El ferrocarril La Vega-Sánchez y los
Cambios urbanos en el nordeste dominicano*
* Conferencia pronunciada en el local de la Academia Dominicana de la
Historia la noche del jueves 5 de agosto de 2005.
Juan Ricardo Hernández Polanco **
** Miembro correspondiente nacional de la Academia Dominicana de la
Historia.
Conformación del mundo urbano nordestano.
A
final del siglo XIX la economía dominicana sufrió algunos cambios, los
cuales contribuyeron a que se produjeran giros importantes en la
producción nacional que estaba marcada por las economías regionales. La
región Sur, caracterizada por la producción de madera para la
exportación, la región cibaeña, dominada por la producción de tabaco y
en la región Este predominaba el ganado y luego las plantaciones
azucareras.
De
1875 en adelante, la producción azucarera tendió a predominar en las
exportaciones, como consecuencia de las inversiones realizadas por
cubanos y norteamericanos. La industria azucarera se extendió
prácticamente por todo el país. No obstante, el tabaco continuó siendo
el principal producto de exportación de la región del Cibao, situación
esta que comenzó a variar por la pérdida de competitividad del tabaco en
los mercados internacionales, debido a su mala calidad y la caída de
los precios, provocando que de manera reiteradas grandes cantidades del
rubro se quedaran sin vender. Todo lo contrario pasaría más tarde con el
cacao, convirtiéndose éste en uno de los principales productos de
exportación del país y en el más importante de la región del Cibao y muy
particularmente del nordeste de la República Dominicana.
Uno
de los escollos de la agricultura dominicana lo constituyeron, durante
siglos, la mala condición de los caminos, lo cual, en combinación con
los medios de transporte existentes, dificultaba la llegada a tiempo y
en buenas condiciones de los productos de exportación a los puertos.
Caminos intransitables, productos transportados en animales y las
recurrentes lluvias, representaron un verdadero obstáculo para que la
agricultura dominicana se conectara con el mercado exterior. Durante
décadas, el medio de transporte por excelencia tanto en la zona rural
como en la urbana fueron las recuas ganado equinas y mulares.
Éstas lograron sobrevivir más allá del establecimiento del ferrocarril.
En la zona rural, las recuas continuaron utilizándose para transportar
los productos, esta vez a las estaciones del tren. Mientras que en las
ciudades, se usaban para tirar las carretas, transportar mudanzas y como
recolectoras de los desechos sólidos. Los recueros llegaron a
convertirse en un “grupo profesional”, personas dedicadas por entero a
sus tareas, gozaban de una imagen positiva y moralmente recomendable, a
tal punto que servían de puente entre las personas en cuanto al envío de
dinero.1(1. H. Hoetink. El pueblo dominicano, apuntes para
su sociología histórica (1850-1900). Santiago de los Caballeros, UCMM,
1985, p. 76.)
A
finales del siglo XIX y principios del XX, en la economía dominicana se
inauguró y se fortaleció un sistema capitalista abiertamente
dependiente de los Estados Unidos; cada vez más las relaciones
comerciales con Europa se reducían. La dictadura de Ulises Heureaux
sirvió de escenario para reorientar la economía con el interés marcado
del gobierno Estado Unido, esta disposición se conectó con el interés
marcado del gobierno estadounidense, con el propósito de reducir mucho
más la presencia europea en América. Por tanto, la dinámica interna de
la economía nacional terminó regida por los intereses y las demandas del
mercado externo, fundamentalmente el norteamericano.
En
tal sentido, tuvimos progresivamente una presencia de productos
norteamericanos en el mercado nacional en desmedro de la producción
local. Las importaciones de productos alimenticios estadounidense, tales
como mantequilla, bacalao, queso, harina, jamón, aparecían en los
establecimientos comerciales dominicanos.
En
tanto que, la población se quejaba de la mala calidad de estos
productos, pero en el largo plazo su presencia tuvo un efecto cultural,
pues se produjeron rupturas significativas en los hábitos alimenticios
de los dominicanos residentes en las ciudades y en la zona rural. Por
tanto, la presencia norteamericana fue financiera, militar, política y
cultural
El
hecho de que el cacao terminara teniendo primacía sobre el tabaco y el
café, se explica justamente porque su nivel de demanda en el mercado
exterior fue aumentando en virtud de la elaboración de un amplio abanico
de derivados del mismo. La inclinación del consumo externo determinaba
la prosperidad o la declinación de la agricultura nacional.
La
demanda de cacao, si bien estimuló la aparición de grandes fincas, no
afectó las pequeñas plantaciones que tradicionalmente venían trabajando
los campesinos. Eran plantaciones de escasa inversión y tecnológicamente
atrasadas:
“Igual
que sucedía con el tabaco y el café, la preparación del cacao para el
mercado de exportación se consideraba inadecuada. Una de las
consecuencias fue que el cacao dominicano recibía a menudo precios más
bajos que el cacao de otras regiones productoras del mundo. No se puede
ignorar que el campesino no recibía ningún entrenamiento particular en
cuanto al cultivo de estos productos y en lo concerniente a su
preparación para el mercado mundial. Es más, de no haber sido por la
competencia internacional posterior en el cacao, hubiera habido pocos
incentivos para mejorar los métodos de producción.”(3. Patrick E. Bryan. “La producción campesina en la República Dominicana a principio del siglo XX”. Eme-Eme, Vol. VII, No.42, Santiago de los Caballeros, mayo-junio de 1979, p. 50.)
La
producción de cacao se transformó en el principal producto de
exportación del nordeste, lo cual fue posible por la instalación de
algunas casas comerciales extranjeras en las ciudades de la región y la
construcción del Ferrocarril La Vega-Sánchez,
convirtiéndose este medio de transporte en un agente agilizador del
proceso de transportación de la producción. Además, rompió con el
aislamiento entre localidades que a causa del mal estado de los caminos
hacía muy difícil movilizarse de un lugar a otro; sin embargo, con la
puesta en funcionamiento del tren los habitantes de la región viajaban
con mayor frecuencia de una localidad a otra, promoviendo el intercambio
comercial.
De
manera que el auge alcanzado por el cacao no respondió a una política
de Estado. Los campesinos producían sin ningún acompañamiento técnico,
prácticamente en condiciones primitivas. Sembrar, esperar que el fruto
creciera y comenzara a producir. Un elemento a su favor eran las
condiciones climatológicas de la zona.
Solamente
la gran demanda del producto a nivel mundial logró que República
Dominicana se mantuviera entre los principales países exportadores de
cacao.
El Ferrocarril La Vega-Sánchez
constituyó un factor determinante en el auge de la producción de cacao y
en los cambios económicos, sociales y demográficos que se produjeron en
la región nordeste, desde finales del siglo XIX hasta principio del
siglo XX.
Las
malas condiciones de los caminos mantenían a las diferentes localidades
incomunicadas, situación que se agudizaba cuando éstas no estaban
situadas en la cercanía del mar, pues el transporte marítimo permitía
romper el aislamiento. Localidades como La Vega
y San Francisco de Macorís, entre otras, tenían serias dificultades
para colocar su producción agrícola en los puertos, y sufrían pérdidas
permanentes de productos por no poder llegar a tiempo a las
embarcaciones. De ahí que, se valoraba la construcción de vías de
comunicación que facilitaran la accesibilidad a los puertos como el
mecanismo idóneo para el desarrollo de la región. En tal sentido, los
sectores dirigentes se plantearon fórmulas para enfrentar la situación:
mejoramiento de caminos por parte de particulares, construcción de
carreteras y vías férreas, y canalización de río Yuna.
El
Yuna se utilizaba normalmente para transportar productos hacia el
puerto de Samaná a través de canoas y lanchas. Su condición de río
navegable era reconocida por diferentes extranjeros y dominicanos que
visitaban la región. Uno de los integrantes de la Comisión de Investigación de los Estados Unidos que nos visitó en 1871, informaba al respecto:
“El río Yuna es el medio principal de comunicación que hay entre la parte oriental de La Vega Real
y el mundo exterior. Tiene cerca de doscientos a doscientos cincuenta
pies de ancho hasta Cotuí, pero ordinariamente sólo es navegable en
canoas que fabrican los nativos”.(4. Emilio Rodríguez Demorizi. Informe de la Comisión de Investigación de los E.U.A. en Santo Domingo en 1871. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia,
1960, p. 196. Es lamentable que esa condición de río navegable que
poseía el Yuna la haya perdido. Preocupa aún más, la reducción
vertiginosa de su caudal, como consecuencia del uso indiscriminado por
parte de particulares y de los ayuntamientos de los agregados de
construcción existentes en el mismo. Se destaca, además, la
contaminación de sus aguas por las actividades mineras que se
desarrollan, tanto en Cotuí como en Bonao).
Este
río representaba una alternativa para la región del Cibao conectarse
con el mercado exterior, el cual se venía utilizando desde el siglo
XVIII. Los medios de transporte que se deslizaban por su caudal estaban
controlados por Gregorio Riva. En el 1875 se decía que entre 20 y 30
botes se utilizaban para transportar productos agrícolas hacia el puerto
de Samaná en el 1875:
“En ese año, La Compañía
de navegación del Yuna, bajo la dirección de Gregorio Riva, obtuvo una
concesión para mejorar la transportación navegable a través de los ríos
Yuna y Camú, a cambio de un monopolio por un período de 50 años.”5(5Michael Baud. Historia de un sueño, los ferrocarriles públicos en la República Dominicana,
1880-1930. Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1993, p. 24.
El caso de Riva refleja que la práctica gubernamental de utilizar el
Estado para beneficiar a los líderes locales y regionales se viene
arrastrando desde el siglo XIX. Riva aprovechó su monopolización del
transporte por el río Yuna para establecer tarifas antojadizas en los
precios del transporte, lo cual generó amplias protestas por parte de
los comerciantes de la región. Por la misma debilidad institucional del
Estado los servicios funcionan a partir de las reglas que establecen
algunos, y no en función de normas claras.)
No
poseemos datos que indiquen hasta qué punto la compañía de Riva mejoró
el transporte de productos agrícolas por el río Yuna, sí se sabe que
este comerciante integró nuevas unidades de navegación. Más adelante,
Riva llegó a sugerir que se construyera una carretera de Monte Plata a
Samaná para conectar el norte con el sur. Como se puede observar, el
Cibao, y de manera particular el nordeste, continuaba sin vías y medios
de transporte estable para colocar sus productos en los puertos.
Fracasados
estos intentos entramos en la fiebre de los ferrocarriles, tanto
privados como públicos. Para tales fines, se acudió a compañías
extranjeras, pues si bien todos estaban ansiosos de contar con medios
para transportar sus productos, el gobierno y los comerciantes
nacionales no poseían capital suficiente para realizar el tipo de
inversión que demandaba la construcción de un ferrocarril. En 1879 se
realizó la primera concesión a inversionistas británicos y
norteamericanos.
En 1881 la concesión fue ampliada, dándole participación al Gobierno
Dominicano, comprometiéndose éste a dedicar el 10% de las importaciones
nacionales y el 50% de los derechos de exportación del puerto de Samaná a
la construcción del ferrocarril; este dinero sería cobrado directamente
por los empresarios.6 ( 6. Michael Baud. Ibídem, p.37. La
construcción de los ferrocarriles estaba revestida de situaciones muy
parecidas a las que se registran en la actualidad en diferentes
dependencias estatales, porque de igual manera, los políticos buscaban
sus beneficios personales tratando de que le asignaran la construcción
de un determinado ramal y las compañías extranjeras trataban de evadir
los impuestos). A todas luces, los beneficios a obtener por la
compañía constructora eran inmensos. El gobierno quedaba simplemente
como un propiciador de la obra, ofreciendo y comprando terrenos por
donde se preveía que pasaría la línea férrea.
Este
medio de transporte fue concebido para recorrer el tramo de Santiago a
Samaná, pero nunca llegó a este último lugar. El puerto utilizado fue el
de Sánchez, originalmente conocido como Las Cañitas. En principio, la
ruta que recorrió el ferrocarril fue la siguiente: Sánchez-La Vega; más
adelante, extendió sus redes hacia San Francisco de Macorís, Salcedo y
Moca, logrando conectarse con el Ferrocarril Santiago-Puerto Plata. Los
rieles también tocaron comunidades como Pimentel y Almacén; a esta
última, luego se le asignó el nombre de Villa Riva en honor a Gregorio
Riva. La puesta en funcionamiento de manera definitiva del ferrocarril
se logró en el 1884, debido a la escasez de mano de obra, la
interferencia de los torrenciales aguaceros y la consecuente crecida de
los ríos Yuna y Camú, entre otros factores.7(7. Debido a que el
tema de los ferrocarriles no es el eje fundamental de esta
investigación, hemos obviado ofrecer mayores detalles sobre su
construcción. Al respecto, los trabajos citados de Baud, Hoetink,
Domínguez, entre otros, ofrecen una amplia gama de información.) No obstante, a la ciudad de La Vega
llegó en el 1887. Por las razones que hemos expuesto, fue muy
traumático lograr el desplazamiento normal de esta máquina en el marco
de la ruta concebida.
Así
que la puesta en funcionamiento del ferrocarril tendría un impacto
importante en las actividades agrícolas y en los centros urbanos de la
región. El puerto de Sánchez alcanzó la condición de puerta del nordeste
y de ciudades como La Vega, Moca y, en cierta medida, de Santiago.
Las
tierras por donde atravesaba el ferrocarril adquirieron mayor valor
económico, pero además muchas personas se interesaron por comprar
terrenos cercanos a los rieles. En sentido general, la agricultura
regional tuvo un activamiento importante, tanto que presumimos que la
cobertura agrícola se amplió significativamente, pues terrenos dedicados
a la crianza de animales pasaron a ser cultivados.
Puesto
que el cuerpo movilizador de las actividades agrícolas era la demanda
existente en los países capitalistas, el ferrocarril posibilitaba
colocar de manera rápida los productos en los destinos previamente
establecidos, asegurando obtener mejores precios.
Este
nuevo medio de transporte, además de ser más ágil y seguro que las
recuas, se consideraba fácil, barato y cómodo. En un periódico de la
época se planteaba:
“Es justo confesar que el ferrocarril de La Vega
a Sánchez ha contribuido de manera significativa a aumentar la
producción de estos dos artículos (cacao y café), debido a que el modo
de transporte fácil alienta al agricultor y estimula el comercio para
dar un fuerte incentivo al cultivo de estos artículos”.8 (8. El
Eco del Pueblo, 3 de mayo de 1891, “Producción del Cacao y el Café”.
Citado por Patrick E. Bryan en su referido artículo, p.36. Durante
décadas las elites políticas, sociales y económicas concentraron sus
energías en lograr la instalación de un ferrocarril. La concreción de
esa idea terminó beneficiando al comercio regional y a la producción de
cacao.)
Los
pequeños y grandes agricultores sintieron realizado un sueño con la
puesta en funcionamiento del ferrocarril; ya tenían lo que les faltaba,
según su percepción; por tanto, el aumento de las exportaciones no se
hizo esperar.
Cantidad de toneladas de cacao transportada por el
Ferrocarril La Vega-Sánchez 9 (Patrick E. Bryan. Ibídem, p.36.
Estas
cifras evidencian que dé más en más el cacao fue ocupando un lugar
preponderante en los productos transportados por el tren.
De
manera que la ascendencia del cacao se fortaleció con la llegada de
este nuevo medio de transporte, el cual estimuló a compañías extranjeras
vinculadas al producto para instalarse en el país.
La
producción de cacao se convirtió en un eje transversal en el devenir
histórico de la región, situación que tendió a fortalecerse con la
puesta en funcionamiento del ferrocarril. La economía campesina
orientada hacia el autoconsumo fue descuidada por los campesinos para
dedicar sus esfuerzos a la siembra de cacao. De manera que, el cacao
distorsionó la vida social del mundo rural nordestano, pues en ausencia
de determinados productos fue necesario acudir a las ciudades para
adquirirlos. Pero además, los campesinos comenzaron a depender de los
intermediarios que les ofrecían dinero para las cosechas, pero a
elevados intereses.
El citado Patrick E. Bryan aseguró:
“La
producción campesina, que puede asociarse fácilmente con la
diversificación de cultivos, devino más en más ligada al mercado de
exportación, y menos ligada con la subsistencia. La producción de cacao
no arruinó la producción campesina sino que la transformó desviando al
campesino, alejándolo de la producción de subsistencia hacia la
exportación”.10
La
dependencia prácticamente total de los productos de exportación
contribuyó a que los campesinos establecieran vínculos desventajosos con
los comerciantes de las ciudades, pero además las actividades
comerciales de éstas se fortalecieron a consecuencia de que los
campesinos paulatinamente sembraban menos y consumían más productos
importados. Los campesinos producían apoyados en una escasa utilización
de tecnología, pues no tenían recursos para hacer inversiones; por
tanto, sus productos eran de menor calidad y los precios dependían de
los intermediarios.
Eran escasos los campesinos que poseían recursos para desplazarse a
través de los difíciles caminos a vender sus productos. Los que lograban
hacerlo tenían un elevado costo de producción, lo cual reducía los
beneficios finales que generaba el cacao. No obstante, desde comunidades
alejadas de los centros de operación ferroviaria, los campesinos, en
ocasiones, transportaban sus cosechas en recuas para evadir a los
intermediarios. Desde Cevicos y Cotuí los campesinos se desplazaban a
Pimentel a vender sus productos: cacao, arroz y café. De paso, compraban
mercancías: ropa, aparejos, sogas, machetes, etc.
Además
de las pequeñas plantaciones campesinas, existían las grandes
plantaciones, que eran una combinación de varias actividades agrícolas,
por ejemplo:
“Antonio
Martínez, quien explotaba desde hacía nueve o diez años una finca en
los Bejucos, Distrito Pacificador. Dicha unidad productiva era llamada
‘Finca Ana María’; y fue calificada como ‘el establecimiento agrícola
más extenso y acabado en toda la jurisdicción’. Allí laboraban 200
colonos.
Se producían 1,200 quintales de cacao y había potreros.
Manuel M. Ventura, propietario de una finca en Honduras, Distrito
Pacificador, con 7,000 tareas de yerba Páez y guinea, 1,800 reses, 1,500
cerdos y con matas de cacao.
Francisco Bloise, en la Ceiba,
Salcedo. Tenía sembradas 14,000 matas de cacao, que producían
anualmente 200 quintales; matas de café que permitían recolectar 100
quintales.
También había 100 tareas de cañaverales, 480 de potreros con yerba Páez, y 320 de pasto natural.”11(11.
Jaime de Jesús Domínguez. La sociedad dominicana a principios del siglo
XX. Santo Domingo, Editora Taller, 1994, pp. 262,263 y 266.)
Los
grandes productores lograban colocar a mejores precios su producción de
cacao, pues podían evadir el establecimiento de relaciones comerciales
con los intermediarios, quienes cobraban altos intereses financieros en
la realización de sus transacciones.
Además,
estos productores desarrollaban múltiples actividades agrícolas, con
las que compensaban determinadas pérdidas, por lo que terminaron
hegemonizando la producción de cacao en la región, porque los pequeños
productores no tenían capital suficiente para soportar los daños
producidos por los fenómenos naturales (lluvias, sequías), y la caída de
los precios en el mercado internacional.
Debido
a los factores mencionados, se fue generando un proceso de
concentración de la tierra en orden ascendente, lo cual, en cierta
medida, propició que muchos campesinos terminaran transformados en
jornaleros en las grandes fincas de cacao, de café, ganado, y otros como
empleados en los establecimientos comerciales urbanos. El ferrocarril
no solamente estimuló la producción del cacao en los campos del
nordeste, sino que durante su construcción fue una de las primeras
fuentes de trabajo asalariado que se registró en la región, a tal punto
que llegó a ser motivo de preocupación la ubicación laboral de los
jornaleros ferroviarios cuando estaba a su término la construcción de la
vía. Es posible que una gran parte de éstos emigraran hacia las
ciudades, incorporándose al mundo laboral urbano.
Las
actividades comerciales de compra y venta de productos y las
industriales fueron agobiando a los campesinos que, forzados por la
incompetitividad de su producción, emigraron hacia las ciudades. La
descomposición de la economía rural sirvió de alimento a la economía y a
la población de muchas ciudades, las cuales históricamente habían
representado reducidos núcleos poblacionales
Ciudades, economía y ferrocarril
La
fundación de las ciudades que actualmente conforman la región nordeste
no ha sido un proceso horizontal, más bien cada una se fue constituyendo
a partir de la conjugación de varios factores que determinaron su
fundación. Un hecho sintomático es la presencia de ríos en las cercanías
de estos centros urbanos. En Cotuí, el río Yuna, en San Francisco de
Macorís, el Jaya, entre otras localidades con fuentes acuíferas
cercanas.
De los centros urbanos más importantes de la región en términos
demográficos y económicos, el primero en ser constituido fue Cotuí
en el 1505; su fundación formó parte de la estrategia económica,
política y militar del gobernador Nicolás de Ovando, pues dada la
existencia de oro a flor de tierra fue necesario fundar la Villa del
Cotuí, como se le conoció en principio, llegándosele a llamar la
Mejorada Villa del Cotuy. Este núcleo poblacional operaba como
centro de extracción de oro, donde se utilizaba mano de obra
indígena y africana, bajo la dirección de algunos españoles. Cuando
este modelo económico fue abandonado, los pobladores de la villa
precisaron mudarse hacia los terrenos más fértiles de la zona, las
cercanías del caudaloso río Yuna. En tal sentido, la agricultura y la
crianza de ganado (vacuno y de cerda) se convirtieron en las
principales actividades económicas de los criollos residentes en el
Cotuí de entonces.
Samaná fue fundada en el siglo XVIII, específicamente en el
año 1756. Sus primeros pobladores fueron canarios. Durante el
siglo XIX, en el período de la Ocupación Haitiana, el gobierno de
Boyer trajo negros de los Estados Unidos y parte de ellos los ubicó
en Santa Bárbara de Samaná. Esta ciudad, históricamente se ha
caracterizado por su potencial agrícola y pesquero. Es un punto
estratégico dentro de la geografía nacional por lo que algunas
potencias intentaron anexárselo en varias ocasiones, contando con
la simpatía de los gobiernos entreguistas de nuestro país. La
agricultura y la pesca terminaron controlando las actividades
económicas de esa localidad. La importancia y cobertura geográfica
de la provincia de Samaná era tal que ciudades como Río San
Juan, Nagua y Sabana de la Mar, políticamente pertenecieron por
muchos años a la misma
San Francisco de Macorís fue fundado en 1778, corriendo el
mismo derrotero que las anteriores en cuanto al medio de vida de
sus pobladores: agricultura y ganado. Macorís fue poblado paulatinamente por personas que emigraban de Santiago, Cotuí y
La Vega, convirtiéndose en una zona próspera en términos agrícolas,
por la alta calidad de sus suelos, lo cual, asociado a la belicosidad
de sus habitantes, le convirtió rápidamente en uno de los centros
urbanos más importantes de la región.
Localidades como Salcedo, 12 (
devenir histórico: A Salcedo originalmente se le conoció como Juana
Núñez; Pimentel era denominado Barbero; Villa Riva, conocido desde el
siglo XVIII como Almacén del Yuna, pues se encontraba ubicado a orillas
de este río, el cual servía de vía de transporte y ese poblado se
utilizaba como centro de acopio de mercancías para la exportación. Ese
espacio comercial fue recuperado con la puesta en funcionamiento del
ferrocarril en el siglo XIX. A la ciudad de Nagua, en un principio se le
denominaba Boca de Nagua, luego, Julia Molina. A la muerte de Trujillo
se recuperó su nombre original, esta vez como Nagua. Hasta 1946 el
verdadero centro comercial de la zona era Matanzas; a partir de la
fecha, a consecuencia del terremoto y el maremoto, el poblado fue
perdiendo primacía, producto de la emigración. Muchos de sus
comerciantes se trasladaron hacia Nagua, lo cual combinado con la
fundación de la Arrocera Julia
Molina, fue convirtiendo a Nagua en un núcleo poblacional y comercial
de cierta significación. A la ciudad de Sánchez se le conocía como Las
Cañitas, pasando de ser un reducido poblado sin mucha importancia a un
centro comercial de primera con la creación del ferrocarril). Castillo, Sánchez, Pimentel,
Matanzas,
Cabrera y Villa Riva si bien se fueron conformando durante décadas, fue
a final del siglo XIX que adquirieron su fisonomía definitiva por
efecto del ferrocarril y la economía agroexportadora desarrollada en la
región. El hecho de constituirse alrededor de factores no controlados
por su dinámica interna contribuyó a que su prosperidad dependiera
directamente del mercado exterior. Esta situación es lo que explica que
con la pérdida de protagonismo del ferrocarril, muchas de estas ciudades
quedaran en condiciones deplorables.
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