más de tres mil personas perecieron en los últimos
cuatro años por los ataques perpetrados por la secta contra fuerzas de
seguridad en el norte y en el centro de Nigeria, áreas de mayor
residencia de musulmanes.
Con más de
170 millones de habitantes integrados en más de 200 comunidades, Nigeria
es el país más poblado de África y sufre múltiples tensiones por sus
profundas diferencias políticas, socioeconómicas, religiosas y
territoriales, sintetizaron medios de prensa al emitir un perfil sobre
ese Estado afectado por la violencia extremista.
Una ofensiva
militar lanzada desde el pasado mes de mayo no ha neutralizado las
acciones de la guerrilla extremista que tras cuatro años y medio, sigue
amenazando la seguridad que requiere el mayor productor de petróleo de
África y que en el segundo trimestre del año pasó a ser el país del
continente con mayor Producto Interno Bruto.
Artículo de Julio Morejón, Jefe de la redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina. Visto en bolpress.com. Fuente foto.
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