Parzival, el Santo Grial y el Bastón de mando
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Por Leandro Vives.
Todos sabemos el intercambio que se da en la
alimentación y anticipación entre realidad y ficción. En ese camino, las
ficciones antiguas a veces tienen un plus interesante: la distancia
temporal, la falta de datos confiables sobre la vida de sus autores y
ciertas descripciones precisas del contexto histórico y geográfico
llevan al lector a preguntarse cuánto hay de realidad y cuánto de
fantasía. Surgen entonces los eternos debates sobre si tal o cual
personaje existió realmente; conjeturas que, en general, surgen del
entusiasmo desmedido de algún lector.
Así aparecieron los buscadores del Rey Arturo, de
Sigfrido, del Conde Drácula, de Fausto y hasta de Robin Hood, aunque sin
duda el más afortunado de estos buscadores fue Heinrich Schliemann, un
multimillonario prusiano que, basado en La Ilíada de Homero,
descubrió la mítica ciudad de Troya, cuya existencia, hasta fines del
siglo XVIII, estaba en duda. Schliemann demostró que las ruinas halladas
en sucesivas excavaciones en la colina de Hissarlik coincidían
plenamente con las descripciones y la cronología estimada a partir de
los documentos conservados, echando por tierra los argumentos de los más
escépticos académicos sobre la inexistencia de la ciudad.
Sin embargo, de todos los mitos que andan dando
vueltas hay uno que me da bastante curiosidad, en particular, porque
involucra a nuestro país.
El origen de esta leyenda se remonta a un pasaje de
la obra poética “Parzival”, concebida a principios del siglo XIII por el
trovador alemán Wolfram von Eschenbach. Este poema de unos 25000 versos
-recientemente editado en prosa, editorial Siruela 19991-
comprende una verdadera epopeya en la que Parzival, un caballero de la
mesa redonda del rey Arturo, asume el sentimiento de culpa desatado por
sus actos desmedidos, iniciando la búsqueda de la gracia mediante un
camino de noble penitencia. Reza el pasaje en cuestión:
“En qué lejana cordillera podrá encontrar a la escondida piedra de la sabiduría ancestral, que mencionan los versos de los veinte ancianos, de la isla Blanca y de la estrella Polar. Sobre la montaña del Sol con su triángulo de luz surge la presencia negra del Bastón Austral, en la Armórica antigua que en el Sur está. Sólo Parzival, el ángel, por los mares irá con los tres caballeros del número impar, en la Nave Sagrada y con el Vaso del Santo Grial, por el Atlántico Océano un largo viaje realizará hasta las puertas secretas de un silencioso país que Argentum se llama y siempre será. El caballero del Sol, con su fuerza caminará, llevado por la piedra del combate ancestral. Diadema de Lucifer, luz de corona encantada en vaso, por el poder del Dios Vultán junto al Bastón de Mando, por los siglos, descansará…”
Repasemos el pasaje: el caballero Parzival, de la
mesa redonda del Rey Arturo, parte embarcado con tres caballeros en un
largo viaje por el Océano Atlántico, llevando el Santo Grial y el Bastón
de Mando, hasta las puertas de un país silencioso llamado Argentum. Lo
primero que llama la atención es la mención al país llamado “Argentum”,
pues nadie desconoce que el término “Argentina” proviene de aquel
vocablo latino, cuya primera aparición se remonta a un atlas veneciano
fechado en 1536, unos tres siglos después de que la obra de Eschenbach
viera la luz. El viaje por el Océano Atlántico y la alusión, al
principio, a una lejana cordillera conducen inmediatamente a la
siguiente pregunta: ¿Podría ser que cuatro caballeros medievales
hubieran llegado a América, más precisamente a Argentina, varios siglos
antes del descubrimiento oficial del nuevo continente en 1492? No tengo
la menor idea, pero parece ser que esta pregunta ya se la han hecho
varios desde por lo menos fines del siglo XIX. La idea fue creciendo
desde entonces y hoy en día hay más de un trasnochado que afirma que el
Santo Grial está escondido en algún lugar de nuestro país. Incluso
varios aseguran que Hitler había enviado una expedición a Argentina en
busca de la copa sagrada y, además, de otro elemento igual de poderoso y
sagrado. Si recuerdan el pasaje de la obra de Eschenbach, Parzival trae
a Argentum otro objeto junto con el Grial, “el Bastón de Mando”.
Acá la cosa toma otra dimensión porque, en el año 23,
un tal Orfelio Ulises, oriundo de Bolívar, Provincia de Buenos Aires,
emprendió un viaje al Tibet donde permaneció durante 8 años. Allí los
monjes tibetanos lo iniciaron en los principios de la hermética
metafísica y le hablaron de un bastón de piedra que el Dios Vultán había
construido y entregado hacía milenios a una tribu de aborígenes de
nuestro país, los Comechingones, como símbolo de la nueva era humana. En
1931 Orfelio Ulises volvió a Argentina y, según él, guiado
telepáticamente por los monjes, comenzó a excavar en el cerro Uritorco
hasta hallar un bastón de piedra basáltica. Creyó entonces haber hallado
el Bastón de Mando de Parzival y lo conservó celosamente, sin venderlo y
sin entregarlo a ningún museo. A su muerte, el bastón pasó a las manos
de un abogado y profesor universitario algo excéntrico, discípulo de Don
Orfelio en cuestiones metafísicas y autor de numerosos libros, el
profesor Guillermo Terrera 2. Este lo conservó hasta su muerte en 1998 y hoy en día no se conoce el real paradero del bastón.
Todo suena bastante absurdo, pero lo cierto es que el
bastón existe, y estudios realizados sobre el mismo afirman que tiene
unos 8000 años. De ahí a que tenga algo que ver con el bastón que
menciona Parzival, hay un gran trecho.
Ahora, de dónde sacó Eschenbach la idea de un país
austral llamado Argentum, es algo que me pregunto. Habrá que empezar a
buscar en el relato que inspiró su poema: Perceval o el cuento de Grial del francés Chetrién de Troyes3.
Después de todo, a quién no le gustaría que el tesoro más codiciado de
los últimos siglos estuviera enterrado en la Patagonia por ejemplo.
¿Aparecerá un nuevo Heinrich Schliemann alguna vez?
Agrego para finalizar que otro grupo de trasnochados, autodenominados Fundación Delphos 4,
asegura haber encontrados en la Bahía de San Antonio, Río Negro,
pruebas fehacientes de la llegada de los templarios a nuestras costas.
¡A investigar entonces!
fuente;
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