EL AJUAR FUNERARIO EN LA NECROPOLIS PUNICA DE GADIR
- Publicado por javi j. m el marzo 7, 2013 a las 1:07pm
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POR FRANCISCO JAVIER JIMENEZ MARTINEZ
Antes de abordar el apasionante tema de los ajuares funerarios presentes en la necrópolis antigua de Cádiz, en sus diferentes fases cronológicas, debemos tener en cuenta, que la escasez o ausencia, mucha veces total, de imágenes, y sobre todo textos, haciendo alusión a las creencias funerarias, así como a ceremonias y rituales derivados de estas, hace que todo elemento simbólico que represente valores religiosos o ideológicos, este dotado de una importancia inusitada. Esto adquiere más importancia, si cabe, en los ajuares funerarios, siendo incalculable el valor que para el investigador representa el hallazgo de cualquier amuleto u objeto de adorno personal, por insignificante que pueda resultar, ya que la información que nos ofrece se torna en especialmente valiosa.
Por otro lado, debemos tener presente, que dichos objetos no están dispuestos al azar en las sepulturas, sino que cualquiera de los elementos presentes en el ajuar funerario, juega un papel concreto y posee una funcionalidad delimitada y precisa. Aunque desde un punto de vista general, los ajuares funerarios que acompañan a las sepulturas, ya sean de inhumación o incineración, púnica o romana, en la necrópolis gaditana, no son extraordinariamente ricos, si nos encontramos, en reiteradas ocasiones, con piezas de una verdadera riqueza e importancia, sorprendiendo por su lujo y originalidad. Prueba de ello, ha sido la muy recientemente aparición en un área de la necrópolis púnica y romana de Garir/Gades, sorprendiendo a la comunidad científica, de un extraordinario conjunto funerario, compuesto por dos grupos de 6 sepulturas de inhumación de época púnica, completando un conjunto de 12 enterramientos en cajas, realizadas con grandes bloques de piedra ostionera.
- Conjunto arqueologico púnico, Subdelegacion del Gobierno, Cadiz -
Este magnífico conjunto funerario, que se comenzó a excavar en septiembre de 2012 en el solar que ocupaba el antiguo edificio de la Subdelegación de Gobierno de Cádiz, escondía a 1,60 metros de profundidad, acompañando en el interior de esas 12 tumbas, a unos restos óseos muy deteriorados por el efecto de la humedad, un sorprendente ajuar funerario, completo e intacto, ya que dichas sepulturas aparecieron sin señales de saqueo. Este ajuar, se componía de más de trescientas piezas de oro, plata, coralina, o ámbar, repartidas entre anillos, pendientes, collares y otras piezas, como son decenas de amuletos de fayenza de origen egipcio, que representan diversas divinidades de la mitología del país del Nilo, como Seth, Horus, Akhet, Bes, Vadjet-Ureus (diosa cobra) o Bastet, y que viene a confirmar las estrechas relaciones comerciales, que la ciudad gadirita mantenía con Egipto.
- Parte del ajuar punico del conjunto funerario de la Subdelegacion del Gobierno, Cadiz -
A parte de este reciente hallazgo, actualmente en proceso de estudio y análisis, y remontándonos a momentos anteriores, contamos con hallazgos puntuales que se han ido repitiendo, de forma escalonada, a lo largo del tiempo en los diferentes sectores de la necrópolis objeto de estudio, tanto en época feno-púnica como romana.
En este orden de cosas, tenemos que dejar claro, que en la necrópolis gaditana, ya sea en época feno-púnica como romana, los ajuares que han aparecido, lo han hecho puestos en relación con sepulturas tanto de inhumación como de incineración indistintamente. No obstante, en relación al ajuar, debemos tener en consideración algunas constantes de interés a tener presentes, y que para el modelo gaditano se viene repitiendo. Por ejemplo, en las incineraciones, y refriéndonos al caso romano, no siempre se ha podido contextualizar las urnas cinerarias, con las sepulturas y con el ajuar que contienen, ya que es frecuente que no aparezcan puestos en relación. Otro aspecto igualmente importante, y que sirve de elemento diferenciador y característico del ajuar gaditano, es la casi total ausencia de armas y fíbulas, así como la no presencia en las sepulturas, de cerámica de lujo
Durante los siglos V al III a. c, los amuletos y los objetos relacionados con la ornamentación personal, se constituyeron en elementos también muy importantes en el ámbito de las creencias funerarias y rituales, y muy presentes entre las piezas de los ajuares gaditanos. Estos objetos, que solían acompañar en vida al difunto, se convertían de este modo en piezas fundamentales, que le seguirían en su transición al más allá. De una manera general y brevemente, podemos afirmar que son muchos y de muy diversos tipos los amuletos, que mas adelante pasaremos a detallar de una manera más extensa, y que han sido hallados en los contextos funerarios púnicos de Gadir, contando principalmente con el ojo de Horus o Udyjat, de doble cara acabado en fayenza (Necrópolis de la C/ Campos Elíseos, Tumba 41)(Perdigones/Muñoz, 1987 a: 65). Procedente del mismo sector de la necrópolis e idéntica tumba, contamos con representaciones de la diosa Hathor, donde aparece con el peinado estirado hacia atrás, dejando visibles las orejas. Siguiendo en la misma necrópolis, pero esta vez en la Tumba 41b, destacamos a la diosa Tueris, diosa de la fertilidad, con la cabeza de hipopótamo, representada como mujer gestante. Otra representación a destacar, es la diosa Isis griega, o Ast egipcia, sedente portando a Horus niño sobre sus rodillas, ostentando un tocado con el disco solar, por ser hija de Ra (Tumba 41b, necrópolis C/ Tolosa Latour). En esta misma tumba y necrópolis, contamos con la representación de la diosa Bastis griega, o Bastet egipcia, representada en forma humana, con cuerpo de mujer y cabeza de gato. Moviéndonos en el mismo espacio funerario, contamos con la figura del dios celeste Horus, representado con cuerpo humano masculino y cabeza de Halcón, a la manera egipcia, es decir, que sigue firmemente la ley de frontalidad, apareciendo de pie, erguido, brazos plegados y la pierna izquierda adelantada. En la Tumba 41 de la C/ Tolosa Latour, contamos con la representación de Neftis, acabada en fayenza, deidad que viene a simbolizar las tinieblas, lo oscuro e invisible, la noche, y en definitiva la muerte, todo lo contrario a Isis.
Como ya sabemos, la necrópolis de Gadir/Gades presenta un amplio horizonte cronológico y espacial, si bien es cierto, que el registro funerario es escaso en fechas anteriores al siglo VIII a. c. Tan solo contamos, en relación a esta fecha, con hallazgos escasos y esporádicos a finales del siglo XIX. El reducido ajuar de esta época que ha llegado hasta nosotros, lo ha hecho por lo general descontextualizado y escasamente documentado, y en su mayor parte de procedencia desconocida o al menos dudosa. Entre los siglos VIII-VII a. c contamos con algunas piezas de ajuar y otros elementos, como el anillo signatario de las Puertas de Tierra, el enócoe protoático del Museo de Copenhague, una pixyde de tipo micénico y un fragmento de enócoe de boca de seta procedente de la Playa de Santa María del Mar (1995-96;81). En este periodo los amuletos resultan escasos y de poco valor, destinados a alejar el mal de ojo. El siglo VI a. c arroja ya enterramientos con ajuares más ricos y variados, pero consistiendo fundamentalmente en adornos de tipo personal y piezas de joyería. De estas últimas, es de reseñar, un amuleto de un pateco panteo acabado en oro, un colgante de esfera y un anillo que lleva la representación de un escarabeo (Quintero Atauri:1932, Lam III), así como un conjunto de joyería integrado por dos colgantes, un pendiente y varias cuentas (Perdigones/Muñoz/Pisano:1990, Lam XIV; 1 y 2). Por tanto, y como hemos podido comprobar, el empleo de objetos con una finalidad apotopraica, con el objeto de alejar algún influjo mágico o mal de ojo, que le pudiera ocasionar a su propietario algún malestar o daño físico, ya están presentes en los ajuares gaditanos en sepulturas de los siglos VI-V a. c, en forma de amuletos y figurillas de influencia egipcia. En un primer momento, estas piezas provienen de talleres egipcios, fruto de las estrechas relaciones comerciales que los fenicios mantenía con el país del Nilo. Pero ya en los siglos V-IV a. c, dichos objetos comienzan a producirse en serie en talleres locales de la propia Gadir, constituyéndose en piezas de imitación local. Esta producción en cadena y la enorme popularidad que alcanzan estos objetos, hace que a partir de esta fecha, comiencen a abundar en los ajuares de las tumbas de la necrópolis gadirita. La mayoría de estos elementos, son abalorios de escaso valor material y artístico, pero de gran valor sentimental, ya que estaban vinculados al difunto en vida, independientemente de su estatus social. Por ello no es de extrañar la escasa calidad material y artística de estos amuletos, resultando, en ocasiones, mediocre y simplista. Son piezas minúsculas, donde el artesano se esfuerza por representar los detalles de forma tímidamente sugerida a base de trazos incisos. Pero la pericia técnica y artística del artesano pasa a un segundo plano si tenemos en cuenta que la importancia y valor de estas piezas no radica en sus atributos materiales y artísticos, sino en su valor simbólico y su poder mágico-religioso, y eso se logra a través de la representación de la figura que se representa y simboliza.
- Anillos , ajuar necropolis púnica de las Puertas de Tierra, Cadiz-
Pero a partir del siglo V a. c, se produce un punto de inflexión, desde el punto de vista ritual, estructural y de la constitución de los ajuares funerarios gaditanos, pasando el rito de inhumación a prevalecer sobre la incineración, convirtiéndose en este periodo en el rito dominante en la necrópolis de Gadir. Las tumbas pasan a ser de cista de sillares labrados en la piedra local, y excavada en fosas. Estas tumbas pueden aparecer bien exentas, es decir, separadas unas de otras, o agrupadas formando conjuntos, que en ocasiones ha llegado a la veintena, pero siempre respetando la norma de tumba por individuo. Entre los ajuares presentes en ellas, destacan fundamentalmente adornos de tipo personal, como son anillo, pendientes, arracadas, brazaletes o amuletos diversos. En contraposición a esto, se observa una casi total ausencia de elementos cerámicos, y cuando aparecen, lo hacen en el exterior de la sepultura, como ofrendas o como restos del banquete celebrado en honor del difunto. El hecho de que los elementos de joyería se produjeran en talleres de Gadir y su fabricación en serie, dada su popularidad, trajo consigo el desarrollo vertiginoso de la orfebrería. Por tanto, de esta modalidad artística y artesanal, gracias a la proliferación de estas piezas en los ajuares púnicos, hace que a nivel científico, tengamos un buen conocimiento de su producción y sus técnicas. Pero algo que llama poderosamente la atención, es la aparición entre las piezas de ajuar, de un tipo de joya de un tamaño quizá desmesurado para ser portado en vida. Pero no solo eso, sino que además, su evidente fragilidad y la escasez de profundas huellas de desgaste sobre la superficie de la joya, que debería tener por el uso cotidiano, nos lleva a pensar, que estas piezas fueran fabricadas ex profeso con un único fin, el funerario. Se trata sobre todo de anillos y pendientes con cierre en espiral, constituyendo piezas frágiles, sutiles y delicadas en las que el orfebre cubría el alma de la joya con finas laminas de pan de oro. Es muy posible que dada la modestia y humildad que presentaban los objetos, que en el transcurso de su vida acompañaba al difunto, estructuralmente sencillos y poco ostentosos, fueran sustituidos tras su muerte, por estos otros más ricos y opulentos, realizados con un fin exclusivamente funerario y ritual (Perea, 1986; 297).
Por el contrario de lo que ocurre con las joyas, los amuletos presentes en los ajuares púnicos gaditanos, aparecen muy desgastados, con profundas huellas de desgaste por el uso en vida del difunto, por lo que en muchos casos, su mal estado de conservación se hace patente. Como ya se dejó claro en líneas anteriores, su importancia no estriba en su valor material, sino en su importancia mágico-religiosa y ritual, gozando de un fuerte carácter apotropaico. Muchas de estas minúsculas piezas, presentan pequeños orificios en su superficie, prueba de que en el pasado vino a formar parte de algún collar o colgante, haciendo las veces de cuenta.
- Representacion de Escarabeos, Necropolis púnica de Gadir -
El amuleto más característico, presente en los ajuares púnicos gaditanos, son los escarabeos y los escaraboides, siendo a veces el único objeto depositado en la tumba junto al difunto. El escarabeo era un poderoso amuleto que tenia la propiedad de proteger a su portador de cualquier mal del que pudiera ser objeto. Se le representa con forma de escarabajo pelotero, con todos sus rasgos anatómicos, y en el ámbito funerario era símbolo de resurrección, representando al sol que nace. Su propietario estaba convencido que el escarabeo le confería fuerza y poder, así como la posibilidad de llegar a alcanzar la resurrección y por tanto la vida eterna. La parte inferior de la pieza es plana y por lo general aparece representado algún texto en escritura jeroglífica, o la representación de alguna imagen simbólica. En cambio el escaraboide, aunque presenta la forma general de un escarabajo, es decir, ovoide, abovedado y fondo plano, carece de los detalles anatómicos que caracterizan al insecto, presentando además, una decoración que nada tiene que ver con el escarabajo, normalmente aludiendo a una simbología divina o genios protectores (Jiménez Flores, A.Mª; 2004). El uso de los escarabeos como elemento mágico-religioso y ritual, tiene su origen en el universo funerario egipcio, donde se empleaban desde muy antiguo, pasando a incorporarse definitivamente a los ajuares fenicios en torno al I milenio a. c, siendo muy abundante su presencia en el contexto funerario fenicio del Mediterráneo oriental, para con el tiempo, extenderse a las ciudades púnicas del extremo occidental del Mediterráneo (Feghali Gorton, 1996). Dado el fuerte contenido mágico y simbólico que contienen, los escarabeos pronto se convierten en los amuletos más poderosos, alcanzando gran popularidad, sobre todo, entre las gentes más débiles, como mujeres y niños, con el fin de protegerles de cualquier daño presente o futuro, al conferirle al portador una garantía de vida y salud (Lagarce 1976 /Da Silva 1978 /Holbl 1986b). Este insecto simbolizaba, dado su ciclo reproductor y de vida, la transformación, regeneración y resurrección para su portador, por ello, su posesión no entendía de estatus social, es decir, no era un amuleto exclusivo de las clases altas, sino que también lo poseían gentes pertenecientes a los sectores más humildes de la sociedad púnica. Eso sí, cuanto mayor era el poder económico de quien lo poseía, los escarabeos eran más ricos y por tanto de mejor factura, abundando los modelos egipcios. En cambio, cuanto menor era el poder económico de su dueño, las piezas son más pobres, sencillas e intentan imitar a los modelos egipcios.
Son muchos los ejemplos de estas piezas aparecidas en los diferentes sectores de la necrópolis púnica gaditana, como el escarabeo realizado en jaspe verde encontrado formando parte de las piezas de ajuar del sarcófago antropoide femenino, o los dos escarabeos sin montura, encontrados en los trabajos arqueológicos de la Plaza Asdrúbal en 1984. Pero en la necrópolis gadirita, es muy habitual que estos amuletos aparezcan formando parte de anillos basculantes, o como piezas de un colgante incrustados en algún tipo de montura. Prueba de ello, lo constituye el anillo giratorio hallado en los trabajos arqueológicos que se llevaron a cabo en la zona de las Puertas de Tierra a finales del siglo XIX. La pieza contenía un escarabeo, donde en la parte plana llevaba representado, en caracteres jeroglíficos, el nombre Mn-Hpr-Rc, con dos ureos a cada lado del cartucho (Quintero Atauri; 1915). Igualmente contamos con un anillo giratorio aparecido dentro de la Tumba D, una de las siete tumbas de inhumación alineadas y adosadas en un mismo grupo funerario, hallado en la llamada Playa de los Números (Cervera 1923), con unas dimensiones de 3,10 cm diámetro del aro, el chatón con un eje mayor de 1,50 cm, y un eje menor de 1,25 cm. Se trata de un anillo de oro, de aro circular y sección romboidal, realizada aplicando finas laminas de pan de oro sobre un alma de bronce. El chatón presenta forma ovoide, lo que le permitiría realizar su función giratoria. El chatón lo compone una lámina de oro que forma una especie de envoltura o receptáculo de paredes rectas verticales, con una fina ornamentación a base de filigrana en su tercio superior, donde se inserta una piedra ovalada de color rojizo (cornalina), que presenta una cara plana y la otra plano-convexa. La piedra de coralina está firmemente sujeta al conjunto de la pieza por medio de un reborde dentado a modo de moldura. Cronológicamente se data en el siglo IV a. c (Quillard 1987: 119; Perea 1986), fecha concordante, con la que se propone para el resto del ajuar al que pertenecía este anillo. Es posible que este tipo de anillos se llevaran colgando del cuello por medio de algún tipo de colgante dado su tamaño (Quillard 1987: 123-125), o haber sido elaborado, como ya se dijo antes, con una función netamente funeraria, (Perea 1991: 217) como deja constancia las escasas huellas de uso que presentan. La mayoría de estos anillos presentes en Cádiz, tienen una cronología del siglo IV a. c. Los anillos con bordes dentados, como el descrito, resultan muy abundantes en la necrópolis gadirita, donde parece que se usaron como un elemento característico y representativo de Gadir respecto al resto de ciudades del Mediterráneo. (Quillard 1987: 119; Perea 1986).
Sin llegar a alcanzar la importancia de los escarabeos, en los ajuares púnicos gaditanos nos topamos también con un sin número de amuletos simbólicos. Se trata de representaciones minúsculas, dotadas de una fuerte carga mágica y ritual. Son piezas realizadas en los talleres púnicos, fabricadas por artesanos que las producen en serie, generalmente hechas de pasta vítrea o cerámica vidriada, y en menor medida acabadas en piedras semipreciosas. Estas figurillas e imágenes simbólicas, son extraídas y reinterpretadas por los fenicios, del universo mitológico y funerario egipcio, adaptándolas a sus creencias y en definitiva, a su cultura funeraria. Ante la abrumadora diversidad de amuletos producidos por el mundo egipcio (Andrews 1997), lo que hace la cultura fenicia es llevar a cabo una selección de esquemas y cuestiones que propicia el predominio de figuras divinas muy concretas, vinculadas sobre todo a valores mágicos o apotropaicos que alcanzaran gran éxito en el contexto ideológico colonial y elementos iconográficos extendidos a la mayoría de las expresiones artísticas fenicias (Jiménez Flores, A. Mª; 2004). De entre este tipo de amuletos, contamos con representaciones de la divinidad Bes, muy presente no solo en los ambientes funerarios, sino en todos los aspectos de la vida cotidiana, apareciendo, no tanto en las sepulturas, como en otros contextos dado su fuerte carácter protector y apotropaico. Era común que lo portaran niños y mujeres en estado de gestación, llegando a ser representados, dada la popularidad alcanzada, en los escarabeos, que terminaba acompañando a su propietario en la sepultura. En este sentido, contamos con ejemplares como un colgante de pasta vítrea con la figura de Bes engarzado, formando parte de un collar más complejo con motivos fálicos, que se encontró en unos trabajos arqueológicos realizados en la ciudad, concretamente en la Avenida de Andalucía a finales del siglo XX.
También resulta frecuente encontrar entre los ajuares de época púnica, representaciones del enano pateco. Los enanos patecos son semidioses, tenían una sola finalidad, ocuparse de los trabajos metalúrgicos en la ciudad de Menfis, y en la mitología egipcia colaboraban con el dios Ptah en las labores de la forja. Iconográficamente y por lo general, estas deidades se representan de forma grotesca, como embriones humanos, con el cuerpo desnudo, la barriga prominente, y la cabeza calva y desproporcionada. Aparecen erguidos, de pie y de frente, apoyando los pies sobre dos cocodrilos en la parte inferior, y portando en sendas manos dos serpientes, a la altura de la barriga. Sobre su cabeza aparece un escarabeo, y sobre sus hombros dos halcones, apareciendo flanqueado por Isis y Neftis, hecho que le confiere un fuerte carácter protector, de ahí lo extendido de su presencia en las tumbas púnicas gaditanas de este periodo. Habitualmente, con el objetivo de potenciar al máximo el poder apotropaico del amuleto, las representaciones de patecos, solían adoptar la forma pantea. Por ello, incorporaba los diversos poderes de las divinidades que aparecen representadas en la pieza. El pateco panteo, era uno de los amuletos más poderosos que existían, de ahí el gran número que se ha documentado de ellos. Muy popular en Egipto, también son muy numerosos en los ambientes púnicos del Mediterráneo central y occidental como Cartago, Cerdeña, Cádiz, Villaricos o Puente Noy (Almuñécar), y suelen presentar una cronología de la primera mitad del siglo V a. c. En la Tumba 41b, de la necrópolis de la C/ Tolosa Latour, encontramos un Enano pateco bifronte, con las manos situadas en la parte delantera, representado sobre dos cocodrilos y flanqueado a la vez por sendas cobras erguidas (Perdigones/Muñoz, 1987 a: 65). Junto a estos también gozó de gran popularidad entre los amuletos la figura de la mano protectora, muestra de la cual la tenemos en la necrópolis de la C/ Tolosa Latour .
- Enano pateco, Necropolis Púnica, Cadiz -
Son también habituales las representaciones de Horus que muestran un perfil iconográfico diverso, ya que puede aparecer representado bajo variadas formas, aunque la más común es aquella que representa un cuerpo antropomorfo masculino con cabeza de halcón. Prueba de ello son sendos amuletos hallados en las excavaciones practicadas en la necrópolis de la C/ Tolosa Latour, concretamente en la tumba nº2. Una de estas piezas, de minúsculo tamaño (Altura, 0,80 cm; Grosor, 0,30 cm; Anchura máxima, 1,20 cm), representa por medio de una técnica incisa y calada, un ojo humano, de forma almendrada, con una pupila circular y de gran tamaño, culminada por una ceja espesa. La pieza cuenta con varias incisiones oblicuas. Bajo el ojo se disponen, representando rasgos del rostro de un halcón, líneas verticales desde su centro y, con el mismo origen, otra oblicua. Todas las líneas confluyen en una pequeña pilastra vertical en el extremo lateral. Este amuleto apareció puesto en relación con un numeroso y variado conjunto de otros de diversa tipología, que formaban parte del ajuar que acompañaba al difunto en una tumba de inhumación en cista de sillares de piedra bicalcarenita u ostionera. Amuletos similares a este son habituales en otros yacimientos de la Península Ibérica (IV a. c), proponiéndose una cronología desde finales del V a. c. (Perdigones, Muñoz y Pisano 1990: 40; fig. 25-26).
Junto a estas representaciones más comunes, existen otros elementos simbólicos asociados a dicha divinidad, como el famoso ojo de Horus u oudjat y la figura del halcón. Como ya se mencionó en líneas anteriores, el ojo de Horus, en su origen, fue uno de los amuletos más poderosos del antiguo Egipto y venia a simbolizar la salud, la prosperidad y en el ámbito funerario otorgaba la capacidad de renacer. Se trataba de un eficaz amuleto por sus propiedades apotropaicas, previniendo a su portador de enfermedades dado su alto poder curativo, conjuros, deslealtades, engaños y en definitiva el mal de ojo. Además tenía una función fundamental en el proceso de momificación, ya que se colocaba en un lugar estratégico de la momia, a la altura de la incisión practicada en el costado para extraer los órganos vitales. Eloudjat, se representó en numerosos materiales y de diversas maneras. En Gadir nos encontramos con ejemplares realizados en materiales como en soporte óseo, el jade y la pasta de talco, pudiendo aparecer frecuentemente plasmados en plaquitas de diferentes materiales, que formaron parte de algún tipo de colgante. En cambio la representación de la figura del halcón la encontramos en porta amuletos como remate del cilindro hueco, amuletos y elementos de joyería principalmente. Los estuches porta amuletos son muy frecuentes en la cultura púnica, y aunque en un principio tenían un uso determinado, como era guardar en su interior determinadas formulas protectoras y ahuyentadoras del mal de ojo, tratándose de una pieza más de joyería, con el tiempo pasaron a ser consideradas, más que una simple joya, como verdaderos amuletos en sí mismos (siglo VI a. c) (Quillard 1987: 99), dado el marcado carácter religioso y ritual. Habitualmente de forma cilíndrica, su interior es hueco y suele contar con diversas representaciones zoomorfas o deidades sobre el mencionado cilindro hueco del estuche. A pesar de su función, estas piezas nunca perdieron su marcado carácter de adorno personal. Procedente de los trabajos de desmonte realizados frente a los Astilleros de Vea Murguía, en la Punta de la Vaca en 1891, contamos con un estuche porta amuletos muy característico datado en el siglo IV a. c consistente en un minúsculo colgante de 2, 40 cm de altura, consistente en una pequeña base en escalón, de oro, formada por un prisma de modo rectangular, a la manera de podio, seguido de dos escalones prismáticos más bajos y en orden decreciente. Le sigue un cuerpo prismático rectangular elevado, hecho en bronce e inscrito en una de sus caras. Cuenta con una terminación en forma piramidal a la que se le adosa el sistema de suspensión o enganche, consistente una doble anilla circular y vertical, perpendicular al plano frontal de la pieza, adornada con hilo de filigrana moldurado entre las anillas gemelas. La pieza en cuestión puede representar un monumento funerario púnico. Piezas de similares características que la gaditana, la encontramos en puntos concretos del Mediterráneo Central, como en Tharros y Cartago entre los siglos VII-VI a. c, con perduraciones hasta el IV a. c (Perea 1986; Quillard 1987: 99). En Cádiz, se han encontrado otros ejemplares de estuches porta-amuletos con una iconografía egipcia y que destacan por su esmerado acabado y la ausencia de profundas huellas de desgaste por el uso (Perea 1991: 254).
Así mismo, entre la gran cantidad de amuletos, contamos con numerosas representaciones iconográficas de deidades femeninas, como Tueris, diosa egipcia de la fertilidad, protectora de las mujeres embarazadas y con un fuerte vinculo con la natalidad, favoreciendo la abundancia de la leche materna. Se la representaba como una figura femenina en avanzado estado de gestación, con la cabeza de hipopótamo, grandes pechos, cola de cocodrilo y patas de león, coronada con un tocado de cuernos y disco solar. De esta diosa contamos con una pieza de pasta, que en el pasado debió formar parte de algún collar o colgante, encontrado entre el abundante ajuar que se pudo documentar en la necrópolis de la C/ Tolosa Latour (Tumba 2) en Cádiz. Otras divinidades femeninas aparecen representadas entre los amuletos gaditanos, como Neftis e Isis. En relación a esta última, en el mismo sector de la necrópolis mencionado, concretamente en la Tumba 41 b, apareció un diminuto amuleto de pasta, con unas dimensiones de 1,60 cm de profundidad, una anchura máxima de 0,60 cm y una altura máxima de 2,50 cm. Se trataba de una pieza con profundas huellas de desgaste provocadas por el uso, donde se representaba a la diosa Isis en actitud maternal, portando a su hijo Horus en su falda al que amamanta. La figura aparece sedente y entronizada en un trono cuadrangular con respaldo elevado, que se confunde con una especie de pilastra trasera. Dicha pilastra cuenta con una perforación circular y practicada de manera transversal. El lateral del trono presenta una ornamentación a base de profundas incisiones, muy marcadas de trazo reticulado (Muñoz Vicente, A). La pieza descrita, formaba parte del ajuar depositado junto al difunto en una tumba de inhumación de cista de sillares de piedra ostionera (Perdigones, Muñoz y Pisano 1990: 40; fig. 25-26). Este tipo de amuletos, son habituales en la Península Ibérica sobre todo durante el periodo cronológico que se corresponde con el siglo IV a. c, proponiéndose para esta pieza una cronología desde finales del V a.C.
Siguiendo con la amalgama que constituye tan variado catalogo de amuletos, contamos en Cádiz con representaciones iconográficas que simbolizan a determinadas divinidades del panteón egipcio, como Amón, Osiris, Anubis, Bastet o Sekhmet, representadas por medio de sus atributos zoomórficos, muy empleados en cerramientos de estuches (Jiménez Flores, A. Mª; 2004) o realizados de manera exenta como simples amuletos. Muestra de ello es la figura de un carnero, animal sagrado de Amón, encontrado en la Tumba 41b de la necrópolis de la C/ Tolosa Latour, durante los trabajos de excavación Arqueológica de urgencia, llevada a cabo por el arqueólogo Ángel Muñoz Vicente. Se trata de una pequeña pieza de pasta blanquecina con unas dimensiones de 0,91 cm de altura, un grosor de 0,52 cm y una anchura máxima de 1,85 cm. Este diminuto amuleto de pasta, con una clara función funeraria y mágico-religiosa, aparece con unos rasgos muy desgastados por las profundas huellas de uso que presenta, así como fragmentado en varios trozos. En él, el artista intenta representar, jugando con unos perfiles muy recortados, la figura de un carnero tumbado sobre sus patas, aplicando a la materia prima un tallado que hace resaltar los perfiles y volúmenes de la pieza. El mencionado carnero, que descansa reposadamente sobre un zócalo de forma cuadrangular plano, mantiene la cabeza erguida y la mirada al frente. La figura cuenta con una anilla de suspensión, circular y rota, que se encuentra localizada sobre el lomo del animal. Este pequeño objeto, que en vida se utilizó como amuleto, se halló en relación a un importante grupo de otros elementos de carácter apotropaico entre el ajuar de una tumba de inhumación en cista de sillares de piedra ostionera (Perdigones, Muñoz y Pisano 1990: 40; fig. 25-26). Se han encontrado otros amuletos similares en distintos puntos geográficos de la Península Ibérica, sobre todo del siglo IV a. c, proponiéndose una cronología para esta pieza desde finales del V a. c.
Por su parte, el símbolo del león representa a la diosa Sekhmet, y en la misma necrópolis y misma tumba, tenemos buena muestra de ello, ya que nos encontramos con un pequeño león macho y adulto, realizado en pasta blanquecina con un grosor de 0,50 cm, una anchura máxima de 1,80 cm y una altura máxima de 1,30 cm. Se trata de una pieza, al igual que la anterior muy desgastada, con huellas de desgaste muy profundas, provocadas por el paso del tiempo y el uso que hubiera podido tener el amuleto en vida del difunto. La pieza en cuestión representa, al parecer, a la diosa Sekhmet por medio del símbolo de un león, recostado dócilmente sobre sus extremidades y descansando sobre un basamento plano. La cabeza del felino erguida y con su poblada melena, muestra una actitud arrogante mirando al frente. Dispuesta de manera oblicua, encontramos un orificio circular que constituye la anilla de suspensión situada sobre el lomo del animal. Cronológicamente pertenece al siglo V a. c.
Dentro de estas representaciones zoomórficas que representan diversas divinidades, alcanza una especial importancia el ureo o diosa cobra, motivo iconográfico vinculado a la diosa Uadyet “Señora del Cielo", protectora del Bajo Egipto y del faraón. Era un poderoso amuleto, que otorgaba a su poseedor poder, fuerza, vigor y energía. Dada su estrecha relación con la realeza, el ureo poseía un fuerte carácter divino y por ello simbolizaba la resurrección. Dada su popularidad, la diosa cobra fue muy difundida, no solo en el mundo funerario egipcio, sino también en ambientes funerarios feno-púnicos, apareciendo representada no solo en amuletos, sino también sobre estelas, pinturas funerarias o piezas de joyería, como medallones. Junto al ureo, contamos también con otros amuletos que representan atributos reales, como la corona roja y la corona blanca de Egipto. Muestra de ello la encontramos en la necrópolis de la C/ Tolosa Latour, donde se documentó, junto a numerosos amuletos de tipo diverso, pertenecientes a un ajuar funerario que acompañaba al difunto encontrado en una sepultura de inhumación, en cista de sillares de piedra ostionera (Perdigones, Muñoz y Pisano 1990: 40; fig. 25-26) y con una cronología desde finales del V a. c, una representación de perfil y bidimensional de la corona roja del Bajo Egipto. Dicha corona está formada por una base que en el original sería cilíndrica, con gallones verticales. Sobre ésta se alzan verticalmente los remates de la corona: uno trasero, sobre la coronilla, recto, y otro curvo cuyo extremo tiende a plegarse sobre sí mismo, que se desarrolla en oblicuo y en vertical. Ambos apéndices del remate de la corona aparecen rellenos, separados de los elementos representativos de la corona mediante incisiones, y presenta una perforación circular (Muñoz Vicente, Á; 1987). En la Tumba 41b de este mismo espacio funerario, contamos con un amuleto de reducido tamaño (Altura 0,70 cm, Longitud 2,20 cm y grosor máximo 0,70 cm), de pasta verdosa con forma troncocónica, que tiende a curvarse, y que representa de manera muy estilizada la corona blanca del Alto Egipto. La pieza cuenta con una especie de abultamiento esférico y está fragmentada en su parte más estrecha. La base constituye la parte más ancha de la pieza y cuenta con un par de pequeños apéndices. La anilla de suspensión, con perforación circular iba adosada en la zona más estrecha de la figura con un perfil rectangular. La pieza muestra una cronología del siglo V a. c. (Perdigones, Muñoz y Pisano 1990: 40; fig. 25-26)
También resulta muy frecuente encontrar entre los ajuares púnicos de Gadir, ungüentarios, cuya finalidad no era otra que contener aceites, perfumes o ungüentos, muy apreciados en la vida cotidiana. Estos ungüentarios, estaban destinados a contener pequeñas cantidades de dichas sustancias, de ahí sus reducidas dimensiones y su estrecho y alargado cuello, que les permitía controlar fielmente la exacta proporción de líquido a verter. Es muy posible, dada la gran cantidad de estos objetos que han aparecido, que estos tipos de ungüentarios en cerámica pudieran salir de talleres locales, siendo, en este caso, realizados en serie. Estos pequeños contenedores, además de la función primaria a la que estaban destinados, también tenían una fuerte carga simbólica y ritual en el ambiente funerario gaditano, gracias a los cuales podemos datar fielmente la sepultura a la que acompaña. Contamos con una gran variedad tipológica entre los ungüentarios púnicos, así tenemos principalmente, ungüentarios globulares y ovoides. Entre los primeros, se puede apreciar una variable de borde levemente volteado hacia afuera, cuello curvilíneo y pie cilíndrico y compacto, de los que tenemos muestras en el yacimiento de la C/ Campos Elíseos, con una cronología del siglo IV a. c (Perdigones/Muñoz, 1987b:77). Así mismo, contamos con ungüentarios globulares con bordes de sección triangular, cuello cilíndrico y pie troncocónico, hallado en el mismo sector de la necrópolis que el señalado anteriormente, y con una cronología correspondiente al siglo IV a. c (Perdigones/Muñoz, 1987b:77). Entre los ovoides, destacar los de borde volteado o exvasado hacia el exterior, labio anular con escalón, cuello corto y cilíndrico, y pie troncocónico y macizo (C/ Campos Elíseos, Cádiz), con una cronología de entre finales del siglo III a. c y la primera mitad del siglo II a. c (Perdigones/Muñoz, 1987b:77)
En relación a esto debemos señalar que en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, se conserva un ungüentario procedente de la necrópolis púnica gadirita, con una Altura de 167 mm, un diámetro máximo de 40 mm, una Base de 32 mm de diámetro, y una boca con un diámetro de 27 mm, que presenta una cronología correspondiente de entre mediados del s. III a. c y mediados del s. II a. c. La pieza en sí, realizada en cerámica, cuenta con un perfil fusiforme, pie alto, boca estrecha de borde exvasado y diferenciado, de forma anular, engrosado al exterior y de sección de tendencia rectangular. El cuello es cilíndrico, alargado y estrecho, para facilitar la exacta proporción del líquido. El cuerpo en su mitad presenta un engrosamiento, que constituye el recipiente contenedor. Dicho ungüentario, viene a descansar sobre una base estrecha, maciza y alta. La sección de las paredes es extremadamente fina, lo que le confiere gran fragilidad. La pieza en cuestión, aun conserva restos, eso sí, ya muy desgastados del engobe rojo que cubría antaño su superficie. La pasta es dura, de textura compacta de color beige-rosáceo, en cocción oxidante, con desgrasantes muy finos.
En los ajuares púnicos, también están muy presentes las piezas de joyería. En este sentido, resultaría muy complejo llevar a cabo una valida y exhaustiva clasificación, dada la enorme variedad de piezas a catalogar, muy diferentes, tanto en el tipo, como en la forma. A pesar de ello intentaremos dejar constancia, al menos, de las joyas más representativas. Así podemos destacar piezas en oro, donde tenemos aretes con alma de plata revestida de pan de oro, cuentas globulares acanaladas, con remate, cuentas de forma alargada, que pueden ser igualmente acanaladas o estriadas (Necrópolis C/ Campos Elíseos),(Perdigones/Muñoz,1987b). También tenemos aretes con el chatón de oro, donde se representa como motivo iconográfico la figura de un babuino sedente sobre una flor de papiro, portando una especie de vara rectilínea rematada con la cabeza de un animal fabuloso, siendo el extremo inferior ahorquillado (cetro uas), y tocado con la corona del Alto Egipto (Necrópolis de la C/ Tolosa Latour) (Perdigones/Muñoz, 1987a: 65-66).
Prueba de la riqueza de estas piezas de orfebrería púnica, podemos destacar una joya, fechada en torno al siglo IV a. c, encontrada junto a otras, en un magnífico y ostentoso ajuar de una de las siete sepulturas de inhumación que aparecieron alineadas y adosadas en un mismo grupo funerario, exhumado en la conocida como Playa de los Números, de la ciudad gaditana (Cervera 1923). Se trata de un aro de forma cilíndrica, formado por dos vástagos de pan de oro montados sobre un alma de cobre, entre los que se suelda una lámina rectangular más ancha y fina. Dicha lamina, esta ricamente ornamentada por medio de una decoración en filigrana y gránulos, dispuesta a lo largo de la superficie del aro por medio de tres cenefas que corren paralelas entre sí, representadas a modo de festón y separadas por grecas resaltadas por hilo retorcido. De las tres cenefas que recorren la superficie de la pieza, las laterales son más estrechas que la central y eso repercute en el tamaño de los gránulos, siendo pues de reducido tamaño. Dichos gránulos, de forma esférica, reposan en espacios cilíndricos, perfectamente insertados. En cambio, la cenefa del centro es más ancha, lo que le permite contener gránulos más grandes y cuenta con una serie de motivos ornamentales, muy finos, dispuestos en "eses" inclinadas y adosadas. En el extremo de uno de los bordes, y mirando al exterior se representa el elemento más llamativo de la pieza, una roseta de gran plasticidad, que aumenta el valor ornamental del aro, disponiéndose los diferentes pétalos a tres alturas distintas, de mayor a menor. El nivel inferior de estas alturas y de mayor tamaño, se fija sobre la base de una lámina que describe la figura de una flor de ocho pétalos, la cinta se amolda para describir fielmente la figura en la parte superior, dejando pequeños espacios en el interior de cada pétalo con la intención de colorearlos. A la figura descrita, y que define la roseta, se superponen otras dos flores de forma sucesiva, disminuyendo su tamaño en altura, resultando por tanto la primera de las dos, más pequeña que la anterior, constituidas, respectivamente, por diez y nueve pétalos. Sus perfiles, trazados sobre una lámina de base, quedan remarcados en filigrana, con el interior de los pétalos abultados. La última de las flores que constituye la roseta en su conjunto, culmina con el remate de un gránulo mayor de forma esférica, firmemente insertado en un cilindro de filigrana. Esta variante de aro cilíndrico es típico del taller gaditano (Perea Caveda 1991: 244). A tenor de su gran tamaño, así como de las escasas huellas de desgaste que presenta la pieza sobre su superficie, nos lleva a pensar en un uso netamente funerario, (Perea Caveda 1991: 223), y lógicamente al haber sido hallado en una sepultura depositado a los pies del difunto (Cervera 1923: 16). Otro ejemplo de joyería fenicia gaditana, lo constituye el famoso anillo encontrado en el yacimiento arqueológico de la Casa del Obispo, un anillo de oro de calidad extraordinaria, datado en el siglo VI a. c, hallado en el interior de una sepultura de inhumación, acompañando a los restos de un personaje que bien podría tratarse de un alto dirigente religioso de la comunidad fenicia de la ciudad. Tras un estudio detallado de la joya, se dedujo que fue utilizado, al menos, por dos o tres generaciones, pudiendo haber sido heredado de generación en generación, según los investigadores, y que por tanto pasara de sacerdote en sacerdote. Si tenemos en cuenta estas deducciones, la pieza podría pertenecer incluso al siglo VII a. c. Tampoco su aspecto original era el mismo que el que tiene el anillo en la actualidad, ya que presenta numerosas huellas de desgaste por su uso. Todas estas conclusiones, se desprenden del detallado análisis al que fue sometida la pieza por Alicia Perea, investigadora perteneciente al Departamento de Prehistoria del Instituto de Historia del CSIC. Las conclusiones de su análisis, confirmaban que el anillo presentaba otro aspecto en el momento de su fabricación, encontrándose actualmente muy desgastado, lo que se vio favorecido, al estar hecha la joya de un oro muy puro, que favoreció el proceso de desgaste. El propietario del anillo, seguramente era portador del mismo por razones inherentes a su cargo, y en función de este cargo la pieza se heredaba de generación en generación, hasta que finalmente y por causas desconocidas, este individuo fue enterrado con él, debiendo tratarse de alguien tan importante, dentro de la comunidad de la antigua Gadir, para quien se hizo construir un monumento funerario de tamaña envergadura en una zona sagrada, no en vano el área del yacimiento, se sitúa entre las dos catedrales, que desde tiempos remotos hasta la actualidad ha tenido la consideración de lugar sagrado y de culto. En cuanto a la ornamentación, este anillo se trata de una pieza de orfebrería de extremada calidad, elaborada por un orfebre probablemente zurdo, buen conocedor de las técnicas de orfebrería fenicias, especialmente del granulado. En su parte interior presenta un granulado etrusco de gran calidad, situado en el engarce entre el chatón y el arco. Pero este orfebre también debía ser experto en el arte de la filigrana y la soldadura, realizando un trabajo de gran maestría. Desde el punto de vista estructural la pieza se compone de seis elementos distintos e independientes entre sí, que una vez obtenidos se soldaron, dando lugar al conjunto de la pieza. De esta forma nos encontramos con un chatón que incluye la imagen incisa de dos delfines, motivo muy generalizado y recurrente en la iconografía feno-púnica, y que aparece frecuentemente representado en diversas monedas de cuño fenicio púnico de la ceca de Gadir. Además cuenta con dos cilindros a cada lado, dos flores de loto de inspiración oriental, que hacen de unión entre los cilindros y el aro, un aro conformado por un haz de cordones de hilos de oro. Los laterales del chatón están ornamentados a base de rosetas de filigrana y granulado, y los cilindros y las flores de loto con líneas de gránulos. En el anillo se aprecian señales que indican que en un determinado momento fue partido y acto seguido soldado por el orfebre, o bien puede indicar que en su origen se tratase de dos piezas diferentes, y por tanto, perteneciente a anillos distintos, que posteriormente se unieron soldándose en uno solo . (Jiménez Martínez, F.J; 2012).
Otro anillo de oro, esta vez fabricado a molde, es el hallado en la necrópolis de la C/ Tolosa Latour, con un diámetro máximo de 2,20 cm, y un chatón con una longitud de 2,18 cm. Se trata pues de un fino anillo de oro con aro y sección circular, que se estrecha en los extremos. El chatón es fijo y rectangular con los extremos redondeados. La pieza cuenta con una cavidad curvada que coincide con el trazado del aro. La cara del chatón al exterior es plana, pero levemente curvada en el centro. Sobre la superficie del chatón y en la zona central se puede ver, con trazos muy simples pero firmes, una imagen esquemática e incisa del símbolo que representa a la diosa Tanit (Alarcón Castellano, F). También contamos con Anillos de similares características pero carentes de cualquier tipo de decoración, en el mismo sector de la necrópolis gadirita, con una cronología del siglo VI a. c. Anillos de este tipo son habituales en puntos del Mediterráneo central durante dicho siglo, alcanzando incluso a finales del VII a. c.
Entre las piezas de joyería en plata, contamos con varios ejemplos tipológicos presentes en el sector de la necrópolis gaditana correspondiente a la C/ Campos Elíseos. Así contamos con anillos con chatón liso alargado, anillos con chatón liso estrecho y redondeado, aretes abiertos con alambre enrollado, o espirales doradas para fijar el cabello. (Perdigones/Muñoz, 1987). Sobre bronce, y ciñéndonos al mismo sector de la necrópolis, debemos destacar, anillos de cinta abiertos con sello plano y los aretes corrientes (Perdigones/Muñoz, 1987b). En cobre dorado, también contamos con abundantes piezas, destacando los anillos giratorios y espirales de la Playa de los Números (Perea Caveda 1986: 301). Sobre coralina y pasta vítrea, tenemos documentados diferentes clases de cuentas, cilíndricas, esféricas, cónicas etc encontradas en la C/ Campos Elíseos y la C/ Tolosa Latour (Perdigones/Muñoz, 1987 b y a), así como cuentas esféricas realizadas en hueso.
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