El hábil Horemheb (1323-1295 a.C.) consiguió salvar
para Egipto el País de Canaán o Siria Occidental, firmando ventajoso
tratado con el gran Shubbiluliuma I.
Durante su reinado, en la guardia (durante tiempo mandada por él),
servía un oficial llamado Ramsés. Era de estirpe principesca (de la
familia de los Ramésidas), voluntarioso, de complexión robusta, devoto
de Amón y muy fiel al sumo sacerdote Bekancos. Éste y Ramsés habían
forjado sus planes para apoderarse del trono de Egipto.
Una vez ascendido a prefecto de la guardia, Ramsés se erigió en
abogado del ejército. Prometió a los oficiales que obtendrían mejoras , y
a los soldados, que recibirían sus sueldos impagados. Ante tales
promesas todos le otorgaron su confianza.
Al fin estalló en palacio una sangrienta rebelión, Horemheb perdió el
trono y Egipto cambió nuevamente de faraón. El nuevo rey se llamaba
Ramsés I.
Con afán imperialista engrandeció y fortaleció el ejército. Acudieron
para sumarse a sus tropas legionarios de Nubia, de África, de todo el
mundo. Fue subsanada la falta de armas modernas. Pronto surgieron nuevas
tropas y cuerpos: "incendiarios de alquitrán, lanzadores de fósforo,
lanzadores de azufre, piqueros, arqueros, honderos, lanceros de a
caballo, y carros acorazados".
La marina fue modernizada igualmente. Se construyó un canal del Nilo
al mar rojo. Nada recordaba ya al indolente espíritu de Tutankhamon y
de su padre (?) Akenatón "el hereje".
El pueblo, mientras, no cesaba de pagar impuestos dobles y triples;
lo mismo hacían los templos y los sacerdotes, e incluso precedían al
pueblo con su ejemplo". El dios Amón impartía a todos su bendición y
amaba especialmente al hombre valiente, al que siempre estaba dispuesto a
sacrificarse por el bien de Egipto.
En 1335 a.C., murió el destacado rey hitita Shubbiluliuma, dejando su
vasto imperio expuesto a grandes peligros y vicisitudes. Le sucedió en
el trono se hijo Arnuanda III, de salud delicada, que falleció de la
peste al cabo de un año, pasando a ocupar el trono su hermano, el
segundo hijo de Shubbiluliuma, Mursil II (1334-1306 a.C.), autor de
numerosos escritos, entre ellos los célebres "Anales" y "Oraciones en
tiempos de la peste".
Mursil II supo mantener intacto el legado de su padre; al morir dejó a
su hijo Muwatallis (1306-1282 a.C.) un imperio que probablemente éste
se limitó a conservar defendiéndolo con las armas.
En Egipto, en este período, se habían producido cambios fundamentales
que habían afectado profundamente la vida y la estructura del país.
Ramses I acababa de morir, sucediéndole su hijo Seti I (1314-1292 a.C.),
que prosiguió su labor constructiva. Su ejército cosechó las primeras
victorias en Babilonia.
Seti I reinó también poco tiempo; al caer enfermo de gravedad, llamó
al trono a su hijo Ramsés II. Nadie sospechaba que Egipto volvería a ser
una potencia mundial bajo el reinado de Ramsés II. Éste hizo levantar
en todo el país templos a Amón, y los más grandes en Tebas. construyó
fortalezas y fortificó las fronteras en proporciones hasta entonces no
vistas. Finalmente, marchó contra los babilonios y regresó victorioso.
El faraón Ramsés II, espíritu jactancioso e imprudente, dotado de
valor y de innegables condiciones de mando, invadió luego otros pueblos,
que saqueó y devastó. Había una estela en Palestina, en la que se leía
que los ejércitos egipcios cruzaron con frecuencia la llanura de
Jesreel. Era ésta el paso que conducía de Egipto a Mesopotamia.
En 1479 a.C. las huestes de Tutmosis ya habían luchado y vencido en
estos parajes. Se desarrolló en ellos el combate a que se refiere el
Canto de Débora (Jueces V); el faraón Neco II tuvo que hacer frente allí
al rey Josué de Judea (Reyes, II, 23). Lucharon, aquí también, "Gedeón
contra los madianitas, Saúl contra los filisteos, más tarde los
ejércitos de los cruzados, en 1799 Napoleón I y en 1860, Napoleón III
contra los turcos.
Los ejércitos inglés y alemán, en 1917, se encontraron en este mismo
paso de Taanach y Meggido. Posiblemente, Ramsés II es el que tuvo que
luchar en estos lugares con más frecuencia e intensidad. Lo atestiguan
hoy los numerosos documentos encontrados.
Era en el quinto año de su reinado cuando Ramsés II cruzó esta
llanura para marchar contra Siria, por la cual se habían extendido los
khatti.
El rey hitita Muwatallis o Mutall había convertido a Siria en una
fortaleza. Además, los enemigos de Egipto le habían ofrecido tropas de
Carquemis, Alepo, Kadesh, Naharina y Arwa. Del Asia Menor llegaron
soldados a engrosar su ejército, para lo cual habían sido reclutados,
como mercenarios, piratas de Licia, cilicios y dárdanos.
Siria y Palestina fueron devastadas en varias ocasiones. Las ciudades
fronterizas arrasadas. Los habitantes pasados a cuchillo o expulsados. Y
todo, por conseguir la hegemonía, el dominio del litoral del
Mediterráneo Oriental.
En las cartas halladas en Tell-el-Amarna pueden leerse las
lamentaciones y las reiteradas recriminaciones de los reyezuelos de
Siria y Palestina, "quejándose desesperadamente de que las ciudades
avanzadas ya no estaban en condiciones de resistir a los ataques
procedentes de los hititas, y suplicando al faraón que se dignase
enviarles sin demora ayuda eficaz".
Mientras Akenatón "el hereje" hacia el sordo y soñaba con sus
reformas religiosas, y el joven Tutankhamon se entregaba a sus juegos
infantiles y a "consagrar imágenes", las posiciones conquistadas por sus
predecesores se perdían sucesivamente una a una.
El general Horemheb intentó conservar lo que aún podía salvarse, que
era bien poco. Después, Seti I emprendió varias ofensivas, penetró
profundamente en Palestina, arrojó a las tribus del desierto y ocupó el
territorio hasta la altura de Tiro-Damasco, donde se encontró ante un
adversario -el rey hitita Muwatallis- que era demasiado para él.
Ante tales panoramas, puede comprenderse que Ramsés II, se encontró con una herencia bastante difícil.
Al enterarse Ramsés II de los hititas invadían Palestina formó
inmediatamente cuatro cuerpos de ejército, cada uno con el nombre de un
dios: Amón, Ra, Ptah y Sutek. El cuerpo de ejército colocado bajo la
advocación de Amón, quiso mandarlo personalmente el faraón.
Los egipcios partieron hacia Siria a finales de abril del año 1268
a.C. La vanguardia del ejército la constituían las tropas que mandaba
Ramsés.
Un mes más tarde remontó el río Orontes, y tras muchas dudas hizo
instalar el campamento cerca de un altozano desde el cual podía ver
Kadesh. El ejército de los hititas parecía haberse evaporado. Días tras
días llegaban los exploradores de Ramsés diciendo no haber hallado
rastro alguno del enemigo. "Debe encontrarse aún muy lejos", añadían.
Ramsés, desconcertado, estudiaba la situación con sus oficiales.
Desconocía que los hititas ya habían entrado en acción. A guisa de
preámbulo, enviaron al campamento del faraón a dos beduinos, quienes,
haciéndose pasar por desertores, explicaron que deslumbrado el rey
Muwatallis por el poderío y la gloria del gran Ramsés, hijo de dios, "
de puro miedo había puesto tierra por medio replegándose con su ejército
hasta el Norte, en la región de Alepo".
Mal informado por sus espías y demasiado pagado de su persona para
admitir que podía equivocarse, Ramsés no dudó del relato de los "falsos"
desertores, cayendo en la celada que le tendió el astuto soberano
hitita.
"Su majestad levantó el campamento..., vadeó el Orontes al frente del primer cuerpo de ejército de Amón y marchó contra Kadesh".
Los otros cuerpos de ejército quedaron atrás. De esta forma los
egipcios le hacían el juego al soberano hitita, quien se hallaba, desde
aquel momento en superioridad de condiciones para poder tomar la
iniciativa y derrotar perfectamente al adversario.
La maniobra duró unas horas. Y cuando el rey Muwatallis comprendió
que Ramsés había caído en la trampa tendida por los beduinos, mandó a
sus tropas que atacaran a los egipcios y los cercaran. Sólo entonces el
faraón comprendió el peligro en que se hallaba. Únicamente un milagro
podía evitar que la derrota de Ramsés se convirtiera en un espantoso
desastre. ¡Y el milagro se produjo!
Los cronistas egipcios atribuyeron más tarde el milagro a la valentía
del divino Ramsés. Sin querer poner en duda la intrepidez y el heroísmo
del faraón, lo cierto es que si no resultó aniquilado sobre el campo de
batalla (como tantos de los suyos) fue debido a que recibió la ayuda
inesperada de unas tropas de refresco, las cuales atacaron valerosamente
a los hititas, que se habían entregado al saqueo del campamento egipcio
sin hacer caso de las advertencias de sus oficiales.
Lo cierto es que cuando Ramsés se vió rodeado por los temibles carros
enemigos, cargó decidido contra ellos, mientras se lamentaba:
"¡No tengo conmigo a ningún oficial, ningún carrista, ningún infante!"
En tan decisivos y apurados momentos confió su suerte al dios Amón y oró de esta forma:
"¿Que es esto, padre Amón? ¿Olvida un padre a su hijo? ¿He hecho
alguna cosa sin contar contigo? Si marchaba o me detenía, todo sucedía
según tu voluntad. ¿Que poder tengo yo, el señor de Tebas, y qué son
estos miserables asiáticos, estos paganos, que nada saben de Amón? Te he
levantado muchos monumentos, y he llenado de cautivos tus templos. He
construido para ti un templo eterno. Hago sacrificar diez mil bueyes en
tu honor, y envío a las naves a buscar para ti los tesoros de los más
lejanos países.
"¡A ti clamo, padre Amón! Estoy en medio de mis enemigos, que no te
conocen. Todos los países se han aliado contra mi, estoy solo. Mis
soldados me han abandonado. Ninguno de mis carristas se ha preocupado de
mi. Cuando los llamé, ninguno me oyó. Pero yo llamo a Amón y siento que
él será para mí mejor que millones de soldados de infantería y de los
carros. Aun cuando elevo mis preces en un país lejano, mi voz llega
hasta Hermonthis."
Ramsés dice que "oyó la voz del dios Amón animándole y prometiéndole
la victoria" El faraón cobró nuevos bríos y la situación del combate
cambió totalmente. Las cohortes de los egipcios se reagruparon otra vez,
y siguió la batalla hasta que los hititas quedaron derrotados. Llenos
de horror, los khatti clamaban desesperados:
"Ramsés no es un hombre, es el dios Sutek, el fuerte. Baal está en
sus miembros. No es obra de un hombre lo que él hace. Huyamos y salvemos
nuestras vidas".
El rey hitita Muwatallis pidió clemencia en una carta:
"¿Esta bien que mates a tus siervos? Ayer mataste a cien mil, y hoy
de dejas herencia viva de nosotros. No seas duro con nosotros, la
clemencia es mejor, danos aliento".
Después de la batalla de Kadesh, los sacerdotes egipcios
inmortalizaron los hechos de la misma en relieves y poemas. En Karnak y
en Luxor, en las paredes del Rameseum (su templo funerario), en Abu
Simbel y en Abidos, rivalizaron los artistas en sus alabanzas al faraón
que regresaba "victorioso" de la guerra.
A Ramsés "el Grande" -el favorito de Ra- se le ensalzó con una
exageración hasta entonces desconocida incluso en Egipto. El mismo
soberano (según se lee en los textos que se conocen de los últimos años
de su vida) fomentaba la adulación rastrera y el culto a su persona.
Ningún epíteto era demasiado extravagante par él, ni el más hiperbólico
le bastaba.
La relación de la tabla de Kadesh abunda en alabanzas exageradas y en
epítetos que no son más que unas escandalosas falsificaciones de la
historia. Ramsés, al parecer, fue un hábil maestro en el arte de la
autoadulación, y sin duda no necesitaba de ningún "ministro de
propaganda" para poner de relieve sus méritos, más o menos discutidos.
Además de las estelas del templo rupestre de Abu Simbel, tambien
ensalza l "formidable" victoria de Ramsés un largo poema, de autor
desconocido. Por espacio de mucho tiempo se tuvo por tal a un llamado
Pentur, hasta que se supo, que éste no era sino un mero copista
(bastante malo por cierto), ya que en el texto, que ha llegado hasta
nosotros, aparecen numerosas incorrecciones ortográficas.
Justo es reconocer que la batalla de Kadesh fue, indudablemente, una
importante victoria, aunque pirrica, de los egipcios. El magnánimo y
generoso Ramsés, el Grande, firmo un tratado de paz con el rey hitita
Muwatallis. El original del tratado escribióse en una chapa de plata,
que no ha sido hallada hasta la fecha.
Después de la supuesta victoria, quedaron satisfechos los sacerdotes
de Amón. Cuentan ciertos escritos que Ramsés les hizo donación de
107.000 esclavos y de numerosas tierras. Los sacerdotes disponían de
quinientos mil bueyes, y ciento sesenta y nueve ciudades habían de pagar
tributo a los templos de Amón. Por espacio de diez años estuvieron los
hititas pagando tributos. Luego, las cosas tomaron un giro distinto.
En una inscripción del templo de Abu Simbel, puede leerse:
"Después de la victoria de Ramsés sobre los hititas, éstos vivieron
en la miseria; por ello, el monarca hitita envió a Ramsés una de sus
hijas... Su cara le pareció a Ramsés bella como la de una diosa."
Para fortalecer el antedicho tratado de paz, Ramsés el Grande casó
con la princesa hitita, "la cual fue quizás al principio una de las
mujeres del harén, para convertirse pronto en su esposa principal".
Existe una estela en el templo de Abu Simbel donde se ve la
entronización de la princesa hitita, y en un relieve aparece Ramsés con
esta esposa, que entonces llevaba el nombre de Maatnefruré.
La amistad, así nacida, entre egipcios e hititas deparó a estos pueblos sesenta y ocho años de paz.
Ramsés II está inmortalizado en el templo de Karnak con un vaso de
incienso ante el altar. Existen inscripciones y relieves que nos
muestran lo grandes y cuantiosas que son sus ofrendas, y cómo deposita
sobre un altar "un crecido número de manos cortadas a los cautivos".
Allí abundan algunos cuadros en los cuales se refleja una gran crueldad
al respecto. Las mejores ofrendas, al parecer, eran la sangre y la
venganza.
Ramsés II quiso fundar una estirpe de pura sangre faraónica. Con esta
medida se proponía impedir en lo sucesiva toda lucha por la sucesión al
trono. Por este motivo quiso casarse con doscientas mujeres,
seleccionadas entre las del harén, y engendró con ellas noventa y ocho
hijos y sesenta hijas. Después, casó con las hijas adultas y engendró
nietos con las mismas. No olvidemos que para los egipcios era algo
desconocido la aberración que suponen los matrimonios consanguíneos e
incestuosos. El faraón era, además, un dios y no se le podía negar, ni
reprochar, nada: todo lo que hacía era bueno y perfecto.
Los poetas cantaron las hazañas de Ramsés II. Su dramática historia
ha llegado a nosotros a través de los jeroglíficos. Los aduladores
dijeron de él:
"Es Horus, el toro impetuoso y valiente hasta la temeridad, el amado
de la verdad..., el toro entre soberanos del mundo..., el impávido cuya
fama es grande en todos los países, y por cuya voluntad Etiopía ha
dejado de existir y ha hecho cesar la bravuconería del país de Hatti.
"Él alcanza el fin del mundo y hace encoger las anchas bocas de los príncipes extranjeros.
"El es el hijo de Ra, que pisotea el país de Hatti.
"Semeja un toro astifino.
"Es el halcón magnífico y divino.
"Es como el león valiente, como el chacal que de un vistazo abarca toda la tierra..."
Ramsés II es el más grande señor colonial de la antigüedad. Trasladó
las fronteras de Egipto hasta el interior de Asia y rehízo el Imperio
colonial en las veinte guerras que llevó a cabo. Igual que Ramsés el
Grande, tomó la figura de Osiris, dios de los muertos. Llegó a los
noventa y seis años de edad, y pudo reinar sesenta y cinco. Los
sacerdotes le dieron una sepultura regia. El Ramesseum, un grandioso
templo, considerado como una verdadera maravilla.
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