Hace meses que estamos inmersos en una vorágine de
pactos. Desde Andalucía, hasta Madrid y, todo ello, haciendo un pequeño desvío a través de regiones como Valencia. Cualquier zona es susceptible de caer bajo el yugo de las conversaciones, los acuerdos de gobierno y, en definitiva, la alta política. La práctica como tal parece sumamente moderna de tan habituados que estamos a verla a diario (elecciones mediante), pero la realidad es bien distinta, pues las
alianzas entre partidos, asociaciones y personalidades de la clase dirigente se encuentran en nuestra Historia desde que el hombre empezó a caminar sobre dos patas. Algunas de ellas, como la de
Marco Antonio y
Cleopatra, prometían acabar con Roma, hacer resurgir a Egipto como capital de un nuevo imperio e, incluso,
pudieron terminar con la reina viviendo en Hispania (lugar al que barajó huir cuando su imperio empezó a tambalearse)
Sin embargo, aquel pacto político acabó como tantos otros que se han firmado a lo largo de la Historia: en absoluto desastre. De hecho, terminó con sus dos firmantes bajo tierra al más puro estilo
Romeo y Julieta. Es decir, por un doble suicidio que perpetraron cuando sus enemigos (Octavio y sus legiones) les dieron de bofetadas en la
batalla de Actium. Y es que, sabedores de que habían sido derrotados por Roma y que poco podían hacer para recuperar su antigua gloria, decidieron acabar con sus vidas para evitar la vergüenza de la derrota y las consecuencias de sus actos. En la actualidad –y por suerte- las asociaciones entre partidos no concluyen con sus firmantes muertos, pero sí suelen finalizar con alguna que otra «torta» política llena de rencor (y si no, solo hay que ver lo sucedido en
Andalucía entre el
PSOE e IU).
Odio, triunvirato y Cleopatra
Para encontrar el origen del pacto que pudo acabar con Roma y dar con los huesos de Cleopatra en Hispania es necesario viajar en el tiempo hasta el
15 de marzo del año 44 A.C. Fue entonces cuando
Julio César fue asesinado a las puertas del Senado en una conspiración en la que, según el historiador Suetonio, participaron más de sesenta personas. Entre ellas destacaban
Cayo Casio y
Marco Bruto, perpetradores de un plan que se saldó con una muerte «anunciada» que se llevó a cabo mediante una veintena de sangrientas puñaladas. Después del entierro del líder (a manos de la
13ª Legión, sumamente dolorida por su cercanía con el dictador) comenzó un curioso «juego de tronos» que marcó la Historia.
Tras esta muerte se produjo el caos en Roma. Cada general inició el camino que más le interesaba seguir sin tener en cuenta ninguna lealtad. Uno de los primeros en armarse fue Marco Antonio quien, haciendo valer sus años al servicio de César, tomó el mando de varias legiones y exigió a uno de los asesinos de su mentor que le entregase la región que administraba en nombre del pueblo romano. Tampoco se quedó atrás
Cayo Octavio (sobrino nieto de César y elegido heredero legítimo por él). Y es que, al saber que su enemigo natural para acceder a la poltrona se había marchado de Roma, se decidió a combatir y obtener por su
«pilum» el poder que estaba ejerciendo, de facto, Antonio. La guerra civil estaba asegurada, y duró varios meses en los que las tropas de ambos se repartieron flechas y estocadas de
«gladius» en plena contienda. Los dos luchaban por heredar un imperio.
Cleopatra, la reina que robó el corazón a César y Marco Antonio (Wikimedia)
Sin embargo, parece que la cordura (o el interés político, tan patente en Roma por cierto) acabó imperando entre los contendientes. Así pues, Octavio y Marco Antonio decidieron que eran mucho mejor aguantarse mutuamente y dirigir su odio contra los asesinos de César. Y es que, estos andaban armándose para, llegado el momento, saltar sobre los «cesarianos», como eran conocidos los valedores del dictador. De esta forma nació el
Triunvirato, un pacto político mediante el que estos dos líderes y el banquero
Lépido –otra de las personalidades de entonces- formaron un gobierno dictatorial sobre Roma. Se convirtieron, en definitiva, en los amos del mundo conocido.
«En este Triunvirato, Marco Antonio, Octavio y Lépido se aliaron con el objetivo de encontrar y capturar a los asesinos de César. Como necesitaban ayuda para perpetrar esta venganza,
Egipto buscó acercarse a ellos en su propio beneficio. A los romanos tampoco les vino mal porque se querían acercar a las provincias orientales, así que llegaron rápidamente a un acuerdo. Cleopatra, reina de Egipto, se comprometió a ofrecerles
apoyo económico a cambio de que
Cesarión (el hijo que había tenido con César) fuera considerado el heredero de su trono en Egipto. La jugada fue astuta, pues así no entraba en conflictos con Octavio (el heredero legal de César) que quería tomar el poder en Roma», explica, en declaraciones a ABC
Aroa Velasco, historiadora especializada en el Antiguo Egipto y autora de la página Web «
Papiros perdidos».
Antonio y Cleopatra: amor, y orgías
El Triunvirato dio cierta tranquilidad a los romanos, pero lo cierto es que era difícil que un mero pacto político acabase con el odio entre Marco Antonio y Octavio, ambos dignos valedores de suceder a César. Por ello comenzaron a abundar las «puñaladas traperas» -que podríamos decir hoy en día- entre ambos. «Octavio siempre había querido gobernar solo y, para lograrlo, envió a Marco Antonio a luchar contra los partos en los territorios romanos de Siria y Oriente. La idea era sencilla: ponerle en peligro para que muriese en batalla», explica Velasco. Con todo, el oficial romano podía ser muchas cosas, pero no estúpido, por lo que -cuando vio la difícil situación militar que se le presentaba- corrió bajo las faldas de Cleopatra a solicitarle ayuda militar en un encuentro privado.
Busto de Marco Antonio durante su juventud (Wikimedia)
La reina de Egipto aceptó el encuentro, aunque solicitó que se hiciese en su navío con el objetivo de impresionar al romano. «Cleopatra fue al encuentro de Marco Antonio en un
barco majestuoso con remos de plata. Quiso demostrar la riqueza de su pueblo, para lo que decidió
regalar los cubiertos de oro a los soldados e invitados tras cada comida. La leyenda negra dice que estuvieron rodeados de
orgías, explica Velasco. De la misma opinión es Pilar Rivero, de la Universidad de Zaragoza, quien, en su dossier «
La política exterior de Cleopatra VII Filópator», remarca la forma en que la reina de Egipto se presentó ante Antonio: «Cleopatra llegó con una gran pompa, remontando el rio como si de la diosa Isis y su cortejo se tratara».
Lo cierto es que la majestuosidad de Cleopatra pareció funcionar, pues Marco Antonio (quien ya se sentía bastante atraído por Oriente) se quedó encandilado con ella y no ofreció demasiadas reticencias a las condiciones de su pacto. Se dice que tal fue el despliegue de los egipcios, que entre banquete y banquete se dieron las negociaciones. Aunque no se sabe a ciencia cierta, lo cierto es que no tardaron en llegar a un acuerdo. «Marco Antonio propuso a Cleopatra que le diese su apoyo militar contra los partos a cambio de eliminar a Sione IV (la hermana de Cleopatra, que quería acceder al trono). Ella acepto», añade la experta.
Además de aquel pacto político, en el barco también se vivió una historia de amor, pues ambos se encapricharon del otro y comenzaron una relación muy criticada desde Roma y que aprovechó, entre otros, el sobrino nieto de César. «Con el acercamiento entre ambos, Octavio vio una oportunidad para
acabar con la credibilidad de Antonio. Por ello inició una campaña con la que buscó minar su imagen entre los romanos, le acusó de
adorar la cultura oriental, de pedir ayuda a Cleopatra y de dejarse hechizar por sus extrañas artes. Todo ello fue incentivado por el filósofo
Plutarco, contrario también a Antonio», completa Velasco. La treta funcionó y, a pesar de que el Triunvirato siguió activo, Marco Antonio se fue ganando, poco a poco, el odio de sus conciudadanos. Lo cierto es que tampoco ayudó que el romano trasladase su residencia a Alejandría y pasase las horas muertas con su nueva «novia».
Comienza la guerra
En los meses siguientes, Marco Antonio, el que en su día fue el primer general de César y el hijo predilecto de Roma, siguió viendo a Cleopatra y probó las miles de las riquezas y los lujos de Egipto. Eso sí, dando de lado a sus conciudadanos y al Triunvirato. Octavio, por su parte, supo usar desde cada comilona que su enemigo se daba en Alejandría, hasta las relaciones sexuales que este tenía con la reina de Egipto (con quien tuvo tres hijos, Alejandro Helios, Cleopatra Selene II y Ptolomeo Filadelfo) para que el pueblo le viese como un adorador de Oriente. El sobrino nieto de César no podía estar más feliz, pues –poco a poco- estaba acercándose a su plan: acceder al gobierno en solitario y no tener que rendir cuentas de ello a nadie.
El de Octavio no era un plan para tomar el poder rápidamente, sino eliminando, poco a poco, el poder de sus competidores. Hubo que esperar hasta el año 37 A.C. para que –con la renovación del Triunvirato- el sobrino nieto de César pusiera la última piedra para lograr acabar con su enemigo. Fue ese año cuando, a cambio de que el grupo siguiese gobernando en terna, exigió a Marco Antonio que se casase con su hermana Octavia. Oficialmente dijo que era para buscar un acercamiento entre ambos, pero la realidad era que diferente: buscaba poder cargar contra él cuando engañase a su nueva esposa con Cleopatra. «Marco Antonio, por su parte, pidió a Octavio que le enviase tropas para combatir contra los partos, con los que seguía en guerra. Este aceptó, pero nunca llegaron a su destino», añade la experta.
Casado con Octavia y al verse traicionado por Octavio, Marco Antonio se marchó desesperado a los brazos de Cleopatra. La reina de Egipto no dudó y aprovechó la desesperación de su amante. Podían ser compañeros de cama, pero el poder, era el poder (debió pensar). «Cleopatra aceptó el trato y le dio dinero, provisiones, tropas y barcos. A cambio, sin embargo, le solicitó que otorgara posesiones a los tres hijos que ambos tenían en común. Así pues, debía nombrar a Alejandro Elios
rey de Armenia y Partia, a
Cleopatra Selene, de
Cirenaica y Lidia y, finalmente, a Ptolomeo Filadelfo de
Siria y Ciricia. Además de todo ello, Cleopatra debía ser nombrada reina de reyes y reina de Egipto y Cesarión su heredero. El tratado fue conocido como las “
Donaciones de Alejandría”», completa Velasco. A su vez, ambos contrajeron matrimonio según las costumbres egipcias. Un nuevo varapalo (y una nueva excusa) para Octavio.
Octavio, al fin, tenía una excusa para iniciar la contienda. De esta forma, y tras quitarse de encima a Lépido, cargó política y dialécticamente contra su enemigo hasta que consiguió tener de su parte al pueblo. Tras ello, nombró enemigo de Roma a Marco Antonio y declaró la guerra a la pareja. «Curiosamente no se la declaró a Marco Antonio, pues sabía que, de ser así, provocaría recelos entre sus legionarios, que luchaban más contra Cleopatra y el imperio oriental. Sin embargo, sabía que Antonio ayudaría a la reina», destaca la experta a ABC. Había comenzado la contienda, una lucha a muerte que llevaba tejiéndose y fraguándose años.
El plan para exiliarse a España
El enfrentamiento entre ambos se terminó decidiendo en el año 31 A.C. en la batalla de Actium (una región ubicada en la costa oeste de Grecia). En principio, Marco Antonio quería combatir en Italia, pero Cleopatra volvió a manipular al romano afirmando que sus tropas sólo acompañarían a las legiones de Oriente (las que se habían mantenido fieles a su amante) si se luchaba en la costa griega. No hubo más que hablar para el romano, que aceptó sin rechistar. El 2 de septiembre se combatió. Sin embargo, no fue en tierra, sino en el mar (donde el general romano no tenía ninguna experiencia). La contienda no había comenzado y la ventaja ya era para Octavio y sus buques.
En la contienda, los buques de Marco Antonio se pusieron en vanguardia; tras ellos se destacaron como reserva, los de Cleopatra. En total, los amantes sumaban unos 400 navíos. En frente suya se ubicaron imponentes los 400 de Octavio al mando de Marco Agripa. Los dos contenientes habían decidió usar estrategias similares. «Antonio, mediante un movimiento envolvente, trataría de desbordar el flanco siniestro enemigo (Agripa). De este modo quedaría abierto un hueco entre las naves que conformaban el centro de la línea octaviana y las que se situaban a su izquierda. Ese vacío sería rápidamente cubierto por las galeras de Cleopatra, que avanzarían desde la retaguardia, partiendo en dos la flota rival. Por su parte, Octavio buscaría hacer lo propio en el ala derecha de la armada contraria (Antonio)», explica el doctor en geografía Antonio García Palacios en su dossier «Octavio frente a Marco Antonio».
La batalla de Actium, de Lorenzo A. Castro. (Wikimedia)
La victoria parecía plausible para los amantes, pero, según el Plutarco, la maniobrabilidad de los buques de Agripa y el arrojo de sus legiones terminaron siendo letales. Aun así, fueron necesarias varias horas de batalla para poder doblegar a Antonio y Cleopatra. «La batalla adquirió el carácter de un combate en tierra firme o, para ser exactos, el de un ataque a una ciudad fortificada. Tres o cuatro barcos de Octavio se agruparon en torno a cada uno de los de Antonio, y la lucha se llevó a cabo con escudos de mimbre, lanzas, palos y proyectiles incendiarios, mientras que los soldados de Antonio también disparaban con catapultas desde torres de madera», señaló el historiador romano.
Cuando Marco Antonio se vio desbordado y la batalla empezó a tornarse del lado de Agripa, Cleopatra inició la retirada con su flota hacia mar abierto, dejando sin apoyo a su esposo. Al parecer, ver huir a la mujer más poderosa de Oriente hizo acobardarse al romano, que giró su barcaza y siguió, como alma que lleva el diablo, a la egipcia. Sin su líder natural, solo fue cuestión de horas que las legiones aliadas se retirasen de forma pactada. Por su parte, marido y mujer decidieron cobijarse en Egipto. «Cuando Marco Antonio llegó a Alejandría, se refugió en una pequeña casa junto con dos criados, situada en el pequeño puerto de Paretorio; quizá pensaba en la posibilidad de una recuperación y de otro posible ataque a Octavio. La reina se fue a su palacio y se dedicó a planear la estrategia a seguir en el encuentro seguro, pero que se hizo esperar con Octavio», explica Rosa María Cid López, del departamento de Historia de la Universidad de Oviedo, en su obra «Cleopatra: Mito, leyenda e historia».
¿Cuál era su plan? En principio, reclutar todos los hombres que pudiese para poder plantar cara al romano. Sin embargo, si eso no daba resultado, tenía pensada una curiosa serie de alternativas. «Por si acaso era preciso huir, mandó mensajeros a sus aliados de Media y Partia, preparó embarcaciones para pasar el mar Rojo en dirección a Arabia e, incluso, estableció la posibilidad de huir a Hispania», explica, en este caso, Rivero. Lo cierto es que esta opción la habría permitido hacerse fuerte en la Península para iniciar un contraataque contra Octavio con ayuda de Antonio. Desde allí, también podría haber iniciado los preparativos para marcharse hacia otra parte de Europa. Sin embargo, nada de eso pudo suceder, pues la pareja acabó muerta (ambos se suicidaron) y su enemigo tomó el poder. Su pacto político, por lo tanto, terminó en desastre.
Tres preguntas a Aroa Velasco
MANUEL P. VILLATOROMADRID
¿Cleopatra usó sus encantos para aliarse con Antonio?
Puede que usase sus armas de mujer para conquistarle y ganarse su favor, pero era una mujer lo suficientemente lista como para conseguir sus objetivos políticos sin necesidad de ello.
¿Trató Cleopatra de buscar otras aliados antes de firmar una con Antonio?
Curiosamente, Cleopatra tuvo un “tonteo” político con Octavio, aunque no cuajó y rápidamente se puso del lado de Marco Antonio. Fue mínimo, antes de que Antonio iniciase su campaña contra los partos.
¿Cómo pudo extenderse tanto la imagen negativa de Marco Antonio?
En Roma se veía a Marco Antonio como un romano obsesionado por la cultura oriental. Vestía como ellos, se decía que participaba en sus orgías etc. Esa maña imagen la generaron Plutarco y Dion Casio.
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