LOS CONSTRUCTORES DE LAS PIRÁMIDES.
Los monumentos del Egipto faraónico han intrigado a
los hombres durante siglos. Nadie comprendía por qué y cómo un pueblo
que sólo disponía de instrumentos sencillos y cuya principal fuerza era
la de sus brazos había levantado aquellas pirámides, autenticas montañas
de piedra, cuya perfección no ha dejado aún de asombrarnos. Ahora bien,
hoy sabemos que las pirámides de Egipto, como las descubiertas en Irak
(la antigua Mesopotamia) hace unas decenas de años, marcan un período
importante de nuestra evolución: La Edad del Bronce. Al descubrimiento
de esta aleación de cobre y estaño siguió el de la escritura, que hizo
entrar al hombre en la Historia.
La edad del bronce comenzó hacia el año 3.000, es decir, hace unos 5.000 años. Se inició cuando en Anatolia (la Turquía asiática) descubrieron un procedimiento para fabricar, mediante la fusión de cobre y estaño, un nuevo metal: el bronce. Esta invento -la primera aleación creada por el hombre- se difundió por todo Oriente y por Egipto.
En las tierras irrigadas del famoso "fértil creciente" (véase artículo en este mismo blog) se habían instalado desde el período Neolítico diversos grupos humanos. Los que pudieron conseguir las nuevas armas y los nuevos instrumentos de bronce se aprestaron a utilizarlos para apoderarse de las riquezas de sus vecinos, menos afortunados. Así se formaron ciudades independientes (llamadas "ciudades-Estado", en Mesopotamia) que luego se transformarían en poderosos reinos. La religión desempeño en ello un papel importante: en Mesopotamia ejercía el poder un rey-sacerdote, representante del dios protector de la ciudad; y en Egipto, el soberano, el faraón, era hijo del dios supremo y, al morir, se transformaría en dios.
Para que el faraón pudiera transformarse en dios, se requería, no obstante, una condición: su cadáver debía permanecer intacto. Por ello, el conservarlo en una tumba bien protegida era la preocupación esencial de los egipcios. Las primeras tumbas reales fueron las mastabas: se componían de una cámara sepulcral subterránea, a la que se descendía por un pozo, y una pequeña construcción superficial de ladrillo, en forma de pirámide truncada de planta rectangular.
Hacia el año 2.700 a.C., el faraón Djoser encargó a su ministro Imhotep la construcción de una tumba que mostrase a sus súbditos la grandeza del faraón y del dios al que representaba. Imhotep, que era también arquitecto, puso una sobre otra seis mastabas de piedra, cada una algo más pequeña que la anterior, y logró así la primera pirámide: una pirámide escalonada. Es la pirámide de Saqqarah, cerca de El Cairo. Con 60 metros de alto, parece una gran escalera que sube hacia el cielo.
Un siglo después, en la llanura de Gizeh (cerca de El Cairo), aparecen ya pirámides auténticas: las de los faraones Cheops, Chefren y Micerino. Sus grandes dimensiones (la pirámide de Cheops tiene 146 metros de altura) y la perfección de sus proporciones dejan atónitos a quienes la contemplan. Su asombro crece aún más cuando saben que la construcción de una pirámide y de los templos que la acompañan duraban por lo general una veintena de años y que necesitaba varios millones de toneladas de piedras, extraídas por decenas de miles de obreros y esclavos. Éstos las transportaban sobre plataformas que se deslizaban sobre troncos y las subían mediante gigantescas rampas de tierra. Es evidente que un trabajo tan complicado sólo podía realizarlo una sociedad perfectamente organizada, como era la sociedad egipcia hace 4.500 años.
La civilización más antigua que apareció a orillas del Tigris y el Éufrates fue la civilización sumeria, asentada en la parte inferior de Mesopotamia. Entre los sumerios, la tierra pertenecía a los dioses, es decir, a los sacerdotes. Ricos y poderosos, éstos construyeron enormes templos de adobes, recubiertos con ladrillos de color. En torno a los templos se organizaba la ciudad, con sus funcionarios, sus artesanos, sus comerciantes, todo un mundo bullicioso y multicolor. Los reyes, escogidos, entonces entre los sacerdotes, vivían en palacios suntuosos, rodeados por magníficos jardines.
En Mesopotamia, el zigurat señala el comienzo de la historia de la arquitectura. Por su forma se parece a la pirámide escalonada de Egipto; sin embargo, no se parecen en nada más: el zigurat no era un monumento funerario, sino una gran torre de terrazas superpuestas que servían de zócalo a un templo. La misión de este edificio era acercar al hombre a los dioses. Se supone que la "torre de Babel" mencionada en la Biblia era un gran zigurat.
Si la pirámide es el monumento típico de Egipto y el zigurat lo es de Mesopotamia durante la Edad del Bronce, en este mismo período es el palacio lo que mejor representa la arquitectura de esos otros dos grandes centros de civilización que fueron la isla de Creta, en el Mediterráneo oriental, y las ciudades micénicas, en Grecia. Esos palacios, cuyos principales restos se pueden admirar aún en Cnossos (Creta) y en Micenas (Grecia), eran también templos y lugares de depósito de mercancías, lo que muestra la importancia del comercio en esta región.
Cuesta trabajo darse cuenta hoy de las dificultades que los hombres tuvieron que superar cuando crearon sus primeras ciudades. Había que organizar el reparto de alimentos, la defensa, el servicio de los templos. En torno a los sacerdotes y los reyes apareció la clase de los funcionarios, encargada ce cumplir múltiples tareas.
Para llevar a cabo las grandes obras de riego, la construcción de fortificaciones y templos, se necesitaban miles de obreros y toneladas de material: piedras, ladrillos madera. Además había que alimentar a esos obreros, proporcionarles utensilios, organizar su trabajo. Tenían que encargar esos materiales y almacenarlos. Y de todas estas obligaciones nacieron el cálculo y la escritura.
En Sumer, los funcionarios encargados de la contabilidad de las obras, los escribas, tomaron la costumbre de anotar sus cuentas en tabletas de arcilla cruda grabándolas mediante cañas cortadas en bisel. Por ejemplo, representaban las palabras "ración" o "carretilla" mediante pequeños dibujos, mu simplificados, de un pan o de una carretilla. Luego descubrieron que uniendo dos signos podían representar una tercera palabra: es como si en español hubieran descubierto que el signo de "sol" y el signo de "dado" se podían unir para representar la palabra "soldado"; o que el signo de "ave" y el signo de "nido" se podían unir para representar las palabras "ha venido". Los signos "sol", "dado", "ave" y "nido" ya no representarían palabras en estos contextos, sino sonidos. Así nació la escritura. Esta primera escritura se llama cuneiforme porque los signos que representan las palabras tienen forma de cuña.
La escritura se inventó varias veces en diversos lugares: además de los sumerios, la inventaron también los egipcios, los elamitas, los pueblos que vivían en el valle del Indo, en Creta, en el valle del río Amarillo, los hititas... Pero la escritura más importante es la egipcia, pues de ella deriva probablemente la nuestra.
Los egipcios no se contentaron con un sistema de escritura: crearon tres. En las paredes de sus templos y sepulturas, escribían en el sistema jeroglífico: grababan manos, hojas, serpientes, etc., que unas veces se leían como letras y otras como las palabras "mano","hoja", "serpiente", etc. En los papiros escribían en el sistema hierático, compuesto de signos surgidos como estilización de los jeroglíficos. Y luego inventaron el sistema demótico, compuesto por signos frecuentemente ligados, más fácil y rápido.
El papiro fue el primer tipo de papel; estaba hecho con fibras de una planta que crecía en el delta del Nilo y que se llamaba papiro. Los egipcios inventaron también tintas de diversos colores.
Ni los egipcios ni los sumerios tuvieron un alfabeto. Sus sistemas de escritura constaban de varios cientos y hasta miles de signos, que a veces representaban letras, pero a veces representaban sílabas e incluso palabras enteras. Su aprendizaje requería años y años, por lo que casi nadie sabía leer y escribir.
El alfabeto lo inventaron los pueblos semitas, probablemente a partir de la escritura jeroglífica egipcia. Los fenicios, un pueblo semita que vivía en lo que hoy es el Líbano, lo difundieron por todo el Mediterráneo hace unos 3.000 años. De ellos lo aprendieron los griegos, que lo completaron añadiéndole las vocales, y de los griegos -a través de los romanos- nació el nuestro.
La literatura es, por lo menos, tan antigua como la escritura. Se conservan numerosos textos cuneiformes: sobre las virtudes de los dioses sumerios y las hazañas de sus héroes, con documentos jurídicos e históricos, sobre medicina y astronomía, con fábulas de animales y refranes populares, con poemas amorosos, sobre ética, filosofía, agricultura. Los documentos egipcios constituyen una inmensa biblioteca: textos religiosos como el Libro de los Muertos; cuentos que anuncian ya los de Las mil y una noches; novelas, fábulas, poesías, proverbios; textos de aritmética, geometría, astronomía, medicina. Y los judíos nos han legado esa grandiosa colección de libros teológicos, históricos, líricos, proverbiales, didácticos y proféticos que es la Biblia.
Hemos visto que la posesión de utensilios y de armas de bronce había dado poder y riqueza a los soberanos constructores de Egipto, de Mesopotamia y de las costas e islas del Mediterráneo Oriental. Para conservar este poder, para equipar a sus ejércitos, construir y adornar sus templos, vestir y alimentar a poblaciones numerosas, era preciso obtener armas y utensilios, piedras, oro y plata, cereales y tejidos de lino o de algodón. Lo que no se hallase en el propio territorio había que importarlo de territorios lejanos. Fértil y bien cultivado, Egipto producía trigo, vino, frutas y legumbres, pero debía comprar a los cretenses o a los fenicios aceite, madera, perfumes.
De las necesidades del comercio nacieron nuevos oficios: prospectores de riquezas naturales explotables (minas de cobre, estaño o de oro), viajantes de comercio, mercaderes que a menudo poseían su propia flota mercante, artesanos especializados, contables. El transporte de mercancías, a veces a largas distancias, se hacía: bien por barco (tanto por los ríos como por el mar), bien sobre las espaldas de los porteadores o a lomos de asno o de buey, por senderos y caminos. Durante muchos siglos, sólo los sumerios, que habían inventado la rueda, poseyeron carros. Los cretenses y los fenicios se habían especializado en el transporte marítimo, surcando todo el Mediterráneo e incluso aventurándose -al menos los marineros fenicios- por las costas atlánticas de Europa y África. Los artesanos fenicios producían telas teñidas de púrpura, cerámica vidriada, muebles de cedro y miniaturas de marfil, utensilios y vajillas de bronce, joyas de oro y de plata; y los mercaderes exportaban estos productos, junto con troncos de cedro, lingotes de cobre y ánforas de aceite o vino.
En los puertos y factorías donde se intercambiaban las mercancias había grandes mercados, rebosante de gante, sin duda parecidos a los barrios comerciales de las ciudades árabes modernas.
El comercio enriqueció a las poblaciones de la Edad del Bronce y transformó progresivamente su existencia cotidiana. Los comerciantes acomodados dieron trabajo a los artesanos, cuyos únicos clientes hasta entonces habían sido los sacerdotes y los reyes. Los suntuosos muebles de maderas preciosas chapadas en oro y plata o incrustadas con marfil, muebles que conocemos por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, servían de modelo para productos más sencillos y menos suntuosos pero que todo el mundo deseaba poseer.
Tenemos una idea de lo que podía ser el mobiliario de un ciudadano de Jericó, en el valle del Jordán, durante la Edad del Bronce. En una tumba de hacia el año 1700 a.C. se han descubierto bancos, taburetes, curiosas mesas de tres patas y camas estrechas con somier que había sido hecho de cuerdas tranzadas.
Los mercaderes, los marineros, los caravaneros que recorrían el mundo entonces conocido traían de sus largos viajes nuevos modelos de cerámica, joyas en la que los orfebres se inspiraban para renovar su producción, tintes para telas, perfumes, vestidos que los elegantes se apresuraban a copiar, recetas de cocina, plantas raras. Así, en Luxor hacia el año 1400 a.C., la reina egipcia Hatshepsut hizo plantar, en el templo que le estaban construyendo, semillas de rododendro, de amapola y de tomillo, plantas que hasta entonces eran desconocidas en Egipto y que sus jardineros le habían traído del extranjero.
Todas estas novedades debían de excitar la curiosidad de los intelectuales de la época y conducirles a plantearse preguntas sobre le mundo que les rodeaba. Al mismo tiempo, tomando cada una algo de los demás, las maneras de vivir y pensar tendían a parecerse cada vez más en las regiones de la cuenca mediterránea y del Asia occidental donde florecían las grandes civilizaciones de la Edad del Bronce.
Sin duda, fueron prospectores de cobre originarios de las costas del Mediterráneo oriental quienes, hacia el 1800 a.C., introdujeron el bronce en Europa central. En efecto, objetos fabricados en Siria y Líbano se han encontrado a lo largo de las rutas que, por el Adriático y el Cáucaso, conducían al sur de Alemania. Y el uso de este valioso metal se generalizó con bastante rapidez en toda Europa.
Gracias a los objetos encontrados en las tumbas (perlas egipcias, ámbar del Báltico), se sabe que esa progresión se realizó a partir de dos grandes rutas: la del ámbar y la de el estaño. La ruta del ámbar seguía el curso de los ríos, desde el Mediterráneo hasta el Báltico; era la ruta que tomaban los comerciantes cretenses o fenicios que ofrecían objetos de bronce a las poblaciones escandinavas a cambio de ámbar que luego venderían a los egipcios para que hicieran con él joyas y amuletos. La ruta del estaño seguía las costas del Mediterráneo y del Atlántico; por ella se encaminaban los fenicios para obtener cobre en Andalucía y estaño e
La edad del bronce comenzó hacia el año 3.000, es decir, hace unos 5.000 años. Se inició cuando en Anatolia (la Turquía asiática) descubrieron un procedimiento para fabricar, mediante la fusión de cobre y estaño, un nuevo metal: el bronce. Esta invento -la primera aleación creada por el hombre- se difundió por todo Oriente y por Egipto.
En las tierras irrigadas del famoso "fértil creciente" (véase artículo en este mismo blog) se habían instalado desde el período Neolítico diversos grupos humanos. Los que pudieron conseguir las nuevas armas y los nuevos instrumentos de bronce se aprestaron a utilizarlos para apoderarse de las riquezas de sus vecinos, menos afortunados. Así se formaron ciudades independientes (llamadas "ciudades-Estado", en Mesopotamia) que luego se transformarían en poderosos reinos. La religión desempeño en ello un papel importante: en Mesopotamia ejercía el poder un rey-sacerdote, representante del dios protector de la ciudad; y en Egipto, el soberano, el faraón, era hijo del dios supremo y, al morir, se transformaría en dios.
Para que el faraón pudiera transformarse en dios, se requería, no obstante, una condición: su cadáver debía permanecer intacto. Por ello, el conservarlo en una tumba bien protegida era la preocupación esencial de los egipcios. Las primeras tumbas reales fueron las mastabas: se componían de una cámara sepulcral subterránea, a la que se descendía por un pozo, y una pequeña construcción superficial de ladrillo, en forma de pirámide truncada de planta rectangular.
Hacia el año 2.700 a.C., el faraón Djoser encargó a su ministro Imhotep la construcción de una tumba que mostrase a sus súbditos la grandeza del faraón y del dios al que representaba. Imhotep, que era también arquitecto, puso una sobre otra seis mastabas de piedra, cada una algo más pequeña que la anterior, y logró así la primera pirámide: una pirámide escalonada. Es la pirámide de Saqqarah, cerca de El Cairo. Con 60 metros de alto, parece una gran escalera que sube hacia el cielo.
Un siglo después, en la llanura de Gizeh (cerca de El Cairo), aparecen ya pirámides auténticas: las de los faraones Cheops, Chefren y Micerino. Sus grandes dimensiones (la pirámide de Cheops tiene 146 metros de altura) y la perfección de sus proporciones dejan atónitos a quienes la contemplan. Su asombro crece aún más cuando saben que la construcción de una pirámide y de los templos que la acompañan duraban por lo general una veintena de años y que necesitaba varios millones de toneladas de piedras, extraídas por decenas de miles de obreros y esclavos. Éstos las transportaban sobre plataformas que se deslizaban sobre troncos y las subían mediante gigantescas rampas de tierra. Es evidente que un trabajo tan complicado sólo podía realizarlo una sociedad perfectamente organizada, como era la sociedad egipcia hace 4.500 años.
La civilización más antigua que apareció a orillas del Tigris y el Éufrates fue la civilización sumeria, asentada en la parte inferior de Mesopotamia. Entre los sumerios, la tierra pertenecía a los dioses, es decir, a los sacerdotes. Ricos y poderosos, éstos construyeron enormes templos de adobes, recubiertos con ladrillos de color. En torno a los templos se organizaba la ciudad, con sus funcionarios, sus artesanos, sus comerciantes, todo un mundo bullicioso y multicolor. Los reyes, escogidos, entonces entre los sacerdotes, vivían en palacios suntuosos, rodeados por magníficos jardines.
En Mesopotamia, el zigurat señala el comienzo de la historia de la arquitectura. Por su forma se parece a la pirámide escalonada de Egipto; sin embargo, no se parecen en nada más: el zigurat no era un monumento funerario, sino una gran torre de terrazas superpuestas que servían de zócalo a un templo. La misión de este edificio era acercar al hombre a los dioses. Se supone que la "torre de Babel" mencionada en la Biblia era un gran zigurat.
Si la pirámide es el monumento típico de Egipto y el zigurat lo es de Mesopotamia durante la Edad del Bronce, en este mismo período es el palacio lo que mejor representa la arquitectura de esos otros dos grandes centros de civilización que fueron la isla de Creta, en el Mediterráneo oriental, y las ciudades micénicas, en Grecia. Esos palacios, cuyos principales restos se pueden admirar aún en Cnossos (Creta) y en Micenas (Grecia), eran también templos y lugares de depósito de mercancías, lo que muestra la importancia del comercio en esta región.
Cuesta trabajo darse cuenta hoy de las dificultades que los hombres tuvieron que superar cuando crearon sus primeras ciudades. Había que organizar el reparto de alimentos, la defensa, el servicio de los templos. En torno a los sacerdotes y los reyes apareció la clase de los funcionarios, encargada ce cumplir múltiples tareas.
Para llevar a cabo las grandes obras de riego, la construcción de fortificaciones y templos, se necesitaban miles de obreros y toneladas de material: piedras, ladrillos madera. Además había que alimentar a esos obreros, proporcionarles utensilios, organizar su trabajo. Tenían que encargar esos materiales y almacenarlos. Y de todas estas obligaciones nacieron el cálculo y la escritura.
En Sumer, los funcionarios encargados de la contabilidad de las obras, los escribas, tomaron la costumbre de anotar sus cuentas en tabletas de arcilla cruda grabándolas mediante cañas cortadas en bisel. Por ejemplo, representaban las palabras "ración" o "carretilla" mediante pequeños dibujos, mu simplificados, de un pan o de una carretilla. Luego descubrieron que uniendo dos signos podían representar una tercera palabra: es como si en español hubieran descubierto que el signo de "sol" y el signo de "dado" se podían unir para representar la palabra "soldado"; o que el signo de "ave" y el signo de "nido" se podían unir para representar las palabras "ha venido". Los signos "sol", "dado", "ave" y "nido" ya no representarían palabras en estos contextos, sino sonidos. Así nació la escritura. Esta primera escritura se llama cuneiforme porque los signos que representan las palabras tienen forma de cuña.
La escritura se inventó varias veces en diversos lugares: además de los sumerios, la inventaron también los egipcios, los elamitas, los pueblos que vivían en el valle del Indo, en Creta, en el valle del río Amarillo, los hititas... Pero la escritura más importante es la egipcia, pues de ella deriva probablemente la nuestra.
Los egipcios no se contentaron con un sistema de escritura: crearon tres. En las paredes de sus templos y sepulturas, escribían en el sistema jeroglífico: grababan manos, hojas, serpientes, etc., que unas veces se leían como letras y otras como las palabras "mano","hoja", "serpiente", etc. En los papiros escribían en el sistema hierático, compuesto de signos surgidos como estilización de los jeroglíficos. Y luego inventaron el sistema demótico, compuesto por signos frecuentemente ligados, más fácil y rápido.
El papiro fue el primer tipo de papel; estaba hecho con fibras de una planta que crecía en el delta del Nilo y que se llamaba papiro. Los egipcios inventaron también tintas de diversos colores.
Ni los egipcios ni los sumerios tuvieron un alfabeto. Sus sistemas de escritura constaban de varios cientos y hasta miles de signos, que a veces representaban letras, pero a veces representaban sílabas e incluso palabras enteras. Su aprendizaje requería años y años, por lo que casi nadie sabía leer y escribir.
El alfabeto lo inventaron los pueblos semitas, probablemente a partir de la escritura jeroglífica egipcia. Los fenicios, un pueblo semita que vivía en lo que hoy es el Líbano, lo difundieron por todo el Mediterráneo hace unos 3.000 años. De ellos lo aprendieron los griegos, que lo completaron añadiéndole las vocales, y de los griegos -a través de los romanos- nació el nuestro.
La literatura es, por lo menos, tan antigua como la escritura. Se conservan numerosos textos cuneiformes: sobre las virtudes de los dioses sumerios y las hazañas de sus héroes, con documentos jurídicos e históricos, sobre medicina y astronomía, con fábulas de animales y refranes populares, con poemas amorosos, sobre ética, filosofía, agricultura. Los documentos egipcios constituyen una inmensa biblioteca: textos religiosos como el Libro de los Muertos; cuentos que anuncian ya los de Las mil y una noches; novelas, fábulas, poesías, proverbios; textos de aritmética, geometría, astronomía, medicina. Y los judíos nos han legado esa grandiosa colección de libros teológicos, históricos, líricos, proverbiales, didácticos y proféticos que es la Biblia.
Hemos visto que la posesión de utensilios y de armas de bronce había dado poder y riqueza a los soberanos constructores de Egipto, de Mesopotamia y de las costas e islas del Mediterráneo Oriental. Para conservar este poder, para equipar a sus ejércitos, construir y adornar sus templos, vestir y alimentar a poblaciones numerosas, era preciso obtener armas y utensilios, piedras, oro y plata, cereales y tejidos de lino o de algodón. Lo que no se hallase en el propio territorio había que importarlo de territorios lejanos. Fértil y bien cultivado, Egipto producía trigo, vino, frutas y legumbres, pero debía comprar a los cretenses o a los fenicios aceite, madera, perfumes.
De las necesidades del comercio nacieron nuevos oficios: prospectores de riquezas naturales explotables (minas de cobre, estaño o de oro), viajantes de comercio, mercaderes que a menudo poseían su propia flota mercante, artesanos especializados, contables. El transporte de mercancías, a veces a largas distancias, se hacía: bien por barco (tanto por los ríos como por el mar), bien sobre las espaldas de los porteadores o a lomos de asno o de buey, por senderos y caminos. Durante muchos siglos, sólo los sumerios, que habían inventado la rueda, poseyeron carros. Los cretenses y los fenicios se habían especializado en el transporte marítimo, surcando todo el Mediterráneo e incluso aventurándose -al menos los marineros fenicios- por las costas atlánticas de Europa y África. Los artesanos fenicios producían telas teñidas de púrpura, cerámica vidriada, muebles de cedro y miniaturas de marfil, utensilios y vajillas de bronce, joyas de oro y de plata; y los mercaderes exportaban estos productos, junto con troncos de cedro, lingotes de cobre y ánforas de aceite o vino.
En los puertos y factorías donde se intercambiaban las mercancias había grandes mercados, rebosante de gante, sin duda parecidos a los barrios comerciales de las ciudades árabes modernas.
El comercio enriqueció a las poblaciones de la Edad del Bronce y transformó progresivamente su existencia cotidiana. Los comerciantes acomodados dieron trabajo a los artesanos, cuyos únicos clientes hasta entonces habían sido los sacerdotes y los reyes. Los suntuosos muebles de maderas preciosas chapadas en oro y plata o incrustadas con marfil, muebles que conocemos por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, servían de modelo para productos más sencillos y menos suntuosos pero que todo el mundo deseaba poseer.
Tenemos una idea de lo que podía ser el mobiliario de un ciudadano de Jericó, en el valle del Jordán, durante la Edad del Bronce. En una tumba de hacia el año 1700 a.C. se han descubierto bancos, taburetes, curiosas mesas de tres patas y camas estrechas con somier que había sido hecho de cuerdas tranzadas.
Los mercaderes, los marineros, los caravaneros que recorrían el mundo entonces conocido traían de sus largos viajes nuevos modelos de cerámica, joyas en la que los orfebres se inspiraban para renovar su producción, tintes para telas, perfumes, vestidos que los elegantes se apresuraban a copiar, recetas de cocina, plantas raras. Así, en Luxor hacia el año 1400 a.C., la reina egipcia Hatshepsut hizo plantar, en el templo que le estaban construyendo, semillas de rododendro, de amapola y de tomillo, plantas que hasta entonces eran desconocidas en Egipto y que sus jardineros le habían traído del extranjero.
Todas estas novedades debían de excitar la curiosidad de los intelectuales de la época y conducirles a plantearse preguntas sobre le mundo que les rodeaba. Al mismo tiempo, tomando cada una algo de los demás, las maneras de vivir y pensar tendían a parecerse cada vez más en las regiones de la cuenca mediterránea y del Asia occidental donde florecían las grandes civilizaciones de la Edad del Bronce.
Sin duda, fueron prospectores de cobre originarios de las costas del Mediterráneo oriental quienes, hacia el 1800 a.C., introdujeron el bronce en Europa central. En efecto, objetos fabricados en Siria y Líbano se han encontrado a lo largo de las rutas que, por el Adriático y el Cáucaso, conducían al sur de Alemania. Y el uso de este valioso metal se generalizó con bastante rapidez en toda Europa.
Gracias a los objetos encontrados en las tumbas (perlas egipcias, ámbar del Báltico), se sabe que esa progresión se realizó a partir de dos grandes rutas: la del ámbar y la de el estaño. La ruta del ámbar seguía el curso de los ríos, desde el Mediterráneo hasta el Báltico; era la ruta que tomaban los comerciantes cretenses o fenicios que ofrecían objetos de bronce a las poblaciones escandinavas a cambio de ámbar que luego venderían a los egipcios para que hicieran con él joyas y amuletos. La ruta del estaño seguía las costas del Mediterráneo y del Atlántico; por ella se encaminaban los fenicios para obtener cobre en Andalucía y estaño e
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