Visión general
de la Iglesia dominicana durante la época colonial (1511-1795)*
*
Conferencia leída en el Archivo General de la Nación el día 29 de marzo de
2007.
José
L. Sáez, S. J.**
El autor es sacerdote, profesor de la
Escuela de Comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo,
investigador acucioso, miembro de número de la Academia Dominicana de la
Historia y director del Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Santo Domingo.
Fuente.
Boletín del Archivo General de la Nación Año LXIX, Vol. XXXII, Núm. 117. Años
2007.
El
protagonismo social de la Iglesia durante la época colonial es un hecho que es
muy difícil negar y una tarea inútil marginar por completo de la historia
dominicana. Y no sólo viven, aun a su modo, la sociedad y la misma Iglesia de
ese protagonismo sino que de las joyas que exhibimos a los viajeros y turistas,
quizás más de la mitad son monumentos eclesiásticos o que estuvieron vinculados
a la Iglesia.
Para
comprender mejor la trayectoria histórica de la Iglesia dominicana es preciso
trazar un marco de referencia que unifique y defina cada una de sus etapas. Ese
protagonismo, desde sus primeros pasos en el siglo XVI, nos obliga a vincular su
historia a la del crecimiento de la nacionalidad y al desarrollo de la
autonomía política.
Sin
embargo, mi exposición abarcará desde la creación de las primeras diócesis –el
comienzo propiamente dicho de la vida eclesial–, hasta el primer cambio de
régimen o primer experimento republicano, con la incorporación a Francia, fruto
del Tratado de Basilea.
1. Primera
etapa colonial española (siglos XV - XVIII)
Aunque
la labor evangelizadora, en pequeña escala, se había iniciado ya con la llegada
de los primeros religiosos, dos franciscanos belgas y un lego jerónimo catalán,
la historia de la Iglesia de Santo Domingo se inicia oficialmente con la
erección de las tres primeras diócesis dominicanas: la Metropolitana de Yaguate
y las sufragáneas de Baynoa y Maguá, mediante la bula Illius fulciti praesidio
(15 de noviembre de 1504), aunque eso sólo fue un acto jurídico efímero del
papa Julio II, y que por presión de la corona española, amparada en su derecho de
patronazgo o Real Patronato, cuando el mismo papa, mediante la bula Romanus
Pontifex (8 de agosto de 1511), erige las tres primeras diócesis de las Antillas:
Santo Domingo y La Concepción de La
Vega, en la isla Española, y San Juan en la isla de Puerto Rico, siendo las
tres sufragáneas de la Metropolitana de Sevilla. (1Para las tres primeras diócesis efímeras (Metropolitana de Yaguate y
sufragáneas de Baynoa y Maguá), el Papa designó a Pedro Suárez Deza, Fr. García
de Padilla, O.F.M. y don Alonso Manso, respectivamente. Al frente de las nuevas
(1511) estarían Fr. García de Padilla, en Santo Domingo; Pedro Suárez, en La
Concepción y Alonso Manso, en San Juan. Cfr. Josef Metzler (ed.), América
Pontificia I, Vaticano, 1991, pp. 91-100, 112-117.)
De
este modo, se abre la primera etapa de la historia de la Iglesia dominicana
(1511-1795), al amparo exclusivo de la corona española, y enmarcada en el
establecimiento y crecimiento de los primeros asentamientos urbanos europeos, incluso
con sus escudos, y la explotación de los recursos económicos que requería la expansión
española. (2Las primeras quince villas
de la isla, fundadas entre 1494 y 1506, recibieron sus armas y escudos el 6 de
diciembre de 1508. Cfr. Colección de documentos inéditos para la historia de
Iberoamérica, IV (Madrid, 1929), 295: reps. E. Rodríguez Demorizi, “Blasones de
la isla Española”, BAGN 1:1 (1938), 38 40; Roberto Marte (ed.). Santo Domingo
en los manuscritos de Juan Bautista Muñoz (Santo Domingo, 1981), pp. 479-496.)
La labor de evangelización cubrirá casi toda
esta primera etapa en que predomina la presencia de religiosos, aun en el
episcopado. La muestra está en que de los veinte obispos residentes durante los
dos primeros siglos, 13 eran religiosos (3 franciscanos, 4 dominicos, 2
agustinos, un mercedario, un benedictino, un jerónimo y un Bernardo), y los
siete restantes eran sacerdotes diocesanos.
Aunque
esas dos diócesis dominicanas, dotadas de obispos desde su erección, tendrían
una existencia inestable y a los quince años (1526) se fusionarían en una, la
relativa vitalidad de la Iglesia dominicana se fundamentó, ante todo, en la expansión
de las parroquias. Durante el primer siglo de existencia jurídica de esa
Iglesia (1511-1611), se erigieron veintidós parroquias, dieciséis en el actual
territorio dominicano y seis en la parte occidental, mientras en el segundo
siglo (1612- 1712), y sólo en la parte española, se crearían tres más, a las que
se añadirían otras seis durante el resto del siglo XVIII.( 3 Las primeras parroquias del occidente de la isla fueron: Hincha
(Hinche), Lares de Guahaba, Gros Mome; Puerto Real, Fort Liberté; Salvatierra
de la Sabana, Les Cayes; Santa María de la Vera Paz, Port au Prince; Villa
Nueva del Yáquimo, Jacmel. Cfr. Antonio Camilo G., El marco histórico de la
pastoral dominicana (Santo Domingo, 1983), p. 48.
2. Los primeros religiosos y la acción
pastoral formal (siglo XVI)
Con
la llegada de una comunidad franciscana más numerosa y estable a partir de
1500, y más aún con la creación en 1505 de la provincia franciscana de Santa
Cruz de las Indias, ya se puede hablar de evangelización en firme e incluso de
la existencia de un puesto misional para preparar a los religiosos que se
enviarían pronto a México, Cuba, Panamá y Venezuela.(4 Consta que, desde 1502 a 1515, salieron de la isla más de catorce
franciscanos con dirección a una de esas misiones. Cfr. Fr. Cipriano de Utrera,
“Franciscanos de la provincia de Santa Cruz”, Para la historia de América,
Santo Domingo, 1958, pp. 83-90.) En los primeros diez años de apostolado,
unos veinte franciscanos se
dividirían entre los conventos de La Vera Paz de Jaragua, Santiago, La Vega, La Buenaventura y Santo Domingo. El 3 de mayo de 1509, Fernando el
Católico, había encomendado al
virrey Diego Colón que se ocupara de la educación cristiana de los indígenas. Le encargaba que destinase en cada población a una persona eclesiástica que tuviera
especial cuidado “de enseñarles las
cosas de la fe; y añadía que el clérigo encargado dispusiera de una casa junto a la iglesia donde se juntasen para el mismo fin todos los niños de
la población. (5Instrucción de Fernando
el Católico a Diego Colón (Valladolid, 3 mayo 1509)”, AGI. Indiferente, leg.
418, lib. 2, f. 19; Konetzke, Colección de documentos I, 1953, pp. 18-20.)
En
septiembre de 1510, un año antes de erigirse las dos primeras diócesis de la
isla, había llegado la primera remesa de dominicos. Se trataba de los sacerdotes
Fr. Pedro de Córdoba, Fr. Bernardo de Santo Domingo y Fr. Antonio Montesinos y
el lego Fr. Domingo de Villamayor. Su trabajo de predicación y catequesis, como
había sucedido antes a sus colegas de otra congregación, se llevó a cabo a base
de intérpretes, es decir, los que en Sudamérica se llamaron “lenguas” o “lenguaraces”.
Al menos, no consta que los mismos religiosos aprendiesen algunas de las
lenguas que se hablaban en la isla, ni se conoce el caso de misioneros lingüistas,
como sería frecuente en Sudamérica un siglo más tarde, a excepción quizás del
lego catalán Ramón Pené. (6 El mismo Fr.
Pedro de Córdoba (1482-1521), autor del primer catecismo escrito en la isla y
publicado en México en 1544, lo redactó en castellano. Es posible, sin embargo,
que el texto fuera para uso exclusivo de los catequistas. Sobre esta importante
figura, véase: Fr. Pedro de Córdoba. Doctrina Cristiana para instrucción e
Información de los Indios por manera de historia , ed. fase, C.
Trujillo: USD, 1945; Rubén Boria, O.P., Fray Pedro de Córdoba, O.P ., Tucumán,
1982; J. L. Sáez, S.J., “Fray Pedro de Córdoba, O.P., padre de los dominicos
del Nuevo Mundo”, en Cinco siglos de iglesia dominicana, Santo Domingo, 1987,
pp. 25-46.
Sin
embargo, aquel primer grupo de dominicos tenía otro plan pastoral que se
centraría enseguida en la denuncia de los abusos cometidos por los hacendados y
el mismo gobierno colonial. El lanzamiento de su campaña en pro de los derechos
humanos ocurrió el último domingo de Adviento, probablemente el 21 de diciembre
de 1511. El sermón predicado por Fr. Antonio Montesinos, O.P., según nos
refiere Bartolomé de Las Casas, a pesar del ropaje retórico, se centra en un razonamiento
frío, que refleja un sabio manejo de la ley. ( 7 Cfr. Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias II, Santo
Domingo, 1987, pp. 41-44. Acerca del significado de los sermones de Montesinos,
véase: Fr. Rubén Boria, O.P., Fray Pedro de Córdoba, O.P. 1481-1521, Tucumán,
1982, pp. 75- 82; Fr. Juan Manuel Pérez, O.P., Estos, ¿no son hombres?, Santo Domingo,
1984.) Como resultado positivo de ese primer choque de poderes, se logró el
relevo de Diego Colón del gobierno de la colonia, y surgieron las treinta y
cinco leyes de Burgos u ordenanzas para el tratamiento de los indios (Valladolid,
23 de enero de 1513), cuando en algunos lugares la raza se iba extinguiendo,
por una u otra razón, y pronto sería sustituida por mano de obra esclava,
importada de las costas del África sudoccidental. ( 8 Cfr. AGI. Indiferente, leg. 419. lib. 4, f. 83; repr. Konetzke, Colección
de documentos I, 1953, pp. 38-57.)
El
episodio que tiene como centro esos dos sermones de Montesinos, se ha convertido
en simbólico y sintomático de las relaciones que van a prevalecer entre el
poder temporal y el espiritual en la colonia, aun sabiendo ambos que el
Patronato Regio era el personaje omnipresente, del que uno y otro se sirven
para defenderse o simplemente para hacer valer la extensión de sus derechos. (9 Sobre la compleja estructura del
Patronato Regio, tanto en Indias como en la misma Europa, véase Enrique D.
Dussel, El Episcopado hispanoamericano II (Cuernavaca, 1969), pp. 117-200. Ni
qué decir tiene que los dominicos confrontarían serias dificultades económicas
durante el siglo XVI, precisamente por su abierta defensa de los derechos del
indígena. Así lo expresó la respuesta de Fr. Alonso Burgalés a una R.C. de
Carlos I (Santo Domingo, 3 de abril de 1544), repr. Fr. Cipriano de Utrera,
Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo,
1932, pp. 164- 167.)
3. La construcción de templos en Santo
Domingo a partir del siglo XVI
Estamos
tan acostumbrados a ver la antigua ciudad de Santo Domingo llena de templos y
se nos antoja creer que eso siempre fue así. Por lo menos, aun el simple
turista se pregunta por qué tantas iglesias, una casi al lado de la otra, y en muchos
casos, pequeñas. Otro preguntará por qué todas las fachadas miran al Oeste o qué
sucedió para que todas estén de espaldas al mar o al río. Para comenzar, todas
las iglesias no aparecieron al mismo tiempo, sólo por el hecho de que a partir
del 5 de agosto de 1502 se decidió instalar definitivamente la ciudad de este
lado del río.
La primera iglesia en construirse, y de ningún
modo como la conocemos hoy, fue la del convento de los Dominicos, iniciada en
1514. Seguiría la Catedral comenzada por el obispo Geraldini en 1521; Santa
Clara, alrededor de 1536; San Francisco en 1544; Las Mercedes, terminada en
1555 y Santa Bárbara, terminada en 1576. Naturalmente, no todas estas iglesias
se hicieron para e culto público. Algunas eran únicamente capillas de un
convento, como sucedía con el templo de los dominicos, el de San Francisco, Las
Mercedes y Santa Clara, capilla de las monjas clarisas o franciscanas. Y
sucedería en el siglo XVIII con Regina Angelorum, templo del convento de las
dominicas o rama femenina de los dominicos. En el caso del templo de Santo Domingo
y, dos siglos después, el de San Francisco Javier de los Jesuitas, hacían
también las veces de aula magna de sus respectivas universidades.
En
cuanto a la orientación de casi todos los templos se siguió la antigua “norma”
medieval de hacerlos en forma de cruz y en que la cabecera del templo o ábside,
donde está situado el altar mayor, y por tanto la posición que adoptan los fieles
deben dirigirse hacia el Este. Recuérdese que la Basílica romana era la imagen
de la Jerusalén celeste. Por si no bastase, dos de los salmos de David
confirmaban el hecho: “Dios asciende al cielo por el Oriente” (Sal. 67, 34) y
“en presencia de tus ángeles canto en tu honor, y me postro hacia su templo santo”
(Sal. 138, 1-2.).
La
antigua postura de oración, sin duda asimilada del judaísmo y el islam, era
mirando al este, y así lo ratificó en un dicho san Agustín de Hipona: “Cuando
estamos de pie para orar, nos volvemos hacia el oriente, que es de donde sube
el Sol”. De ahí, no sólo se deriva la postura del celebrante o líder de la
oración común, es decir, de espaldas a la comunidad y mirando como todos al
este. Y según este patrón de construcción y orientación de las iglesias, las
únicas de la Ciudad Colonial que no miran al este son San Miguel y el templo de
los jesuitas, que miran al oeste, y el antiguo templo de San Andrés y el
convento de Regina Angelorum, los dos únicos que miran al mar.
La
existencia de las iglesias citadas nos plantea cierta duda y nos obliga a hacer
algunos cambios en cuanto a la historia de ese momento de la defensa de los
derechos humanos, es decir, el sermón de Adviento de Fr. Antonio Montesinos. Si
el templo actual y el convento de los frailes dominicos no se comenzaron hasta
1514, ciertamente no ocurrió ahí. Lo más que podemos suponer es que pudo ser en
una capilla de yagua que tendrían para el culto los recién llegados cuatro
dominicos.
Por
otro lado, Fr. Bartolomé de Las Casas –que nos transmitió el hecho, un tanto
ampuloso, como andaluz al fin– dice al principio de su narración que la cita de
la gente importante de la ciudad aquel domingo era “en la iglesia mayor”. Ese término
haría pensar que se trata de la Catedral, pero recordemos que la sede de Santo Domingo,
erigida el 8 de agosto de 1511, no contaba aún con obispo y que el solar de la
futura catedral no se bendijo hasta el 26 de marzo de 1514, y el encargado de
esa bendición fue el obispo de La Vega, el primero en llegar a la isla, y que
el primer obispo residencial, Alessandro
Geraldini, no llegó hasta 1517.
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