Una colaboración de lalunagatuna
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La
mujer suele ser la gran olvidada de la guerra civil que desgarró España
y la dividió progresiva e irremediablemente. En esta sección
describiremos la experiencia y el papel que éstas detentaron durante el
conflicto y el extraordinario contraste que existió entre la actuación
de las mujeres en la zona nacional y en la zona republicana.
El
papel de las mujeres durante la guerra civil no puede ser entendido si
antes no realizamos una mirada retrospectiva al proceso que desde
finales del siglo XIX y principios del XX demandaba un nuevo status
social para un colectivo,
el femenino, que siempre solía ser dejado de lado. Las mujeres no
participaban en la cultura, la economía o la sociedad, tarea siempre
reservada a los hombres, por el contrario debían quedar recluidas en
la esfera privada del hogar y, si trabajaban, a una división sexual y
clasista del trabajo.
Gran parte de la culpa hay que achacarla a la falta de oportunidades
para que las mujeres recibieran una educación escolar y una cultura
propia. La enseñanza pública era algo raro a principios del siglo XX
pues la educación estaba monopolizada por la Iglesia, y ésta no hacía
mucho por educar a las mujeres en un sentido más práctico que el de ser
“la perfecta ama de casa y madre de sus hijos”. A comienzos del siglo XX
un 71% de la población femenina de España era analfabeta por un 55,57 %
de hombres que no sabían leer ni escribir. La situación mejoró hacia
1930 (47,5% de analfabetismo femenino y 36,9 % de masculino) pero seguía
reflejando la desventaja femenina. Los obstáculos que ya encontraba la
mujer en la educación primaria y secundaria se hacían mucho más grandes
cuando se trataba de la educación superior. Muy pocas mujeres llegaban a
la universidad y aunque a finales de los años 20 encontramos más
mujeres en la universidad prácticamente ninguna ejercía su carrera
después de licenciarse.
Junto
a las dificultades de la mujer para recibir una educación adecuada nos
encontramos con la discriminación que éstas sufrían en el trabajo. Las
desiguales relaciones le imponían la segregación laboral y su
discriminación salarial. Las mujeres tenían menos salidas profesionales,
recibían salarios comparativamente más bajos que los hombres y
trabajaban en tareas no especializadas y por tanto menos retribuidas. A
finales del siglo XIX las mujeres sólo ganaban la mitad de lo que ganaba
un hombre desempeñando el mismo trabajo. La Iglesia rechazaba al mismo
tiempo que la mujer trabajara pues su papel único y prioritario era el
hogar y el bienestar de la familia.
Por
último tenemos las dificultades de la mujer en el ámbito social
victimas de un sistema patriarcal que las discriminaba. Rechazaban
abiertamente las normas de género que las confinaban al hogar. Poco a
poco en un proceso lento y gradual desde el siglo XIX empezaron a
hacerse oír. Ello era debido principalmente al nuevo rol desempeñado por
la incipiente industrialización del país que les otorgaba un nuevo
papel que traspasaba su hasta entonces situación en la esfera doméstica y
las catapultaba al ámbito público de la producción, la política y el
cambio social. El desarrollo inicial del movimiento obrero posibilitó
una cada vez mayor integración femenina en las asociaciones de clase y
su creciente incorporación al trabajo les hizo sentirse partícipes de
las reivindicaciones laborales. Por tanto, las mujeres empezaron a
identificarse como un colectivo social que demandaba igualdad y derechos
políticos.
A
partir de la década de 1920 empezó a crearse en España un movimiento
feminista organizado. Sus objetivos incluían una reforma de la educación
escolar femenina, facilidades laborales y equiparación de salarios,
derogación de leyes consideradas discriminatorias y, cosa importante por
entonces, demandaba el derecho a voto femenino. Con el fin de la
monarquía de Alfonso XIII y el advenimiento de la República en 1931 se
concedió el voto a las mujeres. La modernización del Estado, el
desarrollo de la democracia política, la aparición de la enseñanza
pública y la creciente conciencia social y política de las mujeres desde
principios de siglo habían posibilitado muchos avances que la República
estuvo dispuesta a reconocer. Por primera vez una mujer tuvo acceso a
puestos políticos y administrativos de importancia pero tras el
estallido de la guerra civil y la división de España en dos zonas las
convulsiones que habría de sufrir el colectivo femenino determinaron dos
maneras de entender su situación social. La victoria de una manera de
pensar sobre otra determinó un radical cambio a los avances
experimentados durante los siglos XIX y XX.
LA MUJER EN LA ESPAÑA REPUBLICANA
El fracasado alzamiento de julio de 1936 catapultó a las mujeres de la
España republicana hacia nuevas actividades en el mundo político y
social. Si bien las reformas emprendidas tras la proclamación de la
República eliminaron parte de las trabas que el colectivo femenino debía
superar para obtener igualdad de derechos, fue la guerra civil la que
le otorgó un nuevo rol dentro de la sociedad, actuando de catalizador de
la movilización femenina.
En
el verano de 1936 la figura heroica de la miliciana se convirtió
rápidamente en el símbolo de la movilización del pueblo contra el
fascismo. En los carteles de guerra predominaban las imágenes de
heroínas combatientes enfundadas en sus monos azules como representación
del sentir obrero de un pueblo enfrascado en una lucha por
la libertad. Evidentemente estas imágenes rompían con la tradicional
subordinación de la mujer y les reivindicaba portadoras del derecho a la
igualdad de condición. Durante las primeras semanas de guerra, aunque
la mayoría de mujeres coincidieron en canalizar su energía al esfuerzo
bélico en la retaguardia, unas pocas se unieron a sus compañeros varones
y se enrolaron en la milicia. Algunas se dirigieron a los frentes de
Aragón, de Guadalajara, del País Vasco, de la sierra madrileña etc. Su
decisión de participar en el combate armado venía motivada por el deseo
de defender los derechos políticos y sociales que habían adquirido
durante la Segunda República y a demostrar su repulsa al fascismo. Fue
el momento de famosas milicianas como Lina Odena, Rosario Sánchez "La
Dinamitera", la vasca Casilda Méndez y muchas más. No obstante, incluso
en los frentes, existía un marcado grado de división sexual del trabajo
ya que normalmente las mujeres realizaban las labores de cocina, de
lavandería, sanitarias, correo, de enlace etc. si bien es cierto que
muchas lucharon como soldados emprendiendo a menudo acciones de combate.
Pasados, sin embargo, esos primeros meses de euforia revolucionaria, el
papel de la mujer fue reorientado de otra manera. La imagen militarista
de la miliciana desapareció de los carteles y empezaron a aparecer
mujeres en imágenes más tradicionales, dedicadas a las tareas típicas de
asistencia social. A partir de ahora, las mujeres fueron las heroínas
de la retaguardia, modelo a imitar por todas ellas. Esta imagen llegó a
ser un factor importante en las estrategias para movilizar a las mujeres
hacia las causas antifascista y revolucionaria. En este ámbito no
beligerante, miles de mujeres se lanzaron a esfuerzos bélicos que iban
desde trabajar en fábricas de municiones al voluntariado en servicios
sociales, campañas educativas, proyectos culturales y actividades de
apoyo a los combatientes. Las mujeres pues, desempeñaron un papel
decisivo en la resistencia civil al fascismo.
Frente
a las instituciones oficiales que, salvo honrosas excepciones, siempre
habían ignorado a la mujeres surge durante la guerra un interés oficial
para que ocupen cargos de responsabilidad, sobre todo en la asistencia
social. La dirigente anarquista Federica Montseny fue la primera mujer
ministra en España. Entre noviembre de 1936 y mayo de 1937 tuvo a su
cargo el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno de
Largo Caballero y a ella se deben numerosas iniciativas en el ámbito de
la asistencia social, la ayuda a los refugiados y la sanidad pública.
También se debe en gran parte a ella el proceso definitivo de
legalización del aborto que la Generalitat de Cataluña promulgó en
diciembre de 1936. La nueva situación de la mujer dentro de la España
republicana alcanzó a tratar incluso al milenario problema de la
prostitución y de las enfermedades venéreas iniciando propuestas
innovadoras que condujeran a cambiar la mentalidad, la conducta de
género y los patrones sexuales de los hombres.
No
podemos tampoco olvidar el papel movilizador que siempre detentó la
dirigente comunista Dolores Ibárruri "La Pasionaria". En efecto, la
figura más bien maternal que exhibía, iba a simbolizar a las madres de
la clase obrera en la tragedia de la guerra civil. Su carisma captaron
la atención internacional mientras en España era una figura recurrente
no solo del papel de la mujer republicana en el conflicto sino de la
lucha contra el fascismo. Llegó a ser comandante honorario del 5º
Regimiento y, como diputada y vicepresidenta del Parlamento, fue una de
las políticas más conocidas y célebres simbolizando la lucha popular
contra el fascismo y la opresión.
Federica
Montseny y Dolores Ibárruri constituyen pues, símbolos notables del
extraordinario papel de las mujeres republicanas en la resistencia al
fascismo. Otras mujeres algo menos famosas desempeñarían papeles
notorios e importantes en la guerra. Entre ellas figuran Margarita
Nelken, socialista que se convirtió al comunismo durante la guerra,la
socialista Matilde Huici, la republicana Victoria Kent, la republicana
de Esquerra Catalana Dolors Bargalló y la anarquista Lucía Sánchez
Saornil. La movilización popular femenina englobaba a miles de mujeres
españolas hasta entonces marginadas de la sociedad y cultura española,
que se comprometieron en el empeño colectivo de combatir el fascismo.
Evidentemente
todo este deseo de renovar los roles de género necesitaba de una serie
de organizaciones femeninas que canalizaran el esfuerzo del colectivo de
mujeres. Entre las distintas organizaciones surgidas existía una serie
de intereses comunes tales como el acceso a la educación, el trabajo
remunerado y el compromiso con el esfuerzo bélico. Después se vería que
las distintas tendencias políticas existentes en el bando republicano
bloquearon en gran medida este esfuerzo. En un principio se formó un
frente unido entre la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA), su
homónima catalana, la Unió de Dones de Catalunya (UDC), y las
organizaciones juveniles Unión de Muchachas (UM) y la catalana Aliança
Nacional de la Dona Jove (ANDJ).
La AMA, de orientación comunista, existía antes del alzamiento militar, pero
fue durante la guerra cuando adquirió su definitivo impulso. Para el
verano tenía más de 50.000 afiliados. Su objetivo era integrar a las
mujeres en la causa antifascista y al mismo tiempo promocionar al
Partido Comunista de España. Su secretaria general, Encarnación Fuyola,
promovía la unión de todas las mujeres como garantía de igualdad de
derechos y aunque lo negaba categóricamente, en realidad buscaba formar
un Frente Popular femenino bajo control comunista. La AMA estaba
integrada por mujeres comunistas, socialistas y republicanas así como
por republicanas católicas vascas. Junto a la Unió de Dones de Catalunya
(UDC) y los organismos juveniles, la AMA se convirtió en la
organización más importante del momento.
La
Unió de Dones de Catalunya (UDC) creada en noviembre de 1937 era la
organización de mujeres antifascistas de Cataluña era un movimiento
similar al de la AMA, pero a diferencia de éste, no fue creado siguiendo
la línea comunista del PSUC catalán sino que se desarrolló de una
manera autónoma con el apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
La presidenta fue María Dolors Bargalló, de ERC. No obstante, a medida
que fue en aumento la hegemonía política del PSUC también fue creciendo
la hegemonía comunista sobre la UDC. Realmente aunque la presidencia
estuviera en manos de una republicana, las comunistas eran mayoría en el
Comité Presidencial. Tanto el programa de la UDC como de la AMA era muy
parecido en líneas generales, se centraba en la incorporación de las
mujeres a la lucha antifascista, la igualdad laboral, la defensa de la
retaguardia, la protección de la salud de las madres y de los niños, la
mejora de la educación, la cultura, la formación profesional y la
asistencia social y la eliminación de la prostitución. La influencia de
los partidos comunistas en los movimientos juveniles también era
patente. La Unión de Muchachas (UM) y la Aliança Nacional de la Dona
Jove (ANDJ) impulsaron las demandas de acceso al trabajo, formación,
educación, puestos de trabajo e igualdad de trato con los hombres.
Otro
movimiento de importancia femenino durante la guerra civil fue la
organización de ideología anarquista Mujeres Libres. Fundada en abril de
1936, el estallido del conflicto extendió el número de afiliadas por
toda la España republicana (unas 20.000). Su núcleo inicial estaba
formado por Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch i Gascón y Mercedes
Comaposada. Su programa era esencialmente cultural y educativo ayudando a
proporcionar a las mujeres una educación básica y cierta formación
política que les permitiera tomar parte en las actividades anarquistas.
Al contrario que AMA, que rechazaba todo programa de cambio
revolucionario, Mujeres Libres consideraba la guerra como una
oportunidad para realizar la revolución de las mujeres. Al igual que en
el caso de la AMA, las exigencias de la guerra acabaron difuminando sus
demandas feministas y, en la práctica, se obligó a todas las
organizaciones femeninas a ajustar sus actividades a la supervivencia y a
la lucha contra el fascismo.
El
Secretariado Femenino del POUM (SFPOUM) fue otra de las organizaciones
en el amplio espectro político de la España Republicana. Creado en
septiembre de 1936 y teniendo como secretaria general a María Teresa
Andrade. El SFPOUM daba una prioridad evidente a la preparación política
de las mujeres para que desempeñaran su papel en la lucha
revolucionaria. Se basaba en programas de educación política e
incorporación de las mujeres al trabajo lo que favorecería el aumento de
la producción y la emancipación femenina.
Las
relaciones entre las distintas organizaciones políticas acabaron
generando una intensa rivalidad política. Precisamente era su marcada
politización la que impedía un movimiento femenino unido. Evidentemente,
sucesos como los de mayo de 1937 revertían también en dichas
organizaciones. Mujeres Libres, anarquista, defendía públicamente al
SFPOUM frente a la AMA, comunista, lo que era motivo de fricción entre
ellas. No existía, pues una cohesión y una unidad del feminismo con
respecto a las cuestiones social y de género. La polarización política
obstaculizó la realización de un proyecto común social entre las mujeres
republicanas. Posteriormente, fue la total derrota republicana en la
guerra la que acabó definitivamente con el ideal emancipador de las
mujeres.
LA MUJER EN LA ESPAÑA NACIONAL
La
situación de la mujer en la España nacional es la historia de una
vuelta a la sociedad patriarcal y a un papel de sumisión que parecía
olvidado durante el régimen republicano. La nueva España de Franco
tendrá como objetivo la difusión de valores y pautas de comportamiento
que para las mujeres tienen un significado ideológico y social muy
marcado. La familia y el hogar serán sus principales ámbitos de
actuación sin olvidar las labores asistenciales.
Con
la llegada de la guerra civil y el triunfo de la rebelión en
determinadas zonas de España la situación de la mujer experimentó un
profundo cambio dentro
del nuevo contexto político y militar en el que se vieron mezcladas.La
asociación de Falange Española de las JONS con el naciente régimen
nacional posibilitó que la mujer, como colectivo social, fuera incluida
en el nacionalsindicalismo a través de su Sección Femenina.
Dichaorganización, fundada en junio de 1934 por José Antonio Primo de
Rivera, que tenía como misión la asistencia a los presos del Partido o
de las familias de los caídos en las luchas callejeras, encontrará ahora
tras el estallido de la guerra, una verdadera razón de ser. Al frente
de ella se nombró jefe nacional a Pilar Primo de Rivera. Estaba dotada
de una organización jerárquica, piramidal. Hasta el 18 de julio de 1936,
la cifra más creíble era la de menos de 2.500 afiliadas. A partir de
ahí su número aumentó considerablemente dentro de la vorágine de la
guerra. Las mujeres de la Falange debido a las necesidades de la guerra
fueron destinadas a desempeñar funciones tales como la de organizar
sección de enfermeras, a establecer asociaciones de beneficiencia y
atención a los huérfanos etc. El 6 de enero de 1937 se reúne el I
Congreso Nacional de Sección Femenina en el que se dan las primeras
reglas para la extensión organizativa de enfermeras, lavaderos, talleres
y auxilio de invierno. Su organización constaba de cinco departamentos,
al frente de cada uno de ellos se encontraba una delegada nacional
nombrada por Pilar Primo de Rivera. Estos departamentos o delegaciones
eran: Prensa y Propaganda, Administración, Enfermeras y Aguinaldo de
Soldado, Auxilio de Invierno y Flechas.
En
abril de 1937 tiene lugar la unificación decretada por el general
Franco lo que trae consigo una reorganización de las tareas femeninas.
Pilar Primo de Rivera, jefe nacional de Sección Femenina, no recibió con
agrado la Unificación aunque supo ver que el principal objetivo era
ganar la guerra por lo que cedió ante Franco. La Sección Femenina fue
pues uno de los sectores que más claramente tomo opción por Franco, en
espera de recuperar una mejor posición en los centros de poder para
imponer el nacionalsindicalismo joseantoniano. Tras la Unificación, la
Sección Femenina declaró tener unas 250.000 afiliadas aunque la cifra
posiblemente sea exagerada. El llamamiento a las mujeres respondía a las
tareas "puramente femeninas". El 30 de abril de 1937 se confirmaba en
su cargo a pilar Primo de Rivera con atribuciones precisas. La circular
número de 1 de la Sección Femenina da normas generales y recomienda a
los departamentos femeninos que se ocupen de resolver la situación
angustiosa de muchas familias y huérfanos. Otros servicios organizados
fueron los de talleres y almacén, así como los lavaderos del frente.
Funcionaron durante la guerra 76 lavaderos en los que trabajaron unas
1.140 mujeres. También fueron movilizadas unas 20.000 mujeres para el
trabajo en los talleres que abastecían de ropa a los combatientes del
ejército nacional. Por último, las secciones de enfermeras se
multiplicaron, la Sección femenina organizó cursos de urgencia para
instruir a las nuevas enfermeras llegando a movilizar a unas 8.000.
Sin
embargo no sólo existía la Sección Femenina como organización de
encuadramiento de las mujeres. en el amplio espectro social femenino
encontramos dos delegaciones que también intentaron, aunque sin éxito,
atribuirse el papel predominante como reguladoras del esfuerzo femenino
en la guerra. Tras el decreto de Unificación se distribuyen las
funciones femeninas entre la Sección Femenina (encargada como hemos
visto de la movilización y formación de todas las mujeres), la
Delegación de Frentes y Hospitales (encargada de las atenciones al
frente) y el Auxilio Social (que se ocupa de la función benéfica).La
delegada nacional de Frentes y Hospitales era María Rosa Urraca Pastor.
Desde la Unificación, esta organización se había hecho con el control
de todos los servicios del frente, incluidos aquellos organizados por
Sección Femenina. Ello fue fuente de innumerables choques que se veían
agravados por el hecho de que Frentes y Hospitales era una organización
de militantes carlistas (las llamadas "margaritas"). La jefe nacional de
Sección Femenina protestó repetidamente por el presunto "boicot" que
Frentes y Hospitales realizaban a la "verdadera tarea de la mujer".
Presentó quejas sobre la indisciplina de margaritas y requetés que, en
su opinión, no se incorporaban debidamente a las tareas comunes. Durante
la guerra, la unidad de requetés resultaba necesaria pero tras el final
de la guerra los carlistas, paulatinamente, fueron perdiendo toda su
influencia en el seno del partido unificado de Falange Española y
Tradicionalista de las JONS. La delegación de Frentes y Hospitales se
apresuró a desarrollar otro tipo de actividades asistenciales tras la
guerra pero el 24 de mayo de 1939 apareció un decreto extinguiendo la
delegación.
La
otra organización, Auxilio Social, tuvo más suerte y no fue rápidamente
absorbida por la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera. Los
orígenes de esta organización se encuentran el la labor de la que sería
su delegada nacional, Mercedes Sanz Bachiller, viuda de un prohombre del
falangismo llamado Onésimo Redondo. En octubre de 1936, en Valladolid,
fundó el llamado Auxilio de Invierno, según el modelo del Wintherhilfe
alemán. Ello se debía a que había recibido íntegramente su formación en
Alemania. En el verano de 1937, fruto de su aprendizaje creó el Auxilio
Social cuyo funcionamiento empezó en octubre del mismo año. Sin duda, la
influencia germánica era muy ostensible en el Auxilio Social, su
delegada nacional identificaba una gran organización capaz de encargarse
de la asistencia social en el nuevo Estado. A finales de 1938, el
choque entre Auxilio Social y Sección Femenina era inevitable. Mercedes
Sanz Bachiller acusó a Sección Femenina de intentar controlar el Auxilio
Social, de que éste estuviera integrado en la rama femenina del
Movimiento. Lo cierto es que Auxilio Social creció enormemente durante y
después de la guerra. Tras el reparto callejero de comida, el Auxilio
Social se ocupó de abrir centros para niños y Casas de la Madre,
comedores para embarazadas y centros de maternología. Más tarde crearon
los hogares-cuna, infantiles y escolares para atender a niños y niñas
abandonados o huérfanos. Luego siguieron los hogares profesionales y de
estudios superiores y las residencias rigurosamente separados por sexos
para recibir la educación adecuada. Un decreto del 17 de mayo de 1940
reorganizaba el Auxilio Social para su actuación tras finalizar la
guerra, integrada en FET de las JONS y protegida por el Estado para
cumplir, por delegación de éste, funciones benéficas y sociales.
Por
último encontramos dos asociaciones que también entraban dentro de las
competencias de la mujer en el nuevo estado franquista. Hablamos del
Servicio Social de la Mujer, que prestaba servicio fundamentalmente en
instituciones militares, en Auxilio Social, Frentes y Hospitales y de la
Organización Juvenil de Falange que dependía exclusivamente de la
Sección Femenina.
El
Servicio Social de la Mujer fue establecido el 7 de octubre de 1937,
"como exigencia de la Patria, a recabar, a cuantos formen parte de ella,
actos de servicio para el mantenimiento firme de la existencia nacional
y la realización de su vocación de Imperio". Dadas las circunstancias
de la guerra se imponía el cumplimiento obligatorio de dicho servicio
para aplicar las "aptitudes femeninas" al alivio de los dolores de la
guerra y de las angustias sociales de posguerra. Todas las mujeres
comprendidas entre los 17 y los 35 años habrían de prestar servicio
durante un tiempo mínimo de seis meses. La polémica sostenida por Pilar
Primo de Rivera y Mercedes Sanz Bachiller a lo largo de 1939 llevó a
Sección Femenina a exigir un nuevo decreto que le entregara el Servicio
Social. Finalmente, dicho servicio quedó adscrito a la Sección Femenina
por el decreto del 28 de diciembre de 1939 aunque, como ya hemos visto,
ésta fue la única victoria, al menos durante la guerra y principios de
posguerra, que Pilar Primo de Rivera obtuvo sobre la delegada nacional
de Auxilio Social.
Otra
de las importantes luchas que sostuvo la Sección Femenina fue la
destinada a consolidar y ampliar su poder con la creación de la
Organización Juvenil. Dicho grupo integraba a los afiliados masculinos y
femeninos por lo que había que tener en cuenta las diferentes
necesidades en el tratamiento. A partir de los diez años, las niñas se
apartarían de las normas generales para niños (llamados "flechas"). En
educación física, sus prácticas serían limitadas a gimnasia elemental,
al baloncesto y deportes de baja intensidad. La educación intelectual y
religiosa completaría la que recibían en la escuela. La Organización
Juvenil (OJE) agrupaba a chicos y chicas hasta los 18 años. Pilar Primo
de Rivera se opuso sin embargo a que existiera un régimen mixto de
organización juvenil logrando obtener en 1945 el control real de la ya
separada organización juvenil femenina. Para la Sección Femenina, el
hecho biológico de nacer mujer determinaba de modo absoluto el
cumplimiento de la "misión de la mujer". Así pues, la Sección Femenina
no cesó de reclamar para sí la formación y el control directo de la
niñas y jóvenes a quienes había que inculcar pautas estrictamente
femeninas.
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